jueves, 31 de enero de 2019

El baile de los ciegos


El baile de los ciegos

Hiperinformados (ft img)
Vivimos en una generación en la que todo el mundo opina y aconseja, pero muy pocos saben realmente de lo que hablan. Como jamás ocurrió en la historia del mundo, estamos absolutamente interconectados por la tecnología y podemos acceder a literalmente todo el conocimiento acumulado en miles de años de historia del hombre, simplemente interrogando a nuestro teléfono. Y sin embargo, en medio de semejante ruido y bombardeo de información, es muy difícil discernir donde está la verdad, donde está el bien, la justicia, el amor verdadero.
Todos aconsejan y opinan, pero muy pocos saben realmente de lo que hablan, aunque multitudes de voces informan y predican con tremenda convicción, mientras otras multitudes los escuchan con atención y dan crédito a todo lo que dicen. Es como un gigantesco baile de ciegos, donde todos danzan con entusiasmo, mientras se empujan y pisotean unos a otros pretendiendo que todo está bien, que nada anormal está ocurriendo allí.
La era digital ha dotado al hombre de algo extraordinario, pero como suele ocurrir, nuestra generación ha permitido que la tecnología se transforme en una herramienta de difusión del mal, un modo muy efectivo de ocultar la verdad en medio de multitudes predicando y difundiendo el error. Generación insensata, como pocas otras. Sin embargo, esta estrategia del enemigo responde al viejo y conocido teorema que dice que la mejor forma de ocultar un elefante es en medio de una manada de elefantes. La verdad y el bien están allí, ocultos en medio de toneladas de palabras equivocadas, de errores escritos y dichos.
Padres e hijos (ft img)El peligro para nuestros jóvenes es muy evidente, porque viven en medio de este baile de ciegos y ellos mismos encuentran dificultades para discernir a quien escuchar, a quien creer, y a quien no. Y ellos, confundidos, acuden a soluciones extremas, o creen absolutamente todo lo que leen y escuchan, o no creen absolutamente nada. Un ejemplo de creer todo es escuchar a jugadores de fútbol opinando como modelos de éxito en la vida, o actrices de televisión dándonos cátedra sobre cómo terminar con la vida de un niño no nacido para proteger la salud mental de la madre de ese bebé. Y un ejemplo de no creer en nada es estar convencido que el hombre no llegó a la luna en 1969, sino que fue algo creado en Hollywood, cosa de la que se escribe con convicción en múltiples foros digitales.
Abunda la confusión, la difusión del error, y en medio de todo esto enfrentamos la crisis moral más profunda que la humanidad experimentara en miles de años. Sin dudas que estamos tan mal como se lee en los relatos bíblicos de Sodoma, o los tiempos de Noé. Vivimos una era de tremenda confusión moral y espiritual, disfrutando de enormes progresos en nuestra calidad de vida, y sin embargo el mundo es como ese gigantesco baile de ciegos donde las multitudes disfrutan al compás de la música, sin poder realmente comprender la tragedia que ocurre a su alrededor. Generación insensata y ciega.
En esta realidad oscura y tormentosa, se difunden abiertamente y con escasa oposición ideologías y filosofías que apuntan al corazón del mundo que Dios creó: la familia. El objetivo es muy claro, es la destrucción de los pilares sobre los que la familia está construida, esto es el rol inequívocamente distinto de la mujer y el hombre en la construcción del matrimonio, la formación de niños en un ambiente sano y alejado de toda perversión, el respeto de la unión del hombre y la mujer como acto supremo de Co-Creación con Dios mismo, de una nueva vida desde la concepción. La confusión busca quitarnos el derecho de educar a nuestros hijos, de decidir qué valores darles desde su nacimiento, de alejarlos del error y la perversión. Como dije antes, muy similar a otras épocas desafortunadas de la historia de la humanidad.
En este baile de ciegos tenemos que abrir nuestros ojos, y abrir los ojos de nuestros hijos, y de todos los que podamos acercar a nosotros, para que vean realmente lo que ocurre a nuestro alrededor. La música que se está ejecutando no es conveniente para nuestras almas, y es veneno que nos arrastra al mismo error de todos aquellos que hablan con convicción sin saber lo que dicen, y de los que escuchan y aceptan sin intentar discernir lo bueno de lo malo, lo santo de lo profano.
Recemos a Dios para que esta generación a la que pertenecemos encuentre el camino fuera de la oscuridad en que se ha introducido. El Señor escucha nuestras oraciones, y no nos dejará sin auxilio si es que nos mantenemos fieles a Él y buscamos la puerta de salida, en medio de la noche espiritual en que nos encontramos envueltos.
________________
Autor: Reina del Cielo

