viernes, 31 de mayo de 2013

31 de mayo - SOLEMNIDAD NUESTRA SEÑORA DE LA VISITACIÓN



                       
                                               La visita, de la Santísima Virgen María, a su prima Santa Isabel


¡DICHOSA TU, QUE HAS CREÍDO ! (Lc 1, 45)

María Santísima, Esposa del Espíritu Santo

Cuando María ha echado raíces en un alma, realiza allí las maravillas de la gracia que sólo Ella puede realizar, porque Ella sola es Virgen fecunda, que no tuvo ni tendrá jamás semejante en pureza y fecundidad.

María ha colaborado con el Espíritu Santo a la mayor obra que ha sido posible, es decir, la Encarnación del Verbo. En consecuencia, Ella realizará también los mayores portentos de los últimos tiempos. La formación y educación de los grandes santos, que vivirán hacia el fin del mundo, están reservadas a Ella, porque sólo esta Virgen singular y milagrosa puede realizar en unión del Espíritu Santo, las cosas singulares y extraordinarias.

Cuando el Espíritu Santo, su Esposo, la encuentra en un alma, vuela y entra en esa alma en plenitud y se le comunica tanto más abundantemente cuanto más sitio hace el alma a su Esposa. Una de las razones principales de que el Espíritu Santo no realice maravillas portentosas en las almas, es que no encuentra en ellas una unión suficientemente estrecha con su fiel e indisoluble Esposa.

Digo "fiel e indisoluble Esposa", porque desde que este Amor sustancial del Padre y del Hijo, se desposó con María para producir a Jesucristo, Cabeza de los elegidos, y a Jesucristo en los elegidos, jamás la ha repudiado, porque Ella se ha mantenido siempre fiel y fecunda.

San Luis-María Grignion de Montfort 
Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen n°35 y 36





Querido/a Suscriptor/a de "El Camino de María"

El 31 mayo celebraremos con toda la Iglesia la Solemnidad que conmemora la Visitación que hizo la Santísima Virgen a su prima Santa Isabel, madre de San Juan Bautista, que residía en Ain-Karim, en las montañas de Judea. Fue después que el ángel Gabriel anunciara a la Santísima Virgen que sería la Madre de Jesús, y le revelara al mismo tiempo que Isabel también sería madre. Es en esta ocasión que Isabel le dice a María: "Bendita Tu eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de Tu vientre".
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En la Plaza de San Pedro, tuvo lugar una celebración al concluir el mes de Mayo 2008. Durante el rezo del Rosario, presidido por el cardenal Angelo Comastri, arcipreste de la Basílica Vaticana, la Estatua de la Virgen fue llevada en procesión por la Plaza. Después de la oración mariana, el Santo Padre Benedicto XVI pronunció un discurso.
El Papa recordó que hoy celebramos la fiesta de la Visitación de la Virgen María y la memoria del Corazón Inmaculado de María. "En muchas comunidades cristianas, durante el mes de mayo -dijo-, existe la bonita costumbre de rezar de manera más solemne el Santo Rosario en familia y en las parroquias".

"Que no cese esta buena costumbre -dijo-, ahora que termina el mes; es más, que siga con mayor empeño para que, aprendiendo de María, la lámpara de la fe brille cada vez más en el corazón de los cristianos y en sus casas".

El Santo Padre señaló que tras la Anunciación del Arcángel, "María se encontró con un gran misterio encerrado en su seno; sabía que había sucedido algo extraordinariamente único; se daba cuenta de que había comenzado el último capítulo de la historia de la salvación del mundo".

Cuando la Virgen llega a casa de Isabel, ésta, "iluminada desde lo Alto, exclama: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!".

El Papa puso de relieve que "las palabras de Isabel encienden en su espíritu un cántico de alabanza que es una auténtica y profunda interpretación "teológica" de su historia: una lectura que tenemos que seguir aprendiendo de quien tiene una fe sin sombras ni grietas. "Engrandece mi alma al Señor". María reconoce la grandeza de Dios. Este es el primer e indispensable sentimiento de la fe: el sentimiento que da seguridad a la criatura humana y que la libera del miedo, a pesar de las tempestades de la historia".

"Su fe -continuó- le ha hecho ver que los tronos de los poderosos de este mundo son provisionales, mientras que el trono de Dios es la única roca que no cambia, que no se derrumba. Su Magnificat, con el pasar de los siglos y milenios, sigue siendo la interpretación más verdadera y profunda de la historia, mientras las interpretaciones de tantos sabios de este mundo han sido desmentidas por los hechos en el transcurso de los siglos".

