Los Padres de la Iglesia nos iluminan
Dios en la tierra, Dios entre los hombres. Ya no es aquel que proclama su ley en medio de relámpagos, al son de trompetas sobre la montaña humeante, desde el interior de la oscuridad de una terrible tormenta, sino el que con dulzura y bondad en cuerpo humano conversa con sus hermanos de raza. ¡Dios en la carne! Ya no es el que actúa en ocasiones, como con los profetas, sino el que asume plenamente la naturaleza humana y, por medio de su carne que es la de nuestra raza, eleva así a toda la humanidad.
Dirás: ¿Cómo ha venido la luz a todos por medio de uno solo? ¿De qué manera está la divinidad en la carne? Como el fuego en el hierro: no desplazándose sino comunicándose. En efecto, el fuego no se lanza hacia el hierro, sino que, permaneciendo en su lugar, le comunica su propia fuerza. Con lo cual él no ha quedado disminuido en nada sino que llena enteramente al hierro que se comunica. De la misma manera, Dios, el Verbo, que puso su morada entre nosotros, no salió fuera de sí mismo; el Verbo que se hizo carne no quedó sometido al cambio; el cielo no se vio privado de aquel que lo contenía y la tierra recibió en su propio seno al que está en los cielos...
Penétrate de este misterio: Dios vino en carne para matar a la muerte que se oculta en ella. De la misma manera que los remedios y las medicinas triunfan de los factores de corrupción, cuando son asimilados por el cuerpo, y de la misma manera que la oscuridad que reina en una casa se disipa con la entrada de la luz, así la muerte que tenía en su poder a la naturaleza humana fue aniquilada con la llegada de la divinidad. Lo mismo que en el agua el hielo se forma a costa de ella mientras es de noche y se extiende la oscuridad, pero se disuelve al salir el sol, por el calor de sus rayos: así la muerte reinó hasta la llegada de Cristo; pero cuando apareció la gracia salvadora de Dios y se elevó el Sol de justicia, la muerte fue absorbida por esta victoria, no habiendo podido soportar la coexistencia con la vida verdadera. ¡Oh profundidad de la bondad de Dios y de su amor a los hombres!...
Cantemos gloria con los pastores, bailemos a coro con los ángeles porque hoy nos ha nacido un Salvador, que es Cristo Señor. Es el Señor que se nos apareció, no en su condición divina, para no espantar nuestra debilidad, sino en la condición de esclavo, para liberar al que estaba reducido a servidumbre. ¿Quién tendrá un corazón tan bajo y tan ingrato como para no gozar y saltar de alegría por lo que sucede? Es una fiesta común de toda la creación... Nosotros también proclamamos nuestra alegría; a nuestra fiesta le damos el nombre de teofanía. Festejemos la salvación del mundo, el día en que nace la humanidad. Hoy ha quedado eliminada la condenación de Adán. Ya no se dirá en adelante: Eres polvo y en polvo te convertirás, sino: “Unido al qué está en los cielos, serás elevado al cielo”
P. Max Alexander
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