miércoles, 25 de mayo de 2016


Angel de la guarda

Mensaje espiritual

Ángel de la Guarda.
Todos los hombres, desde que nacemos, tenemos un Ángel de la Guarda, un Ángel Custodio, que cuida de nosotros durante todo el tiempo que vivimos en la tierra y nos acompaña más allá de la tierra.
Es necesario que tengamos mucha confianza en este espíritu celestial que Dios nos ha asignado, porque si estuviéramos solos frente al demonio, la lucha sería desigual, pues los demonios, por ser ángeles caídos, son muy superiores a los hombres; es por eso que Dios ha puesto a nuestro lado un ángel que nos ayude a combatir contra las fuerzas del mal y así la lucha está equilibrada.
Ahora bien, el Ángel de la Guarda interviene en la medida en que solicitamos que lo haga. Si nosotros nos quedamos callados y no lo invocamos, él no puede intervenir todo lo que quisiera para llevarnos por el buen camino.
En estos tiempos en que nos acercamos a la venida del Reino de Dios a la tierra, y en que la lucha del Cielo y el Infierno se hacen cada vez más terribles, debemos acudir a nuestro Ángel Custodio lo más frecuentemente posible, porque es la gran ayuda que el Señor nos ha puesto a nuestro lado. Invoquémosle siempre con la siguiente oración: “Ángel de Dios, que eres mi Custodio, ya que la Soberana Piedad me ha encomendado a ti, ilumíname, guárdame, rígeme y gobiérname. Amén”. Entonces, si hacemos así, estaremos siempre protegidos por este mensajero celestial y los ataques del Maligno no podrán hacernos ningún daño.
Otra buena práctica es rezarles a los Ángeles de la Guarda de las otras personas, para que ellos predispongan los ánimos para el bien y lleven a sus custodiados a cumplir la voluntad de Dios. Antes de hacer apostolado o hablar a alguien de Dios y de las cosas de Dios, siempre es bueno invocar a su Ángel Custodio para que lo prepare de la mejor manera para recibir la Verdad.
Una oración que seguramente nos han enseñado desde pequeños y que también es muy recomendable usar, es la siguiente: “Ángel de mi Guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día, hasta que descanse en los brazos de Jesús, José y María”.

lunes, 23 de mayo de 2016

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Rayos de Fe

Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Este Dios Único, es un Solo Dios y Tres Personas Distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Este es el misterio más grande de nuestra fe, y nunca hubiéramos averiguado por cuenta propia este misterio si Dios no lo hubiese revelado, porque nuestra razón llega hasta saber que existe un solo Dios. Pero que son Tres Personas y un Sólo Dios, eso solamente porque Dios lo quiso decir a sus hijos, los hombres.
¿Y por qué Dios se quiso revelar? Porque el amigo quiere comunicar su intimidad al amigo, y Dios nos considera sus amigos, como ya Jesús lo ha dicho en el Evangelio: “Ya no os llamo servidores, os llamo amigos”.
¿Y cómo respondemos los hombres a esta predilección de Dios, a esta delicadeza y acto de amor? Muchas veces con indiferencia y falta de correspondencia. ¡Qué triste debe ser para Dios el encontrar corazones tan fríos y hostiles a su Amor! Pensemos cuando nosotros nos abrimos al amigo y encontramos solo frialdad, ¡qué desilusión! ¡Qué dolor!
Este misterio de la Santísima Trinidad es justamente eso, un misterio; imposible de entender para la mente humana, porque trasciende la razón y nuestra pobre cabecita no da para tanto.
Así cuentan de San Agustín que caminaba a la orilla del mar pensando y tratando de entender este misterio de cómo Dios puede ser Uno y Tres Personas distintas. Y encontró a un niño que había hecho un hoyito en tierra y acarreaba el agua del mar y la volcaba dentro del hoyito. Cuando San Agustín le preguntó al niño qué era lo que estaba haciendo, el niño respondió que quería traer toda el agua del mar y meterla en ese pocito. ¡Es imposible!, le dijo el santo. Y el niño le respondió: Pues es más posible que yo logre eso, que el que tú entiendas el misterio de la Santísima Trinidad, y desapareció porque ese niño era un ángel.
Este divino misterio lo proclamamos cada vez que nos hacemos la Señal de la Cruz, pues decimos “En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Es decir, empezamos la frase en singular (“En el Nombre”) y luego nombramos tres Personas (del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo), y así manifestamos creer en este misterio.
Tratemos de vivir una vida agradable a Dios, cumpliendo los Diez Mandamientos, para salvarnos e ir al Cielo a contemplar a este Dios que es la Belleza infinita.

