† Lectura del santo Evangelio según san Juan 20, 1-9
Gloria a Ti, Señor.
El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando estaba todavía oscuro,
y vio removida la piedra que lo cerraba. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo a quien Jesús amaba, y les dijo:
"Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto".
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro. Vio las vendas en el suelo y el sudario que había estado sobre la cabeza de Jesús, no con las vendas por el suelo, sino doblado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.
Pues hasta entonces no habían entendido las Escrituras: que Jesús había de resucitar de entre los muertos.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
y vio removida la piedra que lo cerraba. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo a quien Jesús amaba, y les dijo:
"Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto".
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro. Vio las vendas en el suelo y el sudario que había estado sobre la cabeza de Jesús, no con las vendas por el suelo, sino doblado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.
Pues hasta entonces no habían entendido las Escrituras: que Jesús había de resucitar de entre los muertos.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
† Meditación diaria
Domingo de Resurrección
RESUCITÓ DE ENTRE LOS MUERTOS
— La Resurrección del Señor, fundamento de nuestra fe. Jesucristo vive: esta es la gran alegría de todos los cristianos.
En verdad ha resucitado el Señor, aleluya. A él la gloria y el poder por toda la eternidad1.
“Al caer la tarde del sábado, María Magdalena y María, madre de Santiago, y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar el cuerpo muerto de Jesús. —Muy de mañana, al otro día, llegan al sepulcro, salido ya el sol (Mc 16, 1-2). Y entrando, se quedan consternadas porque no hallan el cuerpo del Señor. —Un mancebo, cubierto de vestidura blanca, les dice: No temáis: sé que buscáis a Jesús Nazareno: non est hic, surrexit enim sicut dixit, —no está aquí, porque ha resucitado, según predijo (Mt 28, 5).
“¡Ha resucitado! —Jesús ha resucitado. No está en el sepulcro. —La Vida pudo más que la muerte”2.
La Resurrección gloriosa del Señor es la clave para interpretar toda su vida, y el fundamento de nuestra fe. Sin esa victoria sobre la muerte, dice San Pablo, toda predicación sería inútil y nuestra fe vacía de contenido3. Además, en la Resurrección de Cristo se apoya nuestra futura resurrección. Porque Dios, rico en misericordia, movido del gran amor con que nos amó, aunque estábamos muertos por el pecado, nos dio vida juntamente con Cristo... y nos resucitó con Él4. La Pascua es la fiesta de nuestra redención y, por tanto, fiesta de acción de gracias y de alegría.
La Resurrección del Señor es una realidad central de la fe católica, y como tal fue predicada desde los comienzos del Cristianismo. La importancia de este milagro es tan grande, que los Apóstoles son, ante todo, testigos de la Resurrección de Jesús5. Anuncian que Cristo vive, y este es el núcleo de toda su predicación. Esto es lo que, después de veinte siglos, nosotros anunciamos al mundo: ¡Cristo vive! La Resurrección es el argumento supremo de la divinidad de Nuestro Señor.
Después de resucitar por su propia virtud, Jesús glorioso fue visto por los discípulos, que pudieron cerciorarse de que era Él mismo: pudieron hablar con Él, le vieron comer, comprobaron las huellas de los clavos y de la lanza... Los Apóstoles declaran que se manifestócon numerosas pruebas6, y muchos de estos hombres murieron testificando esta verdad.
Jesucristo vive. Y esto nos colma de alegría el corazón. “Esta es la gran verdad que llena de contenido nuestra fe. Jesús, que murió en la cruz, ha resucitado, ha triunfado de la muerte, del poder de las tinieblas, del dolor y de la angustia (...): en Él, lo encontramos todo; fuera de Él, nuestra vida queda vacía”7.
“Se apareció a su Madre Santísima. —Se apareció a María de Magdala, que está loca de amor. —Y a Pedro y a los demás Apóstoles. —Y a ti y a mí, que somos sus discípulos y más locos que la Magdalena: ¡qué cosas le hemos dicho!
“Que nunca muramos por el pecado; que sea eterna nuestra resurrección espiritual. —Y (...) has besado tú las llagas de sus pies..., y yo más atrevido –por más niño– he puesto mis labios sobre su costado abierto”8.
— La luz de Cristo. La Resurrección, una fuerte llamada al apostolado.
