lunes, 30 de noviembre de 2015

Dios es orden

Tema de actualidad

Dios es orden.
En estos tiempos vemos un gran desorden en todos los ámbitos de la vida humana. Pero Dios es orden. Entonces ¿de qué fuente viene el desorden reinante en el mundo? Viene del primer desordenado: Satanás, que es Desorden y fuente de todo desorden.
Así que cuando veamos el desorden en la familia, en la inversión de los sexos, en el matrimonio, en las naciones y tratando de volver natural lo que es antinatural, pensemos que eso es obra del demonio y acertaremos.
El diablo es el primer desordenado, que no sólo se desordenó él interiormente al rebelarse contra Dios, sino que llevó al desorden a un gran número de ángeles que se le sometieron y que ahora, transmutados en demonios, llevan el desorden a todo el universo.
Miremos nuestra vida a ver en qué parte está desordenada, y veremos de fondo en ello la acción de demonio que, por medio del pecado, nos lleva al caos, al desorden.
Dios es orden, y todo lo que de Dios viene es orden, por eso la obediencia es lo que debemos practicar en primer lugar, obedeciendo a Dios y a la Iglesia, y a toda autoridad que viene de Dios, porque el rebelarse contra el orden es propio de seres desordenados, de demonios, de pecadores.
El mal llamado Nuevo Orden Mundial es una falacia, porque es aparentemente un nuevo “orden”, pero basado en el desorden por antonomasia, en Satanás y en todo lo que es contrario a Dios y a la naturaleza. Por eso no puede ser de Dios, que es Autor de la naturaleza y de todo orden verdadero.
Sitio Santísima Virgen.
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arcangelsanmiguel

