sábado, 20 de agosto de 2016

Sagrado Corazón de Jesús


Imágenes-del-sagrado-corazón-de-Jesús

CORAZÓN DE JESÚS

Postrado a tus pies, humildemente,
vengo a pedirte, dulce Jesús mío.
Poderte repetir constantemente
Corazón de Jesús en Ti confío!

Si la confianza es prueba de ternura
esta prueba darte ansío.
Aún cuando esté sumido en amargura
Corazón de Jesús en Ti confío!

En las horas más tristes de mi vida
cuando todos me dejen ! Oh Dios mío!
Y el alma este por penas combatido.
Corazón de Jesús en Ti confío!

Aunque sienta venir la desconfianza.
Y te obligue a mirarme con desvío.
No será confundida mi esperanza
Corazón de Jesús en Ti confío!

Si en el bautismo hermoseaste mi alma
y me ofrecí ser tuyo y Tú ser mío....
Clamaré siempre en tempestad o en calma
Corazón de Jesús en Ti confío!

Yo siento una confianza, de tal suerte,
que sin ningún temor, dueño mío,
espero repetir hasta la muerte.
Corazón de Jesús en Ti confío!



MENSAJE DE JESUS

viernes, 19 de agosto de 2016

Jesús te espera en......



Jesús Eucaristía


¡ Jesús Eucaristía!
¡ Tú eres mi Dios y mi todo!
Y por eso en estos momentos quiero
profundizar en esta trascendental
verdad.

¡ Jesús Eucaristía!
¡ Tú eres mi Dios y mi todo!
Sé que muchas cosas me sobran
y quiero prescindir libremente de ellas
pero de tí, es absolutamente imposible
que yo pueda abstenerme... porque
Tu eres el Señor de mi vida, el dueño
absoluto de mis aspiraciones y demás
sentimientos, el ideal y la razón cabal
de toda mi existencia.

¡ Jesús Eucaristía!
¡ Tú eres mi Dios y mi todo!
Háblame en lo más profundo de mi ser.
Revélame tu amor y tu misterio.
Comunícame tu luz y tu verdad suprema
hazme experimentar viva y poderosamente
que Tú solamente tú. 
eres lo único  necesario en mi vida.

¡ Jesús Eucaristía!
¡ Tú eres mi Dios y mi todo!
Tú eres el motivo de mi contemplación,
el anhelo constante de todos mis
pensamientos, la meta de todas mis
acciones, el objetivo de todas mis
aspiraciones.

¡ Jesús Eucaristía!
¡ Tú eres mi Dios y mi todo!
Que la creación te glorifique,
los volcanes proclamen tu poder,
la tempestad tu omnipotencia,
los ríos y las praderas tu suavidad
y armonía, los cielos y los espacios
canten tu excelsa gloria.

¡ Jesús Eucaristía!
¡ Tú eres mi Dios y mi todo!
Amén.
















"EL ALFARERO", YO QUIERO SER UN VASO NUEVO, TOMA MI BARRO Y HASME DE NUEVO

lunes, 15 de agosto de 2016

La Voluntad de Dios - Perseverancia

La Asunción de María

Solemnidad de la Asunción de la Virgen María.

Evangelio del día.
Lc 1, 39-56.
La Asunción de la Virgen María.
En aquellos días, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas ésta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: “¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor”. María dijo entonces: “Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque miró con bondad la pequeñez de su servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas. Su nombre es santo, y su misericordia se extiende de generación en generación sobre los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó del trono a los poderosos, y elevó a los humildes, colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia –como lo había prometido a nuestros padres- en favor de Abraham y de su descendencia para siempre”. María permaneció con Isabel unos tres meses, y luego regresó a su casa.
Reflexión:
Jesús, antes de despedirse de sus discípulos, les dijo que Él se iba a prepararles un lugar junto al Padre y que luego volvería a llevarlos consigo. Pues bien, hoy María también sube al Cielo para prepararnos un lugar junto al Padre. Es el mismo lugar que nos preparó Jesús, pero Ella le dará su toque femenino y maternal y así lo embellecerá y lo hará más acogedor todavía, porque ¡qué hermoso es entrar en nuestra morada y ver los detalles de amor que ha tenido nuestra madre en prepararnos la cama, adornar con flores el cuarto, y tantas otras cosas que nos dan felicidad! Eso es lo que hace hoy María: sube al Cielo a darle los toques de Mujer y de Madre a nuestra mansión celestial. Y lo hará, regalándonos algunas cruces en esta tierra que, si las llevamos con amor, servirán para adornar y embellecer nuestra mansión en el Cielo.
Pidamos a la Santísima Virgen la gracia de que nuestro pensamiento esté puesto en el Cielo para poder vivir con esperanza esta vida en medio de las dificultades presentes.
Jesús, María, os amo, salvad las almas.

