lunes, 19 de mayo de 2014

Frases del Santo Padre Pío de Pietrelcina

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"En las tentaciones lucha con valentía junto con las almas fuertes y combate junto al jefe supremo." (Santo Padre Pio de Pietrelcina)

Lectio Divina - Lunes 19 de Mayo 2014 - V Semana de Pascua

Lectio: 
 Lunes, 19 Mayo, 2014  
Tiempo de Pascua
 
1) Oración inicial
¡Oh Dios!, que unes los corazones de tus fieles en un mismo deseo; inspira a tu pueblo el amor a tus preceptos y la esperanza en tus promesas, para que, en medio de las vicisitudes del mundo, nuestros corazones están firmes en la verdadera alegría. Por nuestro Señor.
 
2) Lectura
Del Evangelio según Juan 14,21-26
El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él.» Le dice Judas -no el Iscariote-: «Señor, ¿qué pasa para que te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?» Jesús le respondió: «Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra no es mía, sino del Padre que me ha enviado. Os he dicho estas cosas estando entre vosotros. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho.
 
3) Reflexión

• Como dijimos anteriormente, el capítulo 14 de Juan es un bonito ejemplo de cómo se practicaba la catequesis en las comunidades de Asia Menor al final del siglo primero. A través de las preguntas de los discípulos y de las respuestas de Jesús, los cristianos se iban formando la conciencia y encontraban una orientación para sus problemas. Así, en este capítulo 14, tenemos la pregunta de Tomás y la respuesta de Jesús (Jn 14,5-7), la pregunta de Felipe y la respuesta de Jesús (Jn 14,8-21), y la pregunta de Judas y la respuesta de Jesús (Jn 14,22-26). La última frase de la respuesta de Jesús a Felipe (Jn 14,21) constituye el primer versículo del evangelio de hoy.

• Juan 14,21: Yo le amaré y me manifestaré a él. Este versículo es el resumen de la respuesta de Jesús a Felipe. Felipe había dicho: “¡Muéstranos al Padre y esto nos basta!” (Jn 14,8). Moisés había preguntado a Dios: “¡Muéstranos tu gloria!” (Es 33,18). Dios respondió: “No podrás ver mi rostro, porque nadie podrá verme y seguir viviendo” (Es 33,20). El Padre no podrá ser mostrado. Dios habita una luz inaccesible (1Tim 6,16). “A Dios nadie le ha visto nunca” (1Jn 4,12). Pero la presencia del Padre podrá ser experimentada a través de la experiencia del amor. Dice la primera carta de San Juan: “Quien no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor”. Jesús dice a Felipe: “El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama. Y el que me ama, será amado de mi Padre. Y yo le amaré y me manifestaré a él”. Observando el mandamiento de Jesús, que es el mandamiento del amor al prójimo (Jn 15,17), la persona muestra su amor por Jesús. Y quien ama a Jesús, será amado por el Padre y puede tener la certeza de que el Padre se le manifestará. En la respuesta a Judas, Jesús dirá cómo acontece esta manifestación del Padre en nuestra vida.

• Juan 14,22: La pregunta de Judas, pregunta de todos. La pregunta de Judas: “¿Qué pasa que te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?” Esta pregunta de Judas refleja un problema que es real hasta hoy. A veces, aflora en nosotros los cristianos la idea de que somos mejores que los demás y que Dios nos ama más que a los otros. ¿Hace Dios distinción de personas?

• Juan 14,23-24: Respuesta de Jesús. La respuesta de Jesús es sencilla y profunda. El repite lo que acabó de decir a Felipe. El problema no es si los cristianos somos amados por Dios más que los otros, o si los otros son despreciados por Dios. No es éste el criterio de la preferencia del Padre. El criterio de la preferencia del Padre es siempre el mismo: el amor. "Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. Quien no me ama, no guarda mis palabras”. Independientemente del hecho que la persona sea o no cristiana, el Padre se manifiesta a todos aquellos que observan el mandamiento de Jesús que es el amor por el prójimo (Jn 15,17). ¿En que consiste la manifestación del Padre? La respuesta a esta pregunta está impresa en el corazón de la humanidad, en la experiencia humana universal. Observa la vida de las personas que practican el amor y hacen de su vida una entrega a los demás. Examina tu propia experiencia. Independientemente de la religión, de la clase, de la raza o del color, la práctica del amor nos da una paz profunda y una alegría que consiguen convivir con el dolor y el sufrimiento. Esta experiencia es el reflejo de la manifestación del Padre en la vida de las personas. Y es la realización de la promesa: Yo y mi Padre vendremos a él y haremos morada en él.

• Juan 14,25-26: La promesa del Espíritu Santo. Jesús termina su respuesta a Judas diciendo: Os he dicho estas cosas estando con vosotros. Jesús comunicó todo lo que oyó del Padre (Jn 15,15). Sus palabras son fuente de vida y deben ser meditadas, profundizadas y actualizadas constantemente a la luz de la realidad siempre nueva que nos envuelve. Para esta meditación constante de sus palabras Jesús nos promete la ayuda del Espíritu Santo: “Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho.
 
4) Para la reflexión personal
• Jesús dice: Yo y mi Padre vendremos a él y haremos morada en él. ¿Cómo experimento esta promesa?

• Tenemos la promesa del don del Espíritu para ayudarnos a entender la palabra de Jesús. ¿Invoco la luz del Espíritu cuando voy a leer y a meditar la Escritura?
 
5) Oración final
Todos los días te bendeciré,
alabaré tu nombre por siempre.
Grande es Yahvé, muy digno de alabanza,
su grandeza carece de límites. (Sal 145,2-3)

Evangelio - Lunes 5º Semana de Pascua

† Lectura del santo Evangelio según san Juan 14, 21-26
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
"El que acepta mis mandamientos y los pone en práctica, ése me ama de verdad; y el que me ama será amado por mi Padre. También yo lo amaré y me manifestaré a él".
Judas, no el Iscariote, sino el otro, le preguntó:
 
"Señor, ¿por qué te vas a manifestar sólo a nosotros, y no al mundo?"
Jesús le contestó:
"El que me ama, se mantendrá fiel a mis palabras. Mi Padre lo amará, y mi Padre y yo viviremos en él. Por el contrario, el que no pone en práctica mis palabras, es que no me ama. Y las palabras que escuchan no son mías, sino del Padre, que me envió.
Les he dicho todo esto mientras estoy con ustedes; pero el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, hará que recuerden lo que yo les he enseñado y les explicará todo".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.