Dice bellamente San León Magno9 que Jesús se apresuró a resucitar cuanto antes porque tenía prisa en consolar a su Madre y a los discípulos: estuvo en el sepulcro el tiempo estrictamente necesario para cumplir los tres días profetizados. Resucitó al tercer día, pero lo antes que pudo, al amanecer, cuando aún estaba oscuro10, anticipando el amanecer con su propia luz.
El mundo había quedado a oscuras. Solo la Virgen María era un faro en medio de tantas tinieblas. La Resurrección es la gran luz para todo el mundo: Yo soy la luz11, había dicho Jesús; luz para el mundo, para cada época de la historia, para cada sociedad, para cada hombre.
Ayer noche, mientras participábamos –si nos fue posible– en la liturgia de la Vigilia pascual, vimos cómo al principio reinaba en el templo una oscuridad total, imagen de las tinieblas en las que se debate la humanidad sin Cristo, sin la revelación de Dios. En un instante el celebrante proclamó la conmovedora y feliz noticia: La luz de Cristo, que resucita glorioso, disipe las tinieblas del corazón y del espíritu12. Y de la luz del cirio pascual, que simboliza a Cristo, todos los fieles recibieron la luz: el templo quedó iluminado con la luz del cirio pascual y de todos los fieles. Es la luz que la Iglesia derrama sobre toda la tierra sumida en tinieblas.
La Resurrección de Cristo es una fuerte llamada al apostolado: ser luz y llevar la luz a otros. Para eso hemos de estar unidos a Cristo. “Instaurare omnia in Christo, da como lema San Pablo a los cristianos de Éfeso (Ef 1, 10); informar el mundo entero con el espíritu de Jesús, colocar a Cristo en la entraña de todas las cosas. Si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad meipsum (Jn 12, 32), cuando sea levantado en alto sobre la tierra, todo lo atraeré hacia mí. Cristo con su Encarnación, con su vida de trabajo en Nazareth, con su predicación y milagros por las tierras de Judea y de Galilea, con su muerte en la Cruz, con su Resurrección, es el centro de la creación, Primogénito y Señor de toda criatura.
“Nuestra misión de cristianos es proclamar esa Realeza de Cristo, anunciarla con nuestra palabra y con nuestras obras. Quiere el Señor a los suyos en todas las encrucijadas de la tierra. A algunos los llama al desierto, a desentenderse de los avatares de la sociedad de los hombres, para hacer que esos mismos hombres recuerden a los demás, con su testimonio, que existe Dios. A otros, les encomienda el ministerio sacerdotal. A la gran mayoría, los quiere en medio del mundo, en las ocupaciones terrenas. Por lo tanto, deben estos cristianos llevar a Cristo a todos los ámbitos donde se desarrollan las tareas humanas: a la fábrica, al laboratorio, al trabajo de la tierra, al taller del artesano, a las calles de las grandes ciudades y a los senderos de montaña”13.
— Apariciones de Jesús: el encuentro con su Madre, a quien se aparece en primer lugar. Vivir este tiempo litúrgico muy cerca de la Virgen.
La Virgen, que estuvo acompañada por las santas mujeres en las horas tremendas de la crucifixión de su Hijo, no acompañó a estas en el piadoso intento de terminar de embalsamar el Cuerpo muerto de Jesús. María Magdalena y las demás mujeres que le habían seguido desde Galilea han olvidado las palabras del Señor acerca de su Resurrección al tercer día. La Virgen Santísima sabe que resucitará. En un clima de oración, que nosotros no podemos describir, Ella espera a su Hijo glorificado.
“Los evangelios no nos hablan de una aparición de Jesús resucitado a María. De todos modos, como Ella estuvo de manera especialmente cercana a la cruz del Hijo, hubo de tener también una experiencia privilegiada de su resurrección”14. Una tradición antiquísima de la Iglesia nos transmite que Jesús se apareció en primer lugar y a solas a su Madre. En primer término, porque Ella es la primera y principal corredentora del género humano, en perfecta unión con su Hijo. A solas, puesto que esta aparición tenía una razón de ser muy diferente de las demás apariciones a las mujeres y a los discípulos. A estos había que reconfortarlos y ganarlos definitivamente para la fe. La Virgen, que ya había sido constituida Madre del género humano reconciliado con Dios, no dejó en ningún momento de estar en perfecta unión con la Trinidad Beatísima. Toda la esperanza en la Resurrección de Jesús que quedaba sobre la tierra se había cobijado en su corazón.
