sábado, 31 de marzo de 2012

Martillazos a Jesús


Martillazos a Jesucristo

                                  


29. marzo 2012 | Por  | Categoria: Jesucristo
Yo no sé las veces que se habrá repetido —en libros, en revistas, en sermones— aquel diagnóstico tan certero que el Papa Pío XII hizo de nuestros días, cuando afirmó: 
- El mundo ha perdido la noción  de pecado. 
No pudo decirlo mejor ni con más exactitud. Aunque no seamos tan ingenuos como para pensar que antes el mundo fuese un paraíso de inocencia. No; los hombres de antes eran tan pecadores como los de hoy. Pero con una diferencia: sabían que pecaban. Llamaban al pecado con su propio nombre. Se reconocían pecadores ante Dios, le pedían perdón y sabían hacer penitencia. 
Hoy queremos hacernos pasar por más listos. Cerramos los ojos al pecado, y le ponemos al pecado nombres bonitos. Por ejemplo, al aborto se le llama interrupción del embarazo, en vez de asesinato. Y, por no decir adulterio, decimos aventura amorosa… De  este modo, el pecado no da miedo, se va perdiendo de vista, y al final ni sabemos que existe…
Todos estaremos conformes con esto que he leído y que he copiado de una revista. Pero, no queremos quedarnos en lamentaciones estériles, ni cruzarnos de brazos impotentes, como si nosotros no quisiéramos o no pudiéramos hacer nada en bien del mundo, que pide a gritos su salvación.
Porque aquí está el nudo de la cuestión. Como creyentes y cristianos nos preocupa el hecho innegable del pecado por dos razones muy poderosas: por el desprecio de Dios que entraña toda culpa, y  por el peligro en que pone a tantos hombres respecto de su salvación. 
Y nosotros, como Dios, queremos que todos los hombres se salven y que no se pierda ninguno. 
Y como hijos de Dios, no aceptamos que nuestro Padre celestial sea vilipendiado.
Esta es la razón de nuestro apostolado: la gloria de Dios y la salvación de los hombres. 
Como cristianos, no claudicamos del mensaje de Jesús, y queremos que tanto rechazo se convierta en amor al Salvador del mundo. 
Y es la inquietud que sentimos ahora. ¿Qué debemos hacer para que vuelva el mundo a tener conciencia de lo que le puede perder sin remedio? ¿No tenía ninguna solución el Papa que diagnosticó el mal?
Al hablar ahora así, se me ocurre el ejemplo de aquel cerrajero que, como una comparación bien ingeniosa, se nos enseñaba en las clases de catequesis. 
Pues, se trataba de un herrero que tenía su taller junto a la iglesia. Era imposible entender al predicador durante los sermones de la misión, porque el herrero, descarado y blasfemo, martilleaba en la fragua y, a cada golpe, soltaba una blasfemia horrible, como la costumbre más natural en él. Hasta que el predicador tiene una ocurrencia feliz. Desclava la imagen del Santo Cristo, y la lleva al herrero para que la sujete de nuevo, bien segura, en el madero. Y el pobre hombre, entonces:
- ¿Que yo crucifique a Cristo? ¡Ese trabajo yo no lo realizo!
- ¿Cómo, que no? ¡Si usted es todo un técnico en el arte de hacerlo? ¡Si cada blasfemia suya, con cada golpe en el yunque, son un clavo que hunde con maestría en las carnes del Salvador!…
El herrero entendió. Y a lo mejor nosotros también…
Porque, eso de que Jesucristo ya no sufre por el hecho de que está en la Gloria, no quiere decir que le deje indiferente la culpa de los hombres. 
Por algo dice la Palabra de Dios —se refiere al que apostata de la fe, sobre todo, pero también al que admite cualquier otro pecado— que crucifica de nuevo a Cristo en su corazón (Hebreos 6,6)
Pero ese Cristo, crucificado ahora como en el Calvario, sigue ofreciendo la salvación a quien suspira por ella, como al ladrón que tenía al lado… 
Es un hecho, comprobado continuamente dentro de nuestros movimientos apostólicos, que cuando presentamos claro, sin miedos y con mucho amor el mensaje de Jesucristo, el Señor se las arregla para ganarse los corazones. Y las mayores conversiones no las debemos al miedo, sino al amor. 
En vez de miedo por la justicia de Dios, presentamos hoy el amor de Jesucristo a nosotros y de nosotros a Jesucristo. Naturalmente, que nosotros seguimos creyendo en el Juicio de Dios y en el castigo eterno de Dios. Tenemos muy en cuenta las amonestaciones de Jesucristo sobre la vida futura y el castigo eterno de Dios. Sabemos que la vida eterna no nos la podemos jugar a la ligera.
Pero el amor al Señor domina toda nuestra espiritualidad y sigue haciendo maravillas. ¡Presentamos a Jesucristo, y no nos equivocamos!
Sin quitar la razón a esa página de la revista que hemos escuchado al principio, nosotros ahora nos ofrecemos una solución. 
Ante la indiferencia del mundo, que, al perder la noción de pecado, sigue crucificando cada vez con más saña o con más indiferencia a Jesucristo, nosotros decimos a quien quiera escucharnos:
- Jesucristo vino por ti. ¿Por qué no te encuentras con Él?…
- Jesucristo te ama. ¿Por qué le tienes miedo?…
- Jesucristo te busca. ¿Por qué te escondes?…
- Jesucristo te quiere salvar. ¿Por qué no le alargas tu mano, te agarras a Él y ya no le sueltas?…
Si alguien que vive alejado de Jesucristo, y ha perdido esa noción de pecado diagnosticada por el Papa, atendiera unas propuestas así, ¿a que convertía su indiferencia en amor irrompible a Jesucristo?…