Formación católica

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El matrimonio.
El matrimonio debe ser de uno con una y para toda la vida. No hay otra opción, puesto que Dios así lo dispuso y está en la misma naturaleza del hombre y del amor.
Hoy el demonio, autor de todo error y desviación, y lleno de odio contra Dios y la obra de Dios: el hombre, quiere hacernos creer que todo es igual, e incluso que las formas de uniones homosexuales son mejores que el matrimonio de un hombre con una mujer para toda la vida.
Estemos atentos porque detrás de todo esto está el demonio, que se burla de los hombres, considerándolos unos locos, que por un plato de lentejas cambian el Cielo por un placer rastrero.
Las uniones homosexuales atraen los castigos de Dios, como sucedió en Sodoma y Gomorra, y esto lo sabe muy bien Satanás, que hace de todo para promover esta desviación, porque él conoce a Dios y sabe que es Justo, además de Misericordioso, y que cuando se pasa la medida, Dios asesta el golpe. Así el diablo lleva a la humanidad entera por el camino del pecado, hasta que pase el límite, y entonces vendrá el castigo y serán muchos los arrojados al Infierno.
Debemos amar a todos los hombres, pero odiar con todas las fuerzas el pecado, causa de todo el mal que hay en el mundo.

sábado, 21 de mayo de 2016

Ser Santos

Ser santos

Palabras de Jesús sobre el santo.
Podría decir que el santo es aquel a quien el amor y el deseo le obstaculizan el ver cualquier otra cosa que no sea Dios; sin distraerse con la visión de cosas inferiores, tiene las pupilas del corazón fijas en el Esplendor santísimo que Dios es, y en Él ve - puesto que todo está en Dios - a sus hermanos, inquietos y con manos implorantes. Sin separar sus ojos de Dios, el santo se prodiga en favor de sus hermanos suplicantes. Contra la carne, las riquezas y las comodidades, enarbola su ideal: servir. ¿Es un ser pobre o con taras el santo? No. Ha llegado a la posesión de la sabiduría y riqueza verdaderas, por tanto, a la posesión de todo. Y no siente cansancio, porque, si bien es cierto que produce continuamente, también lo es que continuamente está siendo alimentado. En efecto, cierto es que comprende el dolor del mundo, mas cierto es también que se apacienta de la alegría del Cielo. De Dios se nutre, en Dios se alegra. Es la criatura que ha comprendido el sentido de la vida.
(De la Obra de María Valtorta)

La Divina Misericordia




Fragmento del Diario de Santa Faustina Kowalska, 
"La Divina Misericordia en mi alma", con comentario
Prueba.
1. Durante la toma de hábito [27] Dios me dio a conocer lo mucho que iba a sufrir. Vi claramente a que me estaba comprometiendo. Fue un minuto de ese sufrimiento. Dios volvió a colmar mi alma con muchos consuelos.
2. Al final del primer año de noviciado, en mi alma empezó a oscurecer. No sentía ningún consuelo en la oración, la meditación venía con gran esfuerzo, el miedo empezó a apoderarse de mí. Penetré más profundamente en mi interior y lo único que vi, fue una gran miseria. Vi también claramente la gran santidad de Dios, no me atrevía a levantar los ojos hacia El, pero me postré como polvo a sus pies y mendigué su misericordia. Pasaron casi seis meses y el estado de mi alma no cambió nada. Nuestra querida Madre Maestra [28] me daba ánimo [en] esos momentos difíciles. Sin embargo este sufrimiento aumentaba cada vez más y más. Se acercaba el segundo año del noviciado. Cuando pensaba que debía hacer los votos, mi alma se estremecía. No entendía lo que leía, no podía meditar. Me parecía que mi oración no agradaba a Dios. Cuando me acercaba a los santos sacramentos me parecía que ofendía aun más a Dios. Sin embargo el confesor [29] no me permitió omitir ni una sola Santa Comunión. Dios actuaba en mi alma de modo singular. No entendía absolutamente nada de lo que me decía el confesor. Las sencillas verdades de la fe se hacían incomprensibles, mi alma sufría sin poder encontrar satisfacción en alguna parte.(9) Hubo un momento en que me vino una fuerte idea de que era rechazada por Dios. Esta terrible idea atravesó mi alma por completo. En este sufrimiento mi alma empezó a agonizar. Quería morir pero no podía. Me vino la idea de ¿a qué pretender las virtudes? ¿Para qué mortificarme si todo es desagradable a Dios? Al decirlo a la Madre Maestra, recibí la siguiente respuesta: Debe saber, hermana, que Dios la destina para una gran santidad. Es una señal que Dios la quiere tener en el cielo, muy cerca de sí mismo. Hermana, confié mucho en el Señor Jesús.