No sabemos de qué manera tuvo lugar la aparición de Jesús a su Madre. A María Magdalena se le apareció de forma que ella no le reconoció en un primer momento. A los dos discípulos de Emaús se les unió como un hombre que iba de viaje. A los Apóstoles reunidos en el Cenáculo se les apareció con las puertas cerradas... A su Madre, en una intimidad que podemos imaginar, se le mostró en tal forma que Ella conociera, en todo caso, su estado glorioso y que ya no continuaría la misma vida de antes sobre la tierra15. La Virgen, después de tanto dolor, se llenó de una inmensa alegría. “No sale tan hermoso el lucero de la mañana –dice fray Luis de Granada–, como resplandeció en los ojos de la Madre aquella cara llena de gracias y aquel espejo sin mancilla de la gloria divina. Ve el cuerpo del Hijo resucitado y glorioso, despedidas ya todas las fealdades pasadas, vuelta la gracia de aquellos ojos divinos y resucitada y acrecentada su primera hermosura. Las aberturas de las llagas, que eran para la Madre como cuchillos de dolor, verlas hechas fuentes de amor; al que vio penar entre ladrones, verle acompañado de ángeles y santos; al que la encomendaba desde la cruz al discípulo ve cómo ahora extiende sus amorosos brazos y le da dulce paz en el rostro; al que tuvo muerto en sus brazos, verle ahora resucitado ante sus ojos. Tiénele, no le deja; abrázale y pídele que no se le vaya; entonces, enmudecida de dolor, no sabía qué decir; ahora, enmudecida de alegría, no puede hablar”16. Nosotros nos unimos a esta inmensa alegría.
Se cuenta que Santo Tomás de Aquino, cada año en esta fiesta, aconsejaba a sus oyentes que no dejaran de felicitar a la Virgen por la Resurrección de su Hijo17. Es lo que hacemos nosotros, comenzando hoy a rezar el Regina Coeli, que ocupará el lugar del Ángelus durante el tiempo Pascual: Alégrate, Reina del cielo, ¡aleluya!, porque Aquel a quien mereciste llevar dentro de ti ha resucitado, según predijo... Y le pedimos que nosotros resucitemos en íntima unión con Jesucristo. Hagamos el propósito de vivir este tiempo pascual muy cerca de Santa María.
1 Antífona de entrada de la Misa. Cfr. Lc 24, 34; Cfr. Apoc 1, 6. — 2 San Josemaría Escrivá, Santo Rosario, primer misterio glorioso. — 3 Cfr. 1 Cor 15, 14-17. — 4 Ef 2, 4-6. — 5 Cfr Hech 1, 22; 2, 32; 3, 15; etc. — 6 Hech 1, 3. — 7 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 102. — 8 ídem, Santo Rosario, primer misterio glorioso. — 9 San León Magno, Sermón 71, 2. — 10 Jn 20, 1. — 11 Jn 8, 12. — 12 Misal Romano, Vigilia pascual. — 13 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 105. —14 Juan Pablo II, Discurso en el santuario de Nª Sª de la Alborada, Guayaquil, 31-I-1985. — 15 Cfr. F. M. Willam, Vida de María, Herder, Barcelona 1974, p. 330. — 16 Fray Luis de Granada, Libro de la oración y meditación, Palabra, 2ª ed., Madrid 1979, 26, 4, 16. — 17 Cfr. Fr. J. F. P., Vida y misericordia de la Santísima Virgen, según los textos de Santo Tomás de Aquino, Segovia 1935, pp. 181-182.
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Otro comentario: San Gregoario de Nisa (c. 335-395), monje y
obispo
2ª Homilía para Pascua
2ª Homilía para Pascua
“Mira, hago nuevas todas las cosas”
(Ap 21,5)
Hoy es el primer día de otra creación. En este
día Dios crea "un cielo nuevo y una tierra nueva" (Is 65,17; Ap
21,1)… En este día es creado el hombre verdadero, el que es "a imagen y
semejanza de Dios" (Gn 1,26). Mira qué mundo se inaugura en este día, “este
día que el Señor ha hecho " (Sal. 117,24)… Este día abolió el dolor de la
muerte y dio a luz "al primogénito de entre los muertos" (Col 1,18).
