Salmo 50
Apiádate de mí, Dios bondadoso,
y borra mis pecados
presentes y pasados,
según la multitud de tus bondades.
Lava mi iniquidad con abundoso
baño que limpie todas mis maldades,
pues las tengo delante de mis ojos.
pequé: y serás, Señor, justificado
cuando me venza tu puntual sentencia.
Más mira que en el mal fui concebido,
y que nací manchado,
y que me rebelaste lo escondido.
Me rociarás con el hisopo, y tanto
me lavarás, que pueda
quedar, más que la nieve, todo blanco.
Y darás a mi oído
el gozo y la alegría verdadera
que levante mis huesos abatidos.
Aparta de mi culpa tu mirada;
quita mi iniquidad; dentro del pecho
créame un corazón limpio y derecho.
No me arrojes de ti, ni despojada
de tu espíritu santo esté mi vida,
ante bien, asistida
del principal aliento,
confirmada.
Enseñaré a los necios tu camino,
y los impíos seguirán tu senda.
Libra de sanguinarios mi destino,
y tu justicia cantará mi lengua.
Mis labios abrirás para tu agrado,
y anunciará mi boca una alabanza
que con el holocausto que no se alcanza:
el corazón contrito y humillado,
eso aceptas, Señor. Muestra propicio
tu rostro a la Sión de la esperanza,
y reedifica el muro abandonado.
Entonces será grato el sacrificio,
la ofrenda, el holocausto por su yerro,
y en el altar se inmolará el becerro.
Tomado del libro: "El Salterio en vulgar", traducción en verso de la Vulgata Latina por Carlos A. Sáenz.
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