viernes, 30 de noviembre de 2012

Frases del Santo Padre Pío de Pietrelcina


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"Hace la voluntad de Dios no sólo por la mañana sino también durante el día y por la tarde, con un espíritu tranquilo y alegre." (Santo Padre Pio de Pietrelcina)

1º día de la Novena de la Inmaculada Concepción



Novena de la Inmaculada
30 de noviembre. 1er Día de la Novena
ESTRELLA DE LA MAÑANA*
* El pueblo cristiano, por inspiración del Espíritu Santo, ha sabido llegar a Dios a través de su Madre. Con una experiencia constante de sus gracias y favores la ha llamado «omnipotencia suplicante», y ha sabido encontrar en Ella el atajo «senda por donde se abrevia el camino»- para llegar a Dios. El amor ha «inventado» numerosas formas de tratarla y honrarla. Hoy comenzamos esta Novena, en la que procuramos ofrecer algo personal cada día a Nuestra Señora, para preparar la Solemnidad de su Concepción Inmaculada.

— María, anunciada y prefigurada en el Antiguo Testamento.
Apareció un lucero en medio de la oscuridad y anunció al mundo en tinieblas que la Luz estaba para llegar. El nacimiento de la Virgen fue la primera señal de que la Redención estaba ya próxima. «La aparición de Nuestra Señora en el mundo es como la llegada de la aurora que precede a la luz de la salvación, Cristo Jesús; como el abrirse sobre la tierra, toda cubierta del fango del pecado, de la más bella flor que jamás haya brotado en el jardín de la Humanidad: el nacimiento de la criatura más pura, más inocente, más perfecta, más digna de la definición que el mismo Dios, al crearlo, había dado al hombre: imagen de Dios, semejanza de Dios. María nos restituye la figura de la humanidad perfecta»1. Jamás los ángeles habían contemplado una criatura más bella, nunca la humanidad tendrá nada parecido.
La Virgen Santa María había sido anunciada a lo largo del Antiguo Testamento. En los mismos comienzos de la revelación ya se habla de Ella. En el anuncio de la Redención, después de la caída de nuestros primeros padres2, Dios habla a la serpiente, y le dice: Establezco enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y su linaje: él te aplastará la cabeza y tú le acecharás el calcañar. La mujer es en primer lugar Eva, que había sido tentada y había caído; y, en un nivel más profundo, la mujer es María, la nueva Eva, de quien nacerá Cristo, absoluto vencedor del demonio simbolizado en la serpiente. Frente a su poder, el demonio no podrá hacer nada eficaz. En Ella se dará la mayor enemistad que se pueda concebir en la tierra entre la gracia y el pecado. El Profeta Isaías anuncia a María como la Madre virginal del Mesías3. San Mateo señalará expresamente el cumplimiento de esta profecía4.
La Iglesia aplica también a María el elogio que el pueblo de Israel dirigió a Judit, su salvadora: Tú, orgullo de Jerusalén; tú, gloria de Israel; tú, honra de nuestra nación; por tu mano has hecho todo esto; tú has realizado esta hazaña en favor de Israel. Que se complazca Dios en ella. Bendita seas tú del Señor omnipotente por siempre jamás5. Palabras que se cumplen en María de modo perfecto. ¿No colaboró María a librarnos de un enemigo mayor que Holofernes, a quien Judit cortó la cabeza? ¿No cooperó a librarnos de la cautividad definitiva?6.