jueves, 26 de noviembre de 2015

Brevedad de la vida

ricos


Brevedad de la vida


Qué es vuestra vida?
Vapor es que aparece por un poco de tiempo.
Santiago 4, 15
PUNTO 1
¿Qué es nuestra vida?... Es como un tenue vapor que el aire dispersa y al punto acaba. Todos sabemos que hemos de morir. Pero muchos se engañan, figurándose la muerte tan lejana como si jamás hubiese de llegar. Mas, como nos advierte Job, la vida humana es brevísima: El hombre, viviendo breve tiempo, brota como flor, y se marchita.
Manda el Señor a Isaías que anuncie esa misma verdad: Clama –le dice– que toda carne es heno...; verdaderamente, heno es el pueblo: secóse el heno y cayó la flor (Is. 40, 6-7). Es, pues, la vida del hombre como la de esa planta. Viene la muerte, sécase el heno, acábase la vida, y cae marchita la flor de las grandezas y bienes terrenos.
Corre hacia nosotros velocísima la muerte, y nosotros en cada instante hacia ella corremos (Jb. 9, 25). Todo este tiempo en que escribo –dice San Jerónimo– se quita de mi vida. Todos morimos, y nos deslizamos como sobre la tierra el agua, que no se vuelve atrás (2 Reg. 14, 14). Ved cómo corre a la mar aquel arroyuelo; sus corrientes aguas no retrocederán.
Así, hermano mío, pasan tus días y te acercas a la muerte. Placeres, recreos, faustos, elogios, alabanzas, todo va pasando... ¿Y qué nos queda?... Sólo me resta el sepulcro (Jb. 17, 1). Seremos sepultados en la fosa, y allí habremos de estar pudriéndonos, despojados de todo.
En el trance de la muerte, el recuerdo de los deleites que en la vida disfrutamos y de las honras adquiridas sólo servirá para acrecentar nuestra pena y nuestra desconfianza de obtener la eterna salvación... ¡Dentro de poco, dirá entonces el infeliz mundano, mi casa, mis jardines, esos muebles preciosos, esos cuadros, aquellos trajes, no serán ya para mí! Sólo me resta el sepulcro.
¡Ah! ¡Con dolor profundo mira entonces los bienes de la tierra quien los amó apasionadamente! Pero ese dolor no vale más que para aumentar el peligro en que está la salvación. Porque la experiencia nos prueba que tales personas apegadas al mundo no quieren ni aun en el lecho de la muerte que se les hable sino de su enfermedad, de los médicos a que pueden consultar, de los remedios que pudieran aliviarlos.
Y apenas se les dice algo de su alma, se entristecen de improviso y ruega que se les deje descansar, porque les duele la cabeza y no pueden resistir la conversación. Si por acaso quieren contestar, se confunden y no saben qué decir. Y a menudo, si el confesor les da la absolución, no es porque los vea bien dispuestos, sino porque no hay tiempo que perder. Así suelen morir los que poco piensan en la muerte.
AFECTOS Y SÚPLICAS
¡Ah Señor mío y Dios de infinita majestad! Me avergüenzo de comparecer ante vuestra presencia. ¡Cuántas veces he injuriado vuestra honra, posponiendo vuestra gracia a un mísero placer, a un ímpetu de rabia, a un poco de barro, a un capricho, a un humo leve!
Adoro y beso vuestras llagas, que con mis pecados he abierto; mas por ellas mismas espero mi perdón y salud.
Dadme a conocer, ¡oh Jesús!, la gravedad de la ofensa que os hice, siendo como sois la fuente de todo bien, dejándoos para saciarme de aguas pútridas y envenenadas. ¿Qué me resta de tanta ofensa sino angustia, remordimiento de conciencia y méritos para el infierno? Padre, no soy digno de llamarme hijo tuyo(Lc. 15, 21).
No me abandones, Padre mío; verdad es que no merezco la gracia de que me llames tu hijo. Pero has muerto para salvarme... Habéis dicho, Señor: Volveos a Mí y Yo me volveré a vosotros (Zac. 1, 3). Renuncio, pues, a todas las satisfacciones. Dejo cuantos placeres pudiera darme el mundo, y me convierto a Vos.
Por la sangre que por mí derramasteis, perdonadme, Señor, que yo me arrepiento de todo corazón de haberos ultrajado. Me arrepiento y os amo más que todas las cosas. Indigno soy de amaros; mas Vos, que merecéis tanto amor, no desdeñéis el de un corazón que antes os desdeñaba. Con el fin de que os amase, no me hicisteis morir cuando yo estaba en pecado.
Deseo, pues, amaros en la vida que me reste, y no amar a nadie más que a Vos. Ayudadme, Dios mío; concededme el don de la perseverancia y vuestro santo amor...
María, refugio mío, encomendadme a Jesucristo.
PUNTO 2
Exclamaba el rey Exequias: Mi vida ha sido cortada como por tejedor. Mientras se estaba aún formando, me cortó (Is. 38, 12).
¡Oh, cuántos que están tramando la tela de su vida, ordenando y persiguiendo previsoramente sus mundanos designios, los sorprende la muerte y lo rompe todo! Al pálido resplandor de la última luz se oscurecen y roban todas las cosas de la tierra: aplausos, placeres, grandezas y galas...
¡Gran secreto de la muerte! Ella sabe mostrarnos lo que no ven los amantes del mundo. Las más envidiadas fortunas, las mayores dignidades, los magníficos triunfos, pierden todo su esplendor cuando se les contempla desde el lecho de muerte. La idea de cierta falsa felicidad que nos habíamos forjado se trueca entonces en desdén contra nuestra propia locura. La negra sombra de la muerte cubre y oscurece hasta las regias dignidades.
Ahora las pasiones nos presentan los bienes del mundo muy diferentes de lo que son. Mas la muerte los descubre y muestran como son en sí: humo, fango, vanidad y miseria...
¡Oh Dios! ¿De qué sirven después de la muerte las riquezas, dominios y reinos, cuando no hemos de tener más que un ataúd de madera y una mortaja que apenas baste para cubrir el cuerpo?
¿De qué sirven los honores, si sólo nos darán un fúnebre cortejo o pomposos funerales, que si el alma está perdida, de nada le aprovecharán?
¿De qué sirve la hermosura del cuerpo, si no quedan más que gusanos, podredumbre espantosa y luego un poco de infecto polvo?
Me ha puesto como por refrán del vulgo, y soy delante de ellos un escarmiento (Jb. 17, 6). Muere aquel rico, aquel gobernante, aquel capitán, y se habla de él en dondequiera. Pero si ha vivido mal, vendrá a ser murmurado del pueblo, ejemplo de la vanidad del mundo y de la divina justicia, y escarmiento de muchos. Y en la tumba confundido estará con otros cadáveres de pobres.Grandes y pequeños allí están (Jb. 3, 18).
¿Para qué le sirvió la gallardía de su cuerpo, si luego no es más que un montón de gusanos? ¿Para qué la autoridad que tuvo, si los restos mortales se pudrirán en el sepulcro, y si el alma está arrojada a las llamas del infierno? ¡Oh, qué desdicha ser para los demás objeto de estas reflexiones, y no haberlas uno hecho en beneficio propio!
Convenzámonos, por tanto, de que para poner remedio a los desórdenes de la conciencia no es tiempo hábil el tiempo de la muerte, sino el de la vida. Apresurémonos, pues, a poner por obra en seguida lo que entonces no podremos hacer. Todo pasa y fenece pronto (1Co. 7, 29). Procuremos que todo nos sirva para conquistar la vida eterna.
AFECTOS Y SÚPLICAS
¡Oh Dios de mi alma, oh bondad infinita! Tened compasión de mí, que tanto os he ofendido. Harto sabía que pecando perdería vuestra gracia, y quise perderla.
¿Me diréis, Señor, lo que debo hacer para recuperarla?... Si queréis que me arrepienta de mis pecados, de ellos me arrepiento de todo corazón, y desearía morir de dolor por haberlos cometido. Si queréis que espere vuestro perdón, lo espero por los merecimientos de vuestra Sangre. Si queréis que os ame sobre todas las cosas, todo lo dejo, renuncio a cuantos placeres o bienes puede darme el mundo, y os amo más que a todo, ¡oh amabilísimo Salvador mío!
Si aún queréis que os pida alguna gracia, dos os pediré: que no permitáis os vuelva a ofender; que me concedáis os ame de veras, y luego hacer de mí lo que quisiereis...
María, esperanza de mi alma, alcanzadme estas dos gracias. Así lo espero de Vos.
PUNTO 3
¡Qué gran locura es, por los breves y míseros deleites de esta cortísima vida, exponerse al peligro de una infeliz muerte y comenzar con ella una desdichada eternidad! ¡Oh, cuánto vale aquel supremo instante, aquel postrer suspiro, aquella última escena! Vale una eternidad de dicha o de tormento. Vale una vida siempre feliz o siempre desgraciada.
Consideremos que Jesucristo quiso morir con tanta amargura e ignominia para que tuviéramos muerte venturosa. Con este fin nos dirige tan a menudo sus llamamientos, sus luces, sus reprensiones y amenazas, para que procuremos concluir la hora postrera en gracia y amistad de Dios.
Hasta un gentil, Antistenes, a quien preguntaban cuál era la mayor fortuna de este mundo, respondió que era una buena muerte.
¿Qué dirá, pues, un cristiano, a quien la luz de la fe enseña que en aquel trance se emprende uno de los dos caminos, el de un eterno padecer o el de un eterno gozar?
Si en una bolsa hubiese dos papeletas, una con el rótulo del infierno, otra con el de la gloria, y tuviese que sacar por suerte una de ellas para ir sin remedio a donde designase, ¿qué de cuidado no pondrías en acertar a escoger la que te llevase al Cielo?
Los infelices que estuvieran condenados a jugarse la vida, ¡cómo temblarían al tirar los dados que fueran a decidir de la vida o la muerte! ¡Con qué espanto te verás próximo a aquel punto solemne en que podrás a ti mismo decirte: “De este instante depende mi vida o muerte perdurables! ¡Ahora se ha de resolver si he de ser siempre bienaventurado o infeliz para siempre!...”
Refiere San Bernardino de Siena que cierto príncipe, estando a punto de morir, atemorizado, decía: Yo, que tantas tierras y palacios poseo en este mundo, ¡no sé, si en esta noche muero, qué mansión iré a habitar!
Si crees, hermano mío, que has de morir, que hay una eternidad, que una vez sola se muere, y que, engañándote entonces, el yerro es irreparable para siempre y sin esperanza de remedio, ¿cómo no te decides, desde el instante que esto lees, a practicar cuanto puedas para asegurarte buena muerte?...
Temblaba un San Andrés Avelino, diciendo: “¿Quién sabe la suerte que me estará reservada en la otra vida, si me salvaré o me condenaré?...” Temblaba un San Luis Beltrán de tal manera, que en muchas noches no lograba conciliar el sueño, abrumado por el pensamiento que le decía: ¿Quién sabe si te condenarás?...
¿Y tú, hermano mío, que de tantos pecados eres culpable, no tienes temor?... Sin tardanza, pon oportuno remedio; forma la resolución de entregarte a Dios completamente, y comienza, siquiera desde ahora, una vida que no te cause aflicción, sino consuelo en la hora de la muerte.
Dedícate a la oración; frecuenta los sacramentos; apártate de las ocasiones peligrosas, y aun abandona el mundo, si necesario fuere, para asegurar tu salvación; entendiendo que cuando de esto se trata no hay jamás confianza que baste.
AFECTOS Y SÚPLICAS
¡Cuánta gratitud os debo, amado Salvador mío!... ¿Y cómo habéis podido prodigar tantas gracias a un traidor ingrato para con Vos? Me creasteis, y al crearme veíais ya cuántas ofensas os había de hacer. Me redimisteis, muriendo por mí, y ya entonces percibíais toda la ingratitud con que había de colmaros.
Luego, en mi vida del mundo, me alejé de Vos, fui como muerto, como animal inmundo, y Vos, con vuestra gracia, me habéis vuelto a la vida. Estaba ciego, y habéis dado luz a mis ojos. Os había perdido, y Vos hicisteis que os volviera a hallar. Era enemigo vuestro, y Vos me habéis dado vuestra amistad...
¡Oh Dios de misericordia!, haced que conozca lo mucho que os debo y que llore las ofensas que os hice. Vengaos de mí dándome dolor profundo de mis pecados; mas no me castiguéis privándome de vuestra gracia y amor...
¡Oh, eterno Padre, abomino y detesto sobre todos los males cuantos pecados cometí! ¡Tened piedad de mí, por amor de Jesucristo! Mirad a vuestro Hijo muerto en la cruz, y descienda sobre mí su Sangre divina para lavar mi alma.
¡Oh Rey de mi corazón, adveniat regnum tuum! Resuelto estoy a desechar de mí todo afecto que no sea por Vos. Os amo sobre todas las cosas; venid a reinar en mi alma. Haced que os ame como único objeto de mi amor. Deseo complaceros cuanto me fuere posible en el tiempo de vida que me reste. Bendecid, Padre mío, este mi deseo, y otorgadme la gracia de que siempre esté unido a Vos.
Os consagro todos mis afectos, y de hoy en adelante quiero ser sólo vuestro, ¡oh tesoro mío, mi paz, mi esperanza, mi amor y mi todo! ¡De Vos lo espero todo por los merecimientos de vuestro Hijo!
¡Oh María, mi reina y mi Madre!, ayudadme con vuestra intercesión. Madre de Dios, rogad por mí.
("Preparación para la muerte" - San Alfonso María de Ligorio)
NOTA: Podemos encontrar muchas devociones que, si las practicamos, nos asegurarán una buena muerte, en gracia de Dios, si hacemos clic en el siguiente botón:

