lunes, 30 de abril de 2012

Evangelio - Martes 4° Semana de Pascua - San José Obrero


Día litúrgico: Martes IV de Pascua


Texto del Evangelio (Jn 10,22-30): Se celebró por entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno. Jesús se paseaba por el Templo, en el pórtico de Salomón. Le rodearon los judíos, y le decían: «¿Hasta cuándo vas a tenernos en vilo? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente». Jesús les respondió: «Ya os lo he dicho, pero no me creéis. Las obras que hago en nombre de mi Padre son las que dan testimonio de mí; pero vosotros no creéis porque no sois de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano. El Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno».
Comentario: Rev. D. Miquel MASATS i Roca (Girona, España)
«Yo y el Padre somos uno»
Hoy vemos a Jesús que se «paseaba por el Templo, en el pórtico de Salomón» (Jn 10,23), durante la fiesta de la Dedicación en Jerusalén. Entonces, los judíos le piden: «Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente», y Jesús les contesta: «Ya os lo he dicho, pero no me creéis» (Jn 10,24.25).

Sólo la fe capacita al hombre para reconocer a Jesucristo como el Hijo de Dios. Juan Pablo II hablaba en el año 2000, en el encuentro con los jóvenes en Tor Vergata, del “laboratorio de la fe”. Para la pregunta «¿Quién dicen las gentes que soy yo?» (Lc 9,18) hay muchas respuestas... Pero, Jesús pasa después al plano personal: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Para contestar correctamente a esta pregunta es necesaria la “revelación del Padre”. Para responder como Pedro —«Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo» (Mt 16,16)— hace falta la gracia de Dios.

Pero, aunque Dios quiere que todo el mundo crea y se salve, sólo los hombres humildes están capacitados para acoger este don. «Con los humildes está la sabiduría», se lee en el libro de los Proverbios (11,2). La verdadera sabiduría del hombre consiste en fiarse de Dios.

Santo Tomás de Aquino comenta este pasaje del Evangelio diciendo: «Puedo ver gracias a la luz del sol, pero si cierro los ojos, no veo; pero esto no es por culpa del sol, sino por culpa mía».

Jesús les dice que si no creen, al menos crean por las obras que hace, que manifiestan el poder de Dios: «Las obras que hago en nombre de mi Padre son las que dan testimonio de mí» (Jn 10,25).

Jesús conoce a sus ovejas y sus ovejas escuchan su voz. La fe lleva al trato con Jesús en la oración. ¿Qué es la oración, sino el trato con Jesucristo, que sabemos que nos ama y nos lleva al Padre? El resultado y premio de esta intimidad con Jesús en esta vida, es la vida eterna, como hemos leído en el Evangelio.

Evangelio - Lunes 4° Semana de Pascua





Texto del Evangelio (Jn 10,1-10): En aquel tiempo, Jesús habló así: «En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que escala por otro lado, ése es un ladrón y un salteador; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el portero, y las ovejas escuchan su voz; y a sus ovejas las llama una por una y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, va delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz. Pero no seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños». Jesús les dijo esta parábola, pero ellos no comprendieron lo que les hablaba.

Entonces Jesús les dijo de nuevo: «En verdad, en verdad os digo: yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido delante de mí son ladrones y salteadores; pero las ovejas no les escucharon. Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto. El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia».

Comentario: Rev. D. Francesc PERARNAU i Cañellas (Girona, España)
«El que entra por la puerta es pastor de las ovejas (...) las ovejas escuchan su voz (...) y las ovejas le siguen, porque conocen su voz»
Hoy continuamos considerando una de las imágenes más bellas y más conocidas de la predicación de Jesús: el buen Pastor, sus ovejas y el redil. Todos tenemos en el recuerdo las figuras del buen Pastor que desde pequeños hemos contemplado. Una imagen que era muy querida por los primeros fieles y que forma parte ya del arte sacro cristiano del tiempo de las catacumbas. ¡Cuántas cosas nos evoca aquel pastor joven con la oveja herida sobre sus espaldas! Muchas veces nos hemos visto nosotros mismos representados en aquel pobre animal.

No hace mucho hemos celebrado la fiesta de la Pascua y, una vez más, hemos recordado que Jesús no hablaba en un lenguaje figurado cuando nos decía que el buen pastor da su vida por sus ovejas. Realmente lo hizo: su vida fue la prenda de nuestro rescate, con su vida compró la nuestra; gracias a esta entrega, nosotros hemos sido rescatados: «Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo» (Jn 10,9). Encontramos aquí la manifestación del gran misterio del amor inefable de Dios que llega hasta estos extremos inimaginables para salvar a cada criatura humana. Jesús lleva hasta el extremo su amor, hasta el punto de dar su vida. Resuenan todavía aquellas palabras del Evangelio de san Juan introduciéndonos en los momentos de la Pasión: «La víspera de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, como hubiera amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin» (Jn 13,1).

De entre las palabras de Jesús quisiera sugerir una profundización en éstas: «Yo soy el buen pastor, conozco a las mías y las mías me conocen a mí» (Jn 10,14); más todavía, «las ovejas escuchan su voz (...) y le siguen, porque conocen su voz» (Jn 10,3-4). Es verdad que Jesús nos conoce, pero, ¿podemos decir nosotros que le conocemos suficientemente bien a Él, que le amamos y que correspondemos como es debido?

domingo, 29 de abril de 2012

IMITACIÓN DE CRISTO - 4° Entrega


CAPÍTULO IX

De la obediencia y sujeción

Ventajas de la obediencia:
Gran cosa es estar en obediencia, vivir debajo de un superior, y no ser suyo propio: mucho más seguro es estar en sujeción que en mando. Muchos están en obediencia más por necesidad que por amor; éstos tienen trabajo, fácilmente murmuran, y nunca tendrán libertad de alma, si no se sujetan por Dios de todo corazón. Anda por acá y por allá, que no hallarás descanso sino en la humilde sujeción al superior. La estimación y  mudanza del lugar a muchos engañó.

Oigamos el parecer de otros:
Verdad es que cada uno se rige de buena gana por su parecer, y es más inclinado a los que concuerdan con él: mas si Dios está entre nosotros, necesario es que dejemos algunas veces a nuestro parecer por el bien de la paz. ¿Quién es tan sabio que lo sepa todo enteramente? Pues no quieras confiar demasiado en tu sentido, mas oye de buena gana el parecer de otros. Y si tu parecer es bueno y lo dejas por Dios y sigues el de otro, más aprovecharás de esta manera.
Muchas veces he oído decir que es más seguro oír y tomar consejo que darlo. Bien puede también acaecer que sea bueno el parecer de uno; mas no querer sentir con los otros, cuando la razón o las circunstancias lo piden, es señal de soberbia y pertinacia.