† Meditación diaria
Pascua. 5ª semana. Lunes
SOMOS TEMPLOS DE DIOS
 — La inhabitación de la Trinidad en el alma. Buscar a Dios en nosotros mismos.
El Evangelio nos muestra con frecuencia la confianza que tenían los Apóstoles con Jesús: le preguntan acerca de lo que no entienden y de aquellas cosas que les resultan oscuras. El Evangelio de la Misa de hoy recoge una de estas preguntas que, sobre todo al final de la vida del Señor, debieron de ser frecuentes.
El Señor les ha dicho: El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama. Y el que me ama será amado por mi Padre y yo le amaré y yo mismo me manifestaré a él1. En tiempos del Señor, era creencia común entre los judíos que cuando llegara el Mesías se manifestaría a todo el mundo como Rey y Salvador2. Los Apóstoles han entendido las palabras de Jesús como referidas a ellos, a los íntimos, a los que le aman. Judas Tadeo –que ha comprendido bien la enseñanza– le pregunta: Señor, ¿y qué ha pasado para que tú te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?
En el Antiguo Testamento Dios se había manifestado en diversas ocasiones y de diversos modos, y había prometido que habitaría en medio de su pueblo3. Pero aquí el Señor se refiere a una presencia muy distinta: es la presencia en cada persona que le ame, que esté en gracia. Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él4. ¡Es la presencia de la Trinidad en el alma que haya renacido por la gracia! Esta será una de las enseñanzas fundamentales para la vida cristiana, repetida por San Pablo: Porque vosotros sois templos de Dios vivo5, dice a los primeros cristianos de Corinto.
San Juan de la Cruz, citando este pasaje, comenta: «¿Qué más quieres, ¡oh alma!, y qué más buscas fuera de ti, pues dentro de ti tienes tus riquezas, tus deleites, tu satisfacción (...), tu Amado, a quien desea y busca tu alma? Gózate y alégrate en tu interior recogimiento con él, pues le tienes tan cerca»6.
Debemos aprender a tratar cada vez más y mejor a Dios, que mora en nosotros. Nuestra alma, por esa presencia divina, se convierte en un pequeño cielo. ¡Cuánto bien nos puede hacer esta consideración! En el momento del Bautismo vinieron a nuestra alma las tres Personas de la Beatísima Trinidad con el deseo de permanecer más unidas a nuestra existencia de lo que puede estar el más íntimo de los amigos. Esta presencia, del todo singular, solo se pierde por el pecado mortal; pero los cristianos no debemos contentarnos con no perder a Dios: debemos buscarle en nosotros mismos en medio de nuestras ocupaciones, cuando vamos por la calle..., para darle gracias, pedirle ayuda, desagraviarle por los pecados que cada día se cometen.
A veces pensamos que Dios está muy lejos, y está más cercano, más atento a nuestras cosas que el mejor de los amigos. San Agustín, al considerar esta inefable cercanía de Dios, exclamaba: «¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé!; he aquí que Tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba (...). Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Me tenían lejos de Ti las cosas que, si no estuviesen en Ti, no serían. Tú me llamaste claramente y rompiste mi sordera; brillaste, resplandeciste y curaste mi ceguedad»7.
Pero para hablar con Dios, presente realmente en el alma en gracia, es necesario el recogimiento de los sentidos, que tienden a desparramarse y quedarse apegados a las cosas; sabernos «templos de Dios» y actuar siempre en consecuencia; rodear de amor, de un silencio sonoro, esa presencia íntima de la Trinidad en nuestra alma.
— Necesidad del recogimiento interior para tratar a Dios. Mortificación.
La presencia de las tres Personas divinas en el alma en gracia es una presencia viva, abierta a nuestro trato, ordenada al conocimiento y al amor con que podemos corresponder. «¿Por qué andar corriendo por las alturas del firmamento y por los abismos de la tierra en busca de Aquel que mora en nosotros?»8, se pregunta San Agustín. «Ahora bien –enseña San Gregorio Magno–, mientras nuestra mente estuviere disipada en imágenes carnales, jamás será capaz de contemplar..., porque la ciegan tantos obstáculos cuantos son los pensamientos que la traen y la llevan. Por tanto, el primer escalón –para que el alma llegue a contemplar la naturaleza invisible de Dios– es recogerse en sí misma»9.
Para lograr este recogimiento, a algunos el Señor les pide que se retiren del mundo, pero Dios quiere que la mayoría de los cristianos (madres de familia, estudiantes, trabajadores...) le encontremos en medio de nuestros quehaceres. Mediante la mortificación habitual durante el día –con la que tan relacionado está el gozo interior– guardamos para Dios los sentidos. Mortificamos la imaginación, librándola de pensamientos inútiles; la memoria, echando a un lado recuerdos que no nos acercan al Señor; la voluntad, cumpliendo con el deber, quizá pequeño, que tenemos encomendado.
El trabajo intenso, si está dirigido a Dios, lejos de impedir nuestro diálogo con Él, lo facilita. Igual sucede con toda la actividad exterior: las relaciones sociales, la vida de familia, los viajes, el descanso... Toda la vida humana, si no está dominada por la frivolidad, tiene siempre una dimensión profunda, íntima, expresada en un cierto recogimiento que alcanza su pleno sentido en el trato con Dios. Recogerse es «juntar lo separado», restablecer el orden interior perdido, evitar la dispersión de los sentidos y potencias incluso en cosas en sí buenas o indiferentes, tener como centro a Dios en la intención de lo que hacemos y proyectamos.