Esta terrible idea de ser rechazados por Dios, es un tormento que en realidad sufren los condenados. Recurría a las heridas de Jesús, repetía las palabras de confianza, sin embargo esas palabras se hacían un tormento aún más grande. Me presenté delante del Santísimo Sacramento y empecé a decir a Jesús: Jesús, Tu has dicho que antes una madre olvide a su niño recién nacido que Dios olvide a su criatura, y aunque ella olvide, Yo, Dios, no olvidaré a Mi criatura. Oyes, Jesús, ¿Cómo gime mi alma? Dígnate oír los gemidos dolorosos de Tu niña. En Ti confío, oh Dios, porque el cielo y la tierra pasarán, pero Tu Palabra perdura eternamente. No obstante, no encontré alivio ni por un instante.
1. Un día, al despertarme, mientras me ponía en la presencia de Dios, empezó a invadirme la desesperación. La oscuridad total del alma. Luché cuanto pude hasta el medio día. En las horas de la tarde empezaron a apoderarse de mí los temores verdaderamente mortales, las fuerzas físicas empezaron a abandonarme. Entré apresuradamente en la celda y me puse de rodillas delante del crucifijo y empecé a implorar la misericordia. Sin embargo, Jesús no oyó mis llamamientos. Me sentí despojada completamente de las fuerzas físicas, caí al suelo, la desesperación se apoderó de toda mi alma, sufrí realmente las penas infernales, que no difieren en nada de las del infierno. En tal estado permanecí durante tres cuartos de hora. Quise ir a la Maestra pero no tuve fuerzas. Quise llamar, la voz me faltó, pero, felizmente, en la celda entró una de las hermanas [30]. Al verme en el estado tan extraño, en seguida aviso a la Maestra. La Madre vino en seguida. Al entrar en la celda dijo estas palabras: En nombre de la santa obediencia [31], levántese del suelo. Inmediatamente alguna fuerza me levantó del suelo y me puse de pie junto a la querida Maestra. (10) En una conversación cordial me explicó que era una prueba de Dios, Hermana, tenga una gran confianza, Dios es siempre Padre aunque somete a pruebas. Volví a mis deberes como si me hubiera levantado de la tumba. Los sentidos impregnados de lo que mi alma había experimentado. Durante el oficio vespertino mi alma empezó a agonizar en una terrible oscuridad; sentí que estaba bajo el poder de Dios Justo y que era objeto de su desdén. En esos terribles momentos dije a Dios: Jesús que en el Evangelio Te comparas a la más tierna de las madres, confío en Tus palabras, porque Tú eres la Verdad y la Vida. Jesús confío en Ti contra toda esperanza, contra todo sentimiento que esta dentro de mí y es contrario a la esperanza. Haz conmigo lo que quieras, no me alejare de Ti, porque Tú eres la fuente de mi vida. Lo terrible que es este tormento del alma, solamente lo puede entender quien experimentó momentos semejantes.
2. Durante la noche me visitó la Madre de Dios con el Niño Jesús en los brazos. La alegría llenó mi alma y dije: María, Madre mía, ¿sabes cuánto sufro? Y la Madre de Dios me contestó: Yo sé cuánto sufres, pero no tengas miedo, porque yo comparto contigo tu sufrimiento y siempre lo compartiré. Sonrió cordialmente y desapareció. En seguida mi alma se llenó de fuerza y de gran valor. Sin embargo eso duró apenas un día. Como si el infierno se hubiera conjurado contra mí. Un gran odio empezó a irrumpir [en] mi alma, el odio hacia todo lo santo y divino. Me parecía que esos tormentos del alma iban a formar parte de mi existencia por siempre. Me dirigí al Santísimo Sacramento y dije a Jesús: Jesús, Amado de mi alma, ¿no ves que mi alma está muriendo anhelándote? ¿Cómo puedes ocultarte tanto a un corazón que Te ama con tanta sinceridad? Perdóname, Jesús, que se haga en mi Tu voluntad. Voy a sufrir en silencio como una paloma, sin quejarme. No permitiré a mi corazón ni un solo gemido.

Comentario:
El Señor, cuando quiere unir más estrechamente a Sí a un alma, la hará pasar por diversos sufrimientos y pruebas que la despojarán de su amor propio y la harán más humilde. Pero estas almas, y en realidad todo el que quiera ser santo, debe unirse estrechamente a María Santísima que es la que consuela en esos momentos tan duros. Así como la Virgen consoló el llanto de Jesús recién nacido, y también lo consoló en la oración del Huerto obteniéndole de Dios un ángel que lo confortara, también al encontrarlo en el camino del Calvario y de pie al lado de la Cruz; así también con nosotros y en especial con las almas elegidas la Virgen debe ser nuestra compañera en el dolor y acudir a Ella siempre, que como una buena Madre estará junto a nosotros hasta en el momento de nuestra muerte y nos dará ánimos para recorrer el camino que Dios nos tiene preparado a cada uno.
Jesús, en Vos confío.

martes, 17 de mayo de 2016

Buena lectura en estos tiempos .....

Leer vidas de santos.