CAPÍTULO X

Que se debe evitar la demasía de palabras

Hablemos poco:
Evita cuanto pudieres el ruido de los hombres: que de verdad mucho estorba el tratar de las cosas del siglo, aunque se digan con buena intención, porque presto somos mancillados y cautivos de la vanidad. Muchas veces quisiera haber callado, y no haber estado entre hombres.

Hablamos mucho, porque buscamos consuelo en los hombres:
Pero ¿cuál es la causa que tan de gana hablamos, y platicamos unos con otros, viendo cuán pocas veces volvemos al silencio sin daño de la conciencia? La razón es, que por el hablar buscamos ser consolados unos de otros, y deseamos aliviar el corazón fatigado de pensamientos diversos; y tomamos placer en pensar y hablar de las cosas que amamos, o nos son contrarias.

Si conviene hablar, sea de cosas que edifiquen:
Mas, ¡ay dolor!, que esto se hace muchas veces vanamente y sin fruto; porque esta consolación exterior es de gran detrimento a la interior y divina. Por eso, velemos y oremos, no se nos pase el tiempo en balde. Si se puede y conviene hablar, sea de cosas edificantes. La mala costumbre, y la negligencia en aprovechar, ayuda mucho a la poca guarda de nuestra lengua; pero nos servirá de mucho, para nuestro espiritual aprovechamiento la devota plática de cosas espirituales, especialmente cuando muchos de un mismo espíritu y corazón se juntan en Dios.

CAPÍTULO XI

Cómo se debe adquirir la paz, y del celo de aprovechar

No tenemos paz porque somos esclavos de nuestros deseos:
Mucha paz tendríamos, si no quisiésemos mezclarnos en los dichos y hechos ajenos que no nos pertenecen. ¿Cómo quiere estar en paz mucho tiempo el que se mezcla en cuidados ajenos, y se ocupa de cosas exteriores, y dentro de sí poco o tarde se recoge? Bienaventurados los sencillos, porque tendrán mucha paz.
¿Cuál fue la causa porque muchos Santos fueron tan perfectos y contemplativos? Porque procuraron mortificarse totalmente en todos sus deseos terrenos; y por eso pudieron con lo íntimo del corazón allegarse a Dios y ocuparse libremente de sí mismos. Nosotros nos ocupamos mucho de nuestras pasiones y tenemos demasiado cuidado de las cosas transitorias. Y como pocas veces vencemos un vicio perfectamente, no nos alentamos para aprovechar cada día en la virtud; por esto permanecemos tibios y aun fríos.
Si estuviésemos perfectamente muertos a nosotros mismos, y libres en lo interior, entonces podríamos gustar las cosas divinas y experimentar algo de la contemplación celestial. El total, y el mayor impedimento es, que no estando libres de nuestras inclinaciones y deseos, no trabajamos por entrar en el camino de los Santos. Y cuando alguna adversidad se nos ofrece, muy prestos nos desalentamos y nos volvemos a las consolaciones humanas.
Celo por el aprovechamiento espiritual:
Si nos esforzásemos más en la batalla peleando como fuertes varones, veríamos sin duda la ayuda del Señor que viene desde el cielo sobre nosotros; porque siempre está dispuesto a socorrer a los que pelean y esperan en su gracia, y nos procura ocasiones de pelear para que alcancemos la victoria. Si solamente en las observancias exteriores ciframos el aprovechamiento de la vida religiosa, presto se nos acabará nuestra devoción. Pongamos la segur a la raíz, para que libres de las pasiones, poseamos pacíficas nuestras almas.

Nuestro aprovechamiento debe crecer siempre:
Si cada año desarraigásemos un vicio, presto seríamos perfectos; mas al contrario experimentamos muchas veces, que fuimos mejores y más puros en el principio de nuestra conversión que después de muchos años de profesos. Nuestro fervor y aprovechamiento cada día debe crecer; mas ahora se estima por mucho perseverar en alguna parte del fervor primitivo. Si al principio hiciésemos alguna resistencia, podríamos después hacer las cosas con ligereza y gozo. Cosa grave es dejar la costumbre; pero más grave es ir contra la propia voluntad; mas si no vences las cosas pequeñas y ligeras, ¿cómo vencerás las dificultosas? Resiste en los principios a tu inclinación, y deja la mala costumbre, para que no te lleve poco a poco a mayores dificultades. ¡Oh si supieses cuánta paz gozarías en ti mismo, y cuánta alegría darías a los demás obrando el bien!; yo creo que serías más solícito en el aprovechamiento espiritual.


Continúa....