La Iglesia refiere también a María otros textos que tratan en primer lugar de la Sabiduría divina; sugieren, sin embargo, que en el plan divino de la salvación, formado desde la eternidad, está contenida la imagen de Nuestra Señora. Antes que los abismos fui engendrada yo, antes que fuesen las fuentes de las aguas7. Y como si la Escritura se adelantara recordando el amor purísimo que había de reinar en su Corazón dulcísimo, leemos: Yo soy la Madre del amor hermoso, del temor, de la ciencia y de la santa esperanza. Venid a mí cuantos me deseáis, y saciaos de mis frutos. Porque recordarme es más dulce que la miel... el que me escucha jamás será confundido, y los que me sirven no pecarán8. Y, atisbando su Concepción Inmaculada, anuncia elCantar de los cantares: Eres toda hermosa, amiga mía, no hay tacha en ti9. Y el Eclesiástico anuncia de una manera profética: En mí se encuentra toda gracia de doctrina y de verdad, toda esperanza de vida y de virtud10. «¡Con cuánta sabiduría la Iglesia ha puesto esas palabras en boca de nuestra Madre, para que los cristianos no las olvidemos! Ella es la seguridad, el Amor que nunca abandona, el refugio constantemente abierto, la mano que acaricia y consuela siempre»11. Busquemos nosotros su ayuda y su consuelo en estos días, mientras nos preparamos a celebrar la gran solemnidad de su Concepción Inmaculada.
— Nuestra Señora, luz que ilumina y orienta.
Del mismo modo que María está en el amanecer de la Redención y en los mismos comienzos de la revelación, también se encuentra en el origen de nuestra conversión a Cristo, en la santidad personal y en la propia salvación. Por Ella nos llegó Cristo, y por Ella nos han llegado y seguirán derramándose sobre nosotros todas las gracias que nos sean necesarias. La Virgen Santísima nos ha facilitado el camino para recomenzar tantas veces y nos ha librado de incontables peligros, que solos no hubiéramos podido superar. Ella nos ofrece todas las cosas que conservaba en su corazón12, que miran directamente a Jesús, «a cuyo encuentro nos lleva de la mano»13. En María encontró la humanidad la primera señal de esperanza, y en Ella la sigue hallando cada hombre y cada mujer, pues es luz que ilumina y orienta. «Ella no tiene brillo propio, brillo que salga de Ella misma, sino que refleja al Redentor suyo y nuestro, y le da gloria. Cuando aparece en las tinieblas, sabemos que Él está cerca, al alcance de nuestra mano»14.
Se dice que los navegantes acudían al lucero más luminoso del firmamento cuando andaban desorientados en medio del océano o cuando deseaban comprobar o enderezar el rumbo. A María acudimos nosotros cuando nos sentimos perdidos, cuando queremos rectificar la dirección de la vida para orientarla derechamente al Señor: es «la estrella en el mar de nuestra vida»15. La Liturgia la llama «esperanza segura de salvación», que brilla «en medio de las dificultades de la vida»16, de esas tormentas que llegan sin saber cómo, o en las que nos metemos los hombres por no estar cerca de Dios. Y es San Bernardo el que nos aconseja: «No apartes los ojos del resplandor de esta Estrella si no quieres ser destruido por las borrascas»17.
De María se origina una luz especial que alumbra el camino que debemos seguir en las diferentes tareas y asuntos de la vida. De modo especial esclarece el espléndido camino de la vocación a la que cada uno ha sido llamado. Cuando se acude a Ella con rectitud de intención, se acierta siempre en el cumplimiento de la voluntad de Dios. Esta claridad especial que encontramos en María proviene de la plenitud de gracia que llenó su alma desde el primer instante de su Concepción Inmaculada y de su misión de corredentora. Santo Tomás señala que esta gracia se derrama sobre todos los hombres. «Ya es grande para un santo afirma tener tanta gracia que baste para la salvación de muchos, y lo más grande sería tenerla suficiente para salvar a todos los hombres del mundo; esto último ocurre en Cristo, y en la Santísima Virgen»18, por la íntima unión corredentora con su Hijo. Los teólogos distinguen la plenitud absoluta de gracia, que es propia de Cristo; la plenitud de suficiencia, común a todos los ángeles; y la plenitud de superabundancia, que es privilegio de María y que se derrama con largueza sobre sus hijos. «De tal manera es llena de gracia que sobrepasa en su plenitud a los ángeles; por eso, con razón, se la llama María, que quiere decir iluminada (...) y significa además iluminadora de otros, por referencia al mundo entero»19, dice Santo Tomás de Aquino.