martes, 29 de enero de 2019

La Santa Misa

Así dejé de aburrirme en misa y empecé a entender

OBRZĘD OBMYCIA RĄK

Lo que sucedió "en aquel tiempo" tiene lugar "en este tiempo"

Desde hace un tiempo la Eucaristía es muy importante para mí. Lo que entiendo y vivo en ella llena mi días y se muestra como un camino claro a seguir. Confieso que ha sido todo un aprendizaje, pues antes solo sentía cómo pasaba el tiempo, minuto a minuto, cuando estaba allí.
Desde siempre la Iglesia ha querido introducirnos en las profundidades del misterio eucarístico, pero creo que hemos puesto poca atención a lo que verdaderamente sucede en ella.
“Para nosotros la Eucaristía no es algo nuevo a descubrir, es algo antiguo y familiar, pero, precisamente por esto, quizá necesitada de ser rescatada de la costumbre. Uno de los fines que Juan Pablo II, en su carta apostólica, asignaba al año eucarístico del 2004, era el de resucitar el “estupor eucarístico”, es decir, la capacidad de asombrarse nuevamente ante la “enormidad” (así la define Claudel) que es la Eucaristía” (P. Raniero Cantalamessa).
Para renovarnos en este nuevo asombro eucarístico tomaré algunas citas del Padre Raniero.

Presencia en la Palabra

En la liturgia, las lecturas bíblicas adquieren un sentido nuevo y más fuerte que cuando son leídas en otros contextos.
En la misa no tienen tanto el objetivo de conocer mejor la Biblia, sino el de reconocer quién se hace presente en la fracción del pan. Nos ayudan a iluminar un aspecto del misterio que vamos a recibir.
Como con los discípulos de Emaús: cuando escucharon la explicación de las Escrituras su corazón se ablandó de modo que fueron capaces de reconocer a Jesús en la fracción del pan.
“En la misa, las palabras y los episodios de la Biblia no son solamente narrados, sino revividos: la memoria se hace realidad y presencia. Lo que sucedió “en aquel tiempo”, tiene lugar “en este tiempo”. Nosotros no solo somos oyentes de la palabra, sino interlocutores y actores en ella. A nosotros, allí presentes, se nos dirige la palabra; somos llamados a asumir el puesto de los personajes evocados”.
Escuchando las lecturas podemos ser tocados por su actualidad. Las cosas que allí sucedieron tienen lugar en el ahora de nuestra vida, podemos encontrar una profunda identificación con ellas:
“Un día de verano, me encontraba celebrando la Misa en un pequeño monasterio de clausura. Como texto evangélico teníamos Mateo 12. No olvidaré nunca la impresión que me hicieron las palabras de Jesús: aquí ahora hay uno que es más que Jonás…, aquí ahora hay uno que es más que Salomón. Entendía que aquellos dos adverbios “ahora” y “aquí” significaban verdaderamente ahora y aquí, es decir, en ese momento y en ese lugar, no sólo en el tiempo en el que Jesús estuvo en la tierra hace tantos siglos”.