sábado, 28 de abril de 2012

CHARLA DOMINICAL - EL BUEN PASTOR

Jesús el buen pastor


Cuarto Domingo de Pascua

27. abril 2012 | Por  | Categoria: Charla Dominical
Leemos en libros que nos relatan las costumbres del Oriente, donde Jesús pasó su vida, que es algo bello el contemplar cómo el pastor está al frente de su rebaño.
Al amanecer, se reúnen los diversos pastores a las puertas del aprisco. Todas las ovejas están revueltas. Pero, apenas un pastor lanza el silbido y hace sonar su voz, se agrupan en torno a la puerta todas las ovejas de ese pastor, mientras que las otras ni se mueven. Siguen dentro hasta que viene el propio pastor y repite la misma operación.
Esos animales inocentes son únicos para reconocer la voz de su propio pastor. Ni por casualidad se escapa una oveja con un pastor extraño.
Y puesto ahora el pastor al frente del rebaño, lo saca a la pradera y pasa allí el día contemplando a sus ovejas. A cada una le ha puesto su nombre. Resulta un placer escucharle cuando llama a cada una:
- ¡Eh, tú, preciosa!…  ¡Reina, ven aquí!… ¡Perla, vete con cuidado!… ¡Tesoro, mira lo que haces!…
Así, como si fueran personas. El pastor conoce a cada una en particular. Las quiere. Y que se cuide una fiera de venir y meterse entre el rebaño. Porque el pastor manso se vuelve una fiera también, y está dispuesto a dar la vida en defensa de sus ovejas y de sus corderos…
Hay que tener presentes estas costumbres para entender este Evangelio inigualable, en el llamado “Domingo del Buen Pastor”. Porque hoy nos recuerda siempre la Liturgia lo que es Jesucristo con nosotros. Y eso nos lo dice El no con altisonantes discursos, sino con una alegoría o comparación que es única.
Jesús, el Resucitado, ¿dónde está y qué hace? ¿Se ha desentendido de nosotros allá en el Cielo? ¿Nos conoce a todos? ¿Nos conoce a todos sólo en conjunto, a toda la Iglesia en bloque, o puede particularizar: a mí…, a ti,…, al de más allá? ¿Sabe mi nombre, y me quiere a mí, y me llama a mí, y me cuida a mí?…
Para saberlo, nos basta oír sus palabras en este Evangelio:
- Yo soy el buen pastor
Conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí.
Igual que el Padre me conoce a mí y yo conozco a mi Padre, así nos conocemos mis ovejas y yo.
Y yo ofrezco mi vida por mis ovejas.
Tengo otras ovejas que no son de mi rebaño, y yo las tengo que atraer.
Llegarán a escuchar mi voz, y se formará un solo rebaño bajo la guía de un solo pastor.
Aquí Jesucristo se ha dejado llevar sólo de su corazón, y palabras como éstas no se ha atrevido a dirigirlas a sus seguidores ningún líder, ningún fundador de una religión, ningún maestro a sus discípulos. Estas palabras sólo han podido salir de un Hombre Dios…
Para decir Jesús que nos conoce tan profundamente a cada una de sus ovejas pone la comparación última a que podía llegar: ¡nada menos que como se conocen el Padre y el mismo Jesús!
¿Es posible? ¿Es posible que Jesucristo se atreva a decir semejante exageración?… ¿Que yo esté en su mente como lo está el Padre en el pensamiento de Jesús, y como el Padre tiene entrañado a su Hijo Jesús?…
Esto quiere decir que el amor que Jesucristo me tiene es un amor insuperable.
Esto quiere decir que yo no falto en su pensamiento ni un solo instante.
Esto quiere decir que Jesús está volcado sobre mí para que no me falte nada en orden a mi salvación.
Esto quiere decir que su cielo no será tan cielo si le falto yo.
Esto quiere decir que todo esto que yo estoy diciendo ahora no es una exageración, sino que es la enorme realidad en que Jesucristo nos tiene metidos a todos y cada uno de los que formamos su rebaño.
Quizá la mejor explicación de estas sus palabras las tengamos en otras palabras suyas, cuando le pide al Padre en la Ultima Cena antes de ir a morir:
- ¡Que todos sean UNO en nosotros como tú y yo somos uno!
Somos UNO porque hemos entrado a formar parte de Dios. Porque Jesús y nosotros formamos un solo Cristo: Jesús Cabeza y nosotros miembros.
Y siendo Él y nosotros un solo Cristo, al pensar Jesús en Sí piensa en todos nosotros.
Al amar Jesús al Padre, amamos a Dios con el mismo corazón de Jesús.
Al ser amado Jesús por el Padre, nos ama forzosamente a nosotros al mismo tiempo que ama a Jesús.
Al estar Jesús en el Cielo, por fuerza tenemos que estar nosotros con Jesús.
De este modo se entienden también las otras palabras del Señor:
- Mi Padre los ama porque me aman a mí.
Como sigamos discurriendo de esta manera, no sé a dónde vamos a llegar.
Pero ciertamente que no sobrepasaremos los límites a los que ha llegado Jesús cuando nos ha dicho lo que ahora volvemos a repetir: -Conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre.
Y el conocimiento en el lenguaje de la Biblia sabemos que no es un conocimiento frío, intelectual, sino un conocimiento lleno de amor, de ternura, de pasión…
¡Señor Jesucristo, Buen Pastor!
Los acentos de tu voz son siempre inconfundibles. Pero el silbo amoroso con que hoy llamas a tus ovejas sólo puede salir de una boca como la tuya, y sobrepasa todo lo que nuestra imaginación hubiera podido inventar.
¡Buen Pastor, que nos conoces a cada uno!
¡Buen Pastor que nos apacientas con tu Palabra, con tu Cuerpo y con tu Sangre!
¡Buen Pastor, que nos defiendes, y nadie puede arrebatarnos de tu mano!… ¡Guárdanos hasta tenernos seguros en el aprisco de tu Gloria!

Evangelio - Domingo 4° de Pascua - El Buen Pastor




† Lectura del santo Evangelio según san Juan (10, 11-18)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos:
“Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por sus ovejas. En cambio, el asalariado, el que no es el pastor ni el dueño de las ovejas, cuando ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; el lobo se arroja sobre ellas y las dispersa, porque a un asalariado no le importan las ovejas.
Yo soy el buen pastor, porque conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí, así como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre. Yo doy la vida por mis ovejas. Tengo además otras ovejas que no son de este redil y es necesario que las traiga también a ellas; escucharán mi voz y habrá un solo rebaño y un solo pastor. El Padre me ama porque doy mi vida para volverla a tomar.
Nadie me la quita; yo la doy porque quiero. Tengo poder para darla y lo tengo también para volverla a tomar. Este es el mandato que he recibido de mi Padre”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.


† Meditación diaria

Pascua. Cuarto domingo
EL BUEN PASTOR. AMOR AL PAPA

— Jesús es el buen Pastor y encarga a Pedro y a sus sucesores que continúen su misión aquí en la tierra en el gobierno de su Iglesia.

