domingo, 2 de marzo de 2014

Charla Dominical - VIII Domingo del Tiempo Ordinario

8º. Domingo Ordinario

28. febrero 2014 | Por  | Categoria: Charla Dominical
Nos encontramos hoy con una página del Evangelio tan encantadora que sólo a Jesús se le pudo ocurrir. La poesía corre por sus palabras a chorros… La bondad de Dios y su providencia amorosa no han tenido jamás semejante cantor…
Jesús ha observado mil veces cómo hay tantos pobres de alma que corren alocados detrás del dinero. Son unos esclavos necios del vil metal. Jesús se lo dice sin enfado, pero les hace discurrir: 
- No pueden servir a Dios y al dinero. Son dos amos totalmente distintos y los dos exigen su atención a tiempo completo. ¿Sirven al dinero? No pueden servir a Dios… ¿Sirven a Dios? El dinero no les va a importar nada…
Pero Jesús deja este asunto enojoso, y pasa a hablar directamente a los pobres que tiene delante, y son pobres todos esos que siguen a Jesús. Por eso les habla más que nada con el corazón. 
- No se preocupen por lo que tienen que comer y beber, ni por el vestido que se van a poner. Porque, a ver: ¿qué vale más, la vida o la comida y el vestido? 
En aquel momento pasaba volando por los aires una bandada de pájaros, y Jesús se los señala: 
- ¡Miren, miren esos pájaros del cielo! No siembran, no cosechan, no almacenan el grano, y, sin embargo, su Padre celestial los alimenta. 
Tiende Jesús después la mirada por la ladera cubierta de plantas verdeantes, y les invita a observar las flores: 
- Contemplen los lirios del campo. No trabajan, no hilan. Y, sin embargo, les aseguro que el rey Salomón, en toda su gloria, no se vistió con la elegancia de uno de ellos. 
Hay para encantarse con una poesía tan sin igual, de la que Jesús saca conclusiones preciosas, cuando sigue diciendo:
¿No valéis vosotros más que los pajaritos del cielo?… Entonces, ¿por qué se preocupen por la comida, si, por mucho que discurran, no van a añadir una hora a su vida?…
¿Y por qué tienen también tanta preocupación por el vestido? Si su Padre celestial viste tan bellamente a la hierba del campo, que al secarse no vale sino para ser echada al fuego, ¿cuánto más ese su Padre celestial les vestirá a ustedes, gente de tan poca fe? 
Dejen todas esas preocupaciones para su Padre del Cielo, que ya sabe la necesidad que tienen de las cosas para la vida. 
Ustedes, busquen el Reino de Dios y su santidad, que todo lo demás se les dará por añadidura. 
No piensen en el mañana, que a cada día le bastan sus preocupaciones y sus penas…
Así habló Jesús en este día. Todo corazón, todo bondad, todo confianza y seguridad en Dios. 
Éste es un Evangelio perenne, para pobres y para ricos. 
A los unos les dice: 
- ¡No teman, que hay uno en el Cielo que cuida de ustedes! 
A los otros les avisa: 
- Estén al tanto, y miren a qué amo sirven. Porque un amo paga de una manera y otro amo paga de otra… 
Y a todos nos dice por igual: 
- Lo que importa es el Reino de Dios y su justicia. Lo demás, no vale nada…
Bellísimo todo. Sin embargo, al leer esta página encantadora del Evangelio se corre el peligro de hacer decir a Jesús lo que Jesús no dijo. El Señor no viene a justificar ni la pereza en el trabajo, ni la obligación de procurarse con tesón lo necesario para la vida, ni el dejar a la Providencia el socorrer a los necesitados. 
Lo único que Jesús inculca con insistencia fuerte es el desapego al dinero -que no necesitamos tanto como nos imaginamos- y que nos puede convertir en esclavos de un dueño que es un déspota. Los adictos al dinero, como a la droga o al alcohol, viven en una esclavitud tiránica. Y Jesucristo nos quiere libres para el servicio de Dios, para suspirar por la vida eterna y para caminar sin impedimentos hacia su consecución.
Jesús, ciertamente, nos quiere quitar de la cabeza la preocupación excesiva por las cosas de la vida.
Pero nos impone al mismo tiempo el deber del trabajo. Dios, que alimenta las aves y viste las flores, no se presta al juego del perezoso. 
Va bien el cuento de aquel viejo que estuvo siempre soñando en la lotería y nunca le caía nada. Su oración era siempre la misma: -Mi Diosito querido, ¿cuándo harás que me caiga la lotería, después de tantos años como te lo pido?… Al fin Dios, cansado de la misma oración, se dignó contestar al pedigüeño malcriado: -¿Y cuándo te decidirás tú a comprar un billete?… 
Dios ayuda. Dios no abandona. Pero exigirá siempre el esfuerzo en el trabajo.
Finalmente, quien tiene para dar no puede decir al que nada tiene y pide por amor de Dios: -¡Quede en paz, que la Providencia de Dios no le va a faltar!… Eso lo dice quien no tiene corazón. 
El que tiene y puede, se abre con generosidad. Su corazón es un arca siempre abierta para el necesitado. El rico bueno es corazón y mano de Dios. ¿Y no es esto un privilegio grande? ¡Quién pudiera tener mucho, para dar mucho también!…
¡Señor Jesucristo! 
Has derrochado poesía, mucha poesía en este Evangelio. 
Pero, ¡cuánta lección has sabido encerrar en palabras tan bellas!…

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