La consagración

En este momento central hay dos cuerpos de Cristo en el altar: está su cuerpo real (nacido de la Virgen María) y está su cuerpo místico que es la Iglesia.
En la consagración la cabeza y el cuerpo están inseparablemente unidos. En el gran “Yo” de la Cabeza, se esconde el pequeño “yo” del cuerpo que es la Iglesia.
Nuestra ofrenda y la ofrenda de la Iglesia no sería nada sin la de Jesús; y la ofrenda de Jesús, sin la de la Iglesia, no sería suficiente.
“Nuestra firma son las pocas gotas de agua que se mezclan con el vino en el cáliz, como explica la oración que acompaña el gesto: «El agua unida al vino sea signo de nuestra participación en la vida divina de quien ha querido compartir nuestra condición humana». Nuestra firma es, sobre todo, ese Amén solemne que la liturgia hace que pronuncie toda la asamblea como final de la Plegaria eucarística: «Por Cristo, con él y en él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. ¡Amén!». Es como quien dijera: «Me uno a lo que se ha hecho y dicho, lo suscribo todo»”.
 Cada uno de nosotros se puede preguntar: ¿qué ofrezco yo al entregar mi cuerpo y mi sangre junto con Jesús en la Misa?
Ofrezco lo mismo que ofreció Él: la vida y la muerte; el tiempo, la salud, las energías, mis capacidades, mis afectos, limitaciones, fracasos, y también, quizás, esa sonrisa llena de amor que solo mi espíritu puede ofrecer y que es extraordinaria.
Todo esto exige que cada uno de nosotros, al salir de la Misa, nos pongamos manos a la obra para realizar lo que hemos dicho; que a pesar de nuestros límites nos esforcemos en ofrecer a los hermanos nuestro “cuerpo”, es decir, nuestro tiempo, nuestras energías, nuestra atención; en una palabra: nuestra vida.

Toda la vida una Eucaristía

“Tratemos de imaginar qué sucedería si celebrásemos la Misa con esta participación personal. (…) Imaginemos una madre de familia que celebra así su misa, y después va a su casa y empieza su jornada hecha de multitud de pequeñas cosas. Su vida es, literalmente, desmigajada; pero lo que hace no es en absoluto insignificante: ¡Es una eucaristía junto con Jesús!
Pensemos en una religiosa que viva de este modo la Misa; después también ella se va a su trabajo cotidiano: niños, enfermos, ancianos… Su vida puede parecer fragmentada en miles de cosas que, llegada la noche, no dejan ni rastro; una jornada aparentemente perdida.
Imaginemos un sacerdote, un párroco, un obispo, que celebra así su misa y después se va: ora, predica, confiesa, recibe a la gente, visita a los enfermos, escucha… También su jornada es eucaristía. Un gran maestro de espíritu, decía: «Por la mañana, en la misa, yo soy el sacerdote y Jesús es la víctima; durante la jornada, Jesús es el sacerdote y yo soy la víctima» (P. Olivaint)”.

El hombre es lo que come

Un filósofo ateo dijo: “el hombre es lo que come”. Gracias a la Eucaristía, el cristiano es verdaderamente lo que come.
En la Eucaristía nosotros no asimilamos a Jesús, es Él quien nos asimila a su cuerpo. La carne de Cristo se hace “mía”, pero también mi carne, mi humanidad, se hace de Cristo. Esto nos pone delante una gran verdad: no hay nada en mi vida que no pertenezca a Cristo.
Pero dar a Jesús nuestros cansancios, dolores, fracasos, alegrías y pecados, es solo el primer paso. De dar se pasa, en la comunión, a recibir. Recibir nada menos que a Cristo. En esto consiste “la enormidad” de la Eucaristía: en este intercambio absolutamente inmerecido.

La comunión con el cuerpo

“El Cristo que viene a mí en la comunión, es el mismo Cristo indiviso que se dirige también al hermano que está a mi lado; por así decirlo, Él nos une unos a otros, en el momento en que nos une a todos a sí mismo”.
Todos quedamos unidos en Cristo y en todos vive Cristo. Por eso podemos decir que somos hermanos. Cuando decimos amén en el momento de la comunión, decimos amén al cuerpo de Jesús que ha muerto por nosotros, pero decimos también amén a su cuerpo que es la Iglesia, todos aquellos que están a nuestro alrededor.
¿De ahora en adelante la Misa será igual para ti?




Coronilla de la Divina Misericordia



    La Coronilla de la Divina Misericordia.