Lo contrario del recogimiento interior es la disipación y la frivolidad. Los sentidos y potencias se quedan en cualquier charca del camino, y como consecuencia la persona anda sin fijeza, esparcida la atención, dormida la voluntad y despierta la concupiscencia10. Sin recogimiento no es posible el trato con Dios.
En la medida en que purificamos nuestro corazón y nuestra mirada, en la medida en que, con la ayuda del Señor, procuramos ese recogimiento, que es riqueza y plenitud interior, nuestra alma ansía el trato con Dios, como el ciervo las fuentes de las aguas11. «El corazón necesita, entonces, distinguir y adorar a cada una de las Personas divinas. De algún modo, es un descubrimiento, el que realiza el alma en la vida sobrenatural, como los de una criaturica que va abriendo los ojos a la existencia. Y se entretiene amorosamente con el Padre y con el Hijo y con el Espíritu Santo; y se somete fácilmente a la actividad del Paráclito vivificador, que se nos entrega sin merecerlo»12.
— El trato con el Espíritu Santo.
Aunque la inhabitación en el alma pertenece a las tres Personas de la Trinidad –al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo–, se atribuye de modo singular a la Tercera Persona, a quien la liturgia nos invita a tratar con más intimidad en este tiempo en que nos encaminamos hacia la fiesta de Pentecostés.
El Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho, dice el Señor en el Evangelio de hoy13. Es una promesa que el Señor hizo en diversas ocasiones14, como señalando la enorme trascendencia que tendría para toda la Iglesia, para el mundo, para cada uno de quienes le íbamos a seguir. No se trata de un don pasajero limitado al tiempo en que se reciben los sacramentos o a otro momento determinado, sino de un Don estable, permanente: «en los corazones (de los fieles) habita el Espíritu Santo como en un templo»15. Es eldulce Huésped del alma16, y cuanto más crece el cristiano en obras buenas, cuanto más se purifica, tanto más se complace el Espíritu Santo en habitar en él y en darle nuevas gracias para su santificación y para el apostolado.
El Espíritu Santo está en el alma del cristiano en gracia, para configurarlo con Cristo, para que cada vez se parezca más a Él, para moverlo al cumplimiento de la voluntad de Dios y ayudarle en esa tarea. El Espíritu Santo viene como remedio de nuestra flaqueza17, y haciendo suya nuestra causa aboga por nosotros con gemidos inenarrables18ante el Padre. Cumple ahora su oficio de guiar, proteger y vivificar a la Iglesia, porque –comentaba Pablo VI– dos son los elementos que Cristo ha prometido y otorgado, aunque diversamente, para continuar su obra: «el apostolado y el Espíritu. El apostolado actúa externa y objetivamente; forma el cuerpo, por así decirlo, material de la Iglesia, le confiere sus estructuras visibles y sociales; mientras el Espíritu Santo actúa internamente, dentro de cada una de las personas, como también sobre la entera comunidad, animando, vivificando, santificando»19.
Pidamos a la Virgen que nos enseñe a comprender esta dichosísima realidad, pues nuestra vida sería entonces muy distinta. ¿Por qué sentirnos solos, si el Santo Espíritu nos acompaña? ¿Por qué vivir inseguros o angustiados, aunque sea un solo día de nuestra existencia, si el Paráclito está pendiente de nosotros y de nuestras cosas? ¿Por qué ir alocadamente detrás de la felicidad aparente, si no hay mayor gozo que el trato con este dulce Huésped que habita en nosotros? ¡Qué distinto sería nuestro porte en algunas circunstancias, la conversación, si fuéramos conscientes de que somos templos de Dios, templos del Espíritu Santo!
Al terminar nuestra oración, acudamos a la Virgen Nuestra Señora: «Dios te salve, María, templo y sagrario de la Santísima Trinidad, ayúdanos».
1 Jn 14, 21. — 2 Cfr. Sagrada Biblia, Santos Evangelios, EUNSA, Pamplona 1983, p. 1357. — 3 Cfr. Ex 29, 45; Ez 37, 26 27; etcétera. — 4 Jn 14, 23. — 5 Cfr. 2 Cor 6, 16. — 6 San Juan de la Cruz, Cántico espiritual, canción 1. — 7 San Agustín,Confesiones, 10, 27, 38. — 8 ídem, Tratado sobre la Trinidad, 8, 17. — 9 San Gregorio Magno, Homilías sobre el profeta Ezequiel, 2, 5. — 10 Cfr. San Josemaría Escrivá, Camino, n. 375. — 11 Cfr. Sal 41, 2. — 12 San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 306. — 13 Jn 14, 26. — 14 Cfr. Jn 14, 15-17; 15, 36; 16, 7-14; Mt 10, 20. —15 Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, 9. — 16 Secuencia de la Misa de Pentecostés. — 17 Rom 8, 26. — 18 Ibídem. — 19 Pablo VI, Discurso de apertura de la 3ª Sesión del Concilio Vaticano II, 14-lX-1964.                                                                                 ___________________________________________________________________________________________
Otro comentario: Rev. D. Norbert ESTARRIOL i Seseras (Lleida, España)
La "inhabitación" de Dios en el alma en gracia
Hoy, Jesús nos muestra su inmenso deseo de que participemos de su plenitud. Incorporados a Él, estamos en la fuente de vida divina que es la Santísima Trinidad. Jesucristo asegura que estará presente en nosotros por el don de la inhabitación divina en el alma en gracia. Así, los cristianos ya no somos huérfanos. 