Meditación Domingo de Ramos 2012


Domingo de Ramos

                                       

30. marzo 2012 | Por  | Categoria: Charla Dominical
¡Ya estamos en el Domingo de Ramos, un triunfo de Jesús! ¡Ya estamos en Semana Santa, la pasión y muerte del Señor! ¿Hacia dónde se van a dirigir hoy nuestras miradas? ¿Hacia las palmas que agitan muchos brazos mientras gritan desaforadamente las gargantas: Hosanna, hosanna?… ¿O se van a ir hacia las calles de Jerusalén para ver a un reo que lleva el madero a cuestas y sube al Calvario para ser colgado a la vista de todos?… 
Pues tenemos que hacer las dos cosas. Contemplar un triunfo humilde, y ver al Hijo de Dios, al Siervo obediente, que se deja clavar en la cruz para la salvación del mundo.
Las lecturas que hoy escuchamos en la Iglesia son de una riqueza singular y van a guiar nuestros pensamientos y nuestros sentimientos a lo largo de esta Semana Santa, la Semana Mayor, la Semana más privilegiada del año…
Miramos primeramente a esos dos discípulos que están desatando un borrico en la ladera oriental de Jerusalén: 
- ¿Qué están haciendo? Ese borrico tiene dueño…
- Sí, ya lo sabemos. Pero el Maestro lo necesita y estén seguros que lo va a devolver. 
Se lo llevan. Jesús, que lo ha dispuesto personalmente todo, acepta ser montado en la cabalgadura, los discípulos tienden sus mantos en la calle, hacen las gentes lo mismo, y todos entran en la ciudad lanzando gritos estentóreos: 
- ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el reino que llega, el reino de nuestro padre David! ¡Hosanna en lo más alto del cielo!….
No nos hagamos muchas ilusiones. Este triunfo es muy modesto. No tenía entonces nada que ver con la subida de los triunfadores del Impero al Capitolio de Roma, ni tenía tampoco ningún parecido con nuestros desfiles modernos. Allí no había reporteros que lanzasen la noticia al mundo, y todo quedaba reducido a un puñado de galileos que no preocupaban mucho a las autoridades romanas…
El Evangelio de Mateo se encarga de recordarnos la profecía: 
- Digan a Sión: mira cómo tu rey viene lleno de mansedumbre a ti, montado en un pollino, cría de una borrica de carga… 
Jesús será siempre igual, tal como se describió a Sí mismo: “manso y humilde de corazón”. 
No podía ser de otro modo, pues la profecía de Isaías nos lo describe como el Siervo y el Hijo obediente, que irá al sacrificio de la cruz, siendo inocente, en vez de nosotros, los culpables y merecedores del castigo de Dios.
La Pasión narrada por Marcos que leemos después nos hace bajar la cabeza, arranca lágrimas de nuestros ojos, y nos hace exclamar como al centurión pagano al ver expirar a Jesús: 
- ¡Verdaderamente, este  hombre era Hijo de Dios!…
¿Hijo de Dios, y ha sufrido tanto?…
¿Hijo de Dios, y lo rechazan tantos?…
¿Hijo de Dios, y lo abandonan hasta los suyos?…
¿Hijo de Dios, y lo meten en la tierra, lo encierran en un sepulcro para que no dé miedo?…
¿Hijo de Dios, y sus enemigos sellan su tumba para que no se escape, para que no aparezca más, para que no moleste en adelante, para que se pierda su memoria y no se acuerde nadie más de Él?…
Estos eran los pensamientos de los hombres. Pero Dios tenía pensamientos muy diferentes, como nos recuerda San Pablo en uno de los párrafos más bellos de sus cartas.
- ¡Cristo se hizo por nosotros obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz!…
Cierto. Jesús no podía llegar más hondo en su dolor y en su humillación. Pero no podrá subir después más alto en su gloria: 
-Porque Dios lo levantó hasta a lo más alto del Cielo, y le dio el nombre sobre todo nombre. Lo constituyó Señor. Le dio el dominio universal sobre los ángeles, sobre los hombres y sobre todo lo creado. De tal modo, que al nombre de Jesús se tiene que doblar toda rodilla, en el cielo, en la tierra, en el infierno, y toda lengua ha de proclamar que el Señor Jesús está en la gloria de Dios Padre.
Éste es el Jesús que nos va a llenar la cabeza y el corazón en estos días santos.
El Jesús que hoy entra en Jerusalén con un triunfo muy humilde. Porque no trata de sembrar terror entre sus enemigos, sino de ganar los corazones de todos. 
El Jesús de esta Semana Santa es el Jesús que padece y muere para salvarnos. 
Es el Jesús que con sus llagas, y no con palabras, está gritando al mundo cómo nos ama Dios y cómo nos ama Él, nuestro Redentor.
El triunfo de hoy, con Jesús montado en un borrico, y con nosotros batiendo palmas y entonando ¡hosannas y vivas!, es sólo el preámbulo y el anticipo del desfile final con la entrada en la Jerusalén celestial al final de los tiempos. ¡Aquel sí que será triunfo grande y que asombrará a todos!…
¡Señor Jesucristo! 
No sabemos cómo van a celebrar esta Semana Santa muchos hermanos nuestros. Algunos, quizá con la mejor de sus vacaciones… 
Nosotros preferimos acompañarte en todos tus pasos. 
Esos pasos que nos van a herir los pies y que nos van a hacer llorar. 
Igual que nos van a arrancar gritos jubilosos durante tu entrada en Jerusalén y en tu Resurrección. 
Tú  nos vas a tener a tu lado, en tu dolor y en tu triunfo. Porque así nos tendrás también allá arriba, en los esplendores de tu Gloria.