martes, 9 de agosto de 2016

Sobre el Adulterio y el Divorcio - Mensaje de Jesús dado a María Valtorta.

Sobre el Matrimonio María Valtorta

Les quisimos compartir este pequeño audio de María Valtorta primero porque tiene aprobaciòn eclesiástica y dos, porque creemos que esta muy apropiado para la època que estamos viviendo hoy dìa respecto a la relajaciòn en cuanto al matrimonio y los divorciados vueltos a casar. Aquì queda mas que claro la visiòn de Dios respecto al matrimonio y la grandeza de este sacramento. No se contrapone de ninguna manera con la Sagrada Revelaciòn sino que por el contrario, la reafirma. Paz y Bien

Divorcio (Segun las Sagradas Escrituras y revelaciones a Maria Valtorta-El hombre Dios)

DIVORCIO
 
Las Sagradas Escrituras dicen: ”Se acercaron unos fariseos a Jesús y le preguntaron:
” ¿Es lícito a un hombre repudiar a su mujer por cualquier motivo?”.
 
Jesús respondió:
 
“¿No habéis leído que el Creador, desde el principio, les hizo varón y mujer y dijo: “Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne”? (Gen. 2,18). De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Por consiguiente lo que Dios unió, no lo separe el hombre.”
Dijeronle:
 
“¿Por qué Moisés mandó dar documento de divorcio y repudiarla?” (Dt. 24,1). Él contestó: “Por vuestra dureza de corazón, os permitía repudiar a vuestras mujeres; mas al principio no fue así; y yo os digo: Quien repudia a su mujer, salvo en caso de unión ilegal, y se casa con otra, comete adulterio, y el que se casa con una repudiada, comete adulterio” (Mat. 5,27 y 19,3).  “La mujer casada está ligada al marido mientras vive. Tenida por adúltera si se une o se casa con otro” (Rom. 7,12).
 
Jesús dice: “Mi mandato dice: Lo que Dios unió, no puede, por motivo alguno, separarlo el hombre” (Mat. 19,5). Porque separar equivale a incitar al adulterio.
 
El pecado del adulterio lo comete no sólo el que peca materialmente, sino también el que produce las causas del pecado, poniendo a una criatura en trance de pecar. Y vaya esto no sólo para los maridos que abandonan a sus mujeres y para las mujeres que abandonan a sus maridos, sino también para los padres de unos y de otros, que con perversa intención y egoísmo, meten cizaña entre los cónyuges. O para esos mendaces amigos de la casa, que con embustes o azuzando, forjan fantasmas entre los esposos hasta el punto de hacer insoportable la convivencia de ambos. En verdad os digo: si los esposos acertaran a vivir aislados, en su mútuo afecto y amor a sus hijos, el 90 % de las separaciones no se producirían” (Cuad. 44, pág. 468).
 
“Habéis oído: No cometerás adulterio”. Pues yo os digo: Quien mira a una mujer codiciándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón (Mat. 5,27). Pues ninguna razón justifica la fornicación; ninguna. Ni el abandono, ni el repudio del marido, ni la compasión hacia la repudiada. Tenéis un alma sólo. Cuando se une a otra por acto de fidelidad, que no diga mentira. De otra manera, el cuerpo bello con el que pecáis irá con vosotros, almas impuras, a las llamas” (Hombre Dios. Vol. 3, pág. 209).
 