Dos casos aparecen en el Diario de Santa María Faustina que envuelven tormentas, Nº 1731 y Nº 1791, y en ellos ella usa la Coronilla de la Divina Misericordia como un látigo poderoso:
“Hoy me despertó una gran tormenta, el viento estaba enfurecido y llovía como si hubiera un huracán, a cada rato caían rayos. Me puse a rogar que la tempestad no causara ningún daño; de repente oí estas palabras: Reza la coronilla que te he enseñado y la tempestad cesará. En seguida he comenzado a rezar la coronilla y ni siquiera la he terminado cuando el temporal ha cesado y oí estas palabras: A través de ella obtendrás todo, si lo que pides está de acuerdo con Mi voluntad.” (1731)
“Cuando se acercaba una gran tormenta me puse a rezar la coronilla. De repente oí la voz de un ángel: no puedo acercarme con la tempestad, porque el resplandor que sale de su boca me rechaza a mí y a la tormenta. Se quejaba el ángel con Dios. De súbito conocí lo mucho que habría de devastar con esa tempestad, pero conocí también que esa oración era agradable a Dios y lo potente que es la coronilla.” (1791)
Fue el 22 de mayo, cuando ocurrió el siguiente incidente y la Hermana Faustina lo anotó para mostrar el poder que Jesús mismo le atribuyó a la coronilla de la Divina Misericordia, que Él le enseñó:
“Hoy el calor es tan intenso que es difícil soportarlo. Todos estamos sedientos por la lluvia, y ella todavía no viene. Por muchos días el cielo ha estado nublado, pero no llueve. Cuando miro a las plantas, sedientas de agua, sentí mucha compasión y decidí rezar la coronilla, hasta que el Señor nos mandara lluvia. Antes de la cena, el cielo se cubrió de nubes, y una fuerte lluvia cayó sobre la tierra. Yo había estado rezando esta plegaria por tres horas sin cesar. Y el Señor me ha dado a conocer que a través de esta oración se puede obtener todo”. (1128)
MODO DE REZAR LA CORONILLA DE LA MISERICORDIA:
Se reza con un rosario común.
Para comenzar, rezar un Padrenuestro, Avemaría y Credo, y luego con las cuentas del Santo Rosario:
En las cuentas del Padrenuestro rezar:
“Padre Eterno, yo te ofrezco el Cuerpo y la Sangre, el Alma y la Divinidad de tu amadísimo Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, como propiciación por nuestros pecados y los del mundo entero”.
En las cuentas del Avemaría rezar:
“Por su dolorosa Pasión, ten Misericordia de nosotros y del mundo entero”.
Al terminar, repetir tres veces:
“Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten Piedad de nosotros y del mundo entero”.