Santos




En este mundo cada vez más materialista y enemigo no sólo del cristiano, sino del hombre mismo; es necesario alimentar nuestra mente, corazón y alma, además de con la Palabra de Dios, también con la lectura de vidas de santos.
Efectivamente los santos eran personas como nosotros, que vivieron en su tiempo las mismas pruebas que ahora pasamos nosotros, y ellos nos enseñan a superarlas, no sólo mostrándonos cómo las superaron ellos en aquel tiempo, sino que nos hacen de intercesores poderosos ante la Omnipotencia de Dios, para ayudarnos a salir airosos de dichas pruebas.
Reenfervoricémonos con la fogosidad e impetuosidad de un San Ignacio de Loyola, o la ternura y sencillez de una Santa Teresita. Cada uno encontrará un santo acorde a su estado de vida y a la situación que le está tocando vivir.
Demos gracias a Dios que ha puesto a los santos, estas lumbreras en el camino de la vida, para que la humanidad no pierda el rumbo y, si los hombres quedan encandilados al mirar al Sol de Justicia, Jesucristo, puedan poner los ojos en los santos, seres de carne y hueso como nosotros, de los cuales algunos, muchos, fueron grandísimos pecadores.
Leer vidas de santos es tomar fuerzas para seguir más de cerca al Señor, imitando a estos héroes de la virtud, y haciendo “locuras” por el amor de Dios y de los hombres, trabajando incansablemente y con ardor en la salvación de las almas, y en la salvación del mundo entero.
Si no sabemos por dónde empezar, hagámoslo sencillo, comencemos por “La Historia de un Alma”, de Santa Teresita del Niño Jesús.
Elijamos algún santo que nos mueva a querer conocer su vida e imitarla en lo imitable, porque el mundo, con sus modas y máximas mundanas y satánicas, nos va haciendo olvidar de lo realmente importante para nosotros: salvar la propia alma, y nos va entibiando y alejando de las fuentes de calor, que son la Palabra de Dios, la Eucaristía, la Virgen, la oración, la buena lectura como las vidas de santos.
Estamos a tiempo todavía. Si no nos hemos apagado del todo en nuestra fe, entonces es tiempo de echar mano a los recursos que el Cielo nos provee, y empezar con esta sencilla práctica de gozar de la lectura de las vidas de nuestros santos favoritos. Busquemos buenos libros, buenos autores, que traten sobre los santos, y lancémonos a este mundo para hacernos amigos de los Amigos de Dios: los Santos.

sábado, 14 de mayo de 2016

ORACIÓN EN FAMILIA

La ciencia avala con datos la famosa frase «familia que reza unida, permanece unida»

La ciencia avala con datos la famosa frase «familia que reza unida, permanece unida»

El sacerdote Patrick Peyton, ahora en proceso de beatificación, instauró la famosa frase que decía que “familia que reza unida, permanece unida”. La oración como garantía contra las asechanzas del demonio que pretende destruir la institución de la que sale la vida.
Esta conocida cita se ha visto confirmada por distintos estudios científicos, que han llegado a la conclusión de que las familias que rezan juntas están más unidas, son más felices y por consiguiente viven mejor. Estos informes centrados en la relación entre religión y psicología son muy concluyentes en este aspecto.
Una vida religiosa seria que incluya la oración repercute en una mejor salud mental y aumenta también el éxito escolar, mejora el autocontrol, aumenta la esperanza de vida, reduce la delincuencia así como la ansiedad y la depresión.

La oración en familia mejora la salud y reduce el estrés

Clay Routledge, profesor de Psicología en la Universidad Estatal de Dakota del Norte ha recogido la literatura científica publicada al respecto y ha llegado a la conclusión de que la oración, y más en familia, ayuda a ser más paciente convirtiendo a las personas en más tolerantes con respecto al entorno más cercano. Además, tal y como recoge UCCR, tiene ventajas por las que muchas personas pagan a profesionales: mejora la salud y reduce el estrés.
“Hay una evidencia que indica que la oración, un comportamiento asociado a la religión, puede ser útil para los individuos y para la sociedad”, agrega este profesor universitario. Este estudio no entraba en los aspectos teológicos sino en los efectos que la práctica religiosa y la oración tiene en las personas y cuyas consecuencias son beneficiosas no sólo para el alma sino también para el cuerpo.
Y no son cosas imposibles. Si una familia pasa un rato unida rezando, durante ese tiempo no está enganchada a la televisión, al móvil o la tablet provocando una mayor interacción entre los miembros de la familia.

Los niños y adolescentes también salen beneficiados

Un estudio centrado en los adolescentes estadounidenses realizado por el departamento de Sociología de la Universidad de Carolina del Norte, llegó a la conclusión de que los niños cuyos padres rezan juntos tienen una mejor relación con ellosaunque los pequeños no hayan participado en ese momento de oración. La paz que generan se transmite también a los niños.
Igualmente, otro informe de la Universidad Estatal de Florida también incidía en los efectos positivos que la oración genera en una pareja puesto que aumenta la confianza mutua entre ellos.