Hoy, en este primer día de la Novena a la Inmaculada, hacemos el propósito de pedirle ayuda siempre que en nuestra alma nos encontremos a oscuras, cuando debamos rectificar el rumbo de la vida o tomar una determinación importante. Y, como siempre estamos recomenzando, recurriremos a Ella para que nos señale la senda que hemos de seguir, la que nos afirma en la propia vocación, y le pediremos ayuda para recorrerla con garbo humano y con sentido sobrenatural.
— «Estrella del mar».
La Virgen fue bendita entre todas las mujeres porque estuvo a cubierto del pecado y de las huellas que el mal deja en el alma: «solo Ella conjuró la maldición, trajo la bendición y abrió la puerta del paraíso. Por este motivo le va el nombre de María, que significa Estrella del mar; como la estrella del mar orienta a puerto a los navegantes, María dirige a los cristianos a la gloria»20. Así la honra también la Liturgia de la Iglesia: Ave, maris stella!... ¡Salve, estrella del mar!, Madre de Dios excelsa...21.
En este primer día de la Novena con que queremos honrar a Nuestra Madre del Cielo, hacemos el propósito firme, ¡tan grato a Ella!, de recurrir a su intercesión en cualquier necesidad en que nos encontremos, siguiendo el consejo de un Padre de la Iglesia: «Si se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas con los escollos de la tentación, mira a la estrella, llama a María. Si te agitan las olas de la soberbia, de la ambición o de la envidia, mira a la estrella, llama a María. Si la ira, la avaricia o la impureza impelen violentamente la nave de tu alma, mira a María. Si turbado con la memoria de tus pecados, confuso ante la fealdad de tu conciencia, temeroso ante la idea del juicio, comienzas a hundirte en la sima sin fondo de la tristeza o en el abismo de la desesperación, piensa en María. En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María. No se aparte María de tu boca, no se aparte de tu corazón; y para conseguir su ayuda intercesora no te apartes tú de los ejemplos de su virtud. No te descaminarás si la sigues, no desesperarás si la ruegas, no te perderás si en Ella piensas. Si Ella te tiene de su mano, no caerás; si te protege, nada tendrás que temer; no te fatigarás si es tu guía; llegarás felizmente al puerto si Ella te ampara»22. Bajo su amparo ponemos todos los días de nuestra vida. Ella nos guiará a través de un camino seguro. Cor Mariae dulcissimum iter para tutum.
1 Pablo VI, Homilía 8-IX-1964. — 2 Gen 3, 15. — 3 Is 7, 14. — 4 Mt 1, 22-23. — 5 Jdt15, 9-10. — 6 Cfr. C. Pozo, María en la Escritura y la fe de la Iglesia, pp. 32 ss. - 7Prov 8, 24. — 8 Eclo 24-30. — 9 Cant 4, 7. — 10 Eclo 24, 25. — 11 San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 279. — 12 Lc 2, 51. — 13 Cfr. Juan Pablo II, Homilía 20-X-1979. — 14 Card. J. H. Newman, Rosa mística. Palabra, Madrid 1982, p. 137. — 15Juan Pablo II, Homilía 4-VI-1979. — 16 Cfr. Liturgia de las Horas, Himno de laudes del 15 de agosto. — 17 San Bernardo, Homilías sobre la Virgen Madre, 2. — 18 Santo Tomás, Sobre el Avemaría, en Escritos de catequesis, p. 182. — 19 Ibídem. — 20Ibídem, p. 185. — 21 Himno Ave, maris stella. — 22 San Bernardo, loc. cit.
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NOVENA