martes, 22 de enero de 2019

Las 5 banderas del católico - Padre Flaviano Amatulli

Adoración Eucarística Juan Pablo II

Adoración Eucarística de              Juan Pablo II


Señor Jesús:
Nos presentamos ante ti sabiendo que nos llamas y que nos amas tal como somos.
"Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Hijo de Dios" (Jn. 6,69).
Tu presencia en la Eucaristía ha comenzado con el sacrificio de la última cena y continúa como comunión y donación de todo lo que eres.
Aumenta nuestra FE.
Por medio de ti y en el Espíritu Santo que nos comunicas, queremos llegar al Padre para decirle nuestro SÍ unido al tuyo.
Contigo ya podemos decir: Padre nuestro.
Siguiéndote a ti, "camino, verdad y vida", queremos penetrar en el aparente "silencio" y "ausencia" de Dios, rasgando la nube del Tabor para escuchar la voz del Padre que nos dice: "Este es mi Hijo amado, en quien tengo mi complacencia: Escuchadlo" (Mt. 17,5).
Con esta FE, hecha de escucha contemplativa, sabremos iluminar nuestras situaciones personales, así como los diversos sectores de la vida familiar y social.
Tú eres nuestra ESPERANZA, nuestra paz, nuestro mediador, hermano y amigo.
Nuestro corazón se llena de gozo y de esperanza al saber que vives "siempre intercediendo por nosotros" (Heb. 7,25).
Nuestra esperanza se traduce en confianza, gozo de Pascua y camino apresurado contigo hacia el Padre.
Queremos sentir como tú y valorar las cosas como las valoras tú. Porque tú eres el centro, el principio y el fin de todo.
Apoyados en esta ESPERANZA, queremos infundir en el mundo esta escala de valores evangélicos por la que Dios y sus dones salvíficos ocupan el primer lugar en el corazón y en las actitudes de la vida concreta.
Queremos AMAR COMO TÚ, que das la vida y te comunicas con todo lo que eres.
Quisiéramos decir como San Pablo: "Mi vida es Cristo" (Flp. 1,21).
Nuestra vida no tiene sentido sin ti.
Queremos aprender a "estar con quien sabemos nos ama", porque "con tan buen amigo presente todo se puede sufrir". En ti aprenderemos a unirnos a la voluntad del Padre, porque en la oración "el amor es el que habla" (Sta. Teresa).
Entrando en tu intimidad, queremos adoptar determinaciones y actitudes básicas, decisiones duraderas, opciones fundamentales según nuestra propia vocación cristiana.
CREYENDO, ESPERANDO Y AMANDO, TE ADORAMOS con una actitud sencilla de presencia, silencio y espera, que quiere ser también reparación, como respuesta a tus palabras: "Quedaos aquí y velad conmigo" (Mt. 26,38).
Tú superas la pobreza de nuestros pensamientos, sentimientos y palabras; por eso queremos aprender a adorar admirando el misterio, amándolo tal como es, y callando con un silencio de amigo y con una presencia de donación.
El Espíritu Santo que has infundido en nuestros corazones nos ayuda a decir esos "gemidos inenarrables" (Rom. 8,26) que se traducen en actitud agradecida y sencilla, y en el gesto filial de quien ya se contenta con sola tu presencia, tu amor y tu palabra.
En nuestras noches físicas y morales, si tú estás presente, y nos amas, y nos hablas, ya nos basta, aunque muchas veces no sentiremos la consolación.
Aprendiendo este más allá de la ADORACIÓN, estaremos en tu intimidad o "misterio".
Entonces nuestra oración se convertirá en respeto hacia el "misterio" de cada hermano y de cada acontecimiento para insertarnos en nuestro ambiente familiar y social y construir la historia con este silencio activo y fecundo que nace de la contemplación.
Gracias a ti, nuestra capacidad de silencio y de adoración se convertirá en capacidad de AMAR y de SERVIR.
Nos has dado a tu Madre como nuestra para que nos enseñe a meditar y adorar en el corazón. Ella, recibiendo la Palabra y poniéndola en práctica, se hizo la más perfecta Madre.
Ayúdanos a ser tu Iglesia misionera, que sabe meditar adorando y amando tu Palabra, para transformarla en vida y comunicarla a todos los hermanos.
Amén.
Juan Pablo II

ENFRENTANDO MIEDOS

Virgen María

                        

domingo, 20 de enero de 2019

COSAS QUE NO SE DEBEN HACER EN PAREJA

17 Beneficios al visitar a Jesús en el Sagrario

El valor que tiene 1 hora de Adoración Eucarística

JESUS EUCARISTIA - Canciones para la adoracion eucaristica

Dios es bueno y nos ama..


                          Dios es bueno y nos ama


Dios provee.
Dios es providente y debemos tener mucha confianza en su Providencia paterna, porque Él incluso hará milagros cuando sea necesario, para socorrernos. Lo que pasa es que a veces somos nosotros quienes tenemos poca confianza en Él y en su Providencia.
Leamos las vidas de los Santos y comprobaremos que a ninguno le faltó lo necesario y que, por el contrario, tuvieron grandes gracias, dones y regalos de parte de Dios, no sólo espirituales sino también a veces materiales, cuando esto no era obstáculo para su salvación y santificación.
Si confiáramos más en Dios, seríamos los seres más felices de la tierra, porque estaríamos convencidos de que por encima de Dios no hay nadie, y nadie puede arrebatar nada de sus benditas manos.
Tendríamos que ser como esos pajarillos que se acurrucan en el hueco de las manos de un hombre fuerte. Así también nosotros, como pajaritos de Dios, debemos refugiarnos en las manos benditas y amorosísimas del Padre, que nos cuida y nos quiere, y que no dejará que nos pase nada que sea realmente malo, sino que todo lo que nos vaya sucediendo lo irá encauzando para nuestro propio bien y el bien de muchas almas, porque siempre será cierto que las almas se salvan con el padecer, y nosotros tenemos que completar lo que falta a la pasión del Señor.
Cuando tengamos alguna necesidad, vayamos confiados a pedirle a Dios, a exponerle nuestra urgencia, y esperemos, porque antes fallarán el cielo y la tierra, pero no se podrá decir que Dios ha decepcionado a quien depositó toda su confianza en Él.
¡Bendito sea Dios!


sábado, 19 de enero de 2019

Pensar en el Cielo

pensar-en-el- cielo

           Pensar en el Cielo.