Benedicto XVI concluyó invitando a los fieles "volver a casa con el Magnificat en el corazón. Alberguemos en nosotros los mismos sentimientos de alabanza y de acción de gracias de María hacia el Señor, su fe y su esperanza, su abandono dócil en las manos de la Providencia divina. Imitemos su ejemplo de disponibilidad y generosidad en el servicio a los hermanos. De hecho, sólo acogiendo el amor de Dios y haciendo de nuestra existencia un servicio desinteresado y generoso al prójimo, podremos elevar con alegría un canto de alabanza al Señor. Que nos alcance esta gracia la Virgen, quien esta noche nos invita a encontrar refugio en su Corazón inmaculado".
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San Ambrosio, en su Tratado sobre el Evangelio de San Lucas, II, 25-26, refiriéndose al saludo de Santa Isabel, escribió: 
"...Y de dónde a mí que la Madre de mi Señor venga a mí? No habla como una ignorante -ella sabía que existía la gracia y la operación del Espíritu Santo, para que la madre del profeta fuese saludada por la Madre del Señor para provecho de su hijo-, sino que ella reconocía que esto es el resultado, no de un mérito humano, sino de la gracia divina. Dice así: ¿De dónde a mí?, es decir, ¿qué felicidad me llega que la Madre de mi Señor viene a mí? Yo reconozco que no tengo nada que esto exija. ¿De dónde a mí? ¿Por qué justicia, por qué acciones, por qué méritos? No son diligencias acostumbradas entre mujeres que la Madre de mi Señor venga a mí. Yo presiento el milagro, reconozco el misterio: la Madre del Señor está fecundada del Verbo, llena de Dios.
Porque he aquí que, como sonó la voz de tu salutación en mis oídos, dio saltos de alborozo el niño en mi seno. Y dichosa Tú que has creído.
María no dudó, sino que creyó, y por eso ha conseguido el fruto de la fe. Bienaventurada Tú, dice, que has creído. ¡Mas también sois bienaventurados vosotros que habéis oído y creído!, pues toda alma que cree, concibe y engendra la palabra de Dios y reconoce sus obras. Que en todos resida el alma de María para glorificar al Señor; que en todos resida el espíritu de María para exultar en Dios. Si corporalmente no hay más que una Madre de Cristo, por la fe Cristo es fruto de todos..."
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"...Es siempre sugestivo este momento de fe y devoto homenaje a María Santísima con que concluye el mes de mayo, mes mariano -expresó Juan Pablo II en la Audiencia General del 31 de mayo de 2000-.Habéis rezado el Santo Rosario caminando hacia esta gruta de Lourdes, que se encuentra en el centro de los jardines vaticanos. Aquí, ante la imagen de la Virgen Inmaculada, habéis depositado en sus manos vuestras intenciones de oración, meditando en el misterio que se celebra hoy:  la Visitación de María Santísima a Santa Isabel.

En este acontecimiento -continuó Juan Pablo II-, se refleja una "visitación" más profunda:  la de Dios a su pueblo, saludada por el júbilo del pequeño Juan, el mayor entre los nacidos de mujer (cf. Mt 11, 11), ya desde el seno materno. Así, el mes mariano concluye bajo el signo del "gaudium", segundo misterio "gozoso", es decir, de la alegría, del júbilo..."

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"...Después de veinte siglos, la fuente del gozo cristiano no ha cesado de brotar en la Iglesia, y especialmente en el corazón de los santos... En primera fila está la Virgen María, llena de gracia, la Madre del Salvador. Acogiendo el anuncio de lo alto, Esclava del Señor, Esposa del Espíritu Santo, Madre del Hijo Eterno, deja estallar su gozo ante su prima Isabel que celebra su fe: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, mi espíritu se goza en Dios mi Salvador... Desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada».
Ella ha captado, mejor que todas las demás criaturas, que Dios hace maravillas: Su Nombre es santo, muestra Su Misericordia, enaltece a los humildes, es fiel a sus promesas. No es que para María el desarrollo aparente de su vida salga de la trama ordinaria, sino que medita los más mínimos signos de Dios, repasándolos en su corazón (Lc 2, 19.25). No es que los sufrimientos le sean ahorrados, en absoluto: permanece de pie junto a la Cruz, asociada eminentemente al sacrificio del Servidor inocente, Madre de dolores. Pero está también abierta al gozo sin medida de la Resurrección; también ha sido asunta en cuerpo y alma hasta la gloria del cielo. Primera rescatada, Inmaculada desde el momento de su concepción, incomparable Morada del Espíritu, Habitáculo purísimo del Redentor de los hombres, es al mismo tiempo la Hija muy amada de Dios y, en Cristo, la Madre universal. Es el símbolo perfecto de la Iglesia terrestre y glorificada.
Qué resonancia tan maravillosa adquieren, en su existencia singular de Virgen de Israel, las palabras proféticas que ser refieren a la nueva Jerusalén: «Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios, porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como un novio que se pone la corona, o novia que se adorna con sus joyas» (Is 61,10)..." (Pablo VI. Exhortación Apostólica «Gaudete in Domino»)

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31 de mayo - Fiesta de la Visitación de la Santísima Virgena

Evangelio

¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a verme?
† Lectura del santo Evangelio según san Lucas
1, 39-56
Gloria a ti, Señor.
Por aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea. Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. 
Y cuando Isabel oyó el saludo de María, el niño saltó en su seno. Entonces Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó a grandes voces: 
"¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! Pero ¿cómo es posible que la madre de mi Señor venga a visitarme? Porque en cuanto oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. ¡Dichosa tú que has creído!
Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá".
Entonces María dijo:
"Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humildad de su sierva. Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones, porque ha hecho en mí cosas grandes el Poderoso. Su nombre es santo, y su misericordia es eterna con aquellos que le honran.
Actuó con la fuerza de su brazo y dispersó a los de corazón soberbio. 
Derribó de sus tronos a los poderosos y engrandeció a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y a los ricos despidió sin nada.
Tomó de la mano a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros antepasados, en favor de Abrahán y de sus descendientes para siempre".
María estuvo con Isabel unos tres meses; después regresó a su casa. 
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
† Meditación diaria 
31 de mayo
LA VISITACIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN*
Fiesta
* La fiesta de hoy, establecida por Urbano VI en 1389, está situada entre la Anunciación del Señor y el nacimiento de Juan el Bautista, en armonía con el relato evangélico. Se conmemora la visita de Nuestra Señora a su pariente Isabel, ya entrada en años, para ayudarla en la espera de su maternidad, y al mismo tiempo compartir con ella el júbilo de las maravillas obradas por Dios en ambas. Esta fiesta de la Virgen con la que terminamos el mes a Ella dedicado, nos manifiesta su mediación, su espíritu de servicio y su profunda humildad. Nos enseña a llevar la alegría cristiana allí a donde vamos. Como María, hemos de ser siempre causa de alegría para los demás.