Por la señal...
Señor mío Jesucristo...
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Dios te salve, María, llena de gracia y bendita más que todas las mujeres, Virgen singular, Virgen soberana y perfecta, elegida por Madre de Dios y preservada por ello de toda culpa desde el primer instante de tu Concepción: así como por Eva nos vino la muerte, así nos viene la vida por ti, que por la gracia de Dios has sido elegida para ser Madre del nuevo pueblo que Jesucristo ha formado con su sangre.
A ti, purísima Madre, restauradora del caído linaje de Adán y Eva, venimos confiados y suplicantes en esta novena, para rogarte que nos concedas la gracia de ser verdaderos hijos tuyos y de tu Hijo Jesucristo, libres de toda mancha de pecado.
Acordaos, Virgen Santísima, que habéis sido hecha Madre de Dios, no sólo para vuestra dignidad y gloría, sino también para salvación nuestra y provecho de todo el género humano. Acordaos que jamás se ha oído decir que uno solo de cuantos han acudido a vuestra protección e implorado vuestro socorro, haya sido desamparado. No me dejéis, pues, a mi tampoco, porque si me dejáis me perderé; que yo tampoco quiero dejaros a vos, antes bien, cada día quiero crecer más en vuestra verdadera devoción.
Y alcanzadme principalmente estas tres gracias: la primera, no cometer jamás pecado mortal; la segunda, un grande aprecio de la virtud cristiana, y la tercera, una buena muerte. Además, dadme la gracia particular que os pido en esta novena (hacer aquí la petición que se desea obtener).