Evangelio Domingo de Ramos


Evangelio
† Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos (14, 1—15, 47)
Andaban buscando apresar a Jesús a traición y darle muerte
C. Faltaban dos días para la fiesta de Pascua y de los panes Azimos. Los sumos sacerdotes y los escribas andaban buscando una manera de apresar a Jesús a traición y darle muerte, pero decían:
S. “No durante las fiestas, porque el pueblo podría amotinarse”.

Se ha adelantado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura
C. Estando Jesús sentado a la mesa, en casa de Simón el leproso, en Betania, llegó una mujer con un frasco de perfume muy caro, de nardo puro; quebró el frasco y derramó el perfume en la cabeza de Jesús. Algunos comentaron indignados:
S. “¿A qué viene este derroche de perfume? Podía haberse vendido por más de trescientos denarios para dárselos a los pobres”.
C. Y criticaban a la mujer; pero Jesús replicó:
†.“Déjenla. ¿Por qué la molestan? Lo que ha hecho conmigo está bien, porque a los pobres los tienen siempre con ustedes y pueden socorrerlos cuando quieran; pero a mí no me tendrán siempre. Ella ha hecho lo que podía. Se ha adelantado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura. Yo les aseguro que en cualquier parte del mundo donde se predique el Evangelio, se recordará también en su honor lo que ella ha hecho conmigo”.
Le prometieron dinero a Judas Iscariote
C. Judas Iscariote, uno de los Doce, se presentó a los sumos sacerdotes para entregarles a Jesús. Al oírlo, se alegraron y le prometieron dinero; y él andaba buscando una buena ocasión para entregarlo. 
¿Dónde está la habitación donde voy a comer la Pascua con mis discípulos?
C. El primer día de la fiesta de los panes Azimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le preguntaron a Jesús sus discípulos:
S. “¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?”
C. El les dijo a dos de ellos:
†. “Vayan a la ciudad. Encontrarán a un hombre que lleva un cántaro de agua; síganlo y díganle al dueño de la casa en donde entre: ‘
El Maestro manda preguntar: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?’
El les enseñará una sala en el segundo piso, arreglada con divanes. Prepárennos allí la cena”.
C. Los discípulos se fueron, llegaron a la ciudad, encontraron lo que Jesús les había dicho y prepararon la cena de Pascua.