martes, 24 de noviembre de 2015

Quien no perdona....


Jesus coronado de espinas

Quien no perdona…

Quien no perdona y sigue odiando, no puede tener paz ni puede ser perdonado por Dios, porque el Señor sólo perdona a quienes perdonan a su vez al prójimo. De modo que si escuchamos a quien sea, decir que “no perdona”, sepamos que ese tal es un juguete del demonio que lo usa como instrumento para sembrar odios, rencores y división.
Por eso quien se diga cristiano, pero no esté dispuesto a perdonar TODO A TODOS, a ejemplo de Jesús, María, los Santos y los Mártires, no es un verdadero cristiano, sino que más bien es un hijo del Maligno, prácticamente un demonio e hijo de demonio, porque lleva el odio en el corazón, y sabemos muy bien de qué fuente viene el odio: Satanás, como el amor viene de una fuente muy distinta: Dios.
Y tenemos que perdonar de corazón, pidiéndole ayuda a Dios para poder hacerlo. Y no decir: “yo perdono pero no olvido”, porque eso equivale a no perdonar, o no hacerlo completamente.
No hay vuelta de hoja, si queremos ser cristianos de verdad, tenemos que imitar a Jesús, que perdonó incluso a sus verdugos y a todos, a pesar de que hubiera tenido motivos suficientes para castigarlos. Pero perdonó, porque nos quiere enseñar el perdón a los hombres.
Dios no quiere la venganza, sino el amor entre los hombres. Por eso el marxismo no puede ser nunca de Dios, porque se basa en el odio: odio entre clases, odio y más odio, y ya se dijo de dónde nace el odio.
Pensemos en estas cosas y perdonemos de corazón a todos, porque nosotros también necesitamos que Dios nos perdone todas nuestras faltas, y Él no nos perdonará si nosotros no perdonamos a nuestra vez.

domingo, 22 de noviembre de 2015

Nuestra Señora vencerá al terrorismo

 


Nuestra Señora vencerá al terrorismo

Fue un viernes 13 el día que Nuestra Señora mostró la visión del infierno a los tres pastorcitos de Fátima. Una descripción muy parecida a lo que sucedió en París el día 13 de noviembre
                   
Fue un viernes 13 cuando Nuestra Señora mostró la visión del Infierno a los tres pastorcitos de Fátima. La hermana Lucía relata en sus memorias:

“El reflejo pareció penetrar en la tierra y vimos como un mar de fuego. Inmersos en ese fuego, los demonios y las almas, como si fueran brasas transparentes y negras o bronceadas, con forma humana, que flotaban en el fuego, llevadas por las llamas que salían de ellas mismas junto con nubes de humo, cayendo hacia todos los lados, semejante a la caída de chispas en los grandes (incendios), sin peso ni equilibrio, entre gritos y gemidos de dolor y desesperación, que horrorizaba y hacía estremecer de pavor.