Rezar la oración del día correspondiente:

ORACIÓN DEL 1º  DÍA. Oh Santísimo Hijo de María Inmaculada y benignísimo Redentor nuestro: así como preservaste a María del pecado, original en su Inmaculada Concepción, y a nosotros nos hiciste el gran beneficio de libramos de él por medio de tu santo bautismo, así te rogamos humildemente nos concedas la gracia de portarnos siempre como buenos cristianos, regenerados en ti, Padre nuestro Santísimo.

Meditar y rezar la oración final.


ORACIONES FINALES
Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea, pues todo un Dios se recrea en tan graciosa belleza. A ti, celestial Princesa, Virgen sagrada María, te ofrezco en este día alma, vida y corazón. Mírame con compasión, no me dejes, Madre mía. Rezar tres Avemarías.

Tu Inmaculada Concepción, oh Virgen Madre de Dios, anunció alegría al universo mundo.
ORACIÓN. Oh Dios mío, que por la Inmaculada Concepción de la Virgen, preparaste digna habitación a tu Hijo: te rogamos que, así como por la previsión de la muerte de tu Hijo libraste a ella de toda mancha, así a nosotros nos concedas por su intercesión llegar a ti limpios de pecado. Por el mismo Señor nuestro Jesucristo. Amén.

Un abrazo en Jesús Misericordioso y la Inmaculada Virgen María, en el amor del Espíritu Santo, bajo la protección de San José y la mirada amorosa de Dios Padre.
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30º de Noviembre - San Andrés Apostol - Fiesta


                                          andres
Día litúrgico: 30 de Noviembre: San Andrés, apóstol
Texto del Evangelio (Mt 4,18-22): En aquel tiempo, caminando por la ribera del mar de Galilea vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés, echando la red en el mar, pues eran pescadores, y les dice: «Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres». Y ellos al instante, dejando las redes, le siguieron. Caminando adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan, que estaban en la barca con su padre Zebedeo arreglando sus redes; y los llamó. Y ellos al instante, dejando la barca y a su padre, le siguieron.
* San Andrés Apóstol era natural de Betsaida, hermano de Simón y pescador como él. Fue al principio discípulo de Juan el Bautista, y luego uno de los primeros que conoció a Jesús, y quien llevó a Pedro al encuentro con el Maestro. En la multiplicación de los panes, Andrés es quien dice a Jesús que había un muchacho con unos panes y unos peces. Según la tradición, predicó el Evangelio en Grecia y murió crucificado en Acaya en una cruz en forma de aspa.
Comentario: Prof. Dr. Mons. Lluís CLAVELL (Roma, Italia)
Os haré pescadores de hombres
Hoy es la fiesta de san Andrés apóstol, una fiesta celebrada de manera solemne entre los cristianos de Oriente. Fue uno de los dos primeros jóvenes que conocieron a Jesús a la orilla del río Jordán y que tuvieron una larga conversación con Él. Enseguida buscó a su hermano Pedro, diciéndole «Hemos encontrado al Mesías» y lo llevó a Jesús (Jn 2,41). Poco tiempo después, Jesús llamó a estos dos hermanos pescadores amigos suyos, tal como leemos en el Evangelio de hoy: «Venid conmigo y os haré pescadores de hombres» (Mt 4,19). En el mismo pueblo había otra pareja de hermanos, Santiago y Juan, compañeros y amigos de los primeros, y pescadores como ellos. Jesús los llamó también a seguirlo. Es maravilloso leer que ellos lo dejaron todo y le siguieron “al instante”, palabras que se repiten en ambos casos. A Jesús no se le ha de decir: “después”, “más adelante”, “ahora tengo demasiado trabajo”...

