domingo, 12 de enero de 2014

Evangelio - El Bautismo del Señor - Fiesta

† Lectura del santo Evangelio según san Lucas 3, 15-16.21-22
En aquel tiempo, como el pueblo estaba en expectación y todos pensaban que quizá Juan el Bautista era el Mesías, Juan los sacó de dudas, diciéndoles:
"Es cierto que yo bautizo con agua, pero ya viene otro más poderoso que yo, a quien no merezco desatarle las correas de sus sandalias. El los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego".
Sucedió que entre la gente que se bautizaba, también Jesús fue bautizado. Mientras éste oraba, se abrió el cielo y el Espíritu Santo bajó sobre él en forma sensible, como de una paloma, y del cielo llegó una voz que decía:
"Tú eres mi Hijo, el predilecto; en ti me complazco".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

† Meditación diaria
1º domingo después de epifanía
EL BAUTISMO DEL SEÑOR*
Fiesta
* Este domingo, que sigue inmediatamente a la Solemnidad de la Epifanía, la liturgia nos presenta el Bautismo del Señor en el Jordán, y nos introduce en la intimidad del misterio de su Persona y de su misión. A la vez, nos da la oportunidad de agradecer los innumerables dones que Cristo nos otorgó el día en que fuimos bautizados. La Iglesia nos exhorta en el día de hoy a reafirmar «con renovado ardor de fe los compromisos que un día asumieron por nosotros nuestros padres, padrinos y madrinas con las promesas bautismales» y a renovar «nuestra firme y ferviente adhesión a Cristo y la voluntad de luchar contra el mal» (Juan Pablo II).
— Manifestación del misterio trinitario en el Bautismo de Cristo.
Apenas se bautizó el Señor se abrió el cielo, y el Espíritu Santo se posó sobre Él como una paloma. Y se oyó la voz del Padre que decía: Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto1.
Hace aún pocos días celebrábamos la Epifanía, la manifestación del Señor a los gentiles, representados en aquellos hombres sabios que llegaron a Jerusalén preguntando por el nacido rey de los judíos. Ya había tenido lugar una primera revelación a los pastores, que, en la misma noche de la Navidad, se dirigen al lugar donde ha nacido el Niño, a quien le llevan sus presentes. También la fiesta de hoy es unaepifanía, una manifestación de la divinidad de Cristo señalada por la voz de Dios Padre, venida del Cielo, y por la presencia del Espíritu Santo en forma de paloma, que significa la Paz y el Amor. Los Padres de la Iglesia suelen señalar una tercera manifestación de la divinidad de Jesús. Esta tendrá lugar en Caná de Galilea, donde, a través de su primer milagro, Jesús manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en Él2.
En la Primera lectura de la Misa3, Isaías anuncia la figura del Mesías:He aquí mi siervo... mi elegido, en quien se complace mi alma. Sobre Él he puesto mi Espíritu... La caña cascada no la quebrará, el pabilo vacilante no lo apagará... Yo, el Señor, te he llamado... para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan en tinieblas. Esta descripción profética tiene su plena realización en el Bautismo del Señor. Entoncesdescendió el Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma, sobre Él, y se oyó una voz que venía del cielo: Tú eres el Hijo mío, el amado, en Ti me he complacido4. Las tres divinas Personas de la Trinidad intervienen en esta gran epifanía a orillas del Jordán: el Padre hace oír su voz, dando testimonio del Hijo, Jesús es bautizado por Juan, el Espíritu Santo desciende visiblemente sobre Él. La expresión de Isaías mi siervo es sustituida ahora por mi Hijo amado, que indica la Persona y la naturaleza divina de Cristo.
Con el Bautismo de Jesús se inicia de modo solemne su misión salvadora. A la vez, el Espíritu Santo comenzaba por medio del Mesías su acción en las almas, que durará hasta el fin de los tiempos.
La liturgia propia de este domingo es especialmente apta para que recordemos con alegría nuestro Bautismo y sus consecuencias en nuestra vida. Cuando San Agustín menciona en sus Confesiones el día en que recibió este sacramento, lo recuerda con profundo gozo: «rebosante de dulzura extraordinaria, aquellos días no me saciaba de considerar la profundidad de su designio para la salvación del género humano»5. Con ese gozo hemos de recordar hoy que hemos sido bautizados en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
El misterio del Bautismo de Jesús nos adentra en el misterio inefable de cada uno de nosotros, pues de su plenitud recibimos todos gracia sobre gracia6. Hemos sido bautizados no solo en agua, como hacía el Precursor, sino en el Espíritu Santo, que nos comunica la vida de Dios. Demos gracias hoy al Señor por aquel día memorable en el que fuimos incorporados a la vida de Cristo y destinados con Él a la vida eterna. Alegrémonos de haber sido quizá bautizados a los pocos días de haber nacido, como es costumbre inmemorial en la Iglesia, en el caso de neófitos hijos de padres cristianos.
— Nuestra filiación divina en Cristo por el sacramento del Bautismo.
Fuimos bautizados en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, para entrar en comunión con la Trinidad Beatísima. En cierto modo se han abierto para cada uno de nosotros los cielos, a fin de que entremos en la casa de Dios y conozcamos la filiación divina. «Si tuvieses piedad verdadera –enseña San Cirilo de Jerusalén–, también descenderá sobre ti el Espíritu Santo y oirás la voz del Padre desde lo alto que dice: este no es el Hijo mío, pero ahora después del Bautismo ha sido hecho Mío»7. La filiación divina ha sido uno de los grandes dones que recibimos aquel día en que fuimos bautizados. San Pablo nos habla de esta filiación y, dirigiéndose a cada bautizado, no duda en pronunciar estas dichosísimas palabras: Ya no eres esclavo sino hijo: y si hijo, también heredero8.