 
“Sólo la muerte rompe el matrimonio. Acordáos de ello. Si hicisteis una elección infeliz, soportad las consecuencias como una cruz, siendo dos infelices; pero santos, sin hacer más infelices a los hijos, que son inocentes y sufren estas situaciones desventuradas. El amor a los hijos os debería hacer recapacitar” (Hombre Dios. Vol. 3, pág. 209).
 
“El marido que va a otros amores, es un asesino de su mujer, de sus hijos, y de sí mismo. El que entra en casa de otra(o) para cometer adulterio, es un ladrón. Se parece al cuco, que aprovecha el nido ajeno, sin gastos de su parte. Me provoca tanto asco la lujuria, que le vuelvo la cara; grito de asco a la lujuria” (Hombre Dios. Vol. 2, pág. 800).
 
“El que está lleno de castidad no tiene lugar para otros movimientos que no sean buenos; en él no penetra la corrupción. Yo vine para devolver a los hombres su realeza de hijos de Dios, enseÑándoles a vivir como dioses. Y Dios no es lujuria. Para mostrarlo tomé un cuerpo verdadero y sufrí las tentaciones humanas. Y decir al hombre después de haberle instruido: “Haced como yo”. Os parece imposible que fuese tentado sin haber caído. Os respondo: Sólo son pecadores los que quieren” (Hombre Dios. Vol. 10, pág. 2).
 
“El divorcio es una prostitución legalizada que pone al hombre y a la mujer en condiciones de cometer pecados de lujuria. La mujer divorciada difícilmente puede ser viuda de su varón, viuda fiel. El hombre divorciado jamás permanecerá fiel a su primer matrimonio. Tanto el uno, como el otro, al pasar a otras uniones, desciende del nivel de hombres al de animal, que puede cambiar de hembra según su apetito. La fornicación legal, peligrosa para la familia y la patria, es criminal para la prole. Los hijos de los divorciados juzgarán a sus padres. ¡Severo es el juicio de los hijos!. Por lo menos uno de sus padres recibe la condenación.
 
Y los hijos, por el egoísmo de sus padres, se ven condenados a una vida afectiva mutilada. Si a las consecuencias que acarrea el divorcio, por el que los inocentes se ven privados del padre o madre, se añade que uno de los cónyuges se vuelva a casar, quedan los hijos a la suerte desgraciada de una vida afectiva que mutiló un miembro que no está.
 
A esto se une otra mutilación: El afecto del otro miembro por el nuevo amor y por hijos que nacen de una nueva unión. Hablar de nuevas nupcias en los divorciados, es profanar el significado del matrimonio. Sólo la viudez puede justificar segundas nupcias. Yo sería de parecer, que es mejor bajar la cabeza ante la sentencia siempre justa de quien regula los destinos de los hombres, y encerrarse en una castidad, cuando la muerte ha puesto fin al matrimonio, dedicándose completamente a los hijos y amando al cónyuge que pasó a buena vida.
 
¡Pobres hijos!, saborear después de la muerte o destrucción del hogar, la dureza de un padrastro o madrastra, y la angustia de ver caricias que se condividen con otros hijos que no son hermanos. ¡No!. En mi religión no existirá el divorcio. Será adúltero el que se divorcie civilmente para contraernuevo matrimonio. La Ley humana no podrá cambiar mi decreto. El matrimonio en mi religión no será un contrato civil, le daré para que se convierta en Sacramento. Será un rito Sagrado. Este poder ayudará a cumplir santamente los deberes matrimoniales; pero también será la señal de la indisolubilidad del vínculo. Será un contrato espiritual que Dios sancionará por medio de sus ministros.
 
Nadie es superior a Dios; por eso lo que Dios hubiere unido, ninguna autoridad, ley o capricho humano podrá disolverlo. Por eso te digo: Si tu esposo te ha abandonado, yo no puedo sino ayudarte a que lleves la corona de espinas de las esposas abandonadas” (Hombre Dios. Vol. 9, pág. 657).
 