En este día… la prisión de la muerte ha sido destruida, los ciegos recobran la
vista, "el sol que nace de lo alto, viene para socorrer a los que viven en
tinieblas y sombras de muerte" (Lc 1,78s)…
Apresurémonos, nosotros también, hacia la contemplación de este espectáculo extraordinario, para no ser adelantados por las mujeres. Tengamos en las manos los aromas que son la fe y la conciencia, porque allí está "El buen olor del Cristo" (Lc 24,1; 2Co 2,15). No busquemos más "Al Viviente entre los muertos" (Lc 24,5), porque el Señor rechaza al que le busca así, diciendo: "No me retengas" (Jn 20,17)… No representes más en tu fe su condición corporal de servidumbre, sino adora al que está en la gloria del Padre, en "condición de Dios"; y olvida "la condición del esclavo" (Ef. 2,6-7).
Escuchemos la buena noticia que nos trae María Magdalena, más rápida que el hombre gracias a su fe… ¿Qué buena noticia nos trae? aquella que no viene "de parte de los hombres, ni a través del hombre, sino por medio de Jesucristo" (Ga 1,1). "Escucha, dice ella, lo que el Señor nos ordenó deciros, a vosotros, a los que llama sus hermanos: ' subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro ' " (Jn 20,17). ¡Qué bella y buena noticia! El que, por nosotros se hizo como nosotros, con el fin de hacernos sus hermanos… atrae a todo el género humano con Él hacia el Padre verdadero… El, el primogénito de muchos hermanos (Rm 8,29), de la nueva creación atrajo hacia él la naturaleza entera.
Apresurémonos, nosotros también, hacia la contemplación de este espectáculo extraordinario, para no ser adelantados por las mujeres. Tengamos en las manos los aromas que son la fe y la conciencia, porque allí está "El buen olor del Cristo" (Lc 24,1; 2Co 2,15). No busquemos más "Al Viviente entre los muertos" (Lc 24,5), porque el Señor rechaza al que le busca así, diciendo: "No me retengas" (Jn 20,17)… No representes más en tu fe su condición corporal de servidumbre, sino adora al que está en la gloria del Padre, en "condición de Dios"; y olvida "la condición del esclavo" (Ef. 2,6-7).
Escuchemos la buena noticia que nos trae María Magdalena, más rápida que el hombre gracias a su fe… ¿Qué buena noticia nos trae? aquella que no viene "de parte de los hombres, ni a través del hombre, sino por medio de Jesucristo" (Ga 1,1). "Escucha, dice ella, lo que el Señor nos ordenó deciros, a vosotros, a los que llama sus hermanos: ' subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro ' " (Jn 20,17). ¡Qué bella y buena noticia! El que, por nosotros se hizo como nosotros, con el fin de hacernos sus hermanos… atrae a todo el género humano con Él hacia el Padre verdadero… El, el primogénito de muchos hermanos (Rm 8,29), de la nueva creación atrajo hacia él la naturaleza entera.
Otro comentario: Mons. Joan Enric VIVES i
Sicília Obispo de Urgell (Lleida, España)
Entró
también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y
creyó
Hoy «es el día que
hizo el Señor», iremos cantando a lo largo de toda la Pascua. Y es que esta
expresión del Salmo 117 inunda la celebración de la fe cristiana. El Padre ha
resucitado a su Hijo Jesucristo, el Amado, Aquél en quien se complace porque ha
amado hasta dar su vida por todos.
Vivamos la Pascua con mucha alegría. Cristo ha resucitado: celebrémoslo llenos de alegría y de amor. Hoy, Jesucristo ha vencido a la muerte, al pecado, a la tristeza... y nos ha abierto las puertas de la nueva vida, la auténtica vida, la que el Espíritu Santo va dándonos por pura gracia. ¡Que nadie esté triste! Cristo es nuestra Paz y nuestro Camino para siempre. Él hoy «manifiesta plenamente el hombre al mismo hombre y le descubre su altísima vocación» (Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes 22).
