lunes, 25 de junio de 2012

Evangelio - Martes XII Semana del Tiempo Ordinario


† Lectura del santo Evangelio según san Mateo 7, 6.12-14
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
"No den lo santo a los perros ni echen sus perlas a los cerdos; no sea que las pisoteen, se enfrenten a ustedes y los destrocen.
Así pues, traten a los demás como ustedes quieren que ellos los traten, porque en esto consisten la ley y los profetas.
Entren por la puerta estrecha, porque es ancha la puerta y amplio el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por él. En cambio es estrecha la puerta y angosto el camino que lleva a la vida, y son pocos los que lo encuentran".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

† Meditación diaria

12ª semana. Martes
LA SENDA ESTRECHA

— El camino que conduce al Cielo es estrecho. Templanza y mortificación.
Mientras iban de camino hacia Jerusalén, uno le preguntó: Señor, ¿son pocos los que se salvan?1. Jesús no le contestó directamente, sino que le dijo: Esforzaos por entrar por la puerta estrecha, porque muchos, os digo, intentarán entrar y no podrán. Y en el Evangelio de la Misa de hoy San Mateo nos ha dejado esta exclamación del Señor: ¡Qué angosta es la puerta, y qué estrecha la senda que conduce a la vida, y qué pocos son los que atinan con ella!2.
La vida es como un camino que acaba en Dios, un camino corto. Importa sobre todo que, al llegar, se nos abra la puerta y podamos entrar: “caminamos peregrinos hacia la consumación de la historia humana. Dice el Señor: Vengo presto y conmigo mi recompensa, para dar a cada uno según sus obras... (Apoc 22, 12-13)”3.
Dos sendas, dos actitudes en la vida. Buscar lo más cómodo y placentero, regalar el cuerpo y huir del sacrificio y de la penitencia; o bien, buscar la voluntad de Dios aunque cueste, tener los sentidos guardados y el cuerpo sujeto. Vivir como peregrinos que llevan lo justo y se entretienen poco en las cosas porque van de paso, o quedar anclados en la comodidad, el placer o los bienes temporales utilizados como fines y no como simples medios.
Un camino conduce al Cielo; el otro, a la perdición, y son muchos los que andan por él. Con frecuencia nos hemos de preguntar por dónde caminamos nosotros y a dónde vamos. ¿Nos dirigimos derechamente al Cielo, aunque no falten derrotas y flaquezas? ¿Es el camino estrecho por el que andamos? ¿Vivimos habitualmente la templanza y la mortificación, pequeños sacrificios, pequeños pero reales? ¿A dónde vamos nosotros? ¿Cuál es realmente el fin de nuestros actos?
“Si miramos las cosas, no como una pura teoría, sino con referencia a la vida, quizá sea posible entenderlo mejor. Si un universitario quiere ser médico no se matricula en Filología Románica... En realidad, si un estudiante se matricula en Filología Románica está demostrando que lo que de verdad quiere es ser filólogo, no médico, a pesar de cuanto se diga (...). Y ello es así porque cuando se quiere algo hay que elegir los medios adecuados (...). Si uno quiere ir a su propio hogar y deliberadamente elige el camino que conduce a la casa de su enemigo, lo que sin duda está queriendo es ir a donde, según dice, no desea”4. Y si diera la razón de que ha elegido ese determinado camino porque es más cómodo, entonces lo que de verdad le importa es el camino, no el fin al que este le conduce.
Muchos viven persiguiendo fines inmediatos, sin orientar su vida al fin último, Dios, que debe determinarlo todo. Pero no olvidemos que, para conseguirlo, “cada día un poco más –igual que al tallar una piedra o una madera–, hay que ir limando asperezas, quitando defectos de nuestra vida personal, con espíritu de penitencia, con pequeñas mortificaciones (...)”5.

— Necesidad de la mortificación. Lucha contra la comodidad y el aburguesamiento.
El hombre tiende a ir por la senda ancha, aunque posea pocos bienes, y por el camino cómodo de la vida. Prefiere también una puerta ancha, que no conduce al Cielo: con frecuencia se abalanza sin medida sobre las cosas, sin regla ni templanza.
La senda que nos señala el Señor es alegre, pero es, a la vez, de cruz y de sacrificio, de templanza y de mortificación. Si alguno quiere venir en pos de mí, que tome su cruz, cada día, y me siga6. Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere lleva mucho fruto7.
Nos es necesaria la templanza en esta vida para poder entrar en la otra. Se nos pide a los cristianos estar desprendidos de los bienes que tenemos y usamos, evitar la solicitud desmedida, prescindir de lo superfluo y, en lo necesario, poner mortificación, que garantiza la rectitud de intención. No podemos ser como esos hombres que “parecen guiarse por la economía, de tal manera que casi toda su vida personal y social está como teñida de cierto espíritu materialista”8. Ponen los medios materiales como fin de sus vidas; piensan que su felicidad está en ellos y se llenan de ansiedad por adquirirlos, olvidando fácilmente que su vida es un camino hacia Dios. Solo eso: un camino hacia Dios. Estad vigilantes, nos previene el Señor, no sea que se emboten vuestros corazones por la crápula, la embriaguez y las preocupaciones de la vida9Tened ceñidos vuestros lomos y encendidas las lámparas y sed como hombres que esperan a su amo de vuelta de las bodas10.
En la senda ancha de la comodidad, el confort y la falta de mortificación, las gracias que Dios nos da quedan agostadas y sin fruto. Ocurre como con la semilla caída entre espinas: se ahoga a causa de las preocupaciones, riquezas y placeres y no llega a dar fruto11. La sobriedad, por el contrario, facilita el trato con Dios, pues “con el cuerpo pesado y harto de mantenimiento, muy mal aparejado está el ánimo para volar a lo alto”12.
Nos dirigimos a Dios deprisa, y lo único verdaderamente importante es no equivocar el camino. ¿Estamos nosotros en el camino bueno, el del sacrificio y la penitencia, el de la alegría y la entrega a los demás? ¿Luchamos decididamente, con obras, contra los deseos de comodidad que continuamente nos acechan?