La presencia de Dios en el corazón nos ayudará a descubrir y realizar en este mundo los planes que la Providencia nos haya asignado. El Espíritu del Señor suscitará en nuestro corazón iniciativas para situarle en la cúspide de todas las actividades humanas. Si tenemos esta intimidad con Jesús llegaremos a ser buenos hijos de Dios y nos sentiremos amigos suyos en todo lugar y momento.

—Santa María, Madre nuestra, intercede para que penetremos en este trato con la Santísima Trinidad. La luz y el fuego de la vida divina se volcarán sobre cada fiel si estamos dispuestos a recibir el don de la inhabitación.
Otro comentario: Simeón el Nuevo Teólogo (v. 949-1022), monje griego
Himno 21; SC 174 (trad. SC p. 139 rev.)

   "El Espíritu Santo que mi Padre enviará en mi nombre os lo enseñará todo"

Los que tienen al Espíritu por maestro
no tienen necesidad del conocimiento que viene de hombres
pues, iluminados por la luz de este Espíritu,
miran al Hijo, ven al Padre
y adoran las Personas de la Trinidad,
el Dios único, que por naturaleza es uno de manera inexplicable …

Detente, hombre; tiembla, tú que eres de naturaleza mortal,
y sueña que has sido sacado de la nada
y que saliendo del vientre de tu madre
viste el mundo que había sido hecho antes de ti.
Y si pudieras conocer la altura del cielo
o indicar cuál es la naturaleza del sol,
de la luna y de las estrellas,
donde permanecen fijos y cómo se desplazan…,

O incluso la naturaleza de la tierra de dónde has salido,
sus límites y sus medidas, su anchura y su tamaño…,
si has descubierto el fin de cada cosa
y si has contado la arena del mar
y si también has conocido tu propia naturaleza,
entonces podrás soñar con tu creador,
cómo en la Trinidad la unidad queda sin mezcla
y en la Unidad, la Trinidad sin división.

¡Busca el Espíritu! …
Posiblemente Dios te consolará y te dará,
como ya te dejó ver el mundo
y el sol y la luz de día,
sí, se dignará iluminarte ahora del mismo modo…,
Te iluminará con la luz del Sol Triple…
Aprenderás entonces de la gracia del Espíritu:
que, hasta ausente, está presente por su poder
y que, presente, no lo vemos a causa de su naturaleza divina,
y que él está por todas partes y en ninguna.

¿Si buscas verlo de manera sensible,
dónde lo encontrarás? En ninguna parte, simplemente dirás.
Pero si tienes la fuerza de mirarlo espiritualmente,
Será él mismo quien alumbrará tu espíritu
y abrirá los ojos de tu corazón.
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Otro comentario: Rev. D. Norbert ESTARRIOL i Seseras (Lleida, España)
El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho
Hoy, Jesús nos muestra su inmenso deseo de que participemos de su plenitud. Incorporados a Él, estamos en la fuente de vida divina que es la Santísima Trinidad. «Dios está contigo. En tu alma en gracia habita la Trinidad Beatísima. —Por eso, tú, a pesar de tus miserias, puedes y debes estar en continua conversación con el Señor» (San Josemaría).

Jesús asegura que estará presente en nosotros por la inhabitación divina en el alma en gracia. Así, los cristianos ya no somos huérfanos. Ya que nos ama tanto, a pesar de que no nos necesita, no quiere prescindir de nosotros. 

«El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él» (Jn 14,21). Este pensamiento nos ayuda a tener presencia de Dios. Entonces, no tienen lugar otros deseos o pensamientos que, por lo menos, a veces, nos hacen perder el tiempo y nos impiden cumplir la voluntad divina. He aquí una recomendación de san Gregorio Magno: «Que no nos seduzca el halago de la prosperidad, porque es un caminante necio aquel que ve, durante su camino, prados deliciosos y se olvida de allá donde quería ir».

La presencia de Dios en el corazón nos ayudará a descubrir y realizar en este mundo los planes que la Providencia nos haya asignado. El Espíritu del Señor suscitará en nuestro corazón iniciativas para situarlas en la cúspide de todas las actividades humanas y hacer presente, así, a Cristo en lo alto de la tierra. Si tenemos esta intimidad con Jesús llegaremos a ser buenos hijos de Dios y nos sentiremos amigos suyos en todo lugar y momento: en la calle, en medio del trabajo cotidiano, en la vida familiar.

Toda la luz y el fuego de la vida divina se volcarán sobre cada uno de los fieles que estén dispuestos a recibir el don de la inhabitación. La Madre de Dios intercederá —como madre nuestra que es— para que penetremos en este trato con la Santísima Trinidad.





domingo, 18 de mayo de 2014

Lectio Divina - Domingo 18 de Mayo 2014 - V Semana de Pascua

Lectio: 
 Domingo, 18 Mayo, 2014  

Yo soy el camino, la verdad y la vida
Una respuesta a las eternas preguntas del corazón del hombre
Juan 14, 1-12

1. Oración inicial
 Señor Jesús, envía tu Espíritu, para que Él nos ayude a leer la Biblia en el mismo modo con el cual Tú la has leído a los discípulos en el camino de Emaús. Con la luz de la Palabra, escrita en la Biblia, Tú les ayudaste a descubrir la presencia de Dios en los acontecimientos dolorosos de tu condena y muerte. Así, la cruz , que parecía ser el final de toda esperanza, apareció para ellos como fuente de vida y resurrección.
Crea en nosotros el silencio para escuchar tu voz en la Creación y en la Escritura, en los acontecimientos y en las personas, sobre todo en los pobres y en los que sufren. Tu palabra nos oriente a fin de que también nosotros, como los discípulos de Emaús, podamos experimentar la fuerza de tu resurrección y testimoniar a los otros que Tú estás vivo en medio de nosotros como fuente de fraternidad, de justicia y de paz. Te lo pedimos a Tí, Jesús, Hijo de María, que nos has revelado al Padre y enviado tu Espíritu. Amén.

2. Lectura
a) Una clave de lectura:
Mientras haces la lectura, intenta escuchar como si estuvieras presente en aquel encuentro último de Jesús con sus discípulos/as. Escucha sus palabras como dirigidas a ti, hoy, en este momento.

b) Una división del capítulo 14 para ayudar a la lectura:
Juan 14, 1-12Jn 14, 1-4: ¡Nada te turbe!
Jn 14, 5-7. Pregunta de Tomás y respuesta de Jesús
Jn 14, 8-21: Pregunta de Felipe y respuesta de Jesús
Jn 14, 22-31: Pregunta de Judas Tadeo y respuesta de Jesús

c) El texto:
1-4: «No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy sabéis el camino.»
5-7: Le dice Tomás: «Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?» Le dice Jesús: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre; desde ahora lo conocéis y lo habéis visto.»
8-12: Le dice Felipe: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta.» Le dice Jesús: «¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: «Muéstranos al Padre»? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? Las palabras que os digo, no las digo por mi cuenta; el Padre que permanece en mí es el que realiza las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Al menos, creedlo por las obras. En verdad, en verdad os digo: el que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún, porque yo voy al Padre.