Pensar en el Cielo que nos espera, nos ayuda a sobrellevar los trabajos y sufrimientos de esta vida, porque sabiendo que al final del camino llegaremos a la Felicidad sin fin, para siempre, nos suaviza los padecimientos de este mundo.
Pero no hagamos caso al diablo que nos susurra: “El Cielo no está hecho para ti. Tú tienes muchos pecados y no irás al Cielo”, etc. No le prestemos oídos al Maligno, que quiere llevarnos a la desesperación y a considerar sólo lo de este mundo, en que quizás estamos sufriendo mucho. Si padecemos mucho aquí en la tierra, y además nos quitan la esperanza de la otra vida, entonces sí que somos envueltos por el desaliento y el desánimo. ¡Pero no! El Cielo está abierto para nosotros, aunque hayamos sido grandes pecadores, y aunque lo sigamos siendo, porque basta con que volvamos arrepentidos a Dios, y Él nos perdona al instante y borra y destruye todos nuestros pecados.
La esperanza del Cielo nos debe alegrar la vida terrena, porque sabemos que todo lo que vivimos es pasajero. Si estamos felices, bienvenido sea; y si somos infelices y tenemos dolores, sabemos que esto no será para siempre, y que por un corto tiempo de sufrimiento en este mundo, nos ganaremos una gloria que no tiene comparación.
Recordemos siempre que el sufrir en este mundo es más meritorio que padecer en el más allá. Porque sufrir en el Purgatorio no tiene ningún mérito, sino que es sólo purificación para entrar limpios al Cielo. Y padecer eternamente en el Infierno es locura de las locuras, y ése sí que sería el verdadero fracaso, la verdadera desesperación. Pero sufrir en la tierra es meritorio, porque si tenemos paciencia, los sufrimientos nos acarrean un cúmulo de gracias y dones para nosotros y para muchos, acortándonos considerablemente las purificaciones ultraterrenas.
Pensemos en el Cielo, ya sea que estemos bien, o nos sintamos mal, porque todo lo de este mundo pasará, y llegará luego lo que será eterno, y el Cielo está abierto para nosotros, con tal de que tengamos la buena voluntad que los ángeles en Belén anunciaron a los pastores, porque si tenemos buena voluntad nos salvaremos, y el Paraíso recompensará todo trabajo o dolor sufrido en esta tierra.
La vida es corta. El tiempo vuela. Vivamos pensando en el Cielo que nos espera, e incluso vivamos ya el Paraíso en este mundo, porque quien está seguro de que tendrá un final feliz, ya va contento durante el camino, aunque sea dificultoso.

viernes, 18 de enero de 2019

El Rosario

                                       