Ha resucitado el buen Pastor que dio la vida por sus ovejas, y se dignó morir por su grey. Aleluya1.
La figura del buen Pastor determina la liturgia de este domingo. El sacrificio del Pastor ha dado la vida a las ovejas y las ha devuelto al redil. Años más tarde, San Pedro afianzaba a los cristianos en la fe recordándoles en medio de la persecución lo que Cristo había hecho y sufrido por ellos: por sus heridas habéis sido curados. Porque erais como ovejas descarriadas; mas ahora os habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras almas2. Por eso la Iglesia entera se llena del gozo inmenso de la resurrección de Jesucristo3 y le pide a Dios Padre que el débil rebaño de tu Hijo tenga parte en la admirable victoria de su Pastor4.
Los primeros cristianos manifestaron una entrañable predilección por la imagen del Buen Pastor, de la que nos han quedado innumerables testimonios en pinturas murales, relieves, dibujos que acompañan epitafios, mosaicos y esculturas, en las catacumbas y en los más venerables edificios de la antigüedad. La liturgia de este domingo nos invita a meditar en la misericordiosa ternura de nuestro Salvador, para que reconozcamos los derechos que con su muerte ha adquirido sobre cada uno de nosotros. También es una buena ocasión para llevar a nuestra oración personal nuestro amor a los buenos pastores que Él dejó en su nombre para guiarnos y guardarnos.
En el Antiguo Testamento se habla frecuentemente del Mesías como del buen Pastor que habría de alimentar, regir y gobernar al pueblo de Dios, frecuentemente abandonado y disperso. En Jesús se cumplen las profecías del Pastor esperado, con nuevas características. Él es el buen Pastor que da la vida por sus ovejas y establece pastores que continúen su misión. Frente a los ladrones, que buscan su interés y pierden el rebaño, Jesús es la puerta de salvación5; quien pasa por ella encontrará pastos abundantes6. Existe una tierna relación personal entre Jesús, buen Pastor, y sus ovejas: llama a cada una por su nombre, va delante de ellas; las ovejas le siguen porque conocen su voz... Es el pastor único que forma un solo rebaño7protegido por el amor del Padre8. Es el pastor supremo9.
En su última aparición, poco antes de la Ascensión, Cristo resucitado constituye a Pedro pastor de su rebaño10, guía de la Iglesia. Se cumple entonces la promesa que le hiciera poco antes de la Pasión: pero yo he rogado por ti para que no desfallezca tu fe, y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos11. A continuación le profetiza que, como buen pastor, también morirá por su rebaño.
Cristo confía en Pedro, a pesar de las negaciones. Solo le pregunta si le ama, tantas veces cuantas habían sido las negaciones. El Señor no tiene inconveniente en confiar su Iglesia a un hombre con flaquezas, pero que se arrepiente y ama con obras.
Pedro se entristeció porque le preguntó por tercera vez si le amaba, y le respondió: Señor, tú lo sabes todo. Tú sabes que te amo. Le dijo Jesús: Apacienta mis ovejas.
La imagen del pastor que Jesús se había aplicado a sí mismo pasa a Pedro: él ha de continuar la misión del Señor, ser su representante en la tierra.
Las palabras de Jesús a Pedro –apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas– indican que la misión de Pedro será la de guardar todo el rebaño del Señor, sin excepción. Y “apacentar” equivale a dirigir y gobernar. Pedro queda constituido pastor y guía de la Iglesia entera. Como señala el Concilio Vaticano II, Jesucristo “puso al frente de los demás Apóstoles al bienaventurado Pedro e instituyó en la persona del mismo el principio y fundamento, perpetuo y visible, de la unidad de fe y de comunión”12.
Donde está Pedro se encuentra la Iglesia de Cristo. Junto a él conocemos con certeza el camino que conduce a la salvación.

— El primado de Pedro. El amor a Pedro de los primeros cristianos.

Sobre el primado de Pedro –la roca– estará asentado, hasta el fin del mundo, el edificio de la Iglesia. La figura de Pedro se agranda de modo inconmensurable, porque realmente el fundamento de la Iglesia es Cristo13, y, desde ahora, en su lugar estará Pedro. De aquí que el nombre posterior que reciban sus sucesores será el de Vicario de Cristo, es decir, el que hace las veces de Cristo.
Pedro es la firme seguridad de la Iglesia frente a todas las tempestades que ha sufrido y padecerá a lo largo de los siglos. El fundamento que le proporciona y la vigilancia que ejerce sobre ella como buen pastor son la garantía de que saldrá victoriosa a pesar de que estará sometida a pruebas y tentaciones. Pedro morirá unos años más tarde, pero su oficio de pastor supremo “es preciso que dure eternamente por obra del Señor, para perpetua salud y bien perenne de la Iglesia, que, fundada sobre roca, debe permanecer firme hasta la consumación de los siglos”14.
El amor al Papa se remonta a los mismos comienzos de la Iglesia. Los Hechos de los Apóstoles15 nos narran la conmovedora actitud de los primeros cristianos, cuando San Pedro es encarcelado por Herodes Agripa, que espera darle muerte después de la fiesta de Pascua. Mientras tanto la Iglesia rogaba incesantemente por él a Dios. “Observad los sentimientos de los fieles hacia sus pastores –dice San Crisóstomo–. No recurren a disturbios ni a rebeldía, sino a la oración, que es el remedio invencible. No dicen: como somos hombres sin poder alguno, es inútil que oremos por él. Rezaban por amor y no pensaban nada semejante”16.
Debemos rezar mucho por el Papa, que lleva sobre sus hombros el grave peso de la Iglesia, y por sus intenciones. Quizá podemos hacerlo con las palabras de esta oración litúrgica:Dominus conservet eum, et vivificet eum, et beatum faciat eum in terra, et non tradat eum in animam inimicorum eius: Que el Señor le guarde, y le dé vida, y le haga feliz en la tierra, y no le entregue en poder de sus enemigos17. Todos los días sube hacia Dios un clamor de la Iglesia entera rogando “con él y por él” en todas partes del mundo. No se celebra ninguna Misa sin que se mencione su nombre y pidamos por su persona y por sus intenciones. El Señor verá también con mucho agrado que nos acordemos a lo largo del día de ofrecer oraciones, horas de trabajo o de estudio, y alguna mortificación por su Vicario aquí en la tierra.
“Gracias, Dios mío, por el amor al Papa que has puesto en mi corazón”18: ojalá podamos decir esto cada día con más motivo. Este amor y veneración por el Romano Pontífice es uno de los grandes dones que el Señor nos ha dejado.

— Obediencia fiel al Vicario de Cristo; dar a conocer sus enseñanzas. El “dulce Cristo en la tierra”.