— Servicio alegre a los demás.
Venid, oíd los que teméis a Dios y os contaré las maravillas del Señor en mi alma1, leemos en la Antífona de entrada de la Misa.
Poco después de la Anunciación, se dirigió Nuestra Señora a visitar a su pariente Isabel, que vivía en la región montañosa de Judea, a cuatro o cinco jornadas de camino. Por aquellos días -señala San Lucas-, María se levantó y marchó deprisa a la montaña, a una ciudad de Judá2. La Virgen, al conocer por medio del ángel el estado de Isabel, movida por la caridad, se apresura a ir para ayudarla en las necesidades normales de la casa. Nadie la obliga; Dios, a través del ángel, no le ha exigido nada en este sentido, e Isabel no ha solicitado su ayuda. María hubiera podido permanecer en su propia casa, para dedicarse a preparar la llegada de su Hijo, el Mesías. Pero se pone en camino cum festinatione, con alegre prontitud, con gozo inefable, para prestar sus servicios sencillos a su prima3.
Nosotros la acompañamos por aquellos caminos en nuestra oración, y le decimos, con las palabras que leemos en la Primera lectura de la Misa: Exulta, hija de Sión, alégrate y gózate de todo corazón, hija de Jerusalén (...). El Señor Dios tuyo, el fuerte, está en medio de ti. Él te salvará, se gozará sobre ti con alegría (...), se regocijará sobre ti con júbilo eterno4.
Es fácil imaginar el inmenso gozo que llevaba Nuestra Madre en su corazón y el deseo grande de comunicarlo. Mira, también Isabel, tu prima, ha concebido un hijo..., le había indicado el ángel. Según este testimonio expreso, se trataba de una concepción prodigiosa, y estaba relacionada de algún modo con el Mesías que iba a venir5. Después de este largo viaje, Nuestra Señora entró en casa de Zacarías y saludó a su pariente. Y en cuanto oyó Isabel el saludo de María, el niño saltó de gozo en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo. Aquella casa quedó transformada por la presencia de Jesús y de María. Su saludo «fue eficaz en cuanto llenó a Isabel del Espíritu Santo. Con su lengua, mediante la profecía, hizo brotar en su prima, como de una fuente, un río de dones divinos (...). En efecto, allí donde llega la llena de gracia, todo queda colmado de alegría»6. Es este un prodigio que hace Jesús a través de María, asociada desde los comienzos a la Redención y a la alegría que Cristo trae al mundo.
La fiesta de hoy, la Visitación, nos presenta una faceta de la vida interior de María: su actitud de servicio humilde y de amor desinteresado para quien se encuentra en necesidad7. Este suceso, que contemplamos en el segundo misterio de gozo del Santo Rosario, nos invita a la entrega pronta, alegre y sencilla a quienes nos rodean. Muchas veces el mayor servicio que prestaremos será consecuencia del gozo interior que se desborda y llega a los demás. Pero esto solo será posible si nos mantenemos muy cerca del Señor, mediante el fiel cumplimiento de los momentos de oración que tenemos previstos a lo largo del día: «la unión con Dios, la vida sobrenatural, comporta siempre la práctica atractiva de las virtudes humanas: María lleva la alegría al hogar de su prima, porque “lleva” a Cristo»8. ¿«Llevamos» con nosotros a Cristo, y con Él la alegría, allí a donde vamos... al trabajo, en la visita a unos vecinos, a un enfermo...? ¿Somos habitualmente causa de alegría para los demás?
— Buscar a Jesús a través de María.
A la llegada de Nuestra Señora, Isabel, llena del Espíritu Santo, proclama en voz alta: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. ¿De dónde a mí tanto bien, que venga la madre de mi Señor a visitarme? Pues en cuanto llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno.
Isabel no se limita a llamarla bendita, sino que relaciona su alabanza con el fruto de su vientre, que es bendito por los siglos. ¡Cuántas veces hemos repetido también nosotros estas mismas palabras, al recitar elAvemaría!: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. ¿Las pronunciamos con el mismo gozo con que lo hizo Isabel? ¡Cuántas veces pueden servirnos como una jaculatoria que nos una a Nuestra Madre del Cielo, mientras trabajamos, al caminar por la calle, al contemplar una imagen suya!
María y Jesús siempre estarán juntos. Los mayores prodigios de Jesús serán realizados –como en este caso– en íntima unión con su Madre, Medianera de todas las gracias. «Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación –afirma el Concilio Vaticano II– se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte»9.
Aprendamos hoy, una vez más, que cada encuentro con María representa un nuevo hallazgo de Jesús. «Si buscáis a María, encontraréis a Jesús. Y aprenderéis a entender un poco lo que hay en este corazón de Dios que se anonada (...)»10, que se hace asequible en medio de la sencillez de los días corrientes. Este don inmenso –poder conocer, tratar y amar a Cristo– tuvo su comienzo en la fe de Santa María, cuyo perfecto cumplimiento Isabel pone ahora de manifiesto: «la plenitud de gracia, anunciada por el ángel, significa el don de Dios mismo; la fe de María, proclamada por Isabel en la Visitación, indica cómo la Virgen de Nazareth ha respondido a este don»11. La Virgen, que ya había pronunciado su fiat pleno y entregado, se presenta en el umbral de la casa de Isabel y Zacarías, como Madre del Hijo de Dios. Es el descubrimiento gozoso de Isabel12 y también el nuestro, al que nunca terminaremos de acostumbrarnos.