“Dios aprueba el matrimonio; tanto es así que yo lo hice Sacramento. Pues vi vuestra dureza de corazón cada vez mayor, cambié el precepto de Moisés, sustiyéndolo por Sacramento, con el fin de proporcionar ayuda a vuestras almas de cónyuges contra vuestra ilícita facilidad de repudiar lo primero que eligísteis para evitar nuevas uniones ilícitas que dañarían vuestras almas y las de vuestras criaturas.
 
Comete un error el que se escandaliza de una Ley puesta por Dios, y generalmente son éstos los más hipócritas. Adúltero y maldito es aquel que por capricho carnal o desenfreno moral, rompe una unión querida antes. Y si dice que el cónyuge le resulta pesado y repugnante, yo os digo: Que Dios dotó al hombre de discernimiento e inteligencia para que lo usaran; sobre todo, en caso de tan grande importancia como es la formación de una familia. Y aún digo más:
 
Si en principio se erró por ligereza o mal cálculo, es preciso soportar las consecuencias para no ocasionar mayores desgracias que recaen especialmente sobre el cónyuge más bueno y sobre inocentes forzados a sufrir más de lo que la vida trae consigo.
 
Si fuéseis cristianos verdaderos y no bastardos como sois, debería obrar en vosotros el hacer una sola alma que se ama en una sola carne, y no dos fieras que se odian atadas a una misma cadena.
 
Adúltero y maldito es aquel que tiene dos vidas conyugales, y con la fiebre del pecado en la sangre, y el olor del vicio en sus labios mentirosos, vuelve a su cónyuge y a sus inocentes con palabras mentirosas.
Nada hay que justifique vuestro adulterio. Nada. Ni el abandono, enfermedad del cónyuge, y, menos su carácter más o menos antipático. La mayoría de las veces es vuestra condición lujuriosa la que os hace ver antipático a vuestro compañero y compañera. Os empeñáis en verlo así para justificaros en vuestro comportamiento. El mundo se desquicia en ruinas, porque antes de desquebrajaron las familias” (Cuad. 43, pág. 366).
 
“Ninguna presión debe doblar vuestra autoridad (Sacerdotes) al proclamar: “No es lícito” a quien quiera contraer otra vez matrimonio, antes de que el cónyuge haya muerto. El matrimonio es un acto grave y santo. Y para demostrarlo asistí a las bodas y realicé mi primer milagro. ¡Ay si degeneran en capricho!” (Hombre Dios. Vol. 11, pág. 78).
 
“La separación legal no destruye el deber de que la mujer siga siendo fiel a su juramento de esposa. Ya dije que uno de los preceptos divinos es que la mujer es carne de la carne de su esposo, y nada, ni nadie, pude separar lo que Dios ha hecho una sola carne. ¿Puede, entonces, el cuerpo odiarse a sí mismo?. No. ¿Puede un miembro separarse del otro?. No. Tan solo la gangrena, la lepra o una desgracia pueden hacer que a un miembro se le corta del resto del cuerpo. Dios inspiró a Adán que los esposos deben ser una sola carne. La carne no se separa de la otra, sino por la muerte o enfermedad.
 
Ante la Justicia de Dios, la mujer abandonada o divorciada, es una infeliz. Pero si vuelve a casarse, es una pecadora y una adúltera. (Hombre Dios. Vol. 7, pág. 619 y vol. 9, pág. 656).Divorcio (Segun las Sagradas Escrituras y revelaciones a Maria Valtorta-El hombre Dios)


¡EUCARISTÍA....

Eucaristía ¡Misterio de luz, Misterio de vida!


Eucaristía ¡Misterio de luz, Misterio de vida!

Autor: SS Juan Pablo II | Fuente: Catholic.net

Como los dos discípulos del Evangelio, te imploramos, Señor Jesús: quédate con nosotros!
Eucaristía ¡Misterio de luz, Misterio de vida!

"Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,20). 

Reunidos ante la Eucaristía, experimentamos con particular intensidad en este momento la verdad de la promesa de Cristo: ¡Él está con nosotros! 

(...) 

¡Misterio de luz! 