El gran signo que hoy nos da el Evangelio es que el sepulcro de Jesús está vacío. Ya no tenemos que buscar entre los muertos a Aquel que vive, porque ha resucitado. Y los discípulos, que después le verán Resucitado, es decir, lo experimentarán vivo en un encuentro de fe maravilloso, captan que hay un vacío en el lugar de su sepultura. Sepulcro vacío y apariciones serán las grandes señales para la fe del creyente. El Evangelio dice que «entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó» (Jn 20,8). Supo captar por la fe que aquel vacío y, a la vez, aquella sábana de amortajar y aquel sudario bien doblados eran pequeñas señales del paso de Dios, de la nueva vida. El amor sabe captar aquello que otros no captan, y tiene suficiente con pequeños signos. El «discípulo a quien Jesús quería» (Jn 20,2) se guiaba por el amor que había recibido de Cristo.
“Ver y creer” de los discípulos que han de ser también los nuestros. Renovemos nuestra fe pascual. Que Cristo sea en todo nuestro Señor. Dejemos que su Vida vivifique a la nuestra y renovemos la gracia del bautismo que hemos recibido. Hagámonos apóstoles y discípulos suyos. Guiémonos por el amor y anunciemos a todo el mundo la felicidad de creer en Jesucristo. Seamos testigos esperanzados de su Resurrección.
Vivamos la Pascua con mucha alegría. Cristo ha resucitado: celebrémoslo llenos de alegría y de amor. Hoy, Jesucristo ha vencido a la muerte, al pecado, a la tristeza... y nos ha abierto las puertas de la nueva vida, la auténtica vida, la que el Espíritu Santo va dándonos por pura gracia. ¡Que nadie esté triste! Cristo es nuestra Paz y nuestro Camino para siempre. Él hoy «manifiesta plenamente el hombre al mismo hombre y le descubre su altísima vocación» (Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes 22).
El gran signo que hoy nos da el Evangelio es que el sepulcro de Jesús está vacío. Ya no tenemos que buscar entre los muertos a Aquel que vive, porque ha resucitado. Y los discípulos, que después le verán Resucitado, es decir, lo experimentarán vivo en un encuentro de fe maravilloso, captan que hay un vacío en el lugar de su sepultura. Sepulcro vacío y apariciones serán las grandes señales para la fe del creyente. El Evangelio dice que «entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó» (Jn 20,8). Supo captar por la fe que aquel vacío y, a la vez, aquella sábana de amortajar y aquel sudario bien doblados eran pequeñas señales del paso de Dios, de la nueva vida. El amor sabe captar aquello que otros no captan, y tiene suficiente con pequeños signos. El «discípulo a quien Jesús quería» (Jn 20,2) se guiaba por el amor que había recibido de Cristo.
“Ver y creer” de los discípulos que han de ser también los nuestros. Renovemos nuestra fe pascual. Que Cristo sea en todo nuestro Señor. Dejemos que su Vida vivifique a la nuestra y renovemos la gracia del bautismo que hemos recibido. Hagámonos apóstoles y discípulos suyos. Guiémonos por el amor y anunciemos a todo el mundo la felicidad de creer en Jesucristo. Seamos testigos esperanzados de su Resurrección.
Otro comentario: Fray Josep Mª MASSANA i
Mola OFM (Barcelona, España)
La
Resurrección de Jesucristo
Hoy, en esta
mañana de Pascua, vemos mucho movimiento: una mujer va de su casa al sepulcro,
y del sepulcro a donde los Apóstoles. Pedro y Juan corren a la tumba,
verifican, ven. Y sobre todo, después de unos momentos entre la duda y la
esperanza, "ven" con los ojos de su espíritu, y creen en la
resurrección de Jesús.
Entre tanto movimiento, el mayor, el más decisivo, fue el de Jesús. Después del viernes de pasión y muerte en la cruz, y del sábado de “reposo” y silencio, salió de la tumba vivo y resucitado, dejando mortajas y sudario bien ordenados en su lugar, dándonos con su resurrección la prueba más clara de su divinidad.
—Señor Jesús, creemos que tu resurrección es la garantía de la nuestra, porque tu has dicho que eres la Resurrección y la Vida, y que el que cree en Ti, aunque muera vivirá, y tú lo resucitarás en último día.
