El rico Epulón y el pobre Lázaro
27. septiembre 2013 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: Charla Dominical
El Evangelio de este Domingo va a ser muy comentado en toda nuestra América, y es muy posible que no se haga con la verdadera perspectiva de la Palabra de Dios.
Porque hemos de decir, desde el primer momento, que el mensaje de Jesús en la famosa parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro no tiene ningún carácter sociopolítico, sino que es una llamada a la conversión de todos, ricos y pobres, para saber dar al dinero su justo valor, de modo que no nos atrape a ninguno en sus redes.
En el Domingo anterior nos presentaba Jesús a un administrador sagaz, muy espabilado para ganar dinero, y nos decía:
- ¡A ser todos así! Listos para entrar en el Cielo con los pobres, porque ellos son quienes les abren la puerta si han sabido antes ayudarlos a ellos en su necesidad…
Porque hemos de decir, desde el primer momento, que el mensaje de Jesús en la famosa parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro no tiene ningún carácter sociopolítico, sino que es una llamada a la conversión de todos, ricos y pobres, para saber dar al dinero su justo valor, de modo que no nos atrape a ninguno en sus redes.
En el Domingo anterior nos presentaba Jesús a un administrador sagaz, muy espabilado para ganar dinero, y nos decía:
- ¡A ser todos así! Listos para entrar en el Cielo con los pobres, porque ellos son quienes les abren la puerta si han sabido antes ayudarlos a ellos en su necesidad…
Hoy, con una de sus parábolas más célebres, nos enseña Jesús lo necio que resulta gozar del dinero injustamente mientras vemos a nuestro alrededor tanta necesidad que remediar. La estampa del Epulón —así, con nombre propio— y de Lázaro se ha hecho clásica en la mentalidad cristiana.
Aquel ricachón banqueteaba cada día espléndidamente, en bacanales sin fin. Y mientras en la sala de la fiesta se disfrutaba sin freno, en la puerta yacía el pobre Lázaro, un mendigo muerto de hambre que no hacía más que soñar:
- ¡Si me dieran al menos las migajas de pan que caen de la mesa del rico, pero nadie se acuerda de traerme algo! Sólo estos perros son capaces de lamerme las llagas y limpiármelas con su lengua…
Arriba seguía la fiesta y en la puerta continuaban los lamentos estériles e irremediables.
El pobre Lázaro, sin defensas en su cuerpo, murió pronto, pero vinieron los ángeles y se lo llevaron al Cielo, que los judíos llamaban el seno de Abraham. Y el ricachón, cebado como un animal, tenía que morir forzosamente de un ataque, y al llegarle la hora fue su cuerpo a parar en el sepulcro y su alma a lo profundo del infierno.
En medio de sus tormentos, el Epulón alzó la vista al cielo, vio a Lázaro en el seno de Abraham, y comenzó a gritar desesperadamente:
- ¡Padre Abraham, padre Abraham, ten compasión de mí, y mándame a Lázaro, que moje la punta de su dedo en agua y me la pase por los labios, porque no puedo con la tortura de estas llamas!…
Abraham miró irónico desde arriba, y entabló un diálogo socarrón con el condenado:
- Hijo, acuérdate que tú recibiste muchos bienes en tu vida y Lázaro muchos males. Ahora se han cambiado los papeles: Lázaro está disfrutando y tú eres atormentado. Además, me pides un imposible, pues es tan grande el abismo que nos separa, que ni nosotros podemos bajar hasta allí ni vosotros venir hasta aquí.
- Bien, padre Abraham, si esto es imposible, te pido que mandes al menos a Lázaro donde mis otros cinco hermanos, y les avise para que no vengan ellos como yo a este lugar de tormentos.
- ¿Para qué tiene que ir Lázaro allí? Ya tienen a Moisés y los Profetas. Que los escuchen.
- ¡No, Padre Abraham! A ellos no les hacen caso. Pero si uno de los muertos fuera a ellos, a éste sí que le escucharían.
- ¡No te lo creas! Te aseguro, que, aunque uno de los muertos resucite y vaya a ellos, tampoco le harían caso. Así que, déjanos en paz; tú te quedas ahí donde estás, que Lázaro está muy bien aquí…
Aquel ricachón banqueteaba cada día espléndidamente, en bacanales sin fin. Y mientras en la sala de la fiesta se disfrutaba sin freno, en la puerta yacía el pobre Lázaro, un mendigo muerto de hambre que no hacía más que soñar:
- ¡Si me dieran al menos las migajas de pan que caen de la mesa del rico, pero nadie se acuerda de traerme algo! Sólo estos perros son capaces de lamerme las llagas y limpiármelas con su lengua…
Arriba seguía la fiesta y en la puerta continuaban los lamentos estériles e irremediables.