De luz tiene necesidad el corazón del hombre, oprimido por el pecado, a veces desorientado y cansado, probado por sufrimientos de todo tipo. El mundo tiene necesidad de luz, en la búsqueda difícil de una paz que parece lejana al comienzo de un milenio perturbado y humillado por la violencia, el terrorismo y la guerra. 

¡La Eucaristía es luz! En la Palabra de Dios constantemente proclamada, en el pan y en el vino convertidos en Cuerpo y Sangre de Cristo, es precisamente Él, el Señor Resucitado, quien abre la mente y el corazón y se deja reconocer, como sucedió a los dos discípulos de Emaús "al partir el pan" (cf Lc 24,25). En este gesto convivial revivimos el sacrificio de la Cruz, experimentamos el amor infinito de Dios y sentimos la llamada a difundir la luz de Cristo entre los hombres y mujeres de nuestro tiempo. 

¡Misterio de vida! 

¿Qué aspiración puede ser más grande que la vida? Y sin embargo sobre este anhelo humano universal se ciernen sombras amenazadoras: la sombra de una cultura que niega el respeto de la vida en cada una de sus fases; la sombra de una indiferencia que condena a tantas personas a un destino de hambre y subdesarrollo; la sombra de una búsqueda científica que a veces está al servicio del egoísmo del más fuerte. 

Queridos hermanos y hermanas: debemos sentirnos interpelados por las necesidades de tantos hermanos. No podemos cerrar el corazón a sus peticiones de ayuda. Y tampoco podemos olvidar que "no sólo de pan vive el hombre" (cf Mt 4,4). Necesitamos el "pan vivo bajado del cielo" ( Jn 6,51). Este pan es Jesús. Alimentarnos de él significa recibir la vida misma de Dios (cf. Jn 10,10), abriéndonos a la lógica del amor y del compartir. 

(...) 

Como los dos discípulos del Evangelio, te imploramos, Señor Jesús: quédate con nosotros! 

Tú, divino Caminante, experto de nuestras calzadas y conocedor de nuestro corazón, no nos dejes prisioneros de las sombras de la noche. 

Ampáranos en el cansancio, perdona nuestros pecados, orienta nuestros pasos por la vía del bien. 

Bendice a los niños, a los jóvenes, a los ancianos, a las familias y particularmente a los enfermos. Bendice a los sacerdotes y a las personas consagradas. Bendice a toda la humanidad. 

En la Eucaristía te has hecho "remedio de inmortalidad": danos el gusto de una vida plena, que nos ayude a caminar sobre esta tierra como peregrinos seguros y alegres, mirando siempre hacia la meta de la vida sin fin. 

Quédate con nosotros, Señor! Quédate con nosotros! Amén. 


Fragmentos de la homilía con ocasión del comienzo del Año de la Eucaristía el 17 de octubre de 2004.