Junto a nuestra oración, nuestro amor y nuestro respeto para quien hace las veces de Cristo en la tierra. “El amor al Romano Pontífice ha de ser en nosotros una hermosa pasión, porque en él vemos a Cristo”19. Por esto, “no cederemos a la tentación, demasiado fácil, de oponer un Papa a otro, para no otorgar nuestra confianza sino a aquel cuyos actos respondan mejor a nuestras inclinaciones personales. No seremos de aquellos que añoran al Papa de ayer o que esperan al de mañana para dispensarse de obedecer al jefe de hoy. Leed los textos del ceremonial de la coronación de los pontífices y notaréis que ninguno confiere al elegido por el cónclave los poderes de su dignidad. El sucesor de Pedro tiene esos poderes directamente de Cristo. Cuando hablemos del sumo Pontífice eliminemos de nuestro vocabulario, por consiguiente, las expresiones tomadas de las asambleas parlamentarias o de la polémica de los periódicos y no permitamos que hombres extraños a nuestra fe se cuiden de revelarnos el prestigio que tiene sobre el mundo el jefe de la Cristiandad”20.
Y no habría respeto y amor verdadero al Papa si no hubiera una obediencia fiel, interna y externa, a sus enseñanzas y a su doctrina. Los buenos hijos escuchan con veneración aun los simples consejos del Padre común y procuran ponerlos sinceramente en práctica.
En el Papa debemos ver a quien está en lugar de Cristo en el mundo: al “dulce Cristo en la tierra”, como solía decir Santa Catalina de Siena; y amarle y escucharle, porque en su voz está la verdad. Haremos que sus palabras lleguen a todos los rincones del mundo, sin deformaciones, para que, lo mismo que cuando Cristo andaba sobre la tierra, muchos desorientados por la ignorancia y el error descubran la verdad y muchos afligidos recobren la esperanza. Dar a conocer sus enseñanzas es parte de la tarea apostólica del cristiano.
Al Papa pueden aplicarse aquellas mismas palabras de Jesús: Si alguno está unido a mí, ese lleva mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada21. Sin esa unión todos los frutos serían aparentes y vacíos y, en muchos casos, amargos y dañosos para todo el Cuerpo Místico de Cristo. Por el contrario, si estamos muy unidos al Papa, no nos faltarán motivos, ante la tarea que nos espera, para el optimismo que reflejan estas palabras de San Josemaría Escrivá: “Gozosamente te bendigo, hijo, por esa fe en tu misión de apóstol que te llevó a escribir: “No cabe duda: el porvenir es seguro, quizá a pesar de nosotros. Pero es menester que seamos una sola cosa con la Cabeza –‘ut omnes unum sint!’–, por la oración y por el sacrificio”“22.
1 Antífona de comunión. — 2 1 Pdr 2, 25. — 3 Oración colecta de la Misa. — 4 Ibídem. — 5 Cfr. Jn 10, 10. — 6 Cfr. Jn 10, 9-10. — 7 Cfr. Jn 10, 16. — 8 Cfr. Jn 10, 29. — 9 1 Pdr 5, 4. — 10 Cfr. Jn 21, 15-17. — 11 Lc 22, 32. — 12 Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, 18. — 13 1 Cor 3, 11. — 14 Conc. Vat. I, Const. Pastor aeternus, cap. 2. — 15 Cfr.Hech 12, 1-12. — 16 San Juan Crisóstomo, Hom. sobre los Hechos de los Apóstoles, 26. — 17 Enchiridium indulgentiarum, 1986, n. 39, Oración pro Pontífice. — 18 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 573. — 19 ídem, Homilía Lealtad a la Iglesia, 4-VI-1972. — 20 G. Chevrot, Simón Pedro, Rialp, Madrid 1967, pp. 126-127. — 21 Jn 15, 5.  22 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 968.

Somos Consagrados, vivamos como tales!!!!!




CONSAGRADOS

24. abril 2012 | Por  | Categoria: Gracia
Si empezamos este mensaje con la palabra consagrados, en seguida nos ponemos todos alerta. Nos vamos a encontrar —lo dice la misma palabra— delante de algo sagrado, divino, en lo que Dios está metido de un modo especial: como la Hostia consagrada, el cáliz, un copón… 
Y, tratándose de personas: ¿consagrados, quiénes son? ¡Ya se sabe: los curas y las monjas!… Pues, no; resulta que los consagrados son tambien los laicos.
Y nos dicen hoy que ha sido una pena, a lo largo de siglos, que se haya perdido esta noción de consagración en nosotros, los bautizados, que llevamos encima la consagración más grande que existe, después de la del pan y el vino que se convierten por las palabras sacramentales en el Cuerpo y la Sangre del Señor.
Si todos los bautizados somos unos consagrados, ¿por qué no pensamos un momento en esta consagración nuestra, en estos consagrados que somos nosotros?
La Biblia es la primera que nos lo dice, y con una elocuencia divina. Dios se dirige a su pueblo: 
- Tú, Israel, eres un pueblo consagrado a Yavé. Porque Yavé tu Dios te eligió como su predilecto entre las naciones (Deuteronomio 7,6)
Israel, el pueblo consagrado, se va centrando poco a poco en el Mesías esperado, en el Cristo, que, cuando llegue, dirá: 
- El Espíritu Santo sobre mí, porque me ha consagrado con la unción (Lucas 4,18)
Y momentos antes de ir a la cruz, dice Jesús, el Cristo ungido: 
- Por ellos me consagro a mí mismo, para que también ellos sean consagrados. 
Una vez resucitado, Jesús derrama el Espíritu Santo sobre los Apóstoles y sobre la Iglesia: 
- Recibid el Espíritu Santo (Juan 17,19 y 20,22)
Y Pedro, el mismo día de Pentecostés, pedirá a la turba reunida: 
- Bautizaos en el nombre del Señor Jesús.
 Pablo reconoce la consagración que de nosotros ha hecho Dios: 
- ¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu Santo habita en vosotros?…  Porque Dios mismo nos ha ungido, nos ha impreso el sello y nos ha dado la prenda del Espíritu Santo en nuestros corazones (1Corintios 3,16, 2Corintios 1,21)
El mismo Apóstol aplicará esta consagración a toda nuestra vida: 
- Ofreced vuestros cuerpos, vuestra persona, como sacrificio viviente, santo y agradable a Dios. Este es vuestro culto espiritual (Romanos 12,1)
Y lo completará todo la carta a los Hebreos, que nos dirá cuando nos hable de nuestra oración con Jesucristo: 
- Ofrezcamos continuamente un sacrificio de alabanza a Dios, esto es, el fruto de nuestros labios que así confiesan su nombre (Hebreos 13,15)
¡Una buena lección de Biblia que nos ha salido sin pretenderlo! 
Una consagración preanunciada en Israel, realizada en Jesucristo, y continuada y completada en cada uno de los bautizados.
Nuestra consagración bautismal es tal, 
- que nos separa del mundo malo, del demonio y del pecado; 
- nos hace propiedad de Dios, que nos llena de su Espíritu, de su vida; 
- y nos destina a la salvación del mundo. 
¡Vaya grandeza y vaya compromisos que nos echa encima!… Compromisos grandes, pero felices. Porque es una gloria el poder llevar por doquier la imagen viviente de Jesús Crucificado.
Por el Bautismo, que es la consagración máxima del cristiano, somos todos igual de grandes en la presencia de Dios y ante la Iglesia. No hay uno entre nosotros más bautizado que otro, y, por lo mismo más grande que otro. Desde el Papa hasta el último de los cristianos, todos tenemos el mismo Bautismo y todos somos iguales.
Vendrán después otras consagraciones particulares, como la de los Sacerdotes, que quedarán consagrados como ministros para el culto y para el servicio del Pueblo de Dios. O serán como la de las Religiosas, que consagran su vida en exclusiva al Señor; o la de nosotros mismos, que nos consagramos al Sagrado Corazón de Jesús.
Estas consagraciones son una consagración añadida a la consagración bautismal, que la perfeccionan, la embellecen y la estimulan. Pero la gran consagración, la que nos hace unos santos, la que nos constituye en algo sagrado, es la consagración que recibimos en el Bautismo.
Sí; hoy, sin quererlo, nos ha salido una buena lección de Biblia, por más que nuestros mensajes no son nunca ninguna lección para nadie. Pero, lo cierto es que nos interesa tener bien clara la verdad de nuestro Bautismo. La dignidad a que nos ha levantado. El compromiso grande que nos ha echado encima y que nosotros hemos aceptado.
¡Bautizados! ¡Consagrados!… 
Ante la Hostia Santa sentimos un temor reverente, porque es el Pan consagrado convertido en el Cuerpo del Señor. Un cáliz lo tocamos con mucha reverencia. ¿Sabemos cómo hay que tratar a un cristiano, que es un consagrado?…