— El Magnificat.
El clima que rodea este misterio que contemplamos en el Santo Rosario, la atmósfera que empapa el episodio de la Visitación es la alegría; el misterio de la Visitación es un misterio de gozo. Juan el Bautista exulta de alegría en el seno de Santa Isabel; esta, llena de alegría por el don de la maternidad, prorrumpe en bendiciones al Señor; María eleva el Magnificat, un himno todo desbordante de la alegría mesiánica13. A las alabanzas de Isabel, Nuestra Señora responde con este canto de júbilo. El hogar de Zacarías y de Isabel rezuma el espíritu más puro del Antiguo Testamento. Y María encierra en su seno el Misterio que dará paso al Nuevo. El Magnificat es «el cántico de los tiempos mesiánicos, en el que confluyen la alegría del antiguo y del nuevo Israel (...). El cántico de la Virgen, dilatándose, se ha convertido en plegaria de la Iglesia de todos los tiempos»14.
En este ambiente es donde tiene pleno sentido la expresión de lo que María lleva guardado en su corazón. El Magnificat es la manifestación más pura de su íntimo secreto, revelado por el ángel. No hay en él rebuscamiento ni artificio: estas palabras son el espejo del alma de Nuestra Señora; un alma llena de grandeza y tan cercana a su Creador: Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador.
Y junto a este canto de alegría y de humildad, la Virgen nos ha dejado una profecía: desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones. «Desde los tiempos más antiguos la Bienaventurada Virgen es honrada con el título de Madre de Dios, a cuyo amparo acuden los fieles, en todos sus peligros y necesidades, con sus oraciones. Y sobre todo a partir del Concilio de Éfeso, el culto del pueblo de Dios hacia María creció maravillosamente en veneración y amor, en invocaciones y deseo de imitación, en conformidad de sus mismas palabras proféticas: Desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones, porque ha hecho en mí cosas grandes el Todopoderoso»15.
Nuestra Madre Santa María no se distinguió por hechos prodigiosos; no conocemos por el Evangelio que haya obrado milagros mientras estuvo en la tierra; pocas, muy pocas, son las palabras que de Ella nos ha conservado el texto inspirado. Su vida de cara a los demás fue la de una mujer corriente, que ha de sacar adelante su familia. Sin embargo, se ha cumplido puntualmente esta maravillosa profecía. ¿Quién podría contar las alabanzas, las invocaciones, los santuarios en su honor, las ofrendas, las devociones marianas...? A lo largo de veinte siglos la han llamado bienaventurada personas de todo género y condición: intelectuales y gente que no sabe leer, reyes, guerreros, artesanos, hombres y mujeres, personas de edad avanzada y niños que comienzan a balbucear... Nosotros estamos cumpliendo ahora aquella profecía.Dios te salve, María, llena eres de gracia..., bendita tú eres entre todas las mujeres..., le decimos en la intimidad de nuestro corazón.
De modo particular la hemos invocado a lo largo de este mes de mayo, «pero el mes de mayo no puede terminar; debe continuar en nuestra vida, porque la veneración, el amor, la devoción a la Virgen no pueden desaparecer de nuestro corazón, más aún, deben crecer y manifestarse en un testimonio de vida cristiana, modelada según el ejemplo de María, el nombre de la hermosa flor que siempre invoco // mañana y tarde, como canta Dante Alighieri (Paradiso 23, 88)»16. Tratando a María, descubrimos a Jesús. «¡Cómo sería la mirada alegre de Jesús!: la misma que brillaría en los ojos de su Madre, que no puede contener su alegría –“Magnificat anima mea Dominum!” –y su alma glorifica al Señor, desde que lo lleva dentro de sí y a su lado.
»¡Oh, Madre!: que sea la nuestra, como la tuya, la alegría de estar con Él y de tenerlo»17.
1 Antífona de entrada. Sal 65, 16. — 2 Lc 1, 39-56. — 3 Cfr. M. D. Philippe, Misterio de María, p. 142 . — 4 Sof 3, 14; 17-18. — 5 Cfr. F. M. Willam, Vida de María, p. 85. — 6 Pseudo Gregorio Taumaturgo, Homilía II sobre la Anunciación. — 7 Juan Pablo II, Homilía 31-V-1979. — 8 San Josemaría Escrivá, Surco, n. 566. — 9 Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, 57-58. — 10 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 144. — 11 Juan Pablo II, Enc. Redemptoris Mater, 25-III-1987, 12. — 12 Cfr. Ibídem, 13. —13 Cfr. ídem., Homilía 31-V-1979. — 14 Pablo VI, Exhor. Apost. Marialis cultus, 2-II-1974, 18. — 15 Conc. Vat. II. Const. Lumen gentium, 66. — 16 Juan Pablo II, Homilía25-V-1979. — 17 San Josemaría Escrivá, Surco, 95.                                                                                                                                                                                                                                          
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Otro comentario: Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
La Visitación (2º Misterio de gozo)
Hoy asistimos a uno de los "misterios" de la vida de Cristo: María visita a su prima Isabel, la cual se encuentra embarazada de Juan. Ambas madres han concebido milagrosamente: Santa María, virginalmente; santa Isabel, siendo estéril y de edad avanzada. Tras el largo viaje de la Virgen, se encuentran frente a frente —por primera vez— el Mesías y su precursor.