Nada te Turbe - Solo Dios Basta

La Virgen María - Perseverancia

lunes, 8 de agosto de 2016

El Credo de San Atanasio


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EL CREDO DE SAN ATANASIO 

Todo el que quiera salvarse, debe ante todo mantener la Fe Universal. El que no guardare ésta Fe íntegra y pura, sin duda perecerá eternamente. Y la Fe Universal es ésta: que adoramos a un solo Dios en Trinidad, y Trinidad en Unidad, sin confundir las Personas, ni dividir la Sustancia. Porque es una la Persona del Padre, otra la del Hijo y otra la del Espíritu Santo; mas la Divinidad del Padre, del Hijo y del Espíritu es toda una, igual la Gloria, coeterna la Majestad. Así como es el Padre, así el Hijo, así el Espíritu Santo. Increado es el Padre, increado el Hijo, increado el Espíritu Santo. Incomprensible es el Padre, incomprensible el Hijo, incomprensible el Espíritu Santo. Eterno es el Padre, eterno el Hijo, eterno el Espíritu Santo. Y, sin embargo, no son tres eternos, sino un solo eterno; como también no son tres incomprensibles, ni tres increados, sino un solo increado y un solo incomprensible. Asimismo, el Padre es Dios, el Hijo es Dios, el Espíritu Santo es Dios. Y sin embargo, no son tres Dioses, sino un solo Dios. Así también, Señor es el Padre, Señor es el Hijo, Señor es el Espíritu Santo. Y sin embargo, no son tres Señores, sino un solo Señor. Porque así como la verdad cristiana nos obliga a reconocer que cada una de las Personas de por sí es Dios y Señor, así la religión Cristiana nos prohibe decir que hay tres Dioses o tres Señores. El Padre por nadie es hecho, ni creado, ni engendrado. El Hijo es sólo del Padre, no hecho, ni creado, sino engendrado. El Espíritu Santo es del Padre y del Hijo, no hecho, ni creado, ni engendrado, sino procedente. Hay, pues, un Padre, no tres Padres; un Hijo, no tres Hijos; un Espíritu Santo, no tres Espíritus Santos. Y en ésta Trinidad nadie es primero ni postrero, ni nadie mayor ni menor; sino que todas las tres Personas son coeternas juntamente y coiguales. 

De manera que en todo, como queda dicho, se ha de adorar la Unidad en Trinidad, y la Trinidad en Unidad. Por tanto, el que quiera salvarse debe pensar así de la Trinidad. Además, es necesario para la salvación eterna que también crea correctamente en la Encarnación de nuestro Señor Jesucristo. Porque la Fe verdadera, que creemos y confesamos, es que nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios, es Dios y Hombre; Dios, de la Sustancia del Padre, engrendado antes de todos los siglos; y Hombre, de la Sustancia de su Madre, nacido en el mundo; perfecto Dios y perfecto Hombre, subsistente de alma racional y de carne Humana; igual al Padre, según su Divinidad; inferior al Padre, según su Humanidad. Quien, aunque sea Dios y Hombre, sin embargo, no es dos, sino un solo Cristo; 
uno, no por conversión de la Divinidad en carne, sino por la asunción de la Humanidad en Dios; uno totalmente, no por confusión de Sustancia, sino por unidad de Persona. Pues como el alma racional y la carne es un solo hombre, así Dios y Hombre es un solo Cristo; El que padeció por nuestra salvación, descendió a los infiernos, resucitó al tercer día de entre los muertos. Subió a los cielos, está sentado a la diestra del Padre, Dios Todopoderoso, de donde ha de venir a juzgar a vivos y muertos. A cuya venida todos los hombres resucitarán con sus cuerpos y darán cuenta de sus propias obras. Y los que hubieren obrado bien irán a la vida eterna; y los que hubieren obrado mal, al fuego eterno. 
Esta es la Fe Universal, y quien no lo crea fielmente no puede salvarse. AMEN 