La oración, también clave en la enfermedad

Los efectos de la oración son muy visibles en las personas, no sólo a la hora de unir a la familia sino para afrontar acontecimientos difíciles como la enfermedad o la muerte. Qué se lo digan a Alexis Carrel, premio Nobel de Medicina en 1912, que se convirtió en Lourdes cuando provenía de un ateísmo radical. Y lo que más le llamó precisamente la atención fue la oración. Esta es su reflexión sobre los efectos de la oración en las personas:

“Cuando la oración es habitual y verdaderamente ferviente, su influencia se hace muy clara. Consiste en una especie muy clara. Consiste en una especie de transformación mental y orgánica. Esta transformación se opera de manera progresiva. Se diría que en la profundidad de la conciencia se enciende una luz. El hombre se ve tal como es. (…) Poco a poco se produce un apaciguamiento interior, una armonía de las actividades nerviosas y morales, una mayor resistencia frente a la pobreza, la calumnia, las preocupaciones, y una mayor capacidad de soportar sin desfallecer la pérdida de los suyos, el dolor, la enfermedad, la muerte. Así, el médico que ve un enfermo que se pone a orar puede alegrarse. La calma engendrada por la oración es una poderosa ayuda para la terapéutica.

La oración no puede compararse con la morfina puesto que la oración determina, al mismo tiempo que la calma, una integración de las actividades mentales, una especie de florecimiento de la personalidad. A veces, heroísmo. La pureza de la mirada, la tranquilidad del porte, la serena alegría de la expresión, la virilidad de la conducta y, cuando es necesario, la simple aceptación de la muerte del soldado o del mártir, traducen la presencia del tesoro escondido del espíritu”.

Domingo de Pentecostés

Pentecostés (C)

13. mayo 2016 | Por  | Categoria: Charla Dominical


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Va a ser Lucas en los Hechos de los Apóstoles quien  nos cuente lo que ocurrió aquel día en Jerusalén. Hacia las nueve de la mañana, toda la ciudad se hallaba confundida en una verdadera revolución. Una revolución pacífica e inexplicable. Los peregrinos, llegados de todas las partes del Imperio Romano para la fiesta de Pentecostés, atestaban las calles, corrían, gritaban, y nadie sabía por qué sucedía aquel tumulto. Se había sentido como un terremoto, y todos se dirigían hacia el epicentro, que lo tenían bien cercano: una casa lujosa, donde estaba aquel comedor de la Ultima Cena.  
Ahora ven asomados a las ventanas de esa mansión a unos hombres que hablan entusiasmados, con elocuencia arrebatadora y sin miedo alguno a las autoridades del pueblo. 
Al contemplar aquel ardor de los improvisados oradores, pobres pescadores y campesinos de Galilea, unos dicen, sin poder contener su admiración:
– Pero, ¿cómo es esto? Si cada uno de nosotros los estamos escuchando en nuestra propia lengua. ¿Qué ocurre aquí?… ¡Gloria a Dios!…
Otros, con risa fingida, los escribas y fariseos, eternos enemigos de Jesús, al prever su fracaso definitivo, se ponen a azuzar a la gente:
– ¡No les hagan caso! ¿No se dan cuenta de que esos locos están borrachos?… 
Los apóstoles ya no se esconden ni huyen como en el Huerto. En un momento se han visto transformados radicalmente. 
Pedro, el cobarde ante una mujer aquella noche, ahora es un valiente que desafía a todos los opositores de Jesús, a los que dice: 
– ¡No estamos borrachos ni somos unos locos! Lo que ocurre es que ese Jesús que ustedes crucificasteis, que resucitó y subió al Cielo, ahora cumple su promesa y ha derramado sobre nosotros el Espíritu Santo, como ustedes mismos pueden comprobar. ¡Crean, conviértanse y recibirán el mismo don del Espíritu Santo y se podrán salvar!…
Esto es Pentecostés. La venida del Espíritu Santo, que pone en marcha a la Iglesia, la disemina por todas las gentes, las cuales escuchan la misma palabra y hablan el lenguaje de la misma fe. 
El pecado de los orígenes había llevado a los hombres hasta la torre de Babel, donde se manifestó la división de la Humanidad, que no podría entenderse jamás porque estaba alejada de Dios y cada uno acampaba por las suyas, siempre divididos, siempre sin entenderse, adorando cada cual a su falso dios…  
El Espíritu Santo viene ahora a renovar la faz de la tierra, que ya no será un desierto reseco, sin agua y donde no nace ni una flor, sino el jardín de un nuevo paraíso, en el que correrá a raudales el agua de la gracia de Dios y donde los redimidos comerán en abundancia los frutos de la vida… 
Ni será una Babel donde nadie se entienda, porque en adelante todos conocerán al único y verdadero Dios, sabrán su Verdad, hablarán el lenguaje de la misma fe y se amarán con el mismo corazón.
Jesús había invitado ya en el Evangelio: 
– El que tenga sed, que venga a mí y que beba. Y él mismo se convertirá en una fuente con surtidor que saltará hasta la vida eterna.
Y se refería, nos dice Juan, al Espíritu Santo que un día había de enviar. 
En la Ultima Cena, les dice a los apóstoles: 
– El Padre les mandará en mi nombre el Espíritu Santo, que les enseñará toda verdad y se quedará para siempre con ustedes. 
Resucitado Jesús, y en su primera aparición a los apóstoles, sopla sobre ellos, y les dice: 
– ¡Reciban el Espíritu Santo!
Ahora se lo manda de esta manera clamorosa, para que todo el mundo sepa que el poder de Dios se ha metido en el mundo a fin de realizar la nueva creación.
Nosotros captamos en toda su plenitud la gracia y el menaje de Pentecostés, y nos queremos sentir hoy carismáticos verdaderos. 
Con tantos grupos de muchos movimientos católicos que hoy pasan la noche en oración, nos disponemos a recibir de lleno la efusión del Espíritu Santo, al que abrimos de par en par la puerta de nuestras almas.  
El que viene a renovar faz de la tierra pecadora, ¿puede encontrar la culpa en nuestro corazón?… 
El que viene a convertirnos en una morada de Dios, ¿se va a encontrar a disgusto en nuestra casa?…
El que viene a mover en nosotros la oración, ¿va a encontrar nuestros labios siempre cerrados?…
El que viene extender la Iglesia, a salvar al mundo, a llevar la salvación de Jesucristo a todos los hombres, ¿va a hallarnos fríos a nosotros, sin entusiasmo, con pocas ganas de trabajar por el Reino?…
El que viene a hacernos unos santos, ¿puede contentarse con unos tipos medianos, que no crecemos nunca, que nos quedamos a mitad del desarrollo?…
¡Ven, Espíritu Santo!  Hoy te necesita el mundo como te necesitaban aquel día Jerusalén y el Imperio.
¡Ven, Espíritu Santo, y cámbianos de raíz! 
A los pecadores, haznos unos santos. 
A los fríos, enciéndenos con tu fuego. 
A los que viven sin ilusión y con ansias nunca satisfechas, embriágalos con tu dulzura. 
Y a todos, llévanos a Jesús. 
Llévanos a Jesús, querido Espíritu Santo, porque Tú eres su glorificador…