En el rito de este sacramento se indica que la configuración con Cristo tiene lugar mediante una regeneración espiritual, como enseñaba Jesús a Nicodemo: quien no renaciere del agua y del Espíritu Santo, no puede entrar en el Reino de Dios9. «El Bautismo cristiano es, en efecto, un misterio de muerte y de resurrección: la inmersión en el agua bautismal simboliza y actualiza la sepultura de Jesús en la tierra y la muerte del hombre viejo, mientras que la emersión significa la resurrección de Cristo y el nacimiento del hombre nuevo»10. Este nuevo nacimiento es el fundamento de la filiación divina. Y así, por este sacramento, «los hombres son injertados en el misterio pascual de Jesucristo: mueren con Él, son sepultados con Él y resucitan con Él; reciben el espíritu de adopción de hijos, por el que clamamos Abba! ¡Padre! (Rom 8, 15), y se convierten así en los verdaderos adoradores que busca el Padre»11. Esta filiación lleva consigo la aniquilación de todo pecado del alma y la infusión de la gracia.
Por el Bautismo se perdonan el pecado original y todos los pecados personales, y la pena eterna y temporal debida por los pecados. El ser configurados con Cristo resucitado, simbolizado en la emersión del agua bautismal, indica que la gracia divina, las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo se han asentado en el alma del bautizado, la cual se ha constituido en morada de la Santísima Trinidad, Al cristiano se le abren las puertas del Cielo, y se alegran los ángeles y los santos. En la naturaleza humana permanecen aquellas consecuencias del pecado original que, si bien proceden de él, no son en sí mismas pecado, pero inclinan a él; el hombre bautizado sigue sujeto a la posibilidad de errar, a la concupiscencia y a la muerte, consecuencias todas ellas del pecado original. Sin embargo, el Bautismo ha sembrado ya en el cuerpo humano la semilla de una renovación y resurrección gloriosas. ¡Qué diferencia tan enorme entre la persona que iba, o llevaban, camino de la iglesia para recibir este sacramento, y la que vuelve ya bautizada! El cristiano «sale del Bautismo resplandeciente como el sol y, lo que es más importante, vuelve de allí convertido en hijo de Dios y coheredero con Cristo»12.
Demos muchas gracias al Señor por tanto bien, que querríamos comprender hoy en toda su grandeza. Por último, te pedimos... Señor, humildemente que escuchemos con fe la palabra de tu Hijo para que podamos llamarnos y ser, en verdad, hijos tuyos13. Es nuestro mayor deseo y nuestra más grande aspiración.
— Proyección del Bautismo en la vida diaria.
En la Segunda lectura, San Pedro recuerda aquel comienzo mesiánico de Jesús, que estaba en la mente de muchos de los que le escuchaban y del que algunos de ellos habían sido testigos oculares.Conocéis -les dice el Apóstol- lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque todo comenzó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazareth, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo...14.
Pertransivit benefaciendo..., pasó haciendo el bien... Este puede ser un resumen de la vida de Cristo aquí en la tierra. Ese debe ser el resumen de la vida de cada bautizado, pues toda su vida se desenvuelve bajo el influjo del Espíritu Santo: cuando trabaja, en el descanso, cuando sonríe o presta uno de los innumerables servicios que conlleva la vida familiar o profesional...
En la fiesta de hoy se nos invita a tomar renovada conciencia de los compromisos adquiridos por nuestros padres o padrinos, en nuestro nombre, el día de nuestro Bautismo; a reafirmar nuestra ferviente adhesión a Cristo y la voluntad de luchar por estar cada día más cerca de Él; y a separarnos de todo pecado, incluso venial, ya que al recibir este sacramento fuimos llamados a la santidad, a participar de la misma vida divina.
Es precisamente este Bautismo el que «nos hace “fideles” –fieles, palabra que, como aquella otra, “sancti” –santos, empleaban los primeros seguidores de Jesús para designarse entre sí, y que aún hoy se usa: se habla de los “fieles” de la Iglesia»15. Seremos fieles en la medida en que nuestra vida -¡tantas veces lo hemos meditado! esté edificada sobre el cimiento firme y seguro de la oración. San Lucas nos ha dejado escrito en su Evangelio que Jesús, después de haber sido bautizado, estaba en oración16. Y comenta Santo Tomás de Aquino: en esta oración, el Señor nos enseña que «después del Bautismo le es necesaria al hombre la asidua oración para lograr la entrada en el Cielo; pues, si bien por el Bautismo se perdonan los pecados, queda sin embargo la inclinación al pecado que interiormente nos combate, y quedan también el demonio y la carne que exteriormente nos impugnan»17.
Junto al agradecimiento y la alegría por tantos bienes como nos han llegado en este sacramento, renovemos hoy nuestra fidelidad a Cristo y a la Iglesia, que, en muchas ocasiones, se traducirá en la fidelidad a nuestra oración diaria.
1 Antífona de entrada. Cfr. Mt 3, 16-17. — 2 Jn 2, 11. — 3 Is 42, 1-4; 6-7. — 4 Lc 3, 22. — 5 San Agustín, Confesiones, 1, 9, 6. — 6 Jn 1, 16. — 7 San Cirilo de Jerusalén, Catequesis III, Sobre el Bautismo, 14. — 8 Gal 4, 7. — 9 Jn 3, 5. — 10Juan Pablo II, Ángelus 8-I-1989. — 11 Conc. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, 6. — 12 San Hipólito, Sermón sobre la Teofanía. — 13 Oración después de la comunión. — 14 Segunda lectura. Hech 10, 34-38. — 15 San Josemaría Escrivá,Forja, n. 622. — 16 Cfr. Lc 3, 21. — 17 Santo Tomás, Suma Teológica, 3, q. 39, a. 5.                                                           _________________________________________________________________________________________
Otro comentario: Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
Jesús vino de Galilea al Jordán donde estaba Juan, para ser bautizado
Hoy contemplamos al Mesías —el Ungido— en el Jordán «para ser bautizado» (Mt 3,13) por Juan. Y vemos a Jesucristo como señalado por la presencia en forma visible del Espíritu Santo y, en forma audible, del Padre, el cual declara de Jesús: «Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco» (Mt 3,17). He aquí un motivo maravilloso y, a la vez, motivador para vivir una vida: ser sujeto y objeto de la complacencia del Padre celestial. ¡Complacer al Padre!