Uno de ustedes, que está comiendo conmigo, me va a entregar
C. Al atardecer, llegó Jesús con los Doce. Estando a la mesa, cenando les dijo:
†. “Yo les aseguro que uno de ustedes, uno que está comiendo conmigo, me va a entregar”.
C. Ellos, consternados, empezaron a preguntarle uno tras otro:
S. “¿Soy yo?”
C. El respondió:
†. “Uno de los Doce; alguien que moja su pan en el mismo plato que yo. El Hijo del hombre va a morir, como está escrito: pero, ¡ay de aquel que va entregar al Hijo del hombre! ¡Más le valiera no haber nacido!”

Esto es mi cuerpo. Esta es mi sangre, sangre de la nueva alianza
C. Mientras cenaban, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partio y se lo dio a sus discípulos, diciendo:
†. “Tomen: esto es mi cuerpo”.
C. Y tomando en sus manos una copa de vino, pronunció la acción de gracias, se la dio,
todos bebieron y les dijo:
†. “Esta es mi sangre, sangre de la alianza, que se derrama por todos. Yo les aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios”.

Antes de que el gallo cante do veces, tú me habrás negado tres
C. Después de cantar el himno, salieron hacia el monte de los Olivos y Jesús les dijo:
†. “Todos ustedes se van a escandalizar por mi causa, como está escrito: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas; pero cuando resucite iré por delante de ustedes a Galilea”.
C. Pedro replicó:
S. “Aunque todos se escandalicen, yo no”.
C. Jesús le contestó:
†. “¨Yo te aseguro que hoy, esta misma noche, antes de que el gallo cante dos veces, tú me negarás tres”.
C. Pero él insistía:
S. “Aunque tenga que morir contigo, no te negaré”.
C. Y los demás decían lo mismo.

Empezó a sentir terror y angustia
C. Fueron luego a un huerto, llamado Getsemaní, y Jesús dijo a sus discípulos:
†. “Siéntense aquí mientras hago oración”.
C. Se llevo a Pedro, a Santiago y a Juan; empezó a sentir terror y angustia, y les dijo:
†. “Tengo el alma llena de una tristeza mortal. Quédense aquí, velando”.
C. Se adelantó un poco, se postró en tierra y pedía que, si era posible, se alejara de él aquella hora. Decía:
†. “Padre, tú lo puedes todo: aparta de mí este cáliz. Pero que no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres”.
C. Volvió a donde estaban los discípulos, y al encontrarlos dormidos, dijo a Pedro:
†. “Simón, ¿estás dormido? ¿No has podido velar ni una hora ? Velen y oren, para que no caigan en la tentación. El espíritu está pronto, pero la carne es débil”.
C. De nuevo se retiró y se puso a orar, repitiendo las mismas palabras. Volvió y otra vez los encontró dormidos, porque tenían los ojos cargados de sueño; por eso no sabían qué contestarle. El les dijo:
†. “Ya pueden dormir y descansar. ¡Basta! Ha llegado la hora. Miren que el hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levántense! ¡Vamos! Ya está cerca el traidor”.

Deténganlo y llévenlo bien sujeto
C. Todavía estaba hablando, cuando se presentó Judas, uno de los Doce, y con él, gente con espadas y palos, enviada por los sacerdotes, los escribas y los ancianos. El traidor les había dado una contraseña, diciéndoles:
S. “Al que yo bese, ése es. Deténgalo y llévenselo bien sujeto”.
C. Llegó se acercó y le dijo:
S. “Maestro”.
C. Y lo besó. Ellos le echaron mano y lo apresaron. Pero uno de los presentes desenvainó la espada y de un golpe le cortó la oreja a un criado del sumo sacerdote. Jesús tomó la palabra y les dijo:
†. “¿Salieron ustedes a apresarme con espadas y palos, como si se tratara de un bandido? Todos los días he estado entre ustedes, enseñando en el templo y no me han apresado. Pero así tenía que ser para que se cumplieran las Escrituras”.
C. Todos lo abandonaron y huyeron. Lo iba siguiendo un muchacho, envuelto nada más con una sábana, y lo detuvieron; pero él soltó la sábana y se les escapó desnudo.

