Pedido de oración por el Santo Padre
a todas las Capillas de Adoración Perpetua |
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El Cardenal D. Antonio Cañizares,
Prefecto del Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos, pidió –y lo hizo con mucho énfasis resaltando la necesidad y la urgencia- que en todos las Capillas de AEP se rece por el Santo Padre, en todos los turnos y en todo el mundo. Está siendo muy atacado. Como Prefecto de la Congregación, recibió los días 23 y 24 de abril en Roma la visita de la Comunidad de Misioneros del Santísimo Sacramento -cuyo carisma es la promoción, organización y fundación de la Adoración Perpetua en las Parroquias y en las diócesis- y pidió que en todas las Capillas de Adoración Perpetua, en todos los turnos, se rece por el Santo Padre que, como sabemos, está siendo muy atacado. Les transmitimos su pedido, el cual fue percibido por la Comunidad, por la insistencia, como muy urgente. |
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En su
reciente carta a los sacerdotes y fieles de la arquidiócesis de Toledo, entre
otros conceptos, agregó:
"Quered mucho y apoyad al Papa. Queredlo muchísimo, orad para que Dios le consuele, le fortalezca, le dé sabiduría, nos lo conserve y proteja, para el bien del mundo y de la Iglesia. Con mi gratitud y bendición para todos". Queridos hermanos, pongamos esta intención como prioridad de las Horas Santas, muchas gracias, rogamos su difusión.
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ADORACIÓN DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO
Algunas iglesias protestantes en Suecia conservan su antigua
estructura católica. Al entrar en una de ellas fuera de las horas de culto se
palpa un gran vacío. Falta el Santísimo, que tanto calor da a nuestras iglesias
y capillas. Maravilloso entrar en una iglesia católica en cualquier momento y
ver una lucecita que silenciosamente anuncia “El Señor está aquí”. Mucho más
maravilloso entrar en una humilde capilla y contemplar el Santísimo
expuesto.
Si Salomón volviese a Jerusalén en toda su gloria, muchos irían
a verlo, escucharlo y admirarlo. “Aquí hay uno que es más que Salomón” (Mt
12,42). ¡Y lo tenemos tan cerca! Por fortuna, son muchos los que en nuestros
días sienten una fuerte llamada, como María de Betania: “El Maestro está aquí y
te llama” (Jn 11,28). ¡No le dejemos solo! ¡El tiene tantas cosas que
enseñarnos! Solo él conoce todo el misterio de Dios y de nuestra vida.
Juan Pablo II: “El culto que se da a la eucaristía fuera de la
misa es de un valor inestimable en la vida de la Iglesia... Es hermoso estar
con él y, reclinados sobre su pecho como el discípulo predilecto, palpar el
amor infinito de su corazón.” (Ecclesia de Euc. 25). Para palpar ese amor hay
que escuchar los latidos de ese corazón. Ello sólo es posible en el más
profundo silencio. Cuando entramos en el silencio de Jesús eucaristía, nos
adentramos en la eternidad. Palpamos el amor que arde en el corazón de Dios;
experimentamos paz, serenidad, salud; recibimos una fuerza que no es de este
mundo, fuerza capaz de superar todos los obstáculos del mundo.
¡Impresionante el silencio de Jesús en la Eucaristía, por 2000
años! Silencio que grita en favor de la humanidad con tanta fuerza, que jamás
se oyen las amenazas y lamentos de parte de Dios tan frecuentes en el antiguo
testamento.
¿Queremos aprender a interceder? Jesús es el mejor maestro, la Eucaristía la mejor escuela. Acudamos ahí. Ahondando en ese silencio
eucarístico, uno se olvida de sus problemas, deseos y proyectos... tan
estrechos y mezquinos. Uno siente la llamada a interceder por cierta persona,
necesidad, causa o país, por la Iglesia, por la humanidad. Tarde o temprano uno
descubre que la intercesión más poderosa se hace desde el silencio sagrado de
la Eucaristía.
El Papa Benedicto recibió a cien mil niños en la Plaza de san
Pedro. Dialogando con ellos, anunció iba a haber adoración con el Santísimo. Un
niño le preguntó, “¿Qué es adoración?” “Abrazarte a Jesús y decirle: soy tuyo,
quédate siempre conmigo”.
La obra más grandiosa de Dios, la Encarnación, se realiza en
silencio, oscuridad, humildad. Para ella se sirve Dios de una mujer pobre y
humilde. “¿Cómo será esto?”, pregunta María. “El Espíritu Santo vendrá sobre
ti” (Lc 1,34s). El Espíritu se encarga de las grandes maravillas de Dios, como
la presencia eucarística de Jesús entre nosotros.