Es un hito en la historia de la salvación: el Bautista, que es el último de los profetas del Antiguo Testamento, tiene el honor —mediante un sobresalto dentro del vientre de su madre— de señalar como ya presente al Salvador. El afán de servicio y la humildad de María han propiciado este momento tan importante: "empieza" el Nuevo Testamento. Treinta años más tarde, durante el bautismo de Jesús en el Jordán (1er Misterio de la luz), se reiterará solemnemente aquel primer encuentro.

—Santa María, haz que la fe me lleve a la humildad, es decir, a entender la necesidad que tengo de que Dios me salve.
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Otro comentario: Mons. F. Xavier CIURANETA i Aymí Obispo Emérito de Lleida (Lleida, España)
Saltó de gozo el niño en mi seno
Hoy contemplamos el hecho de la Visitación de la Virgen María a su prima Isabel. Tan pronto como le ha sido comunicado que ha sido escogida por Dios Padre para ser la Madre del Hijo de Dios y que su prima Isabel ha recibido también el don de la maternidad, marcha decididamente hacia la montaña para felicitar a su prima, para compartir con ella el gozo de haber sido agraciadas con el don de la maternidad y para servirla.

El saludo de la Madre de Dios provoca que el niño, que Isabel lleva en su seno, salte de entusiasmo dentro de las entrañas de su madre. La Madre de Dios, que lleva a Jesús en su seno, es causa de alegría. La maternidad es un don de Dios que genera alegría. Las familias se alegran cuando hay un anuncio de una nueva vida. El nacimiento de Cristo produce ciertamente «una gran alegría» (Lc 2,10).

A pesar de todo, hoy día, la maternidad no es valorada debidamente. Frecuentemente se le anteponen otros intereses superficiales, que son manifestación de comodidad y de egoísmo. Las posibles renuncias que comporta el amor paternal y maternal, asustan a muchos matrimonios que, quizá por los medios que han recibido de Dios, debieran ser más generosos y decir “sí” más responsablemente a nuevas vidas. Muchas familias dejan de ser “santuarios de la vida”. El Papa Juan Pablo II constata que la anticoncepción y el aborto «tienen sus raíces en una mentalidad hedonista e irresponsable respecto a la sexualidad y presuponen un concepto egoísta de la libertad, que ve en la procreación un obstáculo al desarrollo de la propia personalidad».

Isabel, durante cinco meses, no salía de casa, y pensaba: «Esto es lo que ha hecho por mí el Señor» (Lc 1,25). Y María decía: «Engrandece mi alma al Señor (...) porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava» (Lc 1,46.48). La Virgen María e Isabel valoran y agradecen la obra de Dios en ellas: ¡la maternidad! Es necesario que los católicos reencuentren el significado de la vida como un don sagrado de Dios a los seres humanos.



Evangelio - Viernes VIII del Tiempo Ordinario

† Lectura del santo Evangelio según san Marcos 11, 11-25
Gloria a ti, Señor.
Después de haber sido aclamado por la multitud, Jesús entró en Jerusalén, fue al templo y miró todo lo que en él sucedía; pero como ya era tarde, se marchó a Betania con los Doce.
Al día siguiente, cuando salieron de Betania, Jesús sintió hambre. Viendo a lo lejos una higuera con hojas, se acercó a ver si encontraba higos; pero sólo encontró hojas, pues no era tiempo de higos. Entonces le dijo a la higuera: 
"Que nunca jamás coma nadie frutos de ti". 
Y sus discípulos lo estaban oyendo.
Cuando llegaron a Jerusalén, Jesús entró en el templo y se puso a echar a los que traficaban allí, volcando las mesas de los cambistas y los puestos de los que vendían palomas, y no permitía a nadie transportar objetos por el templo. Luego se puso a enseñar a la gente, diciéndoles: 
"¿Acaso no esta escrito: Mi casa será casa de oración para todos los pueblos? Ustedes, en cambio, la han convertido en cueva de ladrones".
Los sumos sacerdotes y los escribas se enteraron y buscaban la forma de matarlo; pero le tenían miedo, porque toda la gente estaba asombrada de sus enseñanzas. Cuando atardeció, Jesús y los suyos salieron de la ciudad.
A la mañana siguiente, al pasar, vieron la higuera que estaba seca hasta la raíz. Pedro se acordó y dijo a Jesús: 
"Maestro, mira, la higuera que maldijiste se ha secado".
Jesús les dijo:
"Tengan fe en Dios. Les aseguro que si uno le dice a esta montaña: "Quítate de ahí y arrójate al mar", sin dudar en su corazón y creyendo que va a suceder lo que dice, lo obtendrá. Por eso les digo: Cualquier cosa que pidan en la oración, crean que ya se la han concedido, y la obtendrán. Y cuando se pongan a orar, perdonen lo que tengan contra otros, para que también su Padre del cielo les perdone sus culpas".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