3. Un momento de silencio orante
para que la Palabra de Dios pueda entrar en nosotros e iluminar nuestra vida.

4. Algunas preguntas
para ayudarnos en la reflexión personal.
a) ¿Qué palabras de Jesús te han llegado más al corazón? ¿Por qué?
b) ¿Qué huellas del rostro de Dios Padre, revelado por Jesús, aparecen en estos doce versículos?
c) ¿Qué nos revelan estos versículos sobre la relación de Jesús con el Padre?
d) ¿Qué nos dicen estos versículos sobre nuestra relación con Jesús y con el Padre?
e) ¿Cuáles son las "obras mayores" que podremos realizar según las palabras de Jesús?
f) Jesús dice: "En la casa de mi Padre hay muchas mansiones". ¿Qué significan estas afirmaciones hoy para nosotros?
g) ¿Qué problema o deseo aparece en las preguntas de Tomás y de Felipe?

5. Una clave de lectura
para aquellos que quieran profundizar más en el tema.

a) El Evangelio de Juan: un tejido hecho con tres hilos:
* La palabra texto quiere decir tejido. Así, el texto del evangelio de Juan es como un bonito tejido, hecho con tres hilos muy distintos y, al mismo tiempo, muy parecidos. Estos tres hilos se combinan tan bien entre ellos que nos confudimos y, a veces, ni siquiera percibimos cuándo se pasa de un hilo a otro.
a) El primer hilo: son los hechos de la vida de Jesús, acaecidos por el año 30 d.C y recordados por testigos oculares, las personas que han vivido con Jesús y que vieron las cosas que Él hizo y las palabras que enseñó. Es el Jesús histórico, conservado en los testimonios del Discípulo Amado (1 Jn 1, 1).
b) El segundo hilo: son los hechos y los problemas de la vida de las comunidades de la segunda mitad del siglo primero. Partiendo de la fe en Jesús y convencidas de la presencia del Resucitado en medio de ellas, las comunidades han iluminado estos hechos y problemas con las palabras y los gestos de Jesús. Así, por ejemplo, los litigios que tenían con los fariseos, acabaron por influir profundamente la narración y la transmisión de las discusiones entre Jesús y los fariseos.
c) El tercer hilo: son los comentarios hechos por el evangelista. En algunos pasajes, nos resulta difícil percibir cuándo Jesús deja de hablar y cuándo el evangelista comienza a hacer sus comentarios (Jn 2, 22; 3, 16-21; 7, 39; 12, 37-43; 20, 30-31).

* En los cinco capítulos que describen la despedida de Jesús (Jn 13 al 17), se nota la presencia de estos tres hilos: aquél en el que Jesús habla, aquél en el que hablan las comunidades y aquél en el que habla el evangelista. En estos capítulos los tres hilos están entrelazados de tal modo que el conjunto se presenta como una composición de extraña belleza e inspiración, donde es difícil distinguir qué es de uno y qué es de otro.

b) Los capítulos 13 al 17 del Evangelio de Juan:
* La larga conversación (Jn 13, 1 a 17, 26), que Jesús tuvo con sus discípulos en la última cena, en la vigilia de su prendimiento y muerte, es el Testamento que nos dejó. En él se expresa la última voluntad de Jesús respecto a la vida en comunidad de sus discípulos/as. Era una conversación amistosa, que quedó en la memoria del Discípulo Amado. Jesús, así quiere dar a entender el evangelista, quería alargar al máximo este último encuentro de amistad, momento de gran intimidad. Lo mismo sucede hoy. Hay modos y modos de conversar... Una conversación superficial que lanza palabras al aire y que revela el vacío de las personas, y hay una conversación que va profundamente al corazón. Todos nosotros, alguna vez, tenemos estos momentos para compartir amistosamente, lo cual ensancha el corazón y se convierte en fuerza cuando llega la dificultad. Ayuda a tener confianza y a vencer el miedo.

* Estos cinco capítulos (Jn 13 a 17) son también un ejemplo de cómo la comunidad del Discípulo Amado catequizaban. Las preguntas de los tres discípulos, Tomás (Jn 14, 5), Felipe (Jn 14, 8) y Judas Tadeo (Jn 14, 22), eran también las preguntas de las comunidades de finales del siglo primero. Las respuestas de Jesús a los tres era un espejo en el que las comunidades encontraban una repuesta a sus dudas y dificultades. Así, nuestro capítulo 14 era (y aún es hoy) una catequesis que enseña a las comunidades cómo vivir sin la presencia física de Jesús.

c) El capítulo 14, 1-12: Una respuesta a las eternas preguntas del corazón del hombre:
Juan 14, 1-4: Las comunidades preguntaban: "¿Cómo vivir en comunidad con ideas tan distintas?". Jesús responde con una exhortación: "¡No se turbe vuestro corazón! En la casa de mi Padre hay muchas moradas". La insistencia en tener palabras de ánimo que sirviesen de ayuda para superar las turbaciones y las divergencias, es signo de que debían existir tendencias muy distintas entre las comunidades, queriendo una ser más verdadera que la otra. Jesús dice: "¡En la casa de mi Padre hay muchas mansiones!". No es necesario que todos piensen de la misma forma. Lo que importa es que todos acepten a Jesús como revelación del Padre y que, por amor suyo, tengan actitudes de servicio y de amor. Amor y servicio son el cemento que pega entre sí los ladrillos de la pared y hace que las distintas comunidades se conviertan en una Iglesia sólida de hermanos y hermanas.

Juan 14, 5-7: Tomás pregunta: "Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos conocer el camino? Jesús responde: "¡Yo soy el camino, la verdad y la vida!". Tres palabras importantes. Sin camino, no se camina. Sin verdad, no se acierta. ¡Sin vida, sólo hay muerte! Jesús explica el sentido. Él mismo es elcamino, porque "Nadie va al Padre sino por mí". Ya que, Él es la puerta, por la que las ovejas entran y salen (Jn 10, 9). Jesús es la verdad, porque mirándole a él, vemos la imagen del Padre. "¡Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre!". ¡Jesús es la vida, porque caminando como Jesús ha caminado, estaremos unidos al Padre y tendremos la vida en nosotros!