Entre tanto movimiento, el mayor, el más decisivo, fue el de Jesús. Después del viernes de pasión y muerte en la cruz, y del sábado de “reposo” y silencio, salió de la tumba vivo y resucitado, dejando mortajas y sudario bien ordenados en su lugar, dándonos con su resurrección la prueba más clara de su divinidad.
—Señor Jesús, creemos que tu resurrección es la garantía de la nuestra, porque tu has dicho que eres la Resurrección y la Vida, y que el que cree en Ti, aunque muera vivirá, y tú lo resucitarás en último día.
Otro comentario: Fray Josep Mª MASSANA i Mola OFM (Barcelona, España)
Vigilia
pascual·A (Mt 28,1-10): No está aquí, ha resucitado
Hoy, en el
Evangelio de la Vigilia pascual, late un gran dinamismo: dos mujeres corren
hacia el sepulcro, un terremoto, un ángel hacer rodar la piedra, unos guardas
asustados caen como muertos. Y Jesús, vivo y resucitado, se hace compañero de
camino de aquellas mujeres…
La mujeres son las primeras en experimentar la resurrección de Jesús, y esto sólo viendo el sepulcro vacío y al ángel que les anuncia: «Vosotras no temáis, pues sé que buscáis a Jesús, el Crucificado; no está aquí, ha resucitado, como lo había dicho…» (Mt 28,5-6). Son también las primeras en dar testimonio de su experiencia: «Id enseguida a decir a sus discípulos: ‘Ha resucitado’» (Mt 28,7).
Enseguida creen. Pero su fe es una mezcla de miedo y de alegría. Sentían miedo por las palabras del ángel, con un anuncio que va más allá de las expectativas humanas. Y alegría por la certeza de la resurrección del Señor, porque las Escrituras se habían cumplido, por el inmenso privilegio de la primicia pascual que han recibido. La fe, pues, aún produciendo una gran alegría interior, no excluye el miedo.
Se van a anunciar aquella experiencia del Resucitado, que han hecho sin haberlo visto. Jesús les premia esta fe y se les aparece mientras van por el camino.
El centro de toda la experiencia de fe no es en primer lugar una doctrina ni unos dogmas. Es la persona de Jesús. La fe de las dos mujeres del Evangelio de hoy está centrada en Él, en su persona y en nada más. ¡Lo han experimentado vivo y van a anunciarlo vivo!
Otra mujer, santa Clara, escribía a santa Inés de Praga que debía centrarse en Jesús resucitado: «Observad, considerad i contemplad a Jesucristo (…). Si sufrís con Él, reinaréis también con Él; si con Él lloráis, con Él gozaréis; si morís con Él en la cruz de la tribulación, poseeréis con Él las eternas moradas».
La mujeres son las primeras en experimentar la resurrección de Jesús, y esto sólo viendo el sepulcro vacío y al ángel que les anuncia: «Vosotras no temáis, pues sé que buscáis a Jesús, el Crucificado; no está aquí, ha resucitado, como lo había dicho…» (Mt 28,5-6). Son también las primeras en dar testimonio de su experiencia: «Id enseguida a decir a sus discípulos: ‘Ha resucitado’» (Mt 28,7).
Enseguida creen. Pero su fe es una mezcla de miedo y de alegría. Sentían miedo por las palabras del ángel, con un anuncio que va más allá de las expectativas humanas. Y alegría por la certeza de la resurrección del Señor, porque las Escrituras se habían cumplido, por el inmenso privilegio de la primicia pascual que han recibido. La fe, pues, aún produciendo una gran alegría interior, no excluye el miedo.
Se van a anunciar aquella experiencia del Resucitado, que han hecho sin haberlo visto. Jesús les premia esta fe y se les aparece mientras van por el camino.
El centro de toda la experiencia de fe no es en primer lugar una doctrina ni unos dogmas. Es la persona de Jesús. La fe de las dos mujeres del Evangelio de hoy está centrada en Él, en su persona y en nada más. ¡Lo han experimentado vivo y van a anunciarlo vivo!
Otra mujer, santa Clara, escribía a santa Inés de Praga que debía centrarse en Jesús resucitado: «Observad, considerad i contemplad a Jesucristo (…). Si sufrís con Él, reinaréis también con Él; si con Él lloráis, con Él gozaréis; si morís con Él en la cruz de la tribulación, poseeréis con Él las eternas moradas».
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