8ª semana. Viernes
OBRAS SON AMORES: APOSTOLADO
— Maldición de la higuera que solo tenía hojas. Todo tiempo, toda circunstancia, deben ser buenos para dar frutos de santidad y de apostolado.
Salió Jesús de Betania camino de Jerusalén, que distaba pocos kilómetros, y sintió hambre, según nos dice San Marcos en el Evangelio de la Misa1. Es una de tantas ocasiones en que se manifiesta la Santísima Humanidad de Cristo, que quiso estar muy próximo a nosotros y participar de las limitaciones y necesidades de la naturaleza humana para que aprendamos nosotros a santificarlas. El Evangelista nos indica que vio Jesús una higuera alejada del camino y se acercó a ella por si encontraba algo que comer, pero no halló más que hojas, pues no era tiempo de higos. La maldijo el Señor: Nunca jamás coma nadie fruto de ti. Volvieron de nuevo aquel día, ya tarde, de Jerusalén a Betania; probablemente Jesús se hospedaba en casa de aquella familia amiga donde era siempre bien recibido: la casa de Lázaro, de Marta y de María. Y a la mañana siguiente, cuando se dirigían a la ciudad santa, todos vieron que la higuera se había secado de raíz.
Jesús sabía bien que no era tiempo de higos y que la higuera no los tenía, pero quiso enseñar a sus discípulos, de una forma que jamás olvidarían, cómo Dios había venido al pueblo judío con hambre de encontrar frutos de santidad y de buenas obras, pero no halló más que prácticas exteriores sin vida, hojarasca sin valor. También aprendieron los Apóstoles en aquella ocasión que todo tiempo debe ser bueno para dar frutos. No podemos esperar circunstancias especiales para santificarnos. Dios se acerca a nosotros buscando buenas obras en la enfermedad, en el trabajo normal, igual en situaciones en que se nos acumulan muchos quehaceres como cuando todo está ordenado y tranquilo, tanto en momentos de cansancio como en días de vacaciones, en el fracaso, en la ruina económica si el Señor la permite y en la abundancia... Son precisamente esas circunstancias las que pueden y deben dar fruto; distinto quizá, pero inmejorable y espléndido. En todas las circunstancias debemos encontrar a Dios, porque Él nos da las gracias convenientes. «También tú –comenta San Beda– debes guardarte de ser árbol estéril, para poder ofrecer a Jesús, que se ha hecho pobre, el fruto del que tiene necesidad»2. Él quiere que le amemos siempre con realidades, en cualquier tiempo, en todo lugar, cualquiera que sea la situación que atraviese nuestra vida. ¿Procuramos dar fruto ahora, en el momento, edad y circunstancias en los que nos encontramos? ¿Esperamos situaciones más favorables para llevar a nuestros amigos a Dios?
 Obras son amores y no buenas razones. La vida interior se expresa en realidades concretas.
Las palabras de Jesús son fuertes: Nunca jamás coma nadie fruto de ti. Jesús maldice esta higuera porque solamente encontró en ella hojas, apariencia de fecundidad, follaje. Realiza un gesto llamativo para que quede bien grabada la enseñanza en el alma de sus discípulos y en la nuestra. La vida interior del cristiano, si es verdadera, va acompañada de frutos: obras externas que aprovechan a los demás. «Se ha puesto de relieve muchas veces –recuerda San Josemaría Escrivá– el peligro de las obras sin vida interior que las anime, pero se debería también subrayar el peligro de una vida interior –si es que puede existir– sin obras.
»Obras son amores y no buenas razones: no puedo recordar sin emoción este cariñoso reproche –locuela divina– que el Señor grabó con claridad y a fuego en el alma de un pobre sacerdote mientras distribuía la Sagrada Comunión, hace años, a unas religiosas y decía sin ruido de palabras a Jesús con el corazón: te amo más que estas.
»¡Hay que moverse, hijos míos, hay que hacer! Con valor, con energía, y con alegría de vivir, porque el amor echa lejos de sí el temor(cfr. 1 Jn 4, 18), con audacia, sin timideces...
»No olvidéis que, si se quiere, todo sale: Deus non denegat gratiam;Dios no niega su ayuda, al que hace lo que puede»3. Es cuestión de vivir de fe y de poner los medios que estén a nuestro alcance en cada circunstancia; no esperar con los brazos cruzados situaciones ideales, que es posible que nunca se presenten, para hacer apostolado; no aguardar a tener todos los medios humanos para ponerse a actuar cara a Dios, sino manifestar con hechos el amor que llevamos en el corazón. Veremos con agradecimiento y con admiración cómo el Señor multiplica y hace fructificar nuestras siempre escasas fuerzas en relación a lo que Él nos pide.
Si es auténtica, nuestra vida interior –el trato con Dios en la oración y en los sacramentos– se traduce necesariamente en realidades concretas: apostolado a través de la amistad y de los vínculos familiares; obras de misericordia espirituales, o materiales, según las circunstancias: enseñar al que no sabe (dar charlas de formación, colaborar en una catequesis, dar un consejo oportuno al que vacila o está desorientado...), colaborar en empresas de educación que imparten una visión cristiana de la vida, hacer compañía y dar consuelo a esos enfermos y ancianos que se encuentran prácticamente abandonados...