Juan 14, 8-11: Felipe pide: Le dice Felipe: "Señor, muéstranos al Padre y nos basta". Jesús le responde: "¡El que me ha visto a mí, ha visto al Padre!". Felipe ha expresado un deseo que era el de muchas personas de la comunidad de Juan y continúa siendo el deseo de todos nosotros: ¿qué debo hacer para ver al Padre del que tanto habla Jesús? La respuesta de Jesús es muy bella: "¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre". No tenemos que pensar que Dios sea lejano, como alguien distante y desconocido. Quien quiera saber cómo es y quién es Dios Padre, le basta mirar a Jesús. ¡Él lo ha revelado en las palabras y en los gestos de su vida! "Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí". Por su forma de ser Jesús revelaba un rostro nuevo de Dios que atraía al pueblo. A través de su obediencia, estaba totalmente identificado con el Padre. En cada momento hacía lo que el Padre le mostraba hacer (Jn 5, 30; 8, 28-29.38). ¡Por eso, en Jesús todo es revelación del Padre! ¡Y, los signos y obras que realiza son las obras del Padre! De la misma manera, nosotros, en nuestro modo de vivir y de compartir, tenemos que ser una revelación de Jesús. El que nos ve, tiene que poder ver y reconocer en nosotros algo de Jesús.
Lo que es importante meditar aquí es preguntarme: "¿Qué imagen me hago de Jesús?". ¿Soy como Pedro que no aceptaba un Jesús siervo y sufriente y quería un Jesús a su propia medida? (Mc 8, 32-33). ¿Soy como aquéllos que saben decir sólo?: "¡Señor! ¡Señor! (Mt 7, 21). ¿Soy como aquéllos que quieren sólo un Cristo celeste y glorioso y olvidamos a Jesús de Nazaret que caminaba con los pobres, acogía a los marginados, curaba a los enfermos, reinsertaba a los excluidos y que, por causa de este compromiso con el pueblo y con el Padre, fue perseguido y matado.

Juan 14, 12La promesa de Jesús. Jesús afirma que su intimidad con el Padre no es un privilegio sólo de él, sino que es posible para todos nosotros que creemos en Él. A través de Él, podemos llegar a hacer las mismas cosas que Él hacía por el pueblo de su tiempo. Él intercederá por nosotros. Todo lo que le pedimos, él se lo pedirá al Padre y lo obtendrá, con tal que sea para servir (Jn 14, 13).

6. Salmo 43 (42)

"Tu luz y tu verdad me guiarán por el camino"
Como anhela la cierva los arroyos,
así te anhela mi ser, Dios mío.
Mi ser tiene sed de Dios,
del Dios vivo;
¿cuándo podré ir a ver
el rostro de Dios?
Son mis lágrimas mi pan
de día y de noche,
cuando me dicen todo el día:
«¿Dónde está tu Dios?».
El recuerdo me llena de nostalgia:
cuando entraba en la Tienda admirable
y llegaba hasta la Casa de Dios,
entre gritos de acción de gracias
y el júbilo de los grupos de romeros.
¿Por qué desfallezco ahora
y me siento tan azorado?
Espero en Dios, aún lo alabaré:
¡Salvación de mi rostro, Dios mío!
Me siento desfallecer,
por eso te recuerdo,
desde el Jordán y el Hermón
a ti, montaña humilde.
Un abismo llama a otro abismo
en medio del fragor de tus cascadas,
todas tus olas y tus crestas
han pasado sobre mí.
De día enviará Yahvé su amor,
y el canto que me inspire por la noche
será oración al Dios de mi vida.
Diré a Dios: Roca mía,
¿por qué me olvidas?,
¿por qué he de andar sombrío
por la opresión del enemigo?
Me rompen todos los huesos
los insultos de mis adversarios,
todo el día repitiéndome:
¿Dónde está tu Dios?
¿Por qué desfallezco ahora
y me siento tan azorado?
Espero en Dios, aún lo alabaré:
¡Salvación de mi rostro, Dios mío!
Hazme justicia, oh Dios,
defiende mi causa
contra gente sin amor;
del hombre traidor
y falso líbrame.
Tú eres el Dios a quien me acojo:
¿por qué me has rechazado?,
¿por qué he de andar sombrío
por la opresión del enemigo?
Envía tu luz y tu verdad,
ellas me escoltarán,
me llevarán a tu monte santo,
hasta entrar en tu Morada.
Y llegaré al altar de Dios,
al Dios de mi alegría.
Te alabaré gozoso con la cítara,
oh Dios, Dios mío.
¿Por qué desfallezco ahora
y me siento tan azorado?
Espero en Dios, aún lo alabaré:
¡Salvación de mi rostro, Dios mío!

7. Oración final
Señor Jesús, te damos gracia por tu Palabra que nos ha hecho ver mejor la voluntad del Padre. Haz que tu Espíritu ilumine nuestras acciones y nos comunique la fuerza para seguir lo que Tu Palabra nos ha hecho ver. Haz que nosotros como María, tu Madre, podamos no sólo escuchar, sino también poner en práctica la Palabra. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Amén

Evangelio - Domingo 5º Semana de Pascua

† Lectura del santo Evangelio según san Juan 14, 1-12
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
"No pierdan la paz, crean en Dios y crean también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones, si no, se lo habría dicho, porque voy a prepararles un lugar. Cuando vaya y les prepare sitio, volveré y los llevaré conmigo, para que donde estoy yo estén también ustedes. Y ya saben el camino a donde yo voy".
Tomás le dijo:
"Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo podemos saber el camino?"
Jesús le respondió:
"Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si me conocieran a mí, conocerían también a mi Padre. Ahora ya lo conocen y lo han visto".
Le dijo Felipe:
"Señor, muéstranos al Padre y nos basta".
Jesús le replicó:
"Felipe, tanto tiempo hace que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conoces? Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Entonces por qué dices: "Muéstranos al Padre?" ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí?
Las palabras que yo les digo no las digo por mi propia cuenta. Es el Padre, que permanece en mí, quien hace las obras que hago yo, y las hará aún mayores, porque yo me voy al Padre".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

† Meditación diaria
Pascua. Quinto domingo
SER JUSTOS

— Ser justos con quienes nos relacionamos, con quienes dependen de nosotros, con la sociedad.