         Lectura espiritual

Elena, convertida por el rosario.
Refiere el P. Bovio que había una prostituta llamada Elena; habiendo entrado en la Iglesia, oyó casualmente una predicación sobre el rosario; al salir se compró uno, pero lo llevaba escondido para que no se lo viesen. Comenzó a rezarlo y, aunque lo rezaba sin devoción, la santísima Virgen le otorgó tales consolaciones y dulzuras al recitarlo, que ya no podía dejar de rezarlo. Con esto concibió tal horror a su mala vida, que no podía encontrar reposo, por lo cual se sintió impelida a buscar un confesor; y se confesó con tanta contrición, que éste quedó asombrado.
Hecha la confesión, fue inmediatamente al altar de la santísima Virgen para dar gracias a su abogada. Allí rezó el rosario; y la Madre de Dios le habló así: “Elena, basta de ofender a Dios y a mí; de hoy en adelante cambia de vida, que yo te prometo colmarte de gracias”. La pobre pecadora, toda confusa, le respondió: “Virgen santísima, es cierto que hasta ahora he sido una malvada, pero tú, que todo lo puedes, ayúdame, a la vez que yo me consagro a ti; y quiero emplear la vida que me queda en hacer penitencia de mis pecados”.
Con la ayuda de María, Elena distribuyó sus riquezas entre los pobres y se entregó a rigurosas penitencias. Se veía combatida de terribles tentaciones, pero ella no hacía otra cosa que encomendarse a la Madre de Dios, y así siempre quedaba victoriosa. Llegó a obtener gracias extraordinarias, revelaciones y profecías. Por fin, antes de su muerte, de cuya proximidad le avisó María santísima, vino la misma Virgen con su Hijo a visitarla. Y al morir fue vista el alma de esta convertida volar al cielo en forma de bellísima paloma.
("Las Glorias de María" - San Alfonso María de Ligorio)
bendecir a Dios

Bendigamos a Dios.

Digámosle muchas veces a Dios: “Bendito seas Señor”, “Santo, Santo, Santo seas Señor”, “Alabado y ensalzado para siempre sea Dios”, y todas las alabanzas que nos vengan a la boca, junto con acciones de gracias, porque Dios es bueno infinitamente y quiere solo nuestro bien y el bien de todas sus criaturas.
Cuando sufrimos algo, eso no viene de Dios. Lo vemos claramente en el libro de Job en la Biblia, que es el demonio quien pone a prueba a las personas causándoles toda clase de males y adversidades, para obligarles a maldecir a Dios, para que quien sufre, acuse al Señor de todos los males que padece.
Pero el mal es una imperfección, y Dios es perfecto, y todo lo que hace Dios es perfecto. Si hay algún mal, no puede venir de Dios, porque Dios todo lo hace bien. Es Satanás, son los demonios y los hombres malvados los que hacen sufrir, y Dios lo permite para sacar bienes de los mismos males.
Cuando veamos a alguien sufrir, pensemos que no es Dios quien lo está haciendo sufrir, sino que sufre por el pecado, por obra del demonio, o de la crueldad de los hombres, pero no de parte de Dios.
Ojalá podamos decir siempre: “¡Bendito sea Dios!”. Aún en medio de los dolores y las pruebas más tremendas, decir “¡Bendito seas Señor!”, “¡Alabado seas y eternamente ensalzado!”. Entonces Satanás se verá obligado a reconocer que no ha podido con nosotros, que no ha conseguido el hacernos enemigos de Dios, no ha logrado que maldijéramos al Señor, sino todo lo contrario, que Le alabemos y Le demos gracias siempre, porque de Dios no nos vienen ningún mal, jamás.
Grabemos esta verdad a fuego en nuestro corazón, para llevarla a la práctica toda nuestra vida, y seguir creyendo en que Dios es bueno, a pesar de todas las apariencias en contra. Como lo hizo la Santísima Virgen, que a pesar de ver la tremenda injusticia de ver morir a su Hijo Jesús, no recriminó a Dios ni lo hizo culpable, sino que siguió creyendo y esperando en la bondad del Padre eterno, hasta que sonó la hora del triunfo y, pasada la prueba, consiguió el puesto más alto en el Cielo, inmediatamente después de Dios.


El milagro de Garabandal lo verá poca gente

lunes, 14 de enero de 2019

Eternidad - Adonde la queremos pasar?