El pobre Lázaro, sin defensas en su cuerpo, murió pronto, pero vinieron los ángeles y se lo llevaron al Cielo, que los judíos llamaban el seno de Abraham. Y el ricachón, cebado como un animal, tenía que morir forzosamente de un ataque, y al llegarle la hora fue su cuerpo a parar en el sepulcro y su alma a lo profundo del infierno.
En medio de sus tormentos, el Epulón alzó la vista al cielo, vio a Lázaro en el seno de Abraham, y comenzó a gritar desesperadamente:
- ¡Padre Abraham, padre Abraham, ten compasión de mí, y mándame a Lázaro, que moje la punta de su dedo en agua y me la pase por los labios, porque no puedo con la tortura de estas llamas!…
Abraham miró irónico desde arriba, y entabló un diálogo socarrón con el condenado:
- Hijo, acuérdate que tú recibiste muchos bienes en tu vida y Lázaro muchos males. Ahora se han cambiado los papeles: Lázaro está disfrutando y tú eres atormentado. Además, me pides un imposible, pues es tan grande el abismo que nos separa, que ni nosotros podemos bajar hasta allí ni vosotros venir hasta aquí.
- Bien, padre Abraham, si esto es imposible, te pido que mandes al menos a Lázaro donde mis otros cinco hermanos, y les avise para que no vengan ellos como yo a este lugar de tormentos.
- ¿Para qué tiene que ir Lázaro allí? Ya tienen a Moisés y los Profetas. Que los escuchen.
- ¡No, Padre Abraham! A ellos no les hacen caso. Pero si uno de los muertos fuera a ellos, a éste sí que le escucharían.
- ¡No te lo creas! Te aseguro, que, aunque uno de los muertos resucite y vaya a ellos, tampoco le harían caso. Así que, déjanos en paz; tú te quedas ahí donde estás, que Lázaro está muy bien aquí…
Se ha dicho que ésta es la parábola más maliciosa pronunciada por Jesús, que pone en labios del rico esta petición:
- ¡Que vaya uno de los muertos!…
Jesucristo resucitó, y los jefes del pueblo, sabedores del hecho, no le hicieron ningún caso. Hoy, siguen muchos diciendo lo mismo: -Nadie ha venido del otro mundo para contarnos esas cosas que los curas predican…
Como si Jesucristo no hubiera resucitado de entre los muertos y no viniese del otro mundo… Es decir, que la historia de los incrédulos sigue…
- ¡Que vaya uno de los muertos!…
Jesucristo resucitó, y los jefes del pueblo, sabedores del hecho, no le hicieron ningún caso. Hoy, siguen muchos diciendo lo mismo: -Nadie ha venido del otro mundo para contarnos esas cosas que los curas predican…
Como si Jesucristo no hubiera resucitado de entre los muertos y no viniese del otro mundo… Es decir, que la historia de los incrédulos sigue…
Concretamente, cuando la Iglesia y sus Pastores —nuevos Moisés y Profetas— nos enseñan algo, olvidamos que quien habla es en realidad un Resucitado. Y es a Jesucristo, ¡que ha venido de entre los muertos!, a quien no se le hace caso…
Lo decimos especialmente cuando se nos habla de la riqueza retenida por pocas manos, mientras muchos pobres no tienen lo elemental para la vida. Hoy el Papa, portavoz especial de la Iglesia, es respetadísimo en todo el mundo. ¡Pero hay que ver lo que se dice de él cuando se mete con la cuestión social!…
La caridad de siempre y la justicia moderna son hoy el primer mandamiento del Señor que la Iglesia nos recuerda machaconamente en nuestros días.
Jesucristo ha ligado la salvación a la práctica del amor, y el amor será siempre el ideal supremo en nuestras relaciones humanas y cristianas.
Lo decimos especialmente cuando se nos habla de la riqueza retenida por pocas manos, mientras muchos pobres no tienen lo elemental para la vida. Hoy el Papa, portavoz especial de la Iglesia, es respetadísimo en todo el mundo. ¡Pero hay que ver lo que se dice de él cuando se mete con la cuestión social!…
La caridad de siempre y la justicia moderna son hoy el primer mandamiento del Señor que la Iglesia nos recuerda machaconamente en nuestros días.
Jesucristo ha ligado la salvación a la práctica del amor, y el amor será siempre el ideal supremo en nuestras relaciones humanas y cristianas.
¡Señor Jesucristo!
Danos sensibilidad ante los hermanos que sufren.
Queremos amarlos como hombres que merecen todo.
Y los queremos amar con la convicción honda de que, amándolos a ellos, te amamos a ti, que vives como reencarnado en sus personas humildes y santas…
Danos sensibilidad ante los hermanos que sufren.
Queremos amarlos como hombres que merecen todo.
Y los queremos amar con la convicción honda de que, amándolos a ellos, te amamos a ti, que vives como reencarnado en sus personas humildes y santas…