También a cada uno de nosotros —a todos los cristianos— Jesús nos pide cada día que pongamos a su servicio todo lo que somos y tenemos —esto significa dejarlo todo, no tener nada como propio— para que, viviendo con Él las tareas de nuestro trabajo profesional y de nuestra familia, seamos “pescadores de hombres”. ¿Qué quiere decir “pescadores de hombres”? Una bonita respuesta puede ser un comentario de san Juan Crisóstomo. Este Padre y Doctor de la Iglesia dice que Andrés no sabía explicarle bien a su hermano Pedro quién era Jesús y, por esto, «lo llevó a la misma fuente de la luz», que es Jesucristo. “Pescar hombres” quiere decir ayudar a quienes nos rodean en la familia y en el trabajo a que encuentren a Cristo que es la única luz para nuestro camino.
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Otro comentario: 
— El primer encuentro con Jesús.
I. Fueron y vieran dónde vivía, y permanecieron aquel día con Él. Era alrededor de la hora décima1.
Andrés y Juan fueron los primeros Apóstoles llamados por Jesús, según nos relata el Evangelio. El Maestro ha comenzado su ministerio público y enseguida, al día siguiente, comienza a llamar a los que estarán más cercanos a su Persona. Se encontraba el Bautista con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dijo: He aquí el Cordero de Dios2. Y los dos se fueron detrás del Señor. Se volvió Jesús y, viendo que le seguían, les preguntó: ¿Qué buscáis? Ellos le dijeron: Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives? Les respondió: Venid y veréis. Era en realidad una amable invitación a que le acompañaran. Durante aquel día Jesús les hablaría de mil cosas con sabiduría divina y encanto humano, y quedaron ya para siempre unidos a su Persona. Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y le siguieron. Juan, después de muchos años, pudo anotar en su Evangelio la hora del encuentro: Era alrededor de la hora décima, hacia las cuatro de la tarde. Jamás olvidó aquel momento en que Jesús les dijo: ¿Qué buscáis? Andrés también recordaría siempre aquel día definitivo.
Nunca se olvida el encuentro decisivo con Jesús. Aceptar la llamada del Señor, ser recibido en el círculo de sus más íntimos, es la mayor gracia que se puede recibir en este mundo. Representa ese día feliz, inolvidable, en el que somos invadidos por la clara invitación del Maestro, ese don inmerecido, tanto más valioso por cuanto viene de Dios, que da sentido a la vida e ilumina el futuro. Hay llamadas de Dios que son como una invitación dulce y silenciosa; otras, como la de San Pablo, fulminantes como un rayo que rasga la oscuridad, y también hay llamadas en las que el Maestro pone sencillamente la mano sobre el hombro, mientras dice: ¡Tú eres mío! ¡Sígueme! Entonces, el hombre, lleno de alegría, va, vende cuanto tiene y compra aquel Campo3, porque en él está su tesoro. Ha descubierto, entre los muchos dones de la vida, como un experto que busca perlas finas4, la de mayor valor5.
Venid y veréis. Es en el trato personal con el Señor donde Andrés y Juan conocieron, por experiencia personal, aquello que con las solas palabras no hubieran entendido, del todo6. Es en la oración personal, en la intimidad con Cristo, donde conocemos sus múltiples invitaciones y llamadas a seguirle más de cerca. Ahora, mientras hablamos con Él, nos podríamos preguntar si tenemos el oído atento a su voz inconfundible, si estamos respondiendo hasta el fondo a lo que nos pide, porque Cristo pasa junto a nosotros y llama. Él sigue presente en el mundo, con la misma realidad de hace veinte siglos, y busca colaboradores que le ayuden a salvar almas. Vale la pena decir que sí a esta empresa divina.
— Apostolado de la amistad,
Dijo Andrés a su hermano Simón: ¡Hemos encontrado al Mesías! (que significa Cristo). Y lo llevó a Jesús7.
El encuentro con Jesús dejó a Andrés con el alma llena de felicidad y de gozo; una alegría nueva que era necesario comunicar enseguida. Parece como si no pudiera retener tanta dicha. Al primero que encontró fue a su hermano Pedro. Y comenta San Juan Crisóstomo que, después de haber estado con Jesús, después de haberle tratado durante aquel día, «no guardó para sí este tesoro, sino que se apresuró a acudir a su hermano, para hacerle partícipe de su dicha»8. Andrés debió hablar a Pedro con entusiasmo de su descubrimiento: ¡Hemos encontrado al Mesías!, le dice con ese tono especial del que está convencido, pues logra que Pedro, quizá cansado después de una jornada de trabajo, vaya hasta el Maestro, que ya le esperaba: Y lo llevó hasta Jesús. Esa es nuestra tarea: llevar a Cristo a nuestros parientes, amigos y conocidos, hablándoles con ese convencimiento que persuade. Este anuncio es propio del alma que «se llena de gozo con su aparición y que se apresura a anunciar a los demás algo tan grande. Esta es la prueba del verdadero y sincero amor fraternal, el mutuo intercambio de bienes espirituales»9. Verdaderamente, quien encuentra a Cristo lo encuentra para todos y, en primer lugar, para los más cercanos: parientes, amigos, colegas...