Nuestra Señora de Fátima

Los pedidos y advertencias del cielo en las Apariciones de Nuestra Señora de Fátima



                                                               

Las apariciones de la Virgen en Fátima, Portugal, constituyen una de las más grandiosas manifestaciones marianas de todos los tiempos y esto debido al contenido de su mensaje, que atañe tanto a la salvación personal, como a la del mundo entero. En estas apariciones, el cielo, a través de la Madre de Dios, nos recuerda qué es lo que debemos hacer, tanto para salvar el alma propia, como la de los pecadores: adoración y comunión eucarística, penitencia y sacrificios por los pecadores, rezo del Santo Rosario, reparación por los ultrajes que continuamente reciben los Sagrados Corazones de Jesús y María. Pero en estas apariciones el cielo nos advierte además acerca de los dos únicos destinos posibles en el más allá: o cielo, o infierno (el Purgatorio es la antesala del Cielo), por medio de las experiencias místicas los Pastorcitos, quienes experimentan dos clases distintas de fuegos: el fuego del Amor de Dios, que no arde y produce gozo y alegría celestial, y el fuego del Infierno, que sí produce dolor. Puesto que nadie va de modo “automático” ni al infierno ni al cielo, sino que esos destinos los merecemos de acuerdo a nuestras obras libremente realizadas, las apariciones de Fátima nos hacen reflexionar también acerca de si nuestra fe está viva, lo cual se demuestra con obras, o si por el contrario está muerta –lo cual se demuestra con ausencia de obras-.
Antes de las apariciones propiamente de la Virgen y como preparación para estas, se les apareció a los Pastorcitos un ángel, quien luego se identificó como el “Ángel de Portugal”[1]. En su primera aparición, el ángel les enseñó una oración de reparación a la Trinidad, relatada de este modo por Sor Lucía: “Pasaron tan solo unos segundos cuando un fuerte viento comenzó a mover los árboles y miramos hacia arriba para ver lo que estaba pasando, ya que era un día tan calmado. Luego comenzamos a ver, a distancia, sobre los árboles que se extendían hacia el este, una luz más blanca que la nieve con la forma de un joven, algo transparente, tan brillante como un cristal en los rayos del sol. Al acercarse pudimos ver sus rasgos. Nos quedamos asombrados y absortos y no nos dijimos nada el uno al otro. Luego él dijo: “No tengáis miedo. Soy el Ángel de la paz. Orad conmigo. Él se arrodilló, doblando su rostro hasta el suelo. Con un impulso sobrenatural hicimos lo mismo, repitiendo las palabras que le oímos decir: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, no te adoran, no te esperan y no te aman”. Después de repetir esta oración tres veces el ángel se incorporó y nos dijo: “Orad de esta forma. Los corazones de Jesús y María están listos para escucharos”.
En su Tercera Aparición, el Ángel de Portugal les enseña a adorar la Eucaristía, además de enseñarles las oraciones de amor y reparación a la Trinidad; finalmente, les da la Comunión bajo las dos especies: “Vimos a una luz extraña brillar sobre nosotros. Levantamos nuestras cabezas para ver qué pasaba. El ángel tenía en su mano izquierda un cáliz y sobre él, en el aire, estaba una hostia de donde caían gotas de sangre en el cáliz. El ángel dejó el cáliz en el aire, se arrodilló cerca de nosotros y nos pidió que repitiésemos tres veces: “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, te adoro profundamente, y te ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los méritos infinitos de su Sagrado Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Después se levantó, tomó en sus manos el cáliz y la hostia. La hostia me la dio a mí y el contenido del cáliz se lo dio a Jacinta y a Francisco, diciendo al mismo tiempo: “Tomad y bebed el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo terriblemente agraviado por la ingratitud de los hombres. Ofreced reparación por ellos y consolad a Dios. Una vez más él se inclinó al suelo repitiendo con nosotros la misma oración tres veces: “Santísima Trinidad…” etc. y desapareció. Abrumados por la atmósfera sobrenatural que nos envolvía, imitamos al ángel en todo, arrodillándonos postrándonos como él lo hizo y repitiendo las oraciones como él las decía”.
