En el Padre Pío de Pietrelcina, como en los grandes místicos, hay vivencias religiosas que asustan y que son inalcanzables para el “cristiano de a pie”. En cambio, son plenamente imitables las que componen su “Vida Devota”.
14. La devoción a las almas del purgatorio del Padre Pío de Pietrelcina
El Padre Pío había aprendido desde niño, primero de su mamá y después del párroco, que los difuntos pueden ser ayudados por las oraciones de sufragio y por las obras buenas. Descubrió entonces su especial vocación a abreviar y mitigar los sufrimientos de las Almas del Purgatorio. El deseo de ofrecerse como víctima por las Almas que se purifican fue creciendo día a día en su corazón, y pidió al Señor que se dignara derramar sobre él, y centuplicados, los castigos preparados para ellas.
Siendo joven sacerdote, y después de obtener la autorización de su director espiritual, renovó a Dios esta promesa, y a diario, en el altar, durante la celebración de la santa Misa, en actitud de víctima, se detenía largo rato a orar en el “memento” de los difuntos.
Inculcó con entusiasmo a sus penitentes la devoción a las Almas del Purgatorio, diciéndoles: «Se ayuda a las Almas que se purifican con el Rosario y con las obras de caridad. Acudamos a la Virgen para que vaya en su ayuda, aliviando sus penas y el fuego que las atormenta».
La devoción a las Almas del Purgatorio encontró en el Padre Pío otra manifestación singular.
En el rellano de la escalera interior del convento de San Giovanni Rotondo había y hay todavía un “cartel” con el título «Modo fácil y breve de ayudar a las pobres almas del Purgatorio”, y una cajeta de madera, con dos compartimentos, que contiene fichas numeradas como las que se usan para jugar a la tómbola.
El Padre Pío, siempre que subía o bajaba por la escalera, se detenía delante de aquel “cartel”. Tomaba una ficha del primer compartimento y buscaba, en la lista, la clase de Almas a la que correspondía el número de la ficha. Depositaba después la ficha en el otro compartimento de la cajeta y seguía adelante mientras recitaba una jaculatoria, un “Requiem” y otras oraciones por aquellas almas que la «suerte» le había señalado.
Su ofrenda como víctima y las oraciones que el Padre Pío elevaba y hacía que otros elevaran a Dios obtenían a las Almas en estado de expiación ayudas sin cuento.
Como demostración se cuenta, por ejemplo, que una tarde, después de la cena, cuando el convento estaba bien cerrado desde hacía ya tiempo, los hermanos de comunidad del Padre Pío oyeron voces que venían del pasillo de entrada, próximo al patio. Aquellas voces gritaban repetidamente: «¡Viva el Padre Pío! ¡Viva el Padre Pío!».
El superior llamó al hermano portero y le ordenó que bajara e hiciera salir a aquella gente.
El hermano portero obedeció y se dirigió al pasillo de entrada. Pero ¡cuál fue su sorpresa al comprobar que allí no había nadie, que el pasillo estaba totalmente a oscuras y que la puerta de entrada estaba cerrada y bien atrancada!
Estupefacto, subió al primer piso y fue a contar al superior el resultado de su inspección.
La sorpresa del superior no fue menor que la del buen hermano, pero prefirió callar.
Pero, al día siguiente, pidió al Padre Pío una explicación de aquel suceso, que le parecía realmente extraordinario.
El Padre Pío, con la mayor simplicidad, le respondió que aquellas personas, cuyas voces habían escuchado en el corredor de entrada al convento, eran Almas de soldados muertos, que habían venido a agradecerle las oraciones que había ofrecido por ellas.
(Autor: Padre Gerardo Di Flumeri; traducción del italiano: Hno. Elías Cabodevilla)
No hay comentarios:
Publicar un comentario