Nosotros hemos tratado con intimidad ¡quizá desde hace no pocos años! a Cristo, que pasó cerca de nuestra vida: «como Andrés, también nosotros, por la gracia de Dios, hemos descubierto al Mesías y el significado de la esperanza que hay que transmitir a nuestro pueblo»10. El Señor se vale con frecuencia de los lazos de la sangre, de la amistad... para llamar a otras almas a seguirle. Esos vínculos pueden abrir la puerta del corazón de nuestros parientes y amigos a Jesús, que a veces no puede entrar debido a los prejuicios, los miedos, la ignorancia, la reserva mental o la pereza. Cuando la amistad es verdadera no son necesarios grandes esfuerzos para hablar de Cristo: la confidencia surgirá como algo normal. Entre amigos es fácil intercambiar puntos de vista, comunicar hallazgos... ¡Sería tan poco natural que no habláramos de Cristo, siendo lo más importante que hemos descubierto y el motor de nuestro actuar!
La amistad, con la gracia de Dios, puede ser el cauce natural y divino a un mismo tiempo para un apostolado hondo, capilar, hecho uno a uno. Muchos descubrirán por nuestras palabras llenas de esperanza y de alegría a Jesús cercano, como lo encontró Pedro, como quizá lo hallamos en otro tiempo nosotros. «Un día no quiero generalizar, abre tu corazón al Señor y cuéntale tu historia, quizá un amigo, un cristiano corriente igual a ti, te descubrió un panorama profundo y nuevo, siendo al mismo tiempo viejo como el Evangelio. Te sugirió la posibilidad de empeñarte seriamente en seguir a Cristo, en ser apóstol de apóstoles. Tal vez perdiste entonces la tranquilidad y no la recuperaste, convertida en paz, hasta que libremente, porque te dio la gana que es la razón más sobrenatural-, respondiste que sí a Dios. Y vino la alegría, recia, constante, que solo desaparece cuando te apartas de Él»11. Esa alegría que solo hemos encontrado al seguir los pasos del Maestro, y que deseamos que muchos participen.
— La llamada definitiva. Desprendimiento y prontitud para seguir al Señor.
Un tiempo más tarde, mientras caminaban junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón el llamado Pedro y Andrés su hermano, que echaban la red al mar, pues eran pescadores. Y les dijo Jesús: Seguidme y os haré pescadores de hombres. Ellos, al instante dejaron las redes y le siguieron12. Es la llamada definitiva, culminación de aquel primer encuentro con el Maestro. Andrés, como los demás Apóstoles, respondió al instante, con prontitud. San Gregorio Magno, al comentar esta llamada definitiva de Jesús y el desprendimiento de todo lo que poseían con que respondieron aquellos pescadores, enseña que el reino de los cielos «vale tanto cuanto tienes»13. Ante Jesús que pasa no podemos reservarnos nada. Mucho dejaron Pedro y Andrés, «puesto que ambos dejaron los deseos de poseer»14. El Señor necesita corazones limpios y desprendidos. Y cada cristiano que sigue a Cristo ha de vivir, según su peculiar vocación, este espíritu de entrega. No puede haber algo en nuestra vida que no sea de Dios. ¿Qué nos vamos a reservar cuando el Maestro está tan cerca, cuando le vemos y le tratamos todos los días?
Este desprendimiento nos permitirá acompañar a Jesús que continúa su camino con paso rápido, que no sería posible seguir con demasiados fardos. El paso de Dios puede ser ligero, y sería triste que nos quedásemos atrás por cuatro cosas que no valen la pena. Él, de una forma u otra, pasa siempre cerca de nosotros y nos llama. Una veces lo hace a una edad temprana, otras en la madurez, y también cuando ya falta un trayecto más corto para llegar hasta Él, como se desprende de aquella parábola de los jornaleros que fueron contratados a diversas horas del día15. En cualquier caso, es necesario responder a esa llamada con la alegría estremecida que nos han dejado los Evangelistas cuando recuerdan su llamada. Es el mismo Jesús el que pasa ahora, el que nos ha invitado a seguirle.
Cuenta la tradición que San Andrés murió alabando la cruz, pues le acercaba definitivamente a su Maestro: «Oh cruz buena, que has sido glorificada por causa de los miembros del Señor, cruz por largo tiempo deseada, ardientemente amada, buscada sin descanso y ofrecida a mis ardientes deseos (...), devuélveme a mi Maestro, para que por ti me reciba el que por ti me redimió»16. No nos importarán los mayores sacrificios si vemos a Jesús detrás de ellos.
1 Jn 1, 39. — 2 Jn 1, 37. — 3 Mt 13, 44. — 4 Mt 13, 45. — 5 J. L. Sánchez de Alba,El Evangelio de San Juan, Palabra, 3.ª ed., Madrid 1987, nota a Jn 1, 35-51. — 6Santo Tomás, Comentario al Evangelio de San Juan, in loc. — 7 Antífona de comunión. Jn 1, 41-42. — 8 Liturgia de las Horas, Segunda lectura, San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de San Juan 19, 1. — 9 Ibídem. — 10 Juan Pablo II, Homilía 30-XI-1982. — 11 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 1. —12 Mt 4, 18-20. — 13 San gregorio Magno, Homilías sobre Evangelios, I, 5, 2. — 14Ibídem. — 15 Cfr. Mt 20, 1 ss. — 16 Pasión de San Andrés.
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Otro comentario: Basilio de Seleucia  (¿- c. 468), arzobispo 
Sermón en alabanza a San Andrés, 2-3; PG 18, 1103; atribuido a san Atanasio 