¿Eres tú el Mesías, el hijo de Dios bendito?
C. Condujeron a Jesús a casa del sumo sacerdote y se reunieron todos los pontífices, los escribas y los ancianos. Pedro lo fue siguiendo de lejos, hasta el interior del patio del sumo sacerdote y se sentó con los criados, cerca de la lumbre, para calentarse.
Los sumos sacerdotes y el sanedrín en pleno buscaban una acusación contra Jesús para condenarlo a muerte y no la encontraban. Pues, aunque muchos presentaban falsas acusaciones contra él, los
testimonios no concordaban.
Hubo unos que se pusieron de pie y dijeron:
S. “Nosotros lo hemos oído decir: ‘Yo destruiré este templo, edificado por hombres, y en tres días construiré otro, no edificado por hombres’ ”.
C. Pero ni aun en esto concordaba su testimonio. Entonces el sumo sacerdote se puso de pie y le preguntó a Jesús:
S. “¿No tienes nada que responder a todas esas acusaciones?”.
C. Pero él no le respondió nada. El sumo sacerdote le volvió a preguntar:
S. “¿Eres tú el Mesías y el Hijo de Dios bendito?”.
C. Jesús contestó:
†. “Si lo soy. Y un día verán cómo el Hijo del hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y cómo viene entre las nubes del cielo”.
C. El sumo sacerdote se rasgó las vestiduras exclamando:
S. “¿Qué falta hacen ya más testigos? Ustedes mismos han oído la blasfemia. ¿Qué les parece?”.
C. Y todos lo declararon reo de muerte. Algunos se pusieron a escupirle, y tapándole la cara, lo abofeteaban y le decían:
S. “Adivina quien fue”,
C. y los criados también le daban de bofetadas.

No conozco a ese hombre del que ustedes hablan
C. Mientras tanto, Pedro estaba abajo, en el patio. Llego una criada del sumo sacerdote, y al ver a Pedro calentándose, lo miro fijamente y le dijo:
S. “Tú también andabas con Jesús Nazareno”.
C. El lo negó, diciendo:
S. “Ni sé ni entiendo lo que quieres decir”.
C. Salió afuera hacia el zaguán, y un gallo cantó.
La criada, al verlo, se puso de nuevo a decir a los presentes:
S. “Ese es uno de ellos”.
C. Pero él lo volvió a negar.
Al poco rato también los presentes dijeron a Pedro:
S. “Claro que eres uno de ellos, pues eres galileo”.
C. Pero él se puso a echar maldiciones y a jurar:
S. “No conozco a ese hombre del que hablan”.
C. En seguida cantó el gallo por segunda vez. Pedro se acordó entonces de las palabras que le había dicho Jesús: ‘Antes de que el gallo cante dos veces, tú me habrás negado tres’,yrompió a llorar.

¿Quieren que les suelte al rey de los judíos?
C. Luego que amaneció, se reunieron los sumos sacerdotes con los ancianos, los escribas y el sanedrín en pleno, para deliberar. Ataron a Jesús, se lo llevaron y lo entregaron a Pilato.Estele preguntó:
S. “¿Eres tú el rey de los judíos?”
C. El respondió:
†. “Sí lo soy”.
C. Los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas.
Pilato le pregunto de nuevo:
S. “¿No contestas nada?. Mira de cuántas cosas te acusan”.
C. Jesús ya no le contestó nada, de modo que Pilato estaba muy extrañado.
Durante la fiesta de Pascua, Pilato solía soltarles al preso que ellos pidieran. Estaba entonces en la cárcel un tal Barrabás, con los revoltosos que habían cometido un homicidio en unmotín.Vino la gente y empezó a pedir el indulto de costumbre.
Pilato les dijo:
S. “¿Quieren que les suelte al rey de los judíos?”
C. Porque sabía que los sumos sacerdotes se lo habían entregado por envidia. Pero los sumos sacerdotes incitaron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás. Pilato les volvió a preguntar:
S. “¿Y qué voy a hacer con el que llaman rey de los judíos?”
C. Ellos gritaron:
S. “¡Crucifícalo!”
C. Pilato les dijo:
S. “Pues, ¿qué mal ha hecho?”
C. Ellos gritaron más fuerte:
S. “¡Crucifícalo!”
C. Pilato, queriendo dar gusto a la multitud, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de mandarlo azotar, lo entregó para que lo crucificaran.

Le pusieron una corona de espinas.
C. Los soldados se lo llevaron al interior del palacio, al pretorio, y reunieron a todo el batallón. Lo vistieron con un manto de color púrpura, le pusieron una corona de espinas que habían trenzado, y comenzaron a burlarse de él dirigiéndole este saludo:
S. “¡Viva el rey de los Judíos!”
C. Le golpeaban la cabeza con una caña, le escupían y doblando las rodillas, se postraban ante él.
Terminadas las burlas, le quitaron aquel manto de color púrpura, le pusieron su ropa y lo sacaron para crucificarlo.

Llevaron a Jesús al Gólgota
C. Entonces forzaron a cargar la cruz a un individuo que pasaba por ahí de regreso del campo, Simón de Cirene, padre de Alejandro y de Rufo, y llevaron a Jesús al Gólgota (que quiere decir “lugar de la Calavera”). Le ofrecieron vino con mirra, pero él no lo aceptó.
Lo crucificaron y se repartieron sus ropas, echando suertes para ver qué le tocaba a cada uno.