Los demonios se distinguían por sus formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, más transparentes como negros carbones en brasa. Asustados y como pidiendo socorro, levantamos a vista hacia Nuestra Señora que nos dijo, con bondad y tristeza:

– Visteis el inferno, adonde van las almas de los pobres pecadores; para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a Mi Inmaculado Corazón”.

¿Hay una descripción más precisa de lo que sucedió en París el día 13 de noviembre? Sin Jesús y María, es el destino que nos aguarda. El infierno, como se ve, es un atentado terrorista sin fin.

Ya se nos alertó: las apariciones de La Salette (1846), Lourdes (1858) y Fátima (1917) hacen una especie de resumen profético del mundo contemporáneo. Fueron precedidos por la aparición de Nuestra Señora de las Gracias a Santa Catarina Labouré, en 1830. El detalle es que esa primera aparición de los tiempos modernos tuvo lugar en la ciudad de París, en la Rue du Bac. De las cuatro manifestaciones personales de Nuestra Señora, tres tuvieron lugar en suelo francés. No es casualidad: es un aviso.

En 1955, se organizó un concurso para elegir la bandera de la Comunidad Europea. La obra escogida fue del artista plástico francés Arsène Heitz: doce estrellas doradas en forma de círculo. Cuando se descubrió que era un símbolo de Nuestra Señora, era demasiado tarde.

La bandera de la Europa laica acaba siendo una referencia clara al pasaje mariano del Apocalipsis: “Una gran señal apareció en el cielo – una Mujer vestida de Sol, con la Luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre la cabeza”. Las doce estrellas representan a la vez la corona de Nuestra Señora, los doce apóstoles, las doce tribus de Israel y los doce meses del año. Un poderoso símbolo judeo-cristiano, creado por un católico francés.

La Europa laica y agnóstica ha sido incapaz de contener el avance del mal personificado por el Estado Islámico. La tragedia de París es un signo de que la Europa cristiana debe unir fuerzas – como la consagración de Rusia al Inmaculado Corazón de María, como Ella misma pidió en 1917 – para evitar caer en el abismo. Sólo venceremos la guerra con la bandera de María.

Nuestra Señora de las Gracias, Nuestra Señora de la Salette, Nuestra Señora de Lourdes, Nuestra Señora de Fátima – ruega por nosotros, que recurrimos a Ti.

Unámonos en el Rezo del Santo Rosario en familia, la gran arma que nos concede el Cielo.

sábado, 21 de noviembre de 2015

Domingo 22 de Noviembre - FIESTA DE CRISTO REY



CRISTO REY


20. noviembre 2015 | Por  | Categoria: Charla Dominical
Hoy, último Domingo del Calendario Litúrgico, dedicado a celebrar la festividad de Jesucristo Rey. 
Una solemnidad moderna que nos gusta mucho a los creyentes. 
Instituida por la Iglesia precisamente en los tiempos de la democracia, para demostrar que la soberanía de Jesucristo no tiene condicionamientos humanos, ni es Jesucristo un Jefe elegido por votación popular, ni va a ser un día echado de su trono o suplantado por otro rival que le venga a privar de sus derechos.
Empezamos por escuchar al mismo Jesús, que reivindica su condición real ante una autoridad civil, la cual le puede hacer pagar caro su atrevimiento de proclamarse Rey. 
Condenado ya como blasfemo por la Asamblea del pueblo judío, Jesús es llevado al tribunal de Roma, que no se va a meter en cuestiones religiosas sino en asuntos civiles. 
Y empieza Pilato por la pregunta clave: 
– ¿Tú eres el rey de los judíos?
Jesús sabe muy bien que esto no lo puede decir Pilato por cuenta suya, sino por otros que se los han ido a contar para prevenirlo en contra del acusado. Así que Jesús le pregunta a su vez:
– ¿Lo dices esto por ti mismo, o porque otros te lo han dicho de mí?
Pilato se molesta un poco, aunque le muestra a Jesús respeto y temor: 
– ¿Acaso yo soy judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?
Jesús le contesta, porque la pregunta es sincera, y, además, se la hace la autoridad:
– Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuese de este mundo, mis vasallos hubiesen luchado por mí, para no ser entregado a los judíos. Pero mi reino no es de aquí abajo. 
Hay mucha dignidad en estas palabras de Jesús, de modo que Pilato, pagano y que nada sabe de la religión judía, sospecha algo misterioso. Por eso vuelve a la primera pregunta, haciéndosela más concreta:
 – Entonces, ¿tú eres rey?
Jesús sigue el diálogo con Pilato en un plano de mucha seriedad y sinceridad:
– Sí; yo soy rey. Para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Quien es de la verdad, escucha mi palabra. 
Pilato no entiende. Pero se da cuenta de que tiene delante de sí a una persona muy especial. De ahí sus esfuerzos por salvarlo de las iras y del griterío que le viene de la calle, azuzada como está la gente por los jefes del pueblo. Su pecado, como le insinuará después el mismo Jesús, es estar haciendo caso a los enemigos personales de este reo en vez de atender los gritos de su conciencia. Jesús le deja como palabra última a Pilato esta confesión: 
– Yo soy rey. Aunque mi reino no es de este mundo. 
Y Pilato, que quede tranquilo… Jesús no causará ningún problema a los romanos, desde el momento que le asegura que su reino no es político sino espiritual, no de este mundo sino del otro… 
Juan escribe su Evangelio para los cristianos, y más que narrar con taquigrafía el dialogo de Jesús con Pilato, quiere hacer ver que aquella calumnia lanzada contra Jesús —de que había sido condenado por revoltoso contra Roma—, carecía de todo fundamento.
La Iglesia de nuestros días ha reflexionado mucho sobre este hecho de la realeza de Jesucristo. Y ha mantenido y mantiene una fiesta que para muchos es inoportuna.
El mundo —que se aleja de Dios con un laicismo y una secularización tan peligrosos—, ha de saber que por encima de los acontecimientos humanos y sobre los gustos de la sociedad hay un Rey que reivindica los derechos de Dios. 
Ese mundo debe rendirse a Dios, y Jesucristo se proclama Rey para ser el primer testigo de la verdad.
A su Iglesia la constituye signo visible de esta autoridad que Él mantiene sobre el Reino de Dios en el mundo, y le encarga transformar las estructuras sociales de un modo conforme con el querer de Dios.
Jesucristo es Rey, y por eso hace de nosotros los cristianos un pueblo real, libre de toda esclavitud. 
En particular nosotros los laicos —instruidos por el Concilio—, sabemos que participamos de la realeza de Jesucristo; somos reconocidos como encargados de promocionar a la persona humana; y se nos encarga meter el Evangelio en la sociedad como el fermento en la masa, llenando del espíritu de Jesucristo todas las realidades sociales, ya que estamos metidos dentro de todas las vicisitudes del pueblo.
Esta nuestra vocación dentro del Pueblo de Dios es un testimonio de la realeza de Cristo. Porque, si Jesucristo no fuera Rey y no tuviera el dominio y la soberanía sobre todos los hombres y sobre todas las cosas, ¿con qué derecho y autoridad, o con qué título legítimo, nos presentaríamos nosotros ante los demás para hacerles cambiar de opinión, para mudar sus estructuras y modos de ser, para transformar el mundo conforme a nuestro parecer y nuestros gustos?… 
Aunque este parecer y estos gustos no son nuestros —afortunadamente—, sino del mismo Jesucristo y de su Iglesia. Por eso hablamos con decisión, a la vez que con humildad. Porque no hacemos otra cosa sino convertirnos en eco de la voz de Jesucristo, único Rey Señor.
¡Jesucristo es Rey!  
Lo proclamamos nosotros a los cuatro vientos con humildad gozosa. 
Lo proclamaron con valentía ante las balas muchos mártires modernos. 
Y esta fe que profesan nuestros labios, la queremos proclamar, sobre todo, con la fidelidad diaria a nuestros deberes cristianos.