El primer discípulo del Señor

    Andrés fue el primero en reconocer al Señor como su Maestro...; dejó atrás las enseñanzas de Juan Bautista para entrar en el seguimiento de Cristo... a la luz de la lámpara (Jn 5,35), buscaba la verdadera luz; bajo su leve resplandor, se ocultaba el esplendor de Cristo... De maestro que era, Juan Bautista se convirtió en servidor y heraldo de Cristo presente ante él: “He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.” (Jn 1,29) Este es el que salva de la muerte; éste es el que destruye el pecado. Yo soy el enviado, no el esposo, pero soy el que acompaña al esposo. (Jn 3,29) Yo he venido como servidor, no como maestro.

    Empujado por estas palabras, Andrés abandona su antiguo maestro y corre hacia aquel que éste anunciaba... su deseo se manifiesta en su diligencia... llevando consigo a Juan, el evangelista. Los dos abandonan la antorcha (cf Jn 5,35) para seguir al sol... Andrés es la primera planta del jardín de los apóstoles, es él quien abre la puerta a la enseñanza de Cristo, él es el primero en recoger los frutos del campo cultivado por los profetas... Fue el primero en reconocer al profeta del cual Moisés había dicho: “El Señor, tu Dios, te suscitará de entre los tuyos, de entre tus hermanos, un profeta como yo. A él lo escucharéis.” (Dt 18,15)... Reconoció a aquel que anunciaron los profetas y condujo a su hermano Pedro hacia él. Le muestra a Pedro su tesoro: “Hemos encontrado al Mesías, (Jn 1,14) a aquel que anhelábamos. Esperábamos su venida: ven ahora a gustar de su presencia”... Andrés conduce a su hermano a Cristo... Era su primer milagro.       





MES DE MARÍA - DÍA 24º - (30 de Noviembre)


Buenos días queridos hermanos en Cristo, aquí les mandamos el día 24º, de este mes dedicado a nuestra Madre del Cielo, la Santísima Virgen María.


                                                                  Nuestra Señora del Santísimo Sacramento.
DÍA VEINTICUATRO (30/NOV)
 
La Santa Comunión
 
CONSIDERACIÓN. – Si el cuerpo humano necesita, para sostenerse, alimentos materiales, es necesario también al alma, un alimento que la conserve y le dé fuerzas.
Nuestro divino Maestro no se ha limitado a habitar en medio de nosotros en el Santísimo Sacramento del altar; ha dicho a sus Apóstoles que era el Pan de vida bajado del Cielo y que aquél que lo comiere viviría eternamente. Y sin embargo, un gran número de cristianos se mantienen alejados de la santa Mesa no acercándose más que cuando los preceptos de la Iglesia los obligan bajo pena de pecado. Aquel que se privara durante largas horas de tomar alimento, caería desfallecido y terminaría por morir; del mismo modo, el alma que no se fortifica por la recepción de la Santa Comunión, queda sin energía frente a la tentación y a la prueba y cae en las faltas más graves.
Los discípulos del Salvador, en los primeros tiempos de la Iglesia, cuando la persecución reinaba con furor, salvaban todos los obstáculos para llegar a recibir el Pan de los Fuertes.
Así se volvían invencibles y sabían aceptar la muerte antes que renegar su fe.
¡Cuál no sería el gozo de María, cuando, después de la Ascensión del Salvador, San Juan depositaba cada día sobre sus labios la Hostia santa! ¡Pudiéramos imitarla y por la santidad de nuestra vida, hacernos dignos de aproximarnos frecuentemente, al sacramento de la Eucaristía!
 
EJEMPLO. – Cuando San Francisco de Sales hacía sus estudios, se confesaba y comulgaba cada ocho días, y cuando se le preguntaba por qué: “Es, decía, por la misma razón que me hace hablar frecuentemente a mi profesor. Nuestro Señor ¿no es acaso mi Maestro en la ciencia de los santos? Acudo seguido a Él, a fin de que me enseñe, porque no e preocuparía medianamente  de ser sabio, si no me volviera santo”.
Más tarde, el santo Obispo de Ginebra escribía: “Por una experiencia de veintitrés años consagrados al ministerio de las almas, puedo comprender la eficacia del sacramento de la Eucaristía: Fortifica el alma para el bien, le inspira el alejamiento del mal, la consuela, la eleva, en una palabra, la deifica, por así decirlo, con la condición de que se lo reciba con fe viva y corazón recogido.
 
PLEGARIA DE SAN BERNARDO. - ¡Oh María! ¡Que podamos nosotros por vuestra gracia, acercarnos a vuestro divino Hijo! Pueda Él, que se ha dado a nosotros por Vos, recibirnos también por Vos. Sois nuestra Reina y Mediadora, recomendadnos pues y presentadnos a Él. Así sea.
 
RESOLUCIÓN. – Pondré todo cuidado en prepararme para la comunión y rogaré a María, me comunique sus disposiciones.
 
JACULATORIA. – María, Casa de Oro, rogad por nosotros.


Un abrazo en Jesús Sacramentado y María Santísima, en el amor del Espíritu Santo, bajo la protección de San José y la mirada amorosa de Dios Padre.
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