El Credo Atanasiano

(Explicación)
vaticanocatolico.com
El Credo Atanasiano es uno de los credos más importantes de la fe católica. Él contiene un hermoso resumen de la creencia católica sobre la Trinidad y la Encarnación, que son los dos dogmas fundamentales del cristianismo. Antes de los cambios en la liturgia de 1971, el Credo Atanasiano, que consiste en 40 declaraciones rítmicas, había sido usado en el oficio dominical por más de mil años. El credo Atanasiano establece la necesidad de creer en la fe católica para la salvación. Él cierra con las palabras: “Ésta es la fe católica y el que no la creyere fiel y firmemente, no podrá salvarse”. Este credo fue compuesto por el mismo gran San Atanasio, como lo confirma el Concilio de Florencia.
Papa Eugenio IV, Concilio de Florencia, sesión 8, 22 de noviembre de 1439, ex cathedra: “Sexto, ofrecemos a los enviados esa regla compendiosa de la fe compuesta por el bendito Atanasio, que es la siguiente:
  “Todo el que quiera salvarse, ante todo es menester que mantenga la fe católica; y el que no la guardare íntegra e inviolada, sin duda perecerá para siempre.
  “Ahora bien, la fe católica es que veneremos a un solo Dios en la Trinidad, y a la Trinidad en la unidad; sin confundir las personas ni separar las sustancias. Porque una es la persona del Padre, otra la del Hijo y otra la del Espíritu santo; pero el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo tienen una sola divinidad, gloria igual y coeterna majestad. (…) Y en esta Trinidad, nada es antes o después, nada mayor o menor, sino que las tres personas son entre sí coeternas y coiguales, de suerte que, como antes se ha dicho, en todo hay que venerar lo mismo la unidad en la Trinidad que la Trinidad en la unidad. El que quiera, pues, salvarse, así ha de sentir de la Trinidad.
  “Pero es necesario para la eterna salvación creer también fielmente en la Encarnación de nuestro Señor Jesucristo (…) hijo de Dios, es Dios y hombre. (…) Ésta es la fe católica y el que no la creyere fiel y firmemente, no podrá salvarse[1].
La definición anterior del Credo Atanasiano en el Concilio ecuménico de Florencia significa que este credo cumple los requisitos de un pronunciamiento de la Cátedra de San Pedro (una declaración ex cathedra). Negar lo que se profesa en el Credo Atanasiano es dejar de ser católico. El credo declara que el que quiera salvarse tiene que mantener la fe católica y creer en la Trinidad y en la Encarnación. Nótese bien la frase “el que quiera salvarse” (quicunque vult salvus ese).
Esta frase es sin duda producto e inspiración del Espíritu Santo. Nos dice que todo el “quiera” debe creer en los misterios de la Trinidad y de la Encarnación para salvarse. ¡Esto no incluye a los bebés y los menos de la edad de la razón, ya que no pueden querer! Los niños son contados entre los fieles católicos, desde que reciben el hábito de la fe católica en el sacramento del bautismo. Pero, al estar debajo de la edad de la razón, no pueden hacer ningún acto de fe en los misterios católicos de la Trinidad y de la Encarnación, un acto que es absolutamente necesario para la salvación de todos los mayores de la edad de la razón (para todos los que quieran salvarse). ¿No es notable cómo Dios redactó la enseñanza de este credo infalible sobre la necesidad de la fe en los misterios de la Trinidad y de la Encarnación de una manera que no incluye a los infantes? El credo, por lo tanto, enseña que todo el que esté por sobre la edad de la razón debe tener conocimiento y creer en los misterios de la Trinidad y de la Encarnación para salvarse – sin excepciones –. Este credo, por lo tanto, elimina la teoría de la ignorancia invencible (que alguien por sobre la edad de la razón pueda salvarse sin conocer a Cristo o la verdadera fe) y, además, demuestra que quienes la predican, no profesan este credo con honestidad.
Y el hecho de que todo el que quiera salvarse no puede salvarse in el conocimiento y la creencia en los misterios de la Trinidad y la Encarnación es la razón por la cual el Santo Oficio, bajo el Papa Clemente XI, respondió que un misionero debe, antes de bautizar, explicar al adulto que está a punto de morir estos misterios que son absolutamente necesarios.
Respuesta del Santo Oficio al obispo de Quebec, 25 de enero de 1703:
“P. Si antes de conferir el bautismo a un adulto, está obligado el ministro a explicarle todos los misterios de nuestra fe, particularmente si está moribundo, pues esto podría turbar su mente. Si no bastaría que el moribundo prometiera que procurará instruirse apenas salga de la enfermedad, para llevar a la práctica lo que se le ha mandado.