miércoles, 18 de noviembre de 2015

Santo Padre Pio de Pietrelcina

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"Aun admitiendo que hubieras cometido todos los pecados de este mundo, Jesús te repite: te son perdonados tus muchos pecados porque has amado mucho." (Santo Padre Pio de Pietrelcina)

martes, 17 de noviembre de 2015

Grietas en el alma

Grietas en el alma



Grietas en el alma
Reflexiones para el cristiano de hoy

Son tantas esas grietas... de egoísmo y pereza, de vanidad y soberbia, de ira y rencores, y pierdo la paz.

Por: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net 


Claro, no puede haber progreso en la vida del alma. Con tantas grietas...

Sí, porque un corazón que escucha ruido y confusión, que lee textos caóticos y a veces dañinos, que continuamente ve imágenes o se zambulle en juegos electrónicos, no puede tener paz. Porque si me dejo enredar por las modas y por los placeres del momento estoy condenado al vacío y al sinsentido.

Son tantas esas grietas... Grietas de egoísmo y de pereza. Grietas de vanidad y de soberbia. Grietas de sensualidad y de avaricia. Grietas de ira y de rencores. Poco a poco, pierdo la paz, vivo según la carne, ahogo la voz del Espíritu.

Necesito salir del agujero y recuperar la paz. Sólo con ella mi corazón podrá abrirse a la reflexión seria, al mensaje maravilloso de vida y verdad que nos ofrece Jesucristo.

Por eso, en el camino de la propia vida resulta urgente descubrir y cerrar aquellas grietas que cada uno tiene en su propia alma.



Curar todas esas grietas, de golpe, sólo sería posible con un milagro. Pero Dios existe... Basta con empezar a colaborar, seriamente, para cortar, para limpiar, para acudir a la confesión, para rezar ante las tentaciones, para prescindir de lecturas o de imágenes que me dañan. Así estaré más libre para invertir mi tiempo y mi corazón en el Evangelio, en la oración, y en el servicio a mis hermanos.

Hay muchas grietas en mi alma. Hoy empiezo un nuevo día. Tengo tiempo, tengo voluntad, tengo amor. Dios me anima y, sobre todo, me da su gracia. Hay que bajar a lo concreto, a esas fotos, a esos libros, a esos ruidos que he de alejar de mi vida para que haya espacios abiertos y disponibles a una maravillosa aventura de amor y de esperanza.



Comentarios al autor P Fernando Pascual LC

Medalla de San Benito

medalla san benito

La Medalla de San Benito.