El pedido de penitencia y sacrificios por la conversión de los pecadores es un pedido personal de la Virgen. En su Primera Aparición les dice a los Pastorcitos[2]: “¿Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos que Él quisiera enviaros como reparación de los pecados con que Él es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores?” -Si queremos. –“Tendréis, pues, mucho que sufrir, pero la gracia de Dios os fortalecerá”[3]. En la Tercera Aparición, vuelve a pedir que ofrezcamos sacrificios por la conversión de los pecadores y en reparación por los ultrajes contra su Inmaculado Corazón: “¡Sacrificaos por los pecadores y decid muchas veces, y especialmente cuando hagáis un sacrificio: OH, Jesús, es por tu amor, por la conversión de los pecadores y en reparación de los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María!”. En la Cuarta Aparición: “Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores, porque muchas almas van al infierno por no tener quien se sacrifique y rece por ellas”. En la Sexta Aparición: “Soy la Señora del Rosario (…) continúen rezando el Rosario todos los días”.
También el Ángel de Portugal les pide oración y sacrificios por los pecadores, en su segunda aparición: “¿Qué estáis haciendo? ¡Rezad! ¡Rezad mucho! Los corazones de Jesús y de María tienen sobre vosotros designios de misericordia. ¡Ofreced constantemente oraciones y sacrificios al Altísimo!”.
La Virgen les hace tener una experiencia mística del Amor de Dios y de su Presencia en la Eucaristía, enseñándoles una oración a Jesús Eucaristía: “Diciendo esto la Virgen abrió sus manos por primera vez, comunicándonos una luz muy intensa que parecía fluir de sus manos y penetraba en lo más íntimo de nuestro pecho y de nuestros corazones, haciéndonos ver a nosotros mismos en Dios, más claramente de lo que nos vemos en el mejor de los espejos. Entonces, por un impulso interior que nos fue comunicado también, caímos de rodillas, repitiendo humildemente: “Santísima Trinidad, yo te adoro. Dios mío, Dios mío, yo te amo en el Santísimo Sacramento””.
También el pedido de rezar el Rosario. En la misma aparición, les dice: “Rezad el rosario todos los días para alcanzar la paz del mundo y el fin de la guerra”. En la Tercera Aparición les dice: “Quiero que vengáis aquí el día 13 del mes que viene, y continuéis rezando el rosario todos los días en honra a Nuestra Señora del Rosario con el fin de obtener la paz del mundo y el final de la guerra”.
La reparación también es pedida por la Virgen, con la devoción de los Cinco Primeros Sábados de mes, aunque esta devoción la especificará años más tarde, en otras apariciones, las de Pontevedra, España. En Fátima anunció el origen de la devoción: “(Jesús) quiere establecer en el mundo la devoción a mi Corazón Inmaculado. A aquellos que abracen esta devoción les prometo la salvación y serán predilectas de Dios estas almas, como flores puestas por Mi para adornar su trono”, y en Pontevedra especificó cómo debía ser[4]: “Ese día estando en mi habitación en Pontevedra, España, se me apareció la Santísima Virgen y, al lado, como suspendido en una nube luminosa, el Niño. La Santísima Virgen me ponía la mano sobre mi hombro derecho y, al mismo tiempo, me mostraba un corazón cercado de espinas que tenía en la mano”. Entonces dijo el Niño: “Ten compasión del corazón de tu Santísima Madre que está cubierto de espinas que los hombres ingratos le clavan continuamente sin que haya nadie que haga un acto de reparación para arrancárselas”. Y en seguida dijo la Santísima Virgen: “Mira, hija mía, mi corazón cercado de espinas que los hombres ingratos me clavan continuamente con blasfemias e ingratitudes, tú, al menos, procura consolarme y di que: Todos aquellos que durante cinco meses seguidos, en el primer sábado, se confiesen y reciban la Santa Comunión, recen el Santo Rosario y me hagan 15 minutos de compañía meditando en los misterios del Rosario, con el fin de desagraviarme, yo prometo asistirlos en la hora de la muerte con todas las gracias necesarias para su salvación”. “Ese día estando en mi habitación en Pontevedra, España, se me apareció la Santísima Virgen y, al lado, como suspendido en una nube luminosa, el Niño. La Santísima Virgen me ponía la mano sobre mi hombro derecho y, al mismo tiempo, me mostraba un corazón cercado de espinas que tenía en la mano”[5].