“R. Que no basta la promesa, sino que el misionero está obligado a explicar al adulto, aun al moribundo, que no sea totalmente incapaz, los misterios de la fe que son necesarios con necesidad de medio, como son principalmente los misterios de la Trinidad y de la Encarnación[2].
Al mismo tiempo, se planteó otra pregunta que fue respondida de la misma manera.
Respuesta del Santo Oficio al obispo de Quebec, 25 de enero de 1703:
“P. Si puede bautizarse a un adulto rudo y estúpido, como sucede con un bárbaro, dándole sólo conocimiento de Dios y de alguno de sus atributos, (…) aunque no crea explícitamente en Jesucristo.
“R. Que el misionero no puede bautizar al que no cree explícitamente en el Señor Jesucristo, sino que está obligado a instruirle en todo lo que es necesario con necesidad de medio conforme a la capacidad del bautizado”[3].
La necesidad absoluta en la creencia en el dogma de la Trinidad y la Encarnación para la salvación de todos los mayores de la edad de la razón también es la enseñanza de Santo Tomás de Aquino, el Papa Benedicto XIV y el Papa San Pío X.
Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica: “Mas en el tiempo de la gracia revelada,mayores y menores están obligados a tener fe explícita en los misterios de Cristo, sobre todo en cuanto que son celebrados solemnemente en la Iglesia y se proponen en público, como son los artículo de la Encarnación de que hablamos en otro lugar”[4].
Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica: “Por consiguiente, en el tiempo subsiguiente a la divulgación de la gracia están todos obligados a creer explícitamente el misterio de la Trinidad[5].
Papa Benedicto XIV, Cum religiosi, # 1, 26 de junio de 1754: “No pudimos alegrarnos, sin embargo, cuando se Nos informó posteriormente que en el curso de la instrucción religiosa preparatoria a la confesión y a la santa comunión, se encontraba muy a menudo que estas personas eran ignorantes de los misterios de la fe, incluso en aquellos aspectos que deben ser conocidos por necesidad de medio; en consecuencia, no estaban habilitados para participar de los sacramentos”[6].
Papa Benedicto XIV, Cum religiosi, # 4: “Mirad que cada ministro lleve a cabo cuidadosamente las medidas establecidas por el santo Concilio de Trento (…) que los confesores deben cumplir esta parte de su deber cuando alguien se encuentra ante su tribunal y no sabe lo que debe saber por necesidad de medio para salvarse…”[7].
Los mayores de la edad de la razón que ignoran estos misterios absolutamente necesarios de la fe católica – estos misterios que son una “necesidad de medio” – no pueden contarse entre los elegidos, es lo que confirma el Papa San Pío X.
Papa San Pío X, Acerbo nimis, # 3, 15 de abril de 1905: “Y por eso Nuestro predecesor Benedicto XIV escribió justamente: ‘Declaramos que un gran número de los condenados a las penas eternas padecen su perpetua desgracia por ignorar los misterios de la fe, que necesariamente se deben saber y creer para ser contados entre los elegidos’”[8].
Así que los que creen que la salvación es posible para aquellos que no creen en Cristo y en la Trinidad (que es “la fe católica” definida en término de sus misterios más simples) deben cambiar su posición y ajustarla al dogma católico. Pues no se ha dado a los hombres otro Nombre debajo de todo el cielo por el cual debamos salvarnos más que el del Señor Jesús (Hechos 4, 12). ¡Que no contradigan el Credo Atanasiano y que confiesen que el conocimiento de estos misterios es absolutamente necesario para la salvación de todos los que quieran salvarse! Ellos deben sostener esto firmemente para que ellos mismos puedan tener la fe católica y profesar este credo con honestidad, tal y como lo hicieron nuestros antepasados católicos.
Estos misterios esenciales de la fe católica se han difundido y enseñado a la mayoría por medio del Credo de los Apóstoles (que aparece en el Apéndice). Este vital credo incluye las verdades fundamentales sobre Dios Padre, Dios Hijo (Nuestro Señor Jesucristo – su concepción, la crucifixión, la ascensión, etc.–) y Dios Espíritu Santo. También contiene una profesión de fe en las verdades fundamentales de la Santa Iglesia Católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados y la resurrección de los cuerpos.
Notas:
[1] Decrees of the Ecumenical Councils, vol. 1, pp. 550‐553; Denzinger 39‐40.
[2] Denzinger 1349a.
[3] Denzinger 1349b.
[4] Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, P. II-II, q. 2., a. 7.
[5] Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, P. II-II, q. 2., a. 8.
[6] The Papal Encyclicals, vol. 1 (1740‐1878), p. 45.
[7] The Papal Encyclicals, vol. 1 (1740‐1878), p. 46.
[8] The Papal Encyclicals, vol. 3 (1903‐1939), p. 30.