Fue contado entre los malhechores
C. Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero de la acusación estaba escrito: “El rey de los judíos”. Crucificaron con él a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda. Así se cumplió la escritura que dice: Fue contado entre los
malhechores.

Ha salvado a otros y a sí mismo no se puede salvar
C. Los que pasaban por ahí lo injuriaban meneando la cabeza y gritándole:
S. “¡Anda! Tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo y baja de la cruz”.
C. Los sumos sacerdotes se burlaban también de él y le decían:
S. “Ha salvado a otros, pero a sí mismo no se puede salvar. Que el Mesías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos”.
C. Hasta los que estaban crucificados con él también lo insultaban.

Y dando un fuerte grito,Jesús expiró
C. Al llegar el mediodía, toda aquella tierra se quedó en tinieblas hasta las tres de la tarde. Y a las tres, Jesús gritó con voz potente:
†. EloíEloí, ¿lemá sabactaní?”
C. (que significa: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?). Algunos de los presentes, al oírlo, decían:
S. “Miren, está llamando a Elías”
C. Uno corrió a empapar una esponja en vinagre, la sujetó a un carrizo y se la acercó para que bebiera, diciendo:
S. “Vamos a ver si viene Elías a bajarlo”.
C. Pero Jesús dando un fuerte grito, expiró.

Aquí todos se arrodillan y guardan silencio por unos instantes.
C. Entonces el velo del templo se rasgó en dos, de arriba a abajo. El oficial romano que estaba frente a Jesús, al ver cómo había expirado, dijo:
S. “De veras este hombre era Hijo de Dios”.
C. Había también ahí unas mujeres que estaban mirando todo desde lejos; entre ellas, María Magdalena, María (la madre de Santiago el menor de José) y Salomé, que cuando Jesús estaba en Galilea, lo seguían para atenderlo; y además de ellas, otras muchas que habían venido con él a Jerusalén.

José tapó con una piedra la entrada del sepulcro
C. Al anochecer, como era el día de la preparación, víspera del sábado, vino José de Arimatea, miembro distinguido del sanedrín, que también esperaba el Reino de Dios.
Se presentó con valor ante Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Pilato se extraño de que ya hubiera muerto, y llamando al oficial, le preguntó si ya hacía mucho tiempo que había muerto. Informado por el oficial, concedió el cadáver a José. Este compró una sábana, bajó el cadáver, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro excavado en una roca y tapó con una piedra la entrada del sepulcro.
María Magdalena y María, la madre de José, se fijaron en dónde lo ponían.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, señor Jesús.