viernes, 27 de abril de 2012

Evangelio - Sábado 3° Semana de Pascua


† Lectura del santo Evangelio según san Juan (6, 60-69)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús dijeron al oír sus palabras:
“Este modo de hablar es intolerable, ¿quién puede admitir eso?”
Dándose cuenta Jesús de que sus discípulos murmuraban,les dijo:
“¿Esto los escandaliza?
¿Qué sería si vieran al Hijo del hombre subir a donde estaba antes?
El Espíritu es quien da la vida; la carne para nada aprovecha. Las palabras que les he dicho son espíritu y vida, y a pesar de esto, algunos de ustedes no creen”.(En efecto, Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo habría de traicionar).
Después añadió:
“Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede”.
Desde entonces, muchos de sus discípulos se echaron para atrás y ya no querían andar con él. Entonces Jesús les dijo a los Doce: “¿También ustedes quieren dejarme?”
Simón Pedro le respondió:
“Señor, ¿a quién iremos?
Tú tienes palabras de vida eterna; y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.


† Meditación diaria

Pascua. 3ª semana. Sábado
EL EXAMEN PARTICULAR

— Para ser fieles al Señor es necesario luchar cada día. El examen particular.

 La promesa de la Sagrada Eucaristía en la sinagoga de Cafarnaún causó discusiones y escándalos en muchos de los seguidores del Señor. Ante una verdad tan maravillosa, una buena parte de los discípulos dejaron de seguirle: Desde entonces –relata San Juan en el Evangelio de la Misa– muchos discípulos se echaron atrás y ya no andaban con Él1.
Ante la maravilla de su entrega a los hombres en la Comunión eucarística, estos responden volviéndole la espalda. No es la muchedumbre, sino discípulos quienes le abandonan. Los Doce permanecen, son fieles a su Maestro y Señor. Ellos acaso tampoco comprendieron mucho aquel día lo que el Señor les promete, pero permanecieron junto a Él. ¿Por qué se quedaron? ¿Por qué fueron leales en aquel momento de deslealtades? Porque les unía a Jesús una honda amistad, porque le trataban diariamente y habían comprendido que Él tenía palabras de vida eterna, porque le amaban profundamente. ¿A dónde vamos a ir?, le dice Pedro cuando el Señor les pregunta si también ellos se marchan: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Santo de Dios2.
Los cristianos vivimos una época privilegiada para dar testimonio de esta virtud en ocasiones tan poco valorada, la fidelidad. Vemos cómo, con frecuencia, se quiebra la lealtad en el matrimonio, en la palabra empeñada, la fidelidad a la doctrina y a la persona de Cristo. Los Apóstoles nos muestran que esta virtud se fundamenta en el amor; ellos son fieles porque aman a Cristo. Es el amor el que les induce a permanecer en medio de las defecciones. Solo uno de ellos le traicionará, más tarde, porque dejó de amar. Por eso nos aconseja a todos el Papa Juan Pablo II: “Buscad a Jesús esforzándoos en conseguir una fe personal profunda que informe y oriente toda vuestra vida; pero sobre todo que sea vuestro compromiso y vuestro programa amar a Jesús, con un amor sincero, auténtico y personal. Él debe ser vuestro amigo y vuestro apoyo en el camino de la vida. Solo Él tiene palabras de vida eterna”3. Nadie más que Él.
Mientras estemos en este mundo, la vida del cristiano es una lucha constante entre amar a Cristo y el dejarse llevar por la tibieza, las pasiones o un aburguesamiento que mata todo amor. La fidelidad a Cristo se fragua cada día en la lucha contra todo lo que nos aparta de Él, en el esfuerzo por progresar en las virtudes. Entonces seremos fieles en los momentos buenos, y también en las épocas difíciles, cuando parece que son pocos los que se quedan junto al Señor.
Para mantenernos en una fidelidad firme al Señor es necesario luchar en todo momento, con espíritu alegre, aunque sean pequeñas las batallas. Y una manifestación de estos deseos de acercarnos cada día un poco más a Dios, de amar cada vez más, es el examen particular, que nos ayuda a luchar con eficacia contra los defectos y obstáculos que nos separan de Cristo y de nuestros hermanos los hombres, y nos facilita el modo de adquirir virtudes y hábitos, que limitan nuestras tosquedades en el trato con Jesús.
El examen particular nos concreta las propias metas de la vida interior y nos dispone a alcanzar, con la ayuda de la gracia, una cota determinada y específica de esa montaña de la santidad, o a expulsar a un enemigo, quizá pequeño, pero bien pertrechado, que causa numerosos estragos y retrocesos. “El examen general parece defensa. —El particular, ataque. —El primero es la armadura. El segundo, espada toledana”4.
Hoy, cuando le decimos al Señor que queremos serle fieles, nos debemos preguntar en su presencia: ¿Son grandes mis deseos de avanzar en el amor? ¿Concreto estos deseos de lucha en un punto específico que pueda ser el blanco de mi examen particular? ¿Soy dócil a las indicaciones que recibo en la dirección espiritual?