La medalla de San Benito, propagada en todo el mundo hace más de 300 años, especialmente por los monjes benedictinos, es célebre por su eficacia extraordinaria en el combate contra el demonio y sus manifestaciones; en la defensa contra maleficios de todo género, contra enfermedades, especialmente las contagiosas, contra picaduras de serpientes y otros animales ponzoñosos; en la protección de animales domésticos, vehículos, etc.
Repetidas veces aprobada y alabada por los Papas, la medalla de San Benito, que une a la fuerza exorcizante de la Santa Cruz del Redentor –la señal de nuestra salvación– el recuerdo de los méritos alcanzados por la santidad eximia del gran Patriarca San Benito, es sin duda muy indicada para los fieles católicos.
La imagen de la Cruz representada en la medalla
Basta al cristiano considerar brevemente la virtud soberana de la Cruz de Jesucristo, para comprender la dignidad de una medalla en la cual está representada.
La representación de la Cruz despierta en nosotros todos los sentimientos de gratitud para con Dios, por el beneficio de nuestra salvación.
La Cruz causa terror a los espíritus malignos, que siempre retroceden ante ella, y apenas la ven se apresuran en soltar su presa y huir. Así pues, nuestra medalla, que representa en primer lugar la imagen de la Cruz, está en perfecta armonía con la piedad cristiana, y ya sólo por este motivo es digna del mayor respeto.
La imagen de San Benito representada en la medalla
La honra de figurar en la misma medalla junto con la imagen de la Santa Cruz fue concedida a San Benito con la finalidad de indicar la eficacia que tuvo en sus manos esta señal sagrada. San Gregorio Magno, que escribió la vida del Santo Patriarca, nos lo representa disipando con la señal de la Cruz sus propias tentaciones, y quebrando con la misma señal hecha sobre una bebida envenenada, el cáliz que la contenía, quedando así patente el perverso designio de los que habían osado atentar contra su vida. Cuando el espíritu maligno, para aterrorizar a los monjes, les hace ver el Monasterio de Montecasino en llamas, San Benito desvanece ese prodigio diabólico haciendo la misma señal de la Pasión del Salvador sobre las llamas fantásticas. Cuando sus discípulos andan interiormente agitados por las sugestiones del tentador, les indica como remedio trazar sobre el corazón la imagen de la Cruz. Por todo ello, es lícito concluir que era muy conveniente reunir en una sola medalla la imagen del santo Patriarca y la de la Cruz del Salvador.
Esto queda aún más claro al considerar que los dos grandes discípulos del siervo de Dios, San Plácido y San Mauro, cuando realizaban sus frecuentes milagros tenían la costumbre de invocar junto con el auxilio de la Santa Cruz, el nombre de su santo Fundador, y así consagraron, desde el principio, la piadosa costumbre expresada más tarde por la medalla.
Los caracteres que se leen en la medalla
Además de las imágenes de la Cruz y de San Benito, la medalla trae también cierto número de letras , cada una de las cuales representa una palabra latina. Las diversas palabras reunidas tienen un sentido que manifiesta la intención de la medalla: expresar las relaciones que existen entre el santo Patriarca Benito y la Santa Cruz; y al mismo tiempo, poner al alcance de los fieles un medio eficaz de emplear la virtud de la Santa Cruz contra los espíritus malignos.
Esas letras misteriosas se encuentran dispuestas en la cara de la medalla en que está representada la santa Cruz. Examinemos, en primer lugar, las cuatro colocadas entre los brazos de dicha Cruz:
C S
P B
Significan: Cruz Sancti Patris Benedicto; en castellano, Cruz del Santo Padre Benito. Esas palabras explican el fin de la medalla.
En la línea vertical de la Cruz se lee:
C
S
S
M
L
Lo que quiere decir: Cruz sacra sit mihi lux; en castellano, La Cruz sagrada sea mi luz.
En la línea horizontal de la misma Cruz, se lee:
N. D. S. M. D.
Lo que significa: Non draco sit mihi dux; en castellano, No sea el dragón mi guía.
Reuniendo esas dos líneas se forma un verso pentámetro, mediante el cual el cristiano expresa su confianza en la Santa Cruz, y su resistencia al yugo que el demonio querría imponerle.
Alrededor de la medalla existe una inscripción más extensa, que presenta en primer lugar el santísimo nombre de Jesús, expresado por el monograma bien conocido: I. H. S. (En el modelo más conocido de la Medalla de San Benito el monograma I. H. S. fue reemplazado por el lema benedictino PAX; en castellano, Paz). Vienen después, de derecha a izquierda, las siguientes letras:
V. R. S. N. S. M. V. S. M. Q. L. I. V. B.
Estas iniciales representan los dos versos siguientes:
Vade retro satana; nuncuam suade mihi vana
Sunt mala quae libas; ipse venena bibas.
En castellano: Apártate, satanás; nunca me aconsejes tus vanidades, la bebida que ofreces es el mal: bebe tú mismo tus venenos.
Tales palabras se supone que fueron dichas por San Benito: las del primer verso, con ocasión de la tentación que sintió y de la cual triunfó haciendo la señal de la Cruz; las del segundo verso, en el momento en que sus enemigos le presentaron una bebida mortífera, hecho que puso al descubierto bendiciendo con la señal de la vida el cáliz que la contenía.
El cristiano puede utilizar estas palabras cuantas veces fuere asaltado por tentaciones e insultos del enemigo invisible de nuestra salvación. El mismo Jesucristo Nuestro Señor santificó las palabras Vade retro, satana –Apártate, satanás– y su valor es cierto, una vez que el propio Evangelio nos lo asegura. Las vanidades que el demonio nos aconseja son las desobediencias a la ley de Dios, las pompas y falsas máximas del mundo. La bebida que el ángel de las tinieblas nos presenta es el pecado, que da muerte al alma. En vez de aceptarla, devolvámosle tan funesto presente, ya que él mismo lo escogió como herencia suya.
Basta que alguien pronuncie con fe tales palabras, para sentirse inmediatamente con fuerzas para arrostrar todas las embestidas del infierno. Aun cuando no conociéramos los hechos que demuestran hasta qué punto satanás teme esa medalla, la simple consideración de lo que representa y expresa, bastaría para que la consideráramos una de las más poderosas armas que la bondad de Dios puso a nuestro alcance contra la malicia diabólica.
Uso de la medalla de San Benito
No ignoramos que en este siglo mucha gente considera que el demonio es más bien un ser imaginario y no real; y así, puede parecer extraño que se acuñe y se bendiga una medalla, empleada como protección contra los ataques del espíritu maligno. Sin embargo, las sagradas Escrituras nos ofrecen innumerables pasajes que dan una idea del poder y la actividad de los demonios, así como de los peligros de alma y cuerpo a que estamos continuamente expuestos por efectos de sus celadas. Para aniquilar su poder no basta ignorar a los demonios y sonreír cuando se oye hablar de sus operaciones. No por eso dejará de continuar el aire siempre lleno de legiones de espíritus de malicia, conforme enseña San Pablo; y si Dios no nos protegiese, aunque casi siempre sin que lo sintamos, por el ministerio de los Santos Ángeles, sería para nosotros imposible evitar las innumerables celadas de estos enemigos de toda criatura de Dios.
Ahora bien, el poder de la Santa Cruz contra satanás y sus legiones es tal, que la podemos considerar un escudo invencible que nos hace invulnerables a sus flechas.
Concluimos entonces cuán ventajoso resulta emplear con fe la medalla de San Benito en las ocasiones en que más temamos los embustes del enemigo. Su protección, no lo dudemos, será eficaz contra todo tipo de tentaciones. Numerosos e innegables hechos señalaron su poderoso auxilio en miles de circunstancias en las cuales, o por acción espontánea de satanás, o por efecto de algún maleficio, los fieles estaban a punto de sucumbir ante un peligro inminente. Podremos igualmente emplearlo a favor de otros, como medio de preservación o de liberación, en previsión de los peligros que deban afrontar.
A menudo nos amenazan accidentes imprevistos, en tierra o en mar; si llenos de fe llevamos con nosotros la medalla, seremos protegidos. No hay circunstancias de la vida humana, por más materiales que fueren, en que ya no se haya manifestado por su intermedio, la virtud de la Santa Cruz y el poder de San Benito. Así, espíritus malignos, en su odio contra el hombre, embisten contra los animales empleados en su servicio, contra los alimentos que deben sustentar la vida; su intervención maléfica es muchas veces la causa de las enfermedades que padecemos; ahora bien, prueba la experiencia que el uso religioso de la medalla, acompañado por la oración, opera muchas veces el cese de las celadas satánicas, y un notable alivio en las enfermedades, y a veces hasta una curación completa.
Bendición de la Medalla de San Benito
Con relación a la fórmula aprobada para la bendición de la medalla, es de rigor; y no basta con hacer la simple señal de la Cruz, normalmente utilizada para aplicar indulgencias a las medallas, cruces y rosarios.
La falta de una bendición no siempre fácil de obtener, no debe, sin embargo, impedir a los fieles depositar su confianza en un objeto tan respetable. Es indudable que ese objeto es más digno de consideración cuando está enriquecido con las bendiciones cuya fuente es la Iglesia, y cuando se abre el tesoro de las indulgencias en favor de quien lleva la medalla; pero no debe olvidarse que antes de ser objeto de tan alta distinción por parte de la Santa Sede, numerosas gracias habían sido obtenidas por su intermedio. La virtud de la medalla es inherente al signo de la cruz con la que está marcada y a la efigie de San Benito que nos atrae su protección. El santo Nombre de Jesús, las palabras empleadas por el Salvador para rechazar a satanás, el recuerdo de las victorias alcanzadas por San Benito sobre este espíritu maligno, son otros tantos poderosos conjuros frente a los cuales es de esperar que éste retrocederá, si los utilizamos con fe.
Juzgamos, pues, nuestro deber recomendar a los fieles que hagan todos los esfuerzos necesarios para obtener la bendición de las medallas; pero si les resulta imposible recurrir a los sacerdotes que las bendicen, igualmente los exhortamos a poner su confianza en la Santa Cruz y en San Benito.