† Meditación diaria

Domingo de Ramos
ENTRADA TRIUNFAL EN JERUSALÉN
— Entrada solemne, y a la vez sencilla, en Jerusalén. Jesús da cumplimiento a las antiguas profecías.
— El Señor llora sobre la ciudad. Correspondencia a la gracia.
— Alegría y dolor en este día: coherencia para seguir a Cristo hasta la Cruz.
I. “Venid, y al mismo tiempo que ascendemos al monte de los Olivos, salgamos al encuentro de Cristo, que vuelve hoy de Betania y, por propia voluntad, se apresura hacia su venerable y dichosa pasión, para llevar a plenitud el misterio de la salvación de los hombres”1.
Jesús sale muy de mañana de Betania. Allí, desde la tarde anterior, se habían congregado muchos fervientes discípulos suyos; unos eran paisanos de Galilea, llegados en peregrinación para celebrar la Pascua; otros eran habitantes de Jerusalén, convencidos por el reciente milagro de la resurrección de Lázaro. Acompañado de esta numerosa comitiva, junto a otros que se le van sumando en el camino, Jesús toma una vez más el viejo camino de Jericó a Jerusalén, hacia la pequeña cumbre del monte de los Olivos.
Las circunstancias se presentaban propicias para un gran recibimiento, pues era costumbre que las gentes saliesen al encuentro de los más importantes grupos de peregrinos para entrar en la ciudad entre cantos y manifestaciones de alegría. El Señor no manifestó ninguna oposición a los preparativos de esta entrada jubilosa. Él mismo elige la cabalgadura: un sencillo asno que manda traer de Betfagé, aldea muy cercana a Jerusalén. El asno había sido en Palestina la cabalgadura de personajes notables ya desde el tiempo de Balaán2.
El cortejo se organizó enseguida. Algunos extendieron su manto sobre la grupa del animal y ayudaron a Jesús a subir encima; otros, adelantándose, tendían sus mantos en el suelo para que el borrico pasase sobre ellos como sobre un tapiz, y muchos otros corrían por el camino a medida que adelantaba el cortejo hacia la ciudad, esparciendo ramas verdes a lo largo del trayecto y agitando ramos de olivo y de palma arrancados de los árboles de las inmediaciones. Y, al acercarse a la ciudad, ya en la bajada del monte de los Olivos, toda la multitud de los que bajaban, llena de alegría, comenzó a alabar a Dios en alta voz por todos los prodigios que había visto, diciendo: ¡Bendito el Rey que viene en nombre del Señor! ¡Paz en el Cielo y gloria en las alturas!3.
Jesús hace su entrada en Jerusalén como Mesías en un borrico, como había sido profetizado muchos siglos antes4. Y los cantos del pueblo son claramente mesiánicos. Esta gente llana –y sobre todo los fariseos– conocían bien estas profecías, y se manifiesta llena de júbilo. Jesús admite el homenaje, y a los fariseos que intentan apagar aquellas manifestaciones de fe y de alegría, el Señor les dice: Os digo que si estos callan gritarán las piedras5.
Con todo, el triunfo de Jesús es un triunfo sencillo, “se contenta con un pobre animal, por trono. No sé a vosotros; pero a mí no me humilla reconocerme, a los ojos del Señor, como un jumento: como un borriquito soy yo delante de ti; pero estaré siempre a tu lado, porque tú me has tomado de tu diestra (Sal 72, 23-24), tú me llevas por el ronzal”6.
Jesús quiere también entrar hoy triunfante en la vida de los hombres sobre una cabalgadura humilde: quiere que demos testimonio de Él, en la sencillez de nuestro trabajo bien hecho, con nuestra alegría, con nuestra serenidad, con nuestra sincera preocupación por los demás. Quiere hacerse presente en nosotros a través de las circunstancias del vivir humano. También nosotros podemos decirle en el día de hoy: Ut iumentum factus sum apud te... “Como un borriquito estoy delante de Ti. Pero Tú estás siempre conmigo, me has tomado por el ronzal, me has hecho cumplir tu voluntad; et cum gloria suscepisti me, y después me darás un abrazo muy fuerte”7Ut iumentum... como un borrico soy ante Ti, Señor..., como un borrico de carga, y siempre estaré contigo. Nos puede servir de jaculatoria para el día de hoy.
El Señor ha entrado triunfante en Jerusalén. Pocos días más tarde, en esa ciudad, será clavado en una cruz.
II. El cortejo triunfal de Jesús había rebasado la cima del monte de los Olivos y descendía por la vertiente occidental dirigiéndose al Templo, que desde allí se dominaba. Toda la ciudad aparecía ante la vista de Jesús. Al contemplar aquel panorama, Jesús lloró8.
Aquel llanto, entre tantos gritos alegres y en tan solemne entrada, debió de resultar completamente inesperado. Los discípulos estaban desconcertados viendo a Jesús. Tanta alegría se había roto de golpe, en un momento.
Jesús mira cómo Jerusalén se hunde en el pecado, en su ignorancia y en su ceguera: ¡Ay si conocieras por lo menos en este día que se te ha dado, lo que puede traerte la paz! Pero ahora todo está oculto a tus ojos9. Ve el Señor cómo sobre ella caerán otros días que ya no serán como este, día de alegría y de salvación, sino de desdicha y de ruina. Pocos años más tarde, la ciudad sería arrasada. Jesús llora la impenitencia de Jerusalén. ¡Qué elocuentes son estas lágrimas de Cristo! Lleno de misericordia, se compadece de esta ciudad que le rechaza.
Nada quedó por intentar: ni en milagros, ni en obras, ni en palabras; con tono de severidad unas veces, indulgente otras... Jesús lo ha intentado todo con todos: en la ciudad y en el campo, con gentes sencillas y con sabios doctores, en Galilea y en Judea... También ahora, y en cada época, Jesús entrega la riqueza de su gracia a cada hombre, porque su voluntad es siempre salvadora.
En nuestra vida, tampoco ha quedado nada por intentar, ningún remedio por poner. ¡Tantas veces Jesús se ha hecho el encontradizo con nosotros! ¡Tantas gracias ordinarias y extraordinarias ha derramado sobre nuestra vida! “El mismo Hijo de Dios se unió, en cierto modo, con cada hombre por su encarnación. Con manos humanas trabajó, con mente humana pensó, con voluntad humana obró, con corazón de hombre amó. Nacido de María Virgen se hizo de verdad uno de nosotros, igual que nosotros en todo menos en el pecado. Cordero inocente, mereció para nosotros la vida derramando libremente su sangre, y en Él el mismo Dios nos reconcilió consigo y entre nosotros mismos y nos arrancó de la esclavitud del diablo y del pecado, y así cada uno de nosotros puede decir con el Apóstol: el Hijo de Dios me amó y se entregó por mí (Gal 2, 20)”10.