— Fin y materia del examen particular.

Mediante el examen general llegamos a conocer las razones últimas de nuestro comportamiento; con el examen particular buscamos los remedios eficaces para combatir determinados defectos o para crecer en las virtudes. Este examen, breve y frecuente a lo largo del día, en los momentos previstos, debe tener un fin muy preciso: “Con el examen particular has de ir derechamente a adquirir una virtud determinada o a arrancar el defecto que te domina”5. En ocasiones el objetivo de este examen será “derribar al Goliat, esto es, la pasión dominante”6, aquello que más sobresale como defecto, lo que más daño hace a nuestra amistad con el Señor, a la caridad con quienes nos relacionamos. “Cuando alguno se ve particularmente dominado por un defecto, debe armarse solo contra ese enemigo, y tratar de combatirlo antes que a otros (...), pues mientras no lo hayamos superado echaremos a perder los frutos de la victoria conseguida sobre los demás”7. Por eso es tan importante que nos conozcamos y que nos demos a conocer en la dirección espiritual, que es donde habitualmente fijaremos el tema de este examen.
Como no todos tenemos los mismos defectos, “se hace necesario que cada uno presente batalla en consideración al tipo de lucha con que se ve acosado”8.
Puede ser tema de examen particular el aumentar la presencia de Dios en medio del trabajo, en la vida de familia, mientras caminamos por la calle; el estar más atentos para descubrir dónde se encuentra un sagrario y dirigir al Señor un saludo o una jaculatoria, aunque no podamos acercarnos en ese momento; cuidar la puntualidad, comenzando desde por la mañana a la hora de levantarnos, al comenzar la oración, o la Santa Misa...; la paciencia con nosotros mismos, con los defectos de quienes colaboran en un mismo trabajo, o en la familia; suprimir de raíz el hábito de la murmuración y contribuir a que no se murmure en nuestra presencia; la brusquedad en el trato; el desinterés por las necesidades del prójimo; ganar en la virtud de la gratitud, de tal manera que sepamos dar las gracias aun por favores y servicios muy pequeños de la vida corriente; ser más ordenados en la distribución del tiempo, en los libros o instrumentos de trabajo, en las cosas personales, el trato con los Ángeles Custodios... Un examen particular que dejará en el alma una profunda huella, si luchamos, puede ser el amar y vivir mejor la Santa Misa y la Comunión.
Aunque en algunos casos el objetivo del examen particular pueda presentarse en su cara negativa, como resistencia al mal, el mejor modo de combatir será el de practicar la virtud contraria al defecto que tratamos de desarraigar: practicar la humildad para vencer la tendencia a ser el centro de todo o el deseo de recibir siempre elogios y alabanzas; ejercitarse en la serenidad para evitar la precipitación... De este modo se hace más eficaz y atractiva la lucha interior. “El movimiento del alma hacia el bien es más fuerte que el encaminado a apartarse del mal”9.
Antes de señalar la materia del examen particular debemos pedir luces al Señor para conocer en qué quiere Él que luchemos: Domine, ut videam!10, ¡Señor, que vea!, le podemos decir como el ciego de Jericó. Y pedir ayuda en la dirección espiritual.

— Constancia en la lucha. La fidelidad en los momentos difíciles se forja cada día en lo que parece pequeño.

Es tarea personal la manera de concretar este examen. Para unos –por su modo de ser, por su temperamento– será necesario concretarlo mucho y llevar una contabilidad muy estrecha por su tendencia a la vaguedad y a las generalidades; para otros eso podría ser motivo de complicaciones y de crearse problemas donde no debe haberlos. Nos ayudarán en la dirección espiritual si nos esforzamos en darnos a conocer.
No nos debe extrañar si alcanzar con nuestra lucha el objetivo propuesto en el examen particular nos lleva tiempo. Si está bien puesto, lo normal es que se trate de un defecto arraigado, y que sea necesaria una lucha paciente, recomenzando una y otra vez, sin desánimos. En ese empezar de nuevo, con la ayuda del Señor, estamos afianzando bien los cimientos de la humildad. Para mantener despierto el examen particular hace falta fortaleza, constancia y humildad. El amor –que es ingenioso– encontrará cada día la manera de hacer nuevo el mismo punto de lucha, porque en él, más que la propia superación, buscamos amar al Señor, quitar todo obstáculo que entorpezca nuestra amistad con Él y, por tanto, lo que nos separa de los demás. Nos dará ocasión de hacer muchos actos de contrición por las derrotas, y acciones de gracias por las victorias.
La lucha en un examen particular concreto, cada día, es el mejor remedio contra la tibieza y el aburguesamiento. ¡Qué gran cosa si nuestro Ángel Custodio pudiera testificar al final de nuestra vida que luchamos en cada jornada, aunque no todo hayan sido victorias! La fidelidad llena de fortaleza en los momentos difíciles se forja cada día en lo que parece pequeño. “Hemos de convencernos de que el mayor enemigo de la roca no es el pico o el hacha, ni el golpe de cualquier otro instrumento, por contundente que sea: es esa agua menuda, que se mete, gota a gota, entre las grietas de la peña, hasta arruinar su estructura. El peligro más fuerte para el cristiano es despreciar la pelea en esas escaramuzas, que calan poco a poco en el alma, hasta volverla blanda, quebradiza (...)”11.
Al terminar nuestra oración le decimos al Señor, como Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Sin Ti nos quedamos sin Camino, sin Verdad y sin Vida.
Es una hermosa jaculatoria para repetir muchas veces, pero especialmente a la hora de la lucha. A Nuestra Señora, Virgo fidelis, le pedimos que nos ayude a ser fieles, luchando cada día por quitar los obstáculos, bien concretos, que nos separan de su Hijo.
1 Jn 6, 66. — 2 Jn 6, 69.  3 Juan Pablo II, Discurso, 30-I-1979. — 4 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 238. — 5 Ibídem, n. 241. — 6 J. Tissot, La vida interior, Madrid 1971, p. 484. — 7 San Juan Clímaco, Escala del paraíso, 15.  8 Casiano, Colaciones, 5, 27. — 9 Santo Tomás, Suma Teológica, 1-2, q. 29, a. 3. — 10 Cfr. Mc 10, 48. — 11 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 77.