lunes, 16 de noviembre de 2015

A la manera de Dios


2 luminoso

A la manera de Dios.

A veces queremos solucionar las cosas a la manera humana, y no pensamos que Dios nos puede dar la solución a su manera, que siempre es la más perfecta.
Si los servidores de las bodas de Caná hubieran querido actuar por su cuenta y solucionar la falta de vino, quizás hubieran pensado en fabricar alguna bebida azucarada, u otras formas de paliar la falta de vino, todas soluciones humanas y muy pobres e imperfectas. Pero Dios quería actuar y convirtió el agua en vino.
Los servidores sólo tuvieron que ocuparse por el duro trabajo de llenar las tinajas con agua, es decir, de lo natural, de lo común.
También en las multiplicaciones de los panes, Dios solucionó todo a la manera divina, convirtió los pocos panes y peces en alimento para miles de personas.
Es decir que Dios quiere actuar en nuestra vida, pero a su manera, y a nosotros nos pide que hagamos lo común, lo natural, que es rezar mucho, recibir los sacramentos y confiar en Dios, poniendo los medios para que el Señor actúe.
Cuando la Virgen en todas sus apariciones nos pide que recemos mucho el Rosario, es esto lo que nos pide: que pongamos los medios naturales, que llenemos de agua las tinajas, que donemos nuestros pocos panes y peces, que Dios hará todo lo demás. Nos pide que hagamos una nueva evangelización, que llenemos del agua del Evangelio a las naciones, que luego el milagro de salvar el mundo lo hará Dios.
Por eso no debemos cansarnos de rezar que, aunque Dios nos haga esperar un poco, en un abrir y cerrar de ojos nos dará la solución a nuestro problema.
Confiemos en Él y no dejemos la oración por nada del mundo, porque Dios quiere que pongamos nuestro “poco”, lo natural, para multiplicarlo prodigiosa y sobrenaturalmente.

domingo, 15 de noviembre de 2015

Fulton Sheen: Derechos y obligaciones

Fulton Sheen: Derechos y obligaciones.