Dentro de todas las experiencias místicas que experimentan los Pastorcitos, hay dos que se destacan, además de la experiencia de recibir la Comunión Eucarística de manos del Ángel de Portugal: la experiencia del Amor de Dios, descripto como “fuego que no arde”, y la experiencia del Infierno. Con relación a la experiencia de Dios, decía así Francisco: “Estábamos ardiendo en aquella luz que es Dios y no nos quemábamos. ¿Cómo es Dios? Esto no lo podemos decir. Pero qué pena que Él está tan triste; ¡si yo pudiera consolarle!”. Muy distinta es la experiencia con el otro fuego, el del Infierno, que sí arde y duele, según el relato de Sor Lucía: “Al decir estas últimas palabras abrió de nuevo las manos. El reflejo de la luz parecía penetrar la tierra y vimos como un mar de fuego y sumergidos en este fuego los demonios y las almas como si fuesen brasas trasparentes y negras o bronceadas, de forma humana, que fluctuaban en el incendio llevada por las llamas que de ellas mismas salían, juntamente con nubes de humo, cayendo hacia todos los lados, semejante a la caída de pavesas en grandes incendios, pero sin peso ni equilibrio, entre gritos y lamentos de dolor y desesperación que horrorizaban y hacían estremecer de pavor. Los demonios se distinguían por sus formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero trasparentes como negros tizones en brasa. Asustados y como pidiendo socorro levantamos la vista a nuestra Señora, que nos dijo con bondad y tristeza: “Habéis visto el infierno, donde van las almas de los pobres pecadores. Para salvarlas Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. Si hacen lo que yo os digo se salvarán muchas almas y tendrán paz. La guerra terminará pero si no dejan de ofender a Dios en el reinado de Pío XI comenzara otra peor”.
Con respecto a esta última, podemos hacer la siguiente observación: en nuestros días, se oculta la realidad del Infierno y sobre todo a los niños, pero en Fátima, la Virgen no solo no oculta la realidad del Infierno a los niños, sino que, en cierta medida, los transporta allí, pues los niños tienen una experiencia real y directa del Infierno, tan real, que Lucía exclama asustada. Si la Virgen misma, en persona, les hace tener esta experiencia mística del Infierno, para advertirnos acerca de las consecuencias del desamor, la indiferencia y la rebelión contra Dios, ¿acaso cabe acusar a la Virgen por revelar estas cosas a los niños? Por supuesto que no; la conclusión, entonces, es que no se debe ocultar esta realidad de la eterna condenación, como tampoco los medios que el cielo nos da para ganar el cielo: rezo del Rosario, penitencia, sacrificios, adoración eucarística. En favor de esto, podemos recordar que Jacinta, lejos de quedar “traumatizada” o “perturbada” por la experiencia del Infierno, se preguntaba aún “porqué la Virgen no mostraba el Infierno a los pecadores” -e incluso ella misma deseaba hacerlo-, porque sostenía que si la Virgen lo hacía, los pecadores se convertirían y no se condenarían. Estas son sus palabras: “¿Por qué es que Nuestra Señora no muestra el infierno a los pecadores? Si lo viesen, ya no pecarían, para no ir allá. Has de decir a aquella Señora que muestre el infierno a toda aquella gente. Verás cómo se convierten. ¡Qué pena tengo de los pecadores! ¡Si yo pudiera mostrarles el infierno!”. Jacinta también revela la causa principal de la condenación de muchas almas en nuestros días, los pecados de la carne: “Los pecados que llevan más almas al infierno son los de la carne”.
Rezo del Santo Rosario, oración, penitencia, sacrificios, reparación, adoración a la Trinidad y a Dios Presente en la Eucaristía, recuerdo del cielo y del infierno: estos son algunos de los mensajes que la Madre de Dios nos transmite en las apariciones de Fátima, una de las más grandiosas apariciones marianas de todos los tiempos.





[1] http://webcatolicodejavier.org/VFapariciones.html
[2]http://www.corazones.org/maria/fatima/apariciones_nuestra_senora_fatima.html
[3] Cfr. ibidem.
[4] Mensaje del 10 de diciembre de 1925, Pontevedra, España.
[5] http://forosdelavirgen.org/3225/devocion-de-los-cinco-primeros-sabados/