— Algunos ejemplos de templanza y de mortificación.
En medio de un ambiente con frecuencia materialista, la templanza es de gran eficacia apostólica. Es uno de los ejemplos más atrayentes de la vida cristiana. Donde quiera que nos encontremos debemos de esforzarnos para dar siempre ese ejemplo, que se manifestará con sencillez en nuestro comportamiento. Para muchos, la ejemplaridad de un cristiano ha sido el comienzo de un verdadero encuentro con el Señor.
Una vida sobria es una vida mortificada y alegre. La mortificación la encontraremos frecuentemente en cosas pequeñas que mantienen el cuerpo sujeto a la razón y disponen al alma para entender las cosas de Dios. Así, la mortificación interior, por una parte, lleva al control de la imaginación y de la memoria, alejando pensamientos y recuerdos inútiles o inconvenientes; y se manifiesta también en la mortificación de la lengua: evitando, por ejemplo, conversaciones inútiles y frívolas, murmuraciones, etc.
Para caminar por la senda estrecha de la templanza hemos de practicar también la mortificación de los sentidos externos: la vista, el oído, el gusto... “Al cuerpo hay que darle un poco menos de lo justo. Si no, hace traición”13. Un poco menos de lo justo en comodidad, en caprichos, etc. Mortificaciones, en fin, en nuestra vida de cada día: “en el trabajo intenso, constante y ordenado; sabiendo que el mejor espíritu de sacrificio es la perseverancia por acabar con perfección la labor comenzada; en la puntualidad, llenando de minutos heroicos el día; en el cuidado de las cosas, que tenemos y usamos; en el afán de servicio, que nos hace cumplir con exactitud los deberes más pequeños; y en los detalles de caridad, para hacer amable a todos el camino de santidad en el mundo: una sonrisa puede ser, a veces, la mejor muestra de nuestro espíritu de penitencia...”14.
La senda estrecha pasa por todas las actividades del cristiano: desde las comodidades del hogar, hasta el uso de los instrumentos de trabajo y el modo de divertirse. En el descanso, por ejemplo, no es preciso realizar grandes gastos, ni dedicar excesivas horas al deporte en perjuicio de otros quehaceres. También da ejemplo de austeridad y de templanza quien sabe hacer uso moderado de la televisión y, en general, de los instrumentos de confort que ofrece la técnica.
El camino estrecho es seguro y es amable. Y en medio de esa vida, que tiene un cierto tono austero y sacrificado, encontramos la alegría, porque la “Cruz ya no es un patíbulo, sino el trono desde el que reina Cristo. Y a su lado, su Madre, Madre nuestra también. La Virgen Santa te alcanzará la fortaleza que necesitas para marchar con decisión tras los pasos de su Hijo”15.

1 Lc 13, 23. — 2 Mt 7, 14. — 3 Conc. Vat. II, Const. Gaudium et spes, 45. — 4 F. Suárez, La puerta angosta, Rialp, 9ª ed., Madrid 1985, pp. 37-38. — 5 Cfr San Josemaría Escrivá, Forja, n. 403. — 6 Lc 9, 23. — 7 Jn 12, 24. — 8 Conc. Vat. II, loc. cit., 63. — 9 Lc 21, 34. — 10 Lc 12, 35. — 11 Lc 8, 14. — 12 San Pedro de Alcántara, Tratado de la oración y la meditación, II, 3. — 13San Josemaría Escrivá, Camino, n. 196.  14 ídem, Carta, 24-III-1930. — 15 ídem, Amigos de Dios, 141.

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Otro comentario: REDACCIÓN evangeli.net (elaborado a partir de textos de Benedicto XVI) (Città del Vaticano, Vaticano)

Liturgia: "Sancta sancte tractanda"
Hoy el Señor es tajante: "las cosas santas hay que tratarlas santamente" ("Sancta sancte tractanda", decían los clásicos). ¡Necesitamos una nueva educación litúrgica! En la Iglesia Católica el culto es peculiar y santo: es "liturgia", es decir, acción de Cristo en nosotros y con nosotros (es Jesucristo quien me alimenta con su Cuerpo en la Comunión, etc.). Hemos de recibir con delicadeza este actuar de Dios mismo. 

La liturgia es "obra de Dios", donde Él mismo actúa primero y nosotros somos redimidos con su acción. Debemos disponernos mediante una actitud orante, con disciplina, paz (¡sin prisas!) y reverencia: ¡estamos a la vista de Dios! Debemos ser gratos a los ojos divinos incluso en la postura del cuerpo y en la emisión de la voz (el respetuoso tiende a rezar con la palabra "tímida", porque Dios no necesita ser despertado a gritos).

—Jesús, despiértame una comprensión íntima hacia lo sagrado y haz que me sienta atraído hacia Ti. ¡Todo lo demás es secundario!








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