La palabra del Señor es sincera y todas sus acciones son leales; Él ama la justicia y el derecho, y su misericordia llena la tierra1.
La justicia es la virtud cardinal que permite una convivencia recta y limpia entre los hombres. Sin esta virtud, la convivencia se torna imposible, la sociedad, la familia, la empresa dejan de ser humanas y se convierten en lugares donde el hombre atropella al hombre. La justicia regula la convivencia de la sociedad humana en cuanto humana, es decir, basada en el respeto de los derechos personales; “es principio fundamental de la existencia y de la coexistencia de los hombres, como también de las comunidades humanas, de las sociedades y de los pueblos”2.
Un aspecto de esta virtud atañe a las relaciones con el vecino, con el compañero, con el amigo, con el colega y, en general, con toda persona: regula estas relaciones de los hombres entre sí, dando a cada uno lo que le es debido. Otra faceta de la justicia se refiere a los deberes de la sociedad en relación a lo que a cada individuo le corresponde. Por último, existe otro plano de la justicia, que regula aquello que cada individuo concreto debe a la comunidad a la que pertenece, al todo del que forma parte.
La justicia en una sociedad viene de quienes la componen. Son las personas quienes proyectan en la sociedad su justicia o su injusticia, sobre todo quienes en ellas tienen más responsabilidad. Y esto es válido en la familia, en la empresa, en la nación o en el conjunto de naciones que componen el mundo. Si de verdad queremos que la justicia impere en una sociedad –ya se trate de una aldea o de la nación–, hagamos justos a los hombres que la componen: que cada uno de nosotros comience a ser justo en ese triple plano: con quienes nos relacionamos cada día, con quienes dependen de nosotros, dando lo que debemos a la sociedad de la que formamos parte. Esta es la primera obligación moral de la justicia, ser justos en todos los aspectos de nuestra vida: convivir con rectitud y limpieza, ser justos con la familia, con el vecino... con el Estado. La lucha porque impere una mayor justicia en la sociedad es fruto de una serie de decisiones personales, que van modelando el alma de la persona que ejercita esta virtud. Con actos concretos de justicia, el hombre se moverá cada vez con más facilidad por “una voluntad constante e inalterable de dar a cada uno lo suyo”3, pues en esto consiste la esencia de esta virtud.
Si hay una tarea noble y bella que corresponde al común de los ciudadanos es precisamente la de trabajar, con responsabilidad personal, por una sociedad más justa, recta y limpia.

— La promoción de la justicia.

“Dios nos llama a través de las incidencias de la vida de cada día, en el sufrimiento y en la alegría de las personas con las que convivimos, en los afanes humanos de nuestros compañeros, en las menudencias de la vida de familia. Dios nos llama también a través de los grandes problemas, conflictos y tareas que definen cada época histórica, atrayendo esfuerzos e ilusiones de gran parte de la humanidad”4. La fe nos lleva a estar presentes, a intervenir muy directamente en los afanes nobles, en las “menudencias de la vida de familia” y “en los conflictos y tareas que definen cada época histórica”... para santificarnos nosotros y santificar esas realidades, haciéndolas más humanas, más justas, para llevarlas a Dios. “Se comprende muy bien la impaciencia, la angustia, los deseos inquietos de quienes, con un alma naturalmente cristiana (Cfr. Tertuliano, Apologeticum, 17), no se resignan ante la injusticia personal y social que puede crear el corazón humano. Tantos siglos de convivencia entre los hombres y, todavía, tanto odio, tanta destrucción, tanto fanatismo acumulado en ojos que no quieren ver y en corazones que no quieren amar”5.
La fe nos urge porque es grande la necesidad de justicia que existe en el mundo. “Los bienes de la tierra, repartidos entre unos pocos; los bienes de la cultura, encerrados en cenáculos. Y, fuera, hambre de pan y de sabiduría, vidas humanas que son santas, porque vienen de Dios, tratadas como simples cosas, como números de una estadística. Comprendo y comparto esa impaciencia, que me impulsa a mirar a Cristo, que continúa invitándonos a que pongamos en práctica ese mandamiento nuevo del amor.
“Todas las situaciones por las que atraviesa nuestra vida nos traen un mensaje divino, nos piden una respuesta de amor, de entrega a los demás”6.
El cristiano se esfuerza en remediar lo injusto por amor a Jesucristo y a sus hermanos los hombres. El justo, en el pleno sentido de la palabra, es aquel que va dejando a su paso amor y alegría y no transige con la injusticia allí donde la encuentra, ordinariamente en el ámbito en el que se desarrolla su vida: en la familia, en su empresa, en el municipio donde tiene su hogar... Si hacemos examen, es posible que encontremos injusticias que remediar: juicios precipitados contra personas o instituciones, rendimiento en el trabajo, trato injusto a otras personas...

— Fundamento y fin de la justicia.