De alguna manera ya lo pedimos en la oración colecta de la misa de hoy: «Dios todopoderoso y eterno (...), concede a tus hijos adoptivos, nacidos del agua y del Espíritu Santo, llevar siempre una vida que te sea grata». Dios, que es Padre infinitamente bueno, siempre nos “quiere bien”. Pero, ¿ya se lo permitimos?; ¿somos dignos de esta benevolencia divina?; ¿correspondemos a esta benevolencia?

Para ser dignos de la benevolencia y complacencia divina, Cristo ha otorgado a las aguas fuerza regeneradora y purificadora, de tal manera que cuando somos bautizados empezamos a ser verdaderamente hijos de Dios. «Quizá habrá alguien que pregunte: ‘¿Por qué quiso bautizarse, si era santo?’. ¡Escúchame! Cristo se bautiza no para que las aguas lo santifiquen, sino para santificarlas Él» (San Máximo de Turín).

Todo esto —inmerecidamente— nos sitúa como en un plano de connaturalidad con la divinidad. Pero no nos basta a nosotros con esta primera regeneración: necesitamos revivir de alguna manera el Bautismo por medio de una especie de continuo “segundo bautismo”, que es la conversión. Paralelamente al primer Misterio de la Luz del Rosario —el Bautismo del Señor en el Jordán— nos conviene contemplar el ejemplo de María en el cuarto de los Misterios de Gozo: la Purificación. Ella, Inmaculada, virgen pura, no tiene inconveniente en someterse al proceso de purificación. Nosotros le imploramos la sencillez, la sinceridad y la humildad que nos permitirán vivir de manera constante nuestra purificación a modo de “segundo bautismo”.

Otro comentario: REDACCIÓN evangeli.net (elaborado a partir de textos de Benedicto XVI) (Città del Vaticano, Vaticano)
El Bautismo de Jesús preanuncia el misterio del Dios Trino
Hoy destaca la imagen del cielo que se abre: sobre Jesús el cielo está abierto. Su comunión con la voluntad del Padre (el cumplimiento de "toda justicia"), abre el cielo porque es precisamente allí donde —por esencia— se cumple la voluntad de Dios. 

A ello se añade la proclamación por parte de Dios, el Padre, de la misión de Cristo, pero que no supone un hacer, sino su ser: Él es el Hijo predilecto, sobre el cual descansa el beneplácito de Dios. Finalmente, aquí encontramos, junto con el Hijo, también al Padre y al Espíritu Santo: se preanuncia el misterio del Dios Trino, que lógicamente sólo se manifestará en profundidad durante el transcurso del camino completo de Jesús.

—El Bautismo de Jesucristo enlaza con su mandato apostólico de ir por todo el mundo y bautizar "en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo" (cf. Mt 28,19). El Bautismo que administran los discípulos es el ingreso en el Bautismo de Jesús: ¡así se llega a ser cristiano!

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