San Pedro Julián Eymard y sus consejos espirituales
sobre la adoración
“La
adoración eucarística tiene como fin la persona divina de nuestro Señor
Jesucristo presente en el Santísimo Sacramento. Él está vivo, quiere que le
hablemos, Él nos hablará. Y este coloquio que se establece entre el alma y el
Señor es la verdadera meditación eucarística, es-precisamente- la adoración.
Dichosa el alma que sabe encontrar a Jesús en la Eucaristía y en la Eucaristía
todas las cosas...
“Que
la confianza, la simplicidad y el amor os lleven a la adoración”.
“Comenzad
vuestras adoraciones con un acto de amor y abriréis vuestras almas deliciosamente
a su acción divina. Es por el hecho que comenzáis por vosotros mismos que os
detenéis en el camino. Pero, si comenzáis por otra virtud y no por el amor vais
por un falso camino…..El amor es la única puerta del corazón”.
“Ved
la hora de adoración que habéis escogido como una hora del paraíso: id como se
fuerais al cielo, al banquete divino, y esta hora será deseada, saludada con
felicidad. Retened dulcemente el deseo en vuestro corazón. Decid: “Dentro de
cuatro horas, dentro de dos horas, dentro de una hora iré a la audiencia de
gracia y de amor de Nuestro Señor. Él me ha invitado, me espera, me desea”
“Id
a Nuestro Señor como sois, id a Él con una meditación natural. Usad vuestra
propia piedad y vuestro amor antes de serviros de libros. Buscad la humildad
del amor. Que un libro pío os acompañe para encauzaros en el buen camino cuando
el espíritu se vuelve pesado o cuando vuestros sentidos se embotan, eso está
bien; pero, recordaos, nuestro buen Maestro prefiere la pobreza de nuestros
corazones a los más sublimes pensamientos y afecciones que pertenecen a otros”.
“El
verdadero secreto del amor es olvidarse de sí mismo, como el Bautista, para
exaltar y glorificar al Señor Jesús. El verdadero amor no mira lo que él da
sino aquello que merece el Bienamado”.
“No
querer llegarse a Nuestro Señor con la propia miseria o con la pobreza
humillada es, muy a menudo, el fruto sutil del orgullo o de la impaciencia; y
sin embargo, es esto que el Señor más prefiere, lo que Él ama, lo que Él
bendice”.
“Como
vuestras adoraciones son bastante imperfectas, unidlas a las adoraciones de la
Santísima Virgen”.
“Se
estáis con aridez, glorificad la gracia de Dios, sin la cual no podéis hacer
nada; abrid vuestras almas hacia el cielo como la flor abre su cáliz cuando se
alza el sol para recibir el rocío benefactor. Y si ocurre que estáis en estado
de tentación y de tristeza y todo os lleva a dejar la adoración bajo el
pretexto que ofendéis a Dios, que lo deshonráis más que lo servís, no escuchéis
a esas tentaciones. En estos casos se trata de adorar con la adoración de
combate, de fidelidad a Jesús contra vosotros mismos. No, de ninguna manera le
disgustáis. Vosotros alegráis a Vuestro Maestro que os contempla. Él espera
nuestro homenaje de la perseverancia hasta el último minuto del tiempo que
debemos consagrarle”.
“Orad
en cuatro tiempos: Adoración, acción de gracias, reparación, súplicas”.
“El
santo Sacrificio de la Misa es la más sublime de las oraciones. Jesucristo se
ofrece a su Padre, lo adora, le da gracias, lo honra y le suplica a favor de su
Iglesia, de los hombres, sus hermanos y de los pobres pecadores. Esta augusta
oración Jesús la continúa por su estado de víctima en la Eucaristía. Unámonos
entonces a la oración de Nuestro Señor; oremos como Él por los cuatro fines del
sacrificio de la Misa: esta oración reasume toda la religión y encierra los
actos de todas las virtudes...”
“1.
Adoración: Se comenzáis por el amor termineréis por el amor. Ofreced vuestra
persona a Cristo, vuestras acciones, vuestra vida. Adorad al Padre por medio
del Corazón eucarístico de Jesús. Él es Dios y hombre, vuestro Salvador,
vuestro hermano, todo junto. Adorad al Padre Celestial por su Hijo, objeto de
todas sus complacencias, y vuestra adoración tendrá el valor de la de Jesús:
será la suya.
2.
Acción de gracias: Es el acto de amor más dulce del alma, el más agradable a
Dios; y el perfecto homenaje a su bondad infinita. La Eucaristía es, ella
misma, el perfecto reconocimiento. Eucaristía quiere decir acción de gracias:
Jesús da gracias al Padre por nosotros. Él es nuestro propio agradecimiento.
Dad gracias al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo...
3.
Reparación: por todos los pecados cometidos contra su presencia eucarística.
Cuánta tristeza es para Jesús la de permanecer ignorado, abandonado, menospreciado
en los sagrarios. Son pocos los cristianos que creen en su presencia real,
muchos son los que lo olvidan, y todo porque Él se hizo demasiado pequeño,
demasiado humilde, para ofrecernos el testimonio de su amor. Pedid perdón,
haced descender la misericordia de Dios sobre el mundo por todos los
crímenes...
4.
Intercesión , súplicas: Orad para que venga su Reino, para que todos los
hombres crean en su presencia eucarística. Orad por las intenciones del mundo,
por vuestras propias intenciones. Y concluid vuestra adoración con actos de
amor y de adoración. El Señor en su presencia eucarística oculta su gloria,
divina y corporal, para no encandilarnos y enceguecernos. Él vela su majestad
para que oséis ir a Él y hablarle como lo hace un amigo con su amigo; mitiga
también el ardor de su Corazón y su amor por vosotros, porque sino no podríais
soportar la fuerza y la ternura. No os deja ver más que su bondad, que filtra y
sustrae por medio de las santas especies, como los rayos del sol a través de
una ligera nube.
El
amor del Corazón se concentra; se lo encierra para hacerlo más fuerte, como el
óptico que trabaja su cristal para reunir en un solo punto todo el calor y toda
la luz de los rayos solare. Nuestro Señor, entonces, se comprime en el más
pequeño espacio de la hostia, y como se enciende un gran incendio aplicando el
fuego brillante de una lente sobre el material inflamable, así la Eucaristía
hace brotar sus llamas sobre aquellos que participan en ella y los inflama de
un fuego divino... Jesús dijo: « he vendio a traer fuego sobre la tierra y
cómo querría que este fuego inflamase el universo. » « Y bien, este fuego
divino es la Eucaristía », dice san Juan Crisóstomo. Los incendiarios de
este fuego eucarístico son todos aquellos que aman a Jesús, porque el amor
verdadero quiere el reino y la gloria de su Bienamado”.
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