lunes, 21 de abril de 2014

La gravedad del pecado de Judas




OBJECIONES A PROPÓSITO DE JUDAS Y SU PECADO

  Más dirá alguno: —Pues si estaba escrito que todo eso tenía que sufrir Cristo, ¿por qué se le acusa a Judas? En realidad, él no hizo sino cumplir lo que estaba escrito. —Más no lo hizo con esa intención, sino por malicia. Y si no miras al blanco de las acciones, aun al diablo absolverás de toda culpa.

  Pero no, no es así, no es así. Lo mismo el diablo que Judas merecen infinitos castigos, 
aun cuando se salvó la tierra. Porque no nos salvó la traición de Judas, sino la sabiduría de Cristo y la traza admirable de su providencia, que supo aprovechar para nuestra conveniencia las maldades de los otros. — ¿Pues qué? —dirás—. Si Judas no le hubiera traicionado, ¿no le hubiera traicionado otro? — ¿Y qué tiene esto que ver con la cuestión? —Sí, porque si Cristo tuvo que ser crucificado, por alguien tuvo que serlo. Y si tuvo que serlo por alguien, forzosamente por alguien de la calaña de Judas. De haber sido todos buenos, se hubiera entorpecido la economía de nuestra salvación. — ¡De ninguna manera! Porque el que es infinitamente sabio sabía, aun sin darse la traición de Judas, cómo disponer y ordenar nuestra salvación.

  Trazas tiene e incomprensible es su sabiduría. Por ello justamente, para que nadie piense que Judas fue ministro de su economía redentora, el Señor pronuncia sobre él su palabra de ¡ay de aquel hombre!

  Pero dirás nuevamente: —Si a Judas le hubiera valido más no haber nacido, ¿por qué le dejó Dios venir al mundo a él y a los malos todos? —A los malos mismos tendrías que acusar; pues, estando en su mano no haberlo sido, se hicieron malos. Pero tú dejas a éstos y te metes a averiguar curiosamente los misterios de Dios. Y, sin embargo, tú sabes que nadie es malo por necesidad. —Pero habían de nacer sólo los buenos —me dices—, y en este caso no habría necesidad del infierno, de castigo ni de suplicios, y no se vería rastro de maldad.

  Los malos, sin embargo, o no debieran nacer o, apenas nacidos, salir inmediatamente de la vida. —En primer lugar, hay que decirte aquello del Apóstol: Más bien, ¡oh hombre!, ¿tú quién eres, que le replicas a Dios? ¿Acaso dirá la figura a quien la plasma: Por qué me has hecho así? (Rom 9, 20) Pero, si exiges también razones, te podemos decir que, estando entre malos, son más de admirar los buenos, pues entonces señaladamente dan muestras de sí su paciencia y su mucha filosofía. Más tú, al razonar de esa manera, quitas toda ocasión de lucha y de combate.

   —Entonces —me dices — ¿para que los buenos brillen son castigados los malos? — ¡De ninguna manera! Los malos son castigados por su maldad, porque no son malos por el mero hecho de venir al mundo, sino que se han hecho tales por su negligencia, y por ello son castigados. En efecto, ¿cómo no han de merecer castigo, pues, habiendo tenido tantos maestros de virtud, no sacaron provecho alguno? Porque como los buenos merecen doblada gloria, no sólo por haber sido buenos, sino por no haber sufrido daño de su convivencia con los malos; así los malos merecen doblado castigo; primero, por haber sido malos, cuando pudieran haber sido buenos, como lo prueban los que lo fueron; y luego, por no haberse aprovechado de su convivencia con los buenos.

  Pero veamos ya qué es lo que dice este infortunado de Judas: ¿Qué es, pues, lo que dice? ¿Por ventura soy yo, Señor? —Y ¿por qué no preguntó eso desde el principio? —Porque pensó quedar oculto al decir el Señor: Uno de vosotros; pero cuando se vio descubierto, se atrevió a preguntar nuevamente, esperando de la mansedumbre de su maestro que no le reprendería. De ahí que también le llame Rabbí.


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