Todos los acontecimientos de la historia suceden una vez, en un
momento dado, luego son absorbidos por el pasado. Todo pasa. Pero hay un
acontecimiento que sucedió hace 2000 años y que no pasa: se mantiene
presente y actual a lo largo de los siglos. Es el misterio pascual de Cristo.
“Su muerte fue un morir al pecado de una vez para siempre; su vida es un vivir
para Dios” (Rm 6,10). “Cristo penetró en el santuario una vez para siempre, no
con sangre de machos cabríos, sino con su propia sangre consiguiendo la
liberación definitiva” (Hb 9,12). Al penetrar en el santuario de la eternidad
todos los acontecimientos en la vida de Cristo participan de la eternidad, y se
mantienen siempre presentes.
Juan Pablo II: “Todo lo
que Cristo es, todo o que hizo y padeció por los hombres participa de la
eternidad divina y domina así todos los tiempos. Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, memorial de la muerte y resurrección de su Señor, se hace realmente
presente este acontecimiento central de salvación, y se realiza la obra de
nuestra redención. Este sacrificio es tan decisivo para la salvación del género
humano, que Jesucristo lo ha realizado y vuelto al Padre sólo después de
habernos dejado el medio para participar de él, como si hubiéramos estado
presentes. Así todo fiel puede participar en él y obtener sus frutos
inagotablemente” (n.11).
En la Eucaristía se encuentra como condensada toda la vida de
Cristo Salvador. La encarnación, su nacimiento e infancia, la proclamación de
la buena nueva, crucifixión, resurrección... todos los acontecimientos, todos
los momentos de la vida de Jesús perduran y se hacen presentes en la
eucaristía. Ahí podemos vivir con Jesús cualquier momento de su vida,
especialmente su pasión y gloriosa resurrección.
Santa Teresa se ríe de los que se lamentan no haber vivido en
los tiempos de Cristo. Sin fe de nada les hubiese servido. Ahora en la Eucaristía lo tenemos más cerca; y con una fe viva, más accesible.
Según una vieja leyenda del Tibet, Buda disparó una flecha. Allí
donde la flecha cayó brotó un manantial. A quien se lava en él, se le perdonan
todos los pecados de modo que puede presentarse limpio ante Dios. Algunos
devotos recorren selvas, valles y montañas en busca del prodigioso manantial.
Hasta le fecha nadie ha dado con él.
¡Qué afortunados nosotros, los cristianos: conocemos un
manantial capaz de borrar todos nuestros pecados y los del mundo entero! Cuando
Jesús estaba ya muerto, víctima de nuestros pecados, “uno de los soldados le
traspasó el costado con una lanza, y al punto salió sangre y agua” (Jn 19,34).
Y el evangelista recuerda la profecía, que dice, “Mirarán al que traspasaron”
Jn 19,37). Cuando con fe y amor contemplamos a Jesús en el Santísimo Sacramento
se cumple esta profecía, y nos encontramos ante la fuente de toda gracia, de
salud, de vida.
La contemplación del Santísimo Sacramento es, a su vez, una
profecía, porque anuncia lo que haremos por toda la eternidad. En el cielo
cesará la inmolación del Cordero. Pero nunca cesará la contemplación del
Cordero que se inmoló por nosotros, resucitó, vive y reina para siempre. Con
gratitud y gozo infinitos le cantaremos todos. (Ap 5,6ss).
Es interesante notar cómo Jesús resucitado se aparece a sus más
íntimos amigos, y estos no le reconocen de inmediato; lo toman por un
hortelano, un peregrino, un cocinero, un desconocido... Jesús resucitado se
puede confundir con cualquiera, porque se ha identificado con todos. En la
Eucaristía es Jesús resucitado a quien contemplamos y veneramos. Su rostro está
oculto. Pero en ese rostro se pueden ver todos los rostros humanos. Algunos muy
desfigurados por el pecado. Pero todos redimidos en la sangre de Jesús y
sumergidos en un océano sin límites de misericordia divina.
Escribe la Beata Isabel de la Trinidad en un Jueves Santo: “¡Qué
momento más sublime acabo de pasar contigo! Amor divino, ¡qué lágrimas tan
dulces y suaves he derramado en tu compañía! Perdón, perdón por los pecadores.
He suplicado tanto a Dios cuando permanecías en mi corazón... He dicho a ese
Padre Omnipotente que no podía negarme nada, pues se lo pedía en tu nombre...
Cuando esta mañana he visto a tantos hombres acercarse a la mesa eucarística,
he llorado de alegría. Me pareció, sin embargo, que en el fondo de mi alma me
recordabas a los ausentes. Amor mío, perdónales; admite el consuelo de quienes
te aman”.
