viernes, 18 de enero de 2019

bendecir a Dios

Bendigamos a Dios.

Digámosle muchas veces a Dios: “Bendito seas Señor”, “Santo, Santo, Santo seas Señor”, “Alabado y ensalzado para siempre sea Dios”, y todas las alabanzas que nos vengan a la boca, junto con acciones de gracias, porque Dios es bueno infinitamente y quiere solo nuestro bien y el bien de todas sus criaturas.
Cuando sufrimos algo, eso no viene de Dios. Lo vemos claramente en el libro de Job en la Biblia, que es el demonio quien pone a prueba a las personas causándoles toda clase de males y adversidades, para obligarles a maldecir a Dios, para que quien sufre, acuse al Señor de todos los males que padece.
Pero el mal es una imperfección, y Dios es perfecto, y todo lo que hace Dios es perfecto. Si hay algún mal, no puede venir de Dios, porque Dios todo lo hace bien. Es Satanás, son los demonios y los hombres malvados los que hacen sufrir, y Dios lo permite para sacar bienes de los mismos males.
Cuando veamos a alguien sufrir, pensemos que no es Dios quien lo está haciendo sufrir, sino que sufre por el pecado, por obra del demonio, o de la crueldad de los hombres, pero no de parte de Dios.
Ojalá podamos decir siempre: “¡Bendito sea Dios!”. Aún en medio de los dolores y las pruebas más tremendas, decir “¡Bendito seas Señor!”, “¡Alabado seas y eternamente ensalzado!”. Entonces Satanás se verá obligado a reconocer que no ha podido con nosotros, que no ha conseguido el hacernos enemigos de Dios, no ha logrado que maldijéramos al Señor, sino todo lo contrario, que Le alabemos y Le demos gracias siempre, porque de Dios no nos vienen ningún mal, jamás.
Grabemos esta verdad a fuego en nuestro corazón, para llevarla a la práctica toda nuestra vida, y seguir creyendo en que Dios es bueno, a pesar de todas las apariencias en contra. Como lo hizo la Santísima Virgen, que a pesar de ver la tremenda injusticia de ver morir a su Hijo Jesús, no recriminó a Dios ni lo hizo culpable, sino que siguió creyendo y esperando en la bondad del Padre eterno, hasta que sonó la hora del triunfo y, pasada la prueba, consiguió el puesto más alto en el Cielo, inmediatamente después de Dios.


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