El mal que padece el mundo se debe, más que a la aparición de ideas nuevas, al repudio de verdades antiguas. Y entre estas venerables verdades repudiadas, ninguna ha traído consecuencias más desastrosas que el abandono del verdadero concepto de la naturaleza humana. El Liberalismo, lo mismo que la doctrina Colectivista, es una deformación de la verdad del hombre. El primero engendró esclavos económicos por su egoísmo individualista, al aislar al hombre de la sociedad; la segunda engendró esclavos políticos al fomentar el egoísmo colectivo y absorber al hombre dentro de la sociedad.
Entre estos extremos, se halla el áureo término medio de la doctrina cristiana acerca del hombre, única que puede servir de base a un nuevo orden social. Ante todo, demos la verdadera definición de la libertad. La libertad no es el derecho de hacer lo que a mí se me antoje, ni la obligación de ejecutar lo que me ordene un dictador; digamos más bien que la libertad es el derecho de hacer lo que debo hacer. En estas tres palabras: “querer”, “deber” y “obligar”, están las alternativas entre las cuales ha de elegir el mundo actual. De las tres, elegimos “deber”.
Esa pequeña palabra “deber” implica que el hombre es un ser libre. El fuego está obligado a arder, el hielo a congelar, pero el hombre debe ser bueno. El verbo “deber” implica la moralidad toda, como poder moral diverso de la potencia física. La libertad no es un derecho a ejecutar lo que queramos, como suele decir tan a menudo la juventud moderna: “Si quiero, puedo hacer esto o lo otro, ¿no es así? ¿Quién me lo va a impedir?” Ciertamente, puede usted hacer cualquier cosa si se le antoja: robar a su prójimo, apalear a su esposa, rellenar colchones con hojas de afeitar usadas y ametrallar las gallinas de su vecino, pero no debe hacerlo, porque el deber implica la moralidad, los derechos y deberes recíprocos.
La doctrina cristiana sobre el hombre afirma, además, que no hay derecho que no engendre su correspondiente deber. Derechos y deberes son correlativos, como el lado cóncavo de una taza para el convexo. Tengo derecho a la vida, pero ello mismo me obliga al deber de respetar la vida de los demás. Y, desde el momento en que no existen derechos sin obligaciones, ambos han de poseer un carácter social. Por ello, en el Cristianismo la más elevada expresión moral no está en defender con egoísmo nuestros derechos, sino en servir a nuestros semejantes. Económica y políticamente, esto implica que cada “derecho” origina una “función” o un “papel”. He aquí la solución propuesta por la Iglesia: reconstruir la sociedad, pero no sobre “derechos” egoístas, sino sobre la base de la “función”, porque “los hombres han de estar ligados, pero no según la posición que ocupen en la bolsa o mercado de trabajo (es decir, de acuerdo con sus respectivos emolumentos) sino según las diferentes funciones que desempeñen en el seno de la sociedad”.
La diversidad entre la sociedad basada en derechos y la que se funda sobre la función es decisiva. En el sentido moderno, los derechos pertenecen al individuo; las funciones, en cambio, son sociales, puesto que están encaminadas al bien común, y sin embargo, ambos son inseparables, pues muchos derechos dependen de la función misma, por ejemplo, mis ojos tienen derecho a ver, pero no pueden ejercitarlo sin antes reconocer su deber de formar parte de mi organismo. Mientras el ojo funciona en el cuerpo, disfruta de sus derechos. Mi corazón tiene derecho a su provisión de sangre, pero no puede ejercitar esa función a menos que demuestre su amor al bien del organismo entero, cumpliendo con su deber de enviar sangre a todos los demás miembros que lo integran. Pues bien, lo que afirmo como verdadero en el orden físico, es igualmente cierto en el orden social, vocacionalmente, desde este punto de vista, el Capital y el Trabajo se relacionan en forma inseparable con el bien común de la sociedad. Este es el fundamento de la justicia social.
Por fin, la doctrina cristiana acerca del hombre está intrínsecamente ligada con el problema de la propiedad. Para este problema se ofrecen tres soluciones posibles. La primera quiere colocar todos los huevos en unos pocos cestos: es el capitalismo; la segunda quiere hacer una tortilla con todos, para que nadie sea dueño de ellos: es el comunismo; la tercera quiere distribuir los huevos en el mayor número posible de canastas: ésta es la solución de la Iglesia Católica.
El derecho de la propiedad fluye de mi personalidad directamente, y cuanto más íntima sea la relación entre los diversos objetos y mi propia persona, tanto más personal será mi derecho a poseerlos; serán más míos cuanto más honradamente les imprima el sello de mi naturaleza racional. Por este motivo los escritos, creación directa de la inteligencia, y los hijos, productos inmediatos del cuerpo, son tan nuestros. Por eso el Estado salvaguarda los derechos de autor mediante leyes de propiedad intelectual, y reconoce que el derecho a la educación pertenece más a los padres que a él mismo. Por consiguiente, el derecho del hombre a poseer, emana de su derecho a ser quien es y a vivir su existencia.
La personalidad es, pues, un núcleo en torno del cual se concentran numerosas zonas de propiedad: muy próximas algunas y otras muy alejadas; dentro de las primeras se hallan el cuerpo, el alimento, la indumentaria, la vivienda, las creaciones literarias y artísticas de nuestra mente y nuestras manos, etc. en las zonas remotas se hallan los elementos superfluos, los lujos de la vida. Por consiguiente, el derecho de propiedad no se aplica igualmente a todo; por el contrario, varía en razón directa de la cercanía o alejamiento del objeto respecto a la persona humana; cuanto más cerca esté de nuestra persona, más profundo el derecho de posesión; cuanto más unido a nuestra responsabilidad interna, más fuerte nuestro derecho a adueñarnos de él, del mismo modo que cuanto más nos aproximemos a una hoguera, sufriremos más su calor. Por eso un millonario no tiene el mismo derecho a su segundo millón que un trabajador pobre a participar en las ganancias, administración o propiedad de la industria para la cual trabaja, por eso también, un hombre no tiene el derecho primario de poseer yate, pero sí el de ganar un salario que le permita vivir. El capitalista que invoca el derecho de propiedad cuando el Estado le obliga a pagar impuestos sobre sus riquezas superfluas a fin de ayudar con ese dinero a los necesitados, no apela al mismo derecho fundamental que invoca el granjero cuando dice que sus vacas le pertenecen. Puesto que la propiedad es extensión de la responsabilidad personal, se deduce lógicamente que cinco acciones en una Compañía que opera con billones de dólares no constituyen la misma suerte de propiedad, ni es tan sagrado nuestro título a esas acciones, como el de la pobre viuda a las cinco bolsas de patatas que ha cultivado en su terrenito. En otros términos, el derecho de propiedad no es absoluto e invariable: se acrecienta de acuerdo con su relación a la personalidad, disminuye cuando esta relación es más remota.
No existe incompatibilidad alguna entre la filosofía social de la Iglesia y el mundo actual; lo que existe es ignorancia, falta de información. El objetivo es restablecer la antigua verdad que afirma que es menester volver a descubrir al hombre, no al hombre-animal del cual tanto sabemos, sino al hombre racional del que tanto ignoramos. Y ese descubrimiento sólo se logrará cuando conozcamos a Aquél a cuya imagen y semejanza fue creado el hombre, pues comenzamos a ser libres cuando Dios comienza a ser importante.

Mons. Fulton J. Sheen