Siempre, en toda circunstancia, en formas muy variadas, la vida interior se debe expresar –de modo continuo– en obras de misericordia, en realidades de apostolado. La vida interior que no se manifiesta en obras concretas, se queda en mera apariencia, y necesariamente se deforma y muere. Si crece nuestra intimidad con Cristo es lógico que mejoren nuestro trabajo, el carácter, la disponibilidad para la mortificación, el modo de tratar a quienes tenemos cerca en nuestro vivir diario, las virtudes de la convivencia: la comprensión, la cordialidad, el optimismo, el orden, la afabilidad... Son frutos que el Señor espera hallar cuando se acerca cada día a nuestra vida corriente. El amor, para crecer, para sobrevivir, necesita expresarse en realidades.
— El amor a Dios se manifiesta en un apostolado alegre y lleno de iniciativas.
Jesús no encontró más que hojas... No existen frutos duraderos en el cristiano cuando por falta de vida interior, de estar metido en Dios y de considerar en su presencia la tarea apostólica, se da lugar al activismo (hacer, moverse... sin estar respaldados por una honda vida de oración), que a la postre resulta estéril, ineficaz, y es síntoma frecuentemente de falta de rectitud de intención. Allí no existe más que una obra puramente humana, sin relieve sobrenatural, quizá consecuencia de la ambición, del afán de figurar, que se puede meter en todo lo que el hombre realiza, hasta en lo de apariencia más elevada. Con razón se ha puesto de relieve el peligro del activismo: obras en sí buenas, pero sin vida interior que las apoye. San Bernardo, y después de él muchos autores, llamaba a esas obras ocupaciones malditas4.
Pero también la falta de frutos verdaderos en el apostolado se puede dar por pasividad, por falta de un amor con obras. Y si el activismo es malo y estéril, la pasividad es funesta, pues el cristiano puede engañarse a sí mismo, creyendo que ama a Dios porque realiza actos de piedad: es verdad que los hace, pero no acabadamente, porque no mueven a hacer el bien. Estas prácticas piadosas sin frutos serían la hojarasca vacía y estéril, porque la verdadera vida interior lleva a un apostolado intenso, en cualquier situación y ambiente, a actuar con valentía, con audacia, con iniciativas, echando fuera los respetos humanos, «con alegría de vivir», con la fuerza que imprime un amor siempre joven. Hoy, mientras hablamos con el Señor en este rato de oración, podemos examinar si hay frutos en nuestra vida, ahora, en el presente. ¿Tengo iniciativas como sobreabundancia de mi vida interior, de mi oración, o pienso, por el contrario, que en mi ambiente –en la facultad, en la fábrica, en la oficina...– nada puedo hacer, que no es posible ya obtener más frutos para Dios? ¿Me comprometo y ayudo eficazmente en empresas apostólicas..., o «solo rezo»? ¿Me justifico diciéndome que entre el trabajo, la familia, la dedicación a las prácticas de piedad, «no tengo tiempo»? Entonces lo normal será que el trabajo, la vida de familia... tampoco sean ocasión de apostolado.
Obras son amores... El verdadero amor a Dios se manifiesta en un apostolado comprometido, realizado con tenacidad. Y si el Señor nos encontrara pasivos, contentándonos con unas prácticas de piedad sin manifestación apostólica llena de alegría y de constancia, quizá podría decirnos en la intimidad de nuestro corazón: más obras... y menos «buenas razones». Son muchas las ocasiones a lo largo de un día para –de mil formas diferentes– dar a conocer a Cristo, si nuestro amor es verdadero. La vida interior sin un profundo afán apostólico se va empequeñeciendo y muere; se queda en mera apariencia. A la mañana siguiente, al pasar -anota el Evangelista-, los Apóstoles vieron que la higuera se había secado de raíz, completamente. Es la imagen expresiva de aquellos que por comodidad, por pereza, por falta de espíritu de sacrificio, no dan esos frutos que el Señor espera. Una vida apostólica, como ha de ser la de todo cristiano, es lo opuesto a esta higuera seca: es vida, iniciativa, entusiasmo por la tarea apostólica, amor hecho obras, alegría, actividad quizá callada pero constante...
Examinemos nuestra vida y veamos si podemos presentar al Señor –que se acerca a nosotros con hambre y sed de almas– frutos maduros, realidades hechas con un sacrificio alegre. En la dirección espiritual nos pueden ayudar a distinguir lo que haya en cada uno de nosotros de activismo (dónde tenemos que rezar más) y lo que haya de falta de iniciativa (dónde tenemos que «movernos» más). La Virgen, Nuestra Señora, nos enseñará a reaccionar para que jamás la vida interior, nuestro deseo de amar a Dios, se convierta en hojarasca vacía y sin valor.
1 Mc 11, 11-26. — 2 San Beda, Comentario al Evangelio de San Marcos, in loc.  3San Josemaría Escrivá, Carta 6-V-1945, n. 44. — 4 Cfr. J. D. Chautard, El alma de todo apostolado, Palabra, Madrid 1976, pp. 130-131.
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jueves, 30 de mayo de 2013