El origen, la gran fuerza que mueve al hombre justo, es el amor a Cristo; cuanto más fieles al Señor seamos, más justos seremos, más comprometidos estaremos con la verdadera justicia. Un cristiano sabe que el prójimo, el “otro”, es Cristo mismo, presente en los demás, de modo particular en los más necesitados. “Solo desde la fe se comprende qué es lo que de verdad nos jugamos con la justicia o la injusticia de nuestros actos: acoger o rechazar a Jesucristo”7. Este es el gran motor de nuestras acciones. Esto es lo que solo los cristianos, mediante la fe, podemos ver: Cristo nos espera en nuestros hermanos. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed... Omisiones: Cada vez que dejasteis de hacerlo con uno de mis hermanos más pequeños, dejasteis de hacerlo conmigo8.
El Señor está en cada hombre que padece necesidad. “Los pobres de la sociedad, personalmente considerados, así como las zonas, los grupos étnicos o culturales, los enfermos, los sectores de la población más pobres y marginados tienen que ser preocupación constante de la Iglesia y de los cristianos. Es preciso aumentar los esfuerzos para estar con ellos y compartir sus condiciones de vida, sentirnos llamados por Dios desde las necesidades de nuestros hermanos, hacer que la sociedad entera cambie para hacerse más justa y más acogedora en favor de los más pobres”9.
“Hay que reconocer a Cristo, que nos sale al encuentro, en nuestros hermanos los hombres”10. Bastaría examinar nuestro espíritu de atención, de respeto, de afán de justicia, enriquecido por la caridad, para conocer con qué fidelidad seguimos a Cristo. Y al revés, si es profundo y verdadero el trato y el amor a Cristo, ese trato y ese amor se desbordan inconteniblemente hacia los demás.
“Las exigencias espirituales y materiales del servicio cristiano a los demás, son grandes: en la voluntad, en el sentimiento, en las obras. Ante ellas, con la ayuda de la gracia divina, el cristiano ni se acobarda ni se atolondra con un nervioso frenesí de “gestos” sorprendentes. Pero tampoco “se queda tranquilo”: caritas enim urget nos: porque nos acucia la caridad de Cristo (2 Cor 5, 14)”11, que nos lleva más allá de la mera justicia, pero –como es claro– supone haber satisfecho lo que es justo.
“Para que este ejercicio de la caridad sea verdaderamente irreprochable y aparezca como tal –enseña el Concilio Vaticano II– , es necesario (...) cumplir antes que nada las exigencias de la justicia, para no dar como ayuda de caridad lo que ya se debe por razón de justicia”12.
La práctica de la justicia nos lleva a un constante encuentro con Cristo. En último extremo, “hacerle justicia a un hombre es reconocer la presencia de Dios en él”13.
Por eso también, en el cristiano no puede haber verdadera justicia si no está informada por la caridad14, porque quedaría a ras de tierra, empequeñecida. Cristo, en nuestras relaciones con el prójimo, quiere más de nosotros. A Él hemos de pedirle “que nos conceda un corazón bueno, capaz de compadecerse de las penas de las criaturas, capaz de comprender que, para remediar los tormentos que acompañan y no pocas veces angustian las almas en este mundo, el verdadero bálsamo es el amor, la caridad”15.

1 Salmo responsorial. Sal 33, 4-5. — 2 Juan Pablo II, Audiencia general, 8-XI-1978. — 3 Santo Tomás, Suma Teológica, 2-2, q. 58, a. 1. — 4 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 110. — 5Ibídem, 111. — 6 Ibídem. — 7 P. Rodríguez, Fe y vida de fe, EUNSA, Pamplona 1974, p. 215. — 8Cfr. Mt 25, 45. — 9 Conferencia Episcopal Española, Testigos del Dios vivo, 28-VI-1985, n. 59. —10 San Josemaría Escrivá, o. c., 111. — 11 F. Ocáriz, Amor a Dios, amor a los hombres, Palabra, 3ª ed., Madrid 1973, p. 109. — 12 Conc. Vat. II, Decr. Apostolicam actuositatem, 8. — 13 P. Rodríguez, o. c., p. 217. — 14 Cfr. Santo Tomás, Suma Teológica, 2-2, q. 4, a. 7. — 15 San Josemaría Escrivá, o. c., 167.
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Otro comentario: Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
La eternidad en la casa del Padre
Hoy Jesús nos brinda el anhelo más importante para nuestro corazón: la eternidad en la casa del Padre. La esperanza cristiana es, ciertamente, una esperanza "ya entregada": Dios ya se ha encarnado y —cada día— nos "regala" su sacrificio salvador mediante la Eucaristía. Pero la nuestra es, sobre todo, esperanza para el "más allá" del tiempo: la vida eterna.

Nuestro corazón, cuya realización es el amor y que sabe lo que es amar, necesita un horizonte de eternidad. Más aun: sin eternidad no se puede amar. El amor, de hecho, es una pugna contra la muerte. Si no hubiera más vida que esta, la vida sería una broma cruel… porque el amor, si es auténtico, siempre va a más y necesita proyectarse en un "sinfín" (la eternidad).

—Jesús, sin Ti, mi amor es una promesa incumplible, pues yo sólo puedo ofrecer finitud. Pero contigo esa promesa no es insensata, pues en nuestro amor humano unido al tuyo vive la eternidad.
Otro comentario: San Juan Pablo II (1920-2005), papa
Encíclica “Dives in Misericordia” § 12-13 (trad. © copyright Libreria Editrice Vaticana)


“Señor, muéstranos al Padre”

La Iglesia comparte la inquietud de tantos hombres contemporáneos. Por otra parte, debemos preocuparnos también por el ocaso de tantos valores fundamentales que constituyen un bien indiscutible no sólo de la moral cristiana, sino simplemente de la moral humana, de la cultura moral…
En relación con esta imagen de nuestra generación, que no deja de suscitar una profunda inquietud, vienen a la mente las palabras que, con motivo de la encarnación del Hijo de Dios, resonaron en el Magníficat de María y que cantan la misericordia... “de generación en generación”(Lc 1,50)… La Iglesia debe dar testimonio de la misericordia de Dios revelada en Cristo, en toda su misión de Mesías…

Si algunos teólogos afirman que la misericordia es el más grande entre los atributos y las perfecciones de Dios, la Biblia, la Tradición y toda la vida de fe del Pueblo de Dios dan testimonios exhaustivos de ello. No se trata aquí de la perfección de la inescrutable esencia de Dios dentro del misterio de la misma divinidad, sino de la perfección y del atributo con que el hombre, en la verdad intima de su existencia, se encuentra particularmente cerca y no raras veces con el Dios vivo. Conforme a las palabras dirigidas por Cristo a Felipe, “la visión del Padre”—visión de Dios mediante la fe—halla precisamente en el encuentro con su misericordia un momento singular de sencillez interior y de verdad, semejante a la que encontramos en la parábola del hijo pródigo (Lc 15,11s).

“Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre”. La Iglesia profesa la misericordia de Dios, la Iglesia vive de ella en su amplia experiencia de fe y también en sus enseñanzas, contemplando constantemente a Cristo, concentrándose en EL, en su vida y en su evangelio, en su cruz y en su resurrección, en su misterio entero. Todo esto que forma la “visión” de Cristo en la fe viva y en la enseñanza de la Iglesia nos acerca a la “visión del Padre” en la santidad de su misericordia.