eternidad

                      Vivir católico

Eternidad.
Si cada día dedicáramos cinco minutos a meditar esta palabra: “eternidad”, ¡cuántas cosas cambiarían en nuestra vida!, ¡qué diferente actuaríamos con los demás!, ¡cómo aprovecharíamos mejor el tiempo!
La meditación de esta palabra hizo que muchas personas se retiraran a los desiertos a hacer vida de oración y penitencia. ¡Cuántos santos han llegado a serlo por el solo hecho de meditar esta palabra!
Es que nosotros somos eternos. No eternos como Dios es eterno, sino que somos sempiternos, es decir, que Dios, desde el momento en que nos creó, ya no dejaremos de existir por los siglos de los siglos, por toda la eternidad.
El tema es dónde queremos pasar esa eternidad, porque hay solo dos lugares o estados en que pasaremos la eternidad, en que estaremos para siempre: en el Cielo, o en el Infierno. Y el destino depende de cómo vivamos en este mundo y, sobre todo, de cómo muramos: si en gracia de Dios o en pecado mortal.
Somos nosotros en carne y hueso y con nuestra propia alma que estaremos en uno o en otro lugar. Por eso es tiempo de reflexionar seriamente qué es lo que estamos haciendo de nuestra vida, qué hacemos con el tiempo de vida que Dios nos ha concedido.
Abramos los ojos porque Dios nos ha creado sin nosotros, pero no nos salvará sin nosotros. Él, en un acto de amor infinito, ha querido que existamos, y ya no dejaremos de existir jamás. Pensemos esto porque es una cosa muy seria. Estamos embarcados en una aventura que puede terminar en felicidad inimaginable y eterna, o en horror indescriptible y también eterno.





martes, 8 de enero de 2019

CONSEJOS para PAREJAS en este MUNDO tan CONFUNDIDO – P. Ángel Espinosa

"Por fin, mi Corazón Inmaculado triunfará"


Por qué tanta desconfianza.

¿Por qué tenemos tanta desconfianza con las cosas que pasan en nuestras vidas, en las vidas de quienes amamos y en el mundo entero? ¿Acaso no creemos en un Dios que todo lo ve, que a todo provee, y que cuida hasta del pajarito que vuela y cae a tierra?
Lo que nos sucede es que tenemos poca o ninguna confianza en Dios, pues si creemos -como lo afirmamos muchas veces- que Dios es Todopoderoso y que a Él nada escapa de cuanto es, fue y será, y que todo lo que sucede es querido o, al menos, permitido por Dios, porque de ello sabe sacar bienes, entonces ¿por qué desconfiamos de Dios? ¿Por qué nos angustiamos tanto con las cosas que nos suceden y perdemos la paz tan fácilmente?
Tenemos poca o ninguna fe y confianza en Dios, y creemos que Él está lejos de nosotros y de las situaciones que nos tocan vivir. Pero tengamos presente que si Dios ha querido o permitido alguna “desgracia”, será para bien. Aunque ahora no lo entendamos, aturdidos por el dolor y el sufrimiento, esperemos un tiempo y comprobaremos que lo sucedido era lo mejor. Y si no lo reconocemos en este mundo, lo entenderemos en el más allá, que Dios todo lo gobernó para bien de los que lo aman.
En cuanto a nosotros no dejemos la oración, porque la oración nos ayuda a aceptar las cosas que pasan sin perder la confianza en Dios y en su Providencia amorosísima. Si rezamos poco, entonces confiaremos poco; y si rezamos mucho, entonces confiaremos mucho en Dios, y la confianza en Dios lo es todo, porque para Él no hay NADA imposible, y puede arreglar las situaciones más complicadas con sólo quererlo, y en un abrir y cerrar de ojos. Bendito sea Dios si arregla las cosas. Y bendito sea también Dios si no las arregla, porque todo será para bien.
Confiemos en Dios y, pase lo que pasare, no perdamos la confianza en Dios y, sobre todo, no perdamos la paz, porque el demonio, con las desgracias que causa en la tierra, quiere hacer perder la paz a los corazones, primer paso para llevarlos luego a la desesperación y al pecado. No le demos el gusto, y conservemos la paz en medio de las tempestades de la vida. Dios tiene todo bajo control y ABSOLUTAMENTE NADA ocurre sin que Él lo quiera o permita. Si lo ha querido o permitido, siempre es para bien. Y con este pensamiento vivamos en paz, sabiendo que Dios es bueno y nos ama infinitamente y cuida de nosotros, y hace fructificar nuestro dolor, como hizo rendir frutos eternos e infinitos a la pasión de su Hijo Jesús. También nosotros colaboramos a la redención de la humanidad, y que esto nos llene de una gran paz y alegría, sabiendo que no sufrimos en vano, sino para salvarnos nosotros y salvar a un número grande de almas.