Otra meditación:

Comentario: Rev. D. Jordi PASCUAL i Bancells (Salt, Girona, España)
«Tú tienes palabras de vida eterna»
Hoy acabamos de leer en el Evangelio el discurso de Jesús sobre el Pan de Vida, que es Él mismo que se dará a nosotros como alimento para nuestras almas y para nuestra vida cristiana. Y, como suele pasar, hemos contemplado dos reacciones bien distintas, si no opuestas, por parte de quienes le escuchan.

Para algunos, su lenguaje es demasiado duro, incomprensible para su mentalidad cerrada a la Palabra salvadora del Señor, y san Juan dice —con una cierta tristeza— que «desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con Él» (Jn 6,66). Y el mismo evangelista nos da una pista para entender la actitud de estas personas: no creían, no estaban dispuestas a aceptar las enseñanzas de Jesús, frecuentemente incomprensibles para ellos.

Por otro lado, vemos la reacción de los Apóstoles, representada por san Pedro: «Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos» (Jn 6,68-69). No es que los doce sean más listos que los otros, ni tampoco más buenos, ni quizá más expertos en la Biblia; lo que sí son es más sencillos, más confiados, más abiertos al Espíritu, más dóciles. Les sorprendemos de cuando en cuando en las páginas de los evangelios equivocándose, no entendiendo a Jesús, discutiéndose sobre cuál de ellos es el más importante, incluso corrigiendo al Maestro cuando les anuncia su pasión; pero siempre los encontramos a su lado, fieles. Su secreto: le amaban de verdad.

San Agustín lo expresa así: «No dejan huella en el alma las buenas costumbres, sino los buenos amores (...). Esto es en verdad el amor: obedecer y creer a quien se ama». A la luz de este Evangelio nos podemos preguntar: ¿dónde tengo puesto mi amor?, ¿qué fe y qué obediencia tengo en el Señor y en lo que la Iglesia enseña?, ¿qué docilidad, sencillez y confianza vivo con las cosas de Dios?










jueves, 26 de abril de 2012

IMITACIÓN DE CRISTO - 3° Entrega


CAPÍTULO V

De la lección de las Santas Escrituras
En la Santa Escritura debemos buscar más el provecho que la sutileza:
En las santas Escrituras se debe buscar la verdad y no la elocuencia. Toda la Escritura Sagrada se debe leer con el espíritu que se hizo, y más debemos buscar en ellas el provecho y no la sutileza. De tan buena gana debemos leer los libros sencillos y devotos, como los profundos. No te cuides de mirar si el que escribe, es de pequeña o gran ciencia; mas convídate a leer el amor de la pura verdad. No mires quien lo ha dicho; mas atiende qué tal es lo que se dijo.

Los hombres pasan, la verdad del Señor permanece para siempre(Sal.116,2). De diversas maneras nos habla Dios, sin acepción de personas. Nuestra curiosidad nos impide muchas veces en el leer las Escrituras, porque queremos escudriñar lo que llanamente se debía creer.

Aprovecharemos leyendo con humildad:
Si quieres aprovechar, lee llanamente, con humildad, fiel y sencillamente, y nunca desees renombre de sabio. Pregunta de buena voluntad, y oye callando  las palabras de los santos, y no te desagraden las doctrinas de los viejos, porque no las dicen sin causas.

CAPÍTULO VI

De los deseos desordenados

El que se deja guiar por los deseos desordenados, pierde la paz:
Cuando el hombre desea algo desordenadamente, pierde el sosiego. El soberbio y el avariento nunca están quietos; el pobre y humilde de espíritu vive en mucha paz. El hombre que no es perfectamente mortificado en sí mismo, con facilidad es tentado y vencido, aun en cosas pequeñas y viles. El que es flaco de espíritu, y está inclinado a lo carnal y sensible, con dificultad se abstiene totalmente de los deseos terrenos, y cuando lo hace padece muchas veces tristeza, y se enoja presto si alguno lo contradice.
Y si alcanza lo que deseaba, siente luego pesadumbre, porque le remuerde la conciencia el haber seguido su apetito, el cual nada aprovecha para alcanzar la paz que buscaba. En resistir, pues, a las pasiones, se halla la verdadera paz del corazón, y no en seguirlas. Ciertamente no hay paz en el corazón del hombre sensual, ni en el que se  ocupa en lo exterior, sino en el que anda en fervor espiritual.

CAPÍTULO VII

Cómo se ha de huir la vana esperanza y la soberbia

Vana es la esperanza fundada en las creaturas:
Vano es el que pone su esperanza en los hombres o en las criaturas: No te avergüences de servir a otros por amor de Jesucristo y parecer pobre en este mundo. No confíes de ti, sino pon tu esperanza en Dios. Haz lo que puedas y Dios favorecerá tu buena voluntad. No confíes en ciencia ni astucia tuya ni ajena, sino en la gracia de Dios, que levanta a los humildes y abaja a los presuntuosos.
Si tienes riquezas no te gloríes de ellas, ni en los amigos, aunque sean poderosos; sino en Dios que todo lo da, y sobre todo desea darse a sí mismo. No te ensalces por la hermosa  disposición del cuerpo, que con una pequeña enfermedad se destruye y afea. No tomes contentamiento de tu habilidad o ingenio, porque no desagrades a Dios, de quien proviene todo bien natural que poseyeres.

No debemos estimarnos por mejores que otros:
No te estimes por mejor que otros, porque no seas quizá tenido por peor delante de Dios, que sabe lo que hay en el hombre. No te ensoberbezcas de tus obras buenas, porque son muy distintos de los juicios de Dios los de los hombres, al cual muchas veces desagrada lo que a ellos contenta. Si algo bueno hay en ti piensa que son mejores los otros, pues así conservarás la humildad. No te daña si te pospones a los demás, pero es muy dañoso si te antepones a solo uno. Continua paz tiene el humilde; mas en el corazón del soberbio hay envidia y desdén muchas veces.

Continua....