La música acerca al hombre hacia Dios: "La belleza te guía a la verdad"


Una de las grandes directoras de orquesta y católica
Inma Shara y cómo la música acerca al hombre hacia Dios: «La belleza te guía a la verdad»
La joven directora española dice estar orgullosa de ser católica y defiende su educación religiosa. Ante el hedonismo, propone los valores de la música.

La Belleza salvará al mundo”. Esta célebre cita que aparece en la obra ‘El Idiota’ de Dostoievski define como en la búsqueda de lo trascendente el ser humano tiene un fiel aliado en las distintas artes pues elevan al hombre al conocimiento de la grandeza del Creador.
 
La música es, sin duda, uno de estos instrumentos y que a lo largo de la historia ha ayudado a muchos a hallar esta Belleza a través de las notas y acordes.  Las Escrituras están llenas de música. Muy consciente de ello es Inma Shara, una de las directoras de orquesta más relevantes del mundo. Esta joven española ha dirigido en los mejores escenarios y ante el público más entendido pero siempre sin olvidar esta doble dimensión que tiene la música.
 
La música roza el misterio
Católica convencida y valiente, expresa su fe con naturalidad y define la música como un instrumento más que valido para llegar a Dios. Inma Shara asegura que “la música revela la belleza interior del hombre. A veces puede expresar el dolor. Pero incluso en sus acordes más dolorosos, la música sublima el sufrimiento en belleza”. De hecho, va más allá y asegura que “la música, mediante un lenguaje no racional, puede rozar el misterio con más profundidad que cualquier filosofía”.
 
Por ello, no duda siempre que puede en recordar palabras de Juan Pablo II y Benedicto XVI sobre la música, ambos grandes amantes de ella. Así, la joven directora vasca incide que la música acompaña a la experiencia espiritual y permite ser un medio de conexión entre el hombre y Dios. Por ello, recuerda la carta que el ahora Beato escribió a los artistas en 1999 y en la que afirmaba que “la belleza es la llave que nos abre al misterio y a la llamada de la trascendencia”.
 
Su mejor regalo, tocar ante Benedicto XVI
Ella misma tuvo la ocasión de dirigir en el Vaticano ante Benedicto XVI. Fue en 2008 para conmemorar el 60 aniversario de la Declaración de los Derechos Humanos. Afirma que aquel momento fue “el mejor regalo de mi vida”. Ahí quedaba unida su condición de música y creyente. “A ratos sentía que no era yo quien dirigía sino Dios quien me dio el don para hacerlo”, afirmaba.
 
“Dios ocupa un lugar primordial en mi vida y está clarísimo que en mi día a día la religión es algo importante”. Esta es su declaración de intenciones. “Soy católica, lo he recibido desde mi niñez y así lo he mantenido en mi vida. Para mi es algo tan consustancial a mí como mi propio brazo”.
 
Al igual que en su faceta profesional, Inma Shara es muy clara y directa a la hora de expresarse sobre sus creencias. “Tengo la fe muy clara. Me siento orgullosa de ser católica. Para mí la fe es un camino de comportamiento, es un camino de ética y de amor, en definitiva. ¿Por qué avergonzarse de serlo?”.
 
La familia y la Iglesia, claves en su vida
Para esta exitosa directora hay dos aspectos en su vida que han sido claves: su familia y su educación. “Doy gracias a mis padres por mi educación, por mi educación religiosa, por los valores, por la capacidad de sacrificio y de disciplina. Con el paso de los años se ve el desarrollo de capacidades y se aprende a valorar lo que tienes”.
 
Así, presume orgullosa que primero acudió a un colegio de religiosas italianas y más tarde a uno de josefinos. De ellos, dice haber recibido valores y comportamientos éticos, algo que en este momento, cree Inma Shara, falta en nuestra sociedad.
 
De este modo, aboga por la necesidad de una vuelta de los valores cristianos a la sociedad de hoy. “Estamos creando modelos de felicidad erróneos, basados en la cantidad y no en la calidad. Vivo de un lenguaje universal y aprendes a crear puentes afectivos y sabes que te llena de todo corazón. Y esto reordena tus prioridades. Pero ahora estamos sometidos a unos impulsos y modelos de felicidad equivocados: belleza absoluta, cuanto más tienes más feliz eres…hay que retroceder y reordenar las prioridades de nuestra vida. Vivimos objetivos que no son realistas y esto genera que haya personas insatisfechas, inconformistas e inseguras”.
 
Luchadora contra el hedonismo y el relativismo
Ante esto, Inma Shara cree que “el objetivo es vivir día a día con intensidad porque cuando ponemos todos nuestros objetivos en cosas materiales de alguna manera somos personas frustradas”.
 
Y su trabajo, su formación y la música le ayudan en esto. “La música te forma mucho como ser humano. Es una belleza en sí misma y te envía mensajes de serenidad”. En su opinión, este arte no deja de ser un “referente de comportamiento ético pues estamos muy tentados por el hedonismo”. Sin embargo, “existen valores que te descubren y te hacen sacrificarte. La música te guía y te hace que parezca un sueño, parece que estás en el cielo”.
 
Como música, y amante profunda de este arte, Shara propone esta vuelta a la esencia y a la belleza. “Es ahora, en época de crisis, cuando más tenemos que reflexionar sobre la sociedad que hemos creado, con mucha, mucha información, pero con muy poca formación ética. Es ahora cuando tenemos que poner en duda si la ‘cantidad’ y el consumismo voraz son las claves de la felicidad. Es en esta época de crisis cuando