La historia de cada hombre es la historia de la continua solicitud de Dios sobre él. Cada hombre es objeto de la predilección del Señor. Jesús lo intentó todo con Jerusalén, y la ciudad no quiso abrir la puertas a la misericordia. Es el misterio profundo de la libertad humana, que tiene la triste posibilidad de rechazar la gracia divina. «Hombre libre, sujétate a voluntaria servidumbre para que Jesús no tenga que decir por ti aquello que cuentan que dijo por otros a la Madre Teresa: “Teresa, yo quise... Pero los hombres no han querido”»11.
¿Cómo estamos respondiendo nosotros a los innumerables requerimientos del Espíritu Santo para que seamos santos en medio de nuestras tareas, en nuestro ambiente? Cada día, ¿cuántas veces decimos  a Dios y no al egoísmo, a la pereza, a todo lo que significa desamor, aunque sea pequeño?
III. Al entrar el Señor en la ciudad santa, los niños hebreos profetizaban la resurrección de Cristo, proclamando con ramos de palmas: «Hosanna en el cielo»12.
Nosotros conocemos ahora que aquella entrada triunfal fue, para muchos, muy efímera. Los ramos verdes se marchitaron pronto. Elhosanna entusiasta se transformó cinco días más tarde en un grito enfurecido: ¡Crucifícale! ¿Por qué tan brusca mudanza, por qué tanta inconsistencia? Para entender algo quizá tengamos que consultar nuestro propio corazón.
«¡Qué diferentes voces eran –comenta San Bernardo–: quita, quita, crucifícale y bendito sea el que viene en nombre del Señor, hosanna en las alturas! ¡Qué diferentes voces son llamarle ahora Rey de Israel, y de ahí a pocos días: no tenemos más rey que el César! ¡Qué diferentes son los ramos verdes y la cruz, las flores y las espinas! A quien antes tendían por alfombra los vestidos propios, de allí a poco le desnudan de los suyos y echan suertes sobre ellos»13.
La entrada triunfal de Jesús en Jerusalén pide a cada uno de nosotros coherencia y perseverancia, ahondar en nuestra fidelidad, para que nuestros propósitos no sean luces que brillan momentáneamente y pronto se apagan. En el fondo de nuestros corazones hay profundos contrastes: somos capaces de lo mejor y de lo peor. Si queremos tener la vida divina, triunfar con Cristo, hemos de ser constantes y hacer morir por la penitencia lo que nos aparta de Dios y nos impide acompañar al Señor hasta la Cruz.
«La liturgia del Domingo de Ramos pone en boca de los cristianos este cántico: levantad, puertas, vuestros dinteles; levantaos, puertas antiguas, para que entre el Rey de la gloria (Antífona de la distribución de los ramos). El que se queda recluido en la ciudadela del propio egoísmo no descenderá al campo de batalla. Sin embargo, si levanta las puertas de la fortaleza y permite que entre el Rey de la paz, saldrá con Él a combatir contra toda esa miseria que empaña los ojos e insensibiliza la conciencia»14.
María también está en Jerusalén, cerca de su Hijo, para celebrar la Pascua. La última Pascua judía y la primera Pascua en la que su Hijo es el Sacerdote y la Víctima. No nos separemos de Ella. Nuestra Señora nos enseñará a ser constantes, a luchar en lo pequeño, a crecer continuamente en el amor a Jesús. Contemplemos la Pasión, la Muerte y la Resurrección de su Hijo junto a Ella. No encontraremos un lugar más privilegiado.
1 San Andrés de CretaSermón 9 sobre el Domingo de Ramos. — 2 Cfr. Num 22, 21 ss.  3 Lc 19, 37-38. — 4 Zac 9, 9. — 5 Lc 19, 40. — 6 San Josemaría EscriváEs Cristo que pasa, 181. — 7 ídem, citado por A. Vázquez de PradaEl Fundador del Opus Dei, Rialp, Madrid 1983, p. 124. — 8 Lc 19, 41. — 9 Lc 19, 42. —10 Conc. Vat. II, Const. Gaudium et spes, 22. — 11 San Josemaría EscriváCamino, n. 761. — 12Himno a Cristo Rey. Liturgia del Domingo de Ramos. — 13 San BernardoSermón en el Domingo de Ramos, 2, 4. — 14 San Josemaría EscriváEs Cristo que pasa, 82.