Vivir católico
Eternidad.
Si cada día dedicáramos cinco minutos a meditar esta palabra: “eternidad”, ¡cuántas cosas cambiarían en nuestra vida!, ¡qué diferente actuaríamos con los demás!, ¡cómo aprovecharíamos mejor el tiempo!
La meditación de esta palabra hizo que muchas personas se retiraran a los desiertos a hacer vida de oración y penitencia. ¡Cuántos santos han llegado a serlo por el solo hecho de meditar esta palabra!
Es que nosotros somos eternos. No eternos como Dios es eterno, sino que somos sempiternos, es decir, que Dios, desde el momento en que nos creó, ya no dejaremos de existir por los siglos de los siglos, por toda la eternidad.
El tema es dónde queremos pasar esa eternidad, porque hay solo dos lugares o estados en que pasaremos la eternidad, en que estaremos para siempre: en el Cielo, o en el Infierno. Y el destino depende de cómo vivamos en este mundo y, sobre todo, de cómo muramos: si en gracia de Dios o en pecado mortal.
Somos nosotros en carne y hueso y con nuestra propia alma que estaremos en uno o en otro lugar. Por eso es tiempo de reflexionar seriamente qué es lo que estamos haciendo de nuestra vida, qué hacemos con el tiempo de vida que Dios nos ha concedido.
Abramos los ojos porque Dios nos ha creado sin nosotros, pero no nos salvará sin nosotros. Él, en un acto de amor infinito, ha querido que existamos, y ya no dejaremos de existir jamás. Pensemos esto porque es una cosa muy seria. Estamos embarcados en una aventura que puede terminar en felicidad inimaginable y eterna, o en horror indescriptible y también eterno.
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