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LA
ESENCIA DE LA FE
La
Eucaristía no es algo importante, sino imprescindible, para vivir nuestra fe.
La Eucaristía es la esencia y fundamento de nuestra fe cristiana, porque sin
Cristo, no hay cristianismo. Y la Eucaristía es el mismo Cristo en persona. No
basta con creer en Cristo de modo teórico, es necesario amarlo personalmente y
tenerle el máximo respeto.
Santa
Margarita María de Alacoque (1647-1690) decía: Mi soberano Señor no ha cesado
nunca de reprenderme directamente mis faltas. Lo que más le desagrada y de lo
que me ha reprendido siempre con mayor severidad es la falta de atención y de
respeto en presencia del Santísimo Sacramento, especialmente en el tiempo de la
oración. ¡Ay de mí! De cuántas gracias me he privado por una distracción, por
una mirada curiosa, por una posición más cómoda y menos respetuosa.
Santa
Faustina Kowalska nos dice: Hoy, después de la comunión, Jesús me ha dicho: Has
de saber, hija mía, que cuando llego a un corazón humano que me recibe en la
santa comunión, tengo las manos llenas de toda clase de gracias y deseo
dárselas, pero las almas ni siquiera me prestan atención. Me dejan solo,
piensan en otras cosas. ¡Oh, qué triste para Mí que me traten como a una cosa
muerta!.
Hija
mía, no dejes la santa comunión a no ser que estés segura de haber caído
gravemente. Fuera de esto, no te detenga ninguna duda para unirte a Mí en la
comunión. Tus pequeños defectos desaparecerán en mi amor como una pajita
arrojada a un gran fuego. Debes saber que me entristeces mucho, cuando no me
recibes en la comunión.
El
santo cura de Ars aconsejaba: Para acercarte a la comunión, te levantarás con
gran modestia, te arrodillarás en presencia de Jesús sacramentado, pondrás todo
tu esfuerzo en avivar tu fe. Tu mente y tu corazón deben estar centrados en
Jesús. Cuida de no volver la cabeza a uno y otro lado. Si debes esperar algunos
instantes, excita en tu corazón un ferviente amor a Jesucristo. Suplícale que
se digne venir a tu pobre corazón. Y, después de haber tenido la inmensa dicha
de comulgar, te levantarás con modestia, volverás a tu sitio y te pondrás de
rodillas. Debes conversar unos momentos con Jesús, al que tienes la dicha de
albergar en tu corazón donde durante un cuarto de hora, está en cuerpo y alma
como en su vida mortal.
Carlo
Carretto, el gran escritor italiano, nos dice: Quisiera decir a todos aquellos
que dejan solitario a Jesús en el sagrario: Imaginad que la fe de la Iglesia
sea cierta. En tal caso, ¿no estaría justificado venir a quedarse junto a Él?
Yo creo que Jesús está presente en la Eucaristía. ¡Cuánto me ha ayudado esta
fe! ¡Cuánto debo a esta presencia! Es aquí delante, donde aprendí a orar. La
Eucaristía es la mejor puerta de acceso a Dios. ¡Cuánta dulzura he sentido en
la presencia de Jesús Eucaristía! ¡Qué bien he comprendido la razón de los
santos para quedarse en contemplación ante este pan, implorando, adorando y
amando!.
Santa
Teresita de los Andes, la santa chilena, muerta a los 19 años, decía: Quisiera
hacer comprender a todos que la Eucaristía es un cielo, puesto que el cielo no
es sino un sagrario sin puertas, una Eucaristía sin velos, una comunión sin
término. La venerable María Angélica Álvarez Icaza (1887-1978), la santa
mexicana fundadora del Monasterio de la Visitación de la ciudad de México,
escribió: Hoy he sentido de modo inefable la real presencia de Jesús en la
Eucaristía, tan sensible como se siente la presencia de una persona viva al
acercarse a ella. Así siento a mi Amado, al acercarme al sagrario. Siento algo
así como su calor, su respiración, su vida. No puedo explicar cómo es esto,
pero repito que lo siento como se siente a una persona viva.
Y
¡cuánto amor y cuántas bendiciones recibimos al comulgar! Deberíamos tener
verdaderas ansias de comulgar como los santos. La Venerable Sor Teresa María de
Jesús Ortega dice así: Vino la guerra civil y Teruel, donde yo estaba, quedó
cercado por los rojos. La angustia más dura era la comunión diaria. Comulgar...,
por encima de todo, comulgar. No había formas. No había máquinas para hacer
formas. No había. No había... tantas cosas. Pero había una cosa: hambre y sed
de Dios. Había que comulgar, había que hacer lo imposible. Era el grito del
alma, era la necesidad de la vida. ¡Comulgar, comulgar! Por encima de todo,
comulgar. ¿Qué sería la vida sin comunión?
Busqué
dos planchas de carbón y las calentaba en un fuego que había por allí, busqué
harina y un poco de agua. Con esa harina y esa agua hacía una masa y la metía
entre las dos planchas. Salían unas formas empolvadas, deformes, pero Dios
bajaba allí. El padre franciscano las consagraba a diario. ¡Qué misterio! No
faltó un solo día la comunión. Faltó todo..., pan, agua, descanso, pero Dios no
faltó, porque tenía Él más sed de nosotras que nosotras de Él.
Un
día, haciendo esas formas tan sin forma, se cayó el techo encima. El techo y
las paredes... La masa quedó convertida en algo negro, no servía para nada.
Había que peregrinar de nuevo a otro rinconcito para seguir haciendo pan y
poder alimentar nuestra alma de Dios. Pero se acabó el asedio y me metieron en
la cárcel... ¡Un mes sin comulgar! Al salir de la cárcel, alguien me dio una
cajita muy chica, pero llena de hostias consagradas. La llevaba a todas partes.
¡Cuántas comuniones ocultas! ¡Cuántos repartos diarios! ¡Qué comuniones de
catacumbas! Paseaba por Valencia con el misterio... ¡Qué procesión del Corpus
entre aquellos milicianos rojos! Él iba oculto y paseaba por las calles sin que
nadie lo supiera. ¡Misterios invisibles! ¡Qué bueno eres Señor! Estás loco de
amor por tus criaturas.
Al
menos visitemos a Jesús todos los días en el sagrario. ¿Acaso no tenemos nada
que pedir o nada que agradecer?
San
Juan Bosco decía a sus jóvenes: ¿Queréis abundancia de gracias? Visitad a Jesús
sacramentado con frecuencia. ¿Queréis pocas? Sed mezquinos en visitarlo. ¿No
queréis ninguna? Pasad de largo.
El
beato Manuel González repetía: ¡Ahí está Jesús! ¡Ahí está! ¡No lo dejen
abandonado! Cuando en 1912 lo enviaron a dar una misión popular a Palomares del
Río (Sevilla) se sintió estremecido por el abandono del sagrario. Dice así:
Fuime
derecho al sagrario de la restaurada iglesia en busca de alas a mis casi caídos
entusiasmos... y ¡qué sagrario! Allí de rodillas, ante aquel montón de harapos
y suciedades, mi fe veía a través de aquella puertecilla apolillada, a un Jesús
tan callado, tan paciente, tan desairado, tan bueno que me miraba. Parecíame
que, después de recorrer con su vista aquel desierto de almas, pasaba su mirada
entre triste y suplicante, que me decía mucho y me pedía más..., una mirada en
la que se reflejaba todo lo triste del Evangelio. De mí sé deciros que aquella
tarde, en aquel rato de sagrario, yo entreví para mi sacerdocio una ocupación
en la que antes no había soñado. Ser cura de un pueblo que no quisiera a
Jesucristo para quererlo yo por todo el pueblo, emplear mi sacerdocio en cuidar
a Jesucristo en las necesidades que su vida de sagrario le ha creado,
alimentarlo con mi amor, calentarlo con mi presencia, entretenerlo con mi
conversación, defenderlo contra el abandono y la ingratitud.
¡Ay!
¡Abandono del sagrario, cómo te quedaste pegado a mi alma! ¡Ay! ¡Qué claro me
hiciste ver todo el mal que de ahí salía y todo el bien que por él dejaba de
recibirse!
El
cristianismo es el sagrario y el sagrario no es el remate, el broche de oro,
sino que es todo el cristianismo, el principio y el fin y la razón de ser. Yo
no puedo pensar qué sería un cristianismo sin Eucaristía, porque el fundador no
quiso que lo hubiera. A más frecuencia del sagrario, más cristianismo; a menos
sagrario, menos cristianismo.
¡Si supieras la diferencia que hay entre los sabios de biblioteca y los sabios del
sagrario! ¡Si supieras, todo lo que un rato de sagrario da de luz a la
inteligencia, de calor a un corazón, de aliento a un alma, de suavidad y fruto
a una Obra! ¡Si supieras tú el valor que infunde ese rato de rodillas ante el
sagrario!.
Por
eso, quiero ser enterrado junto a un sagrario para que mis huesos, después de
muerto, como mi lengua y mi pluma en vida, estén siempre diciendo a los que
pasan: Ahí está Jesús. Ahí está. No lo dejen abandonado.
¡Cuántas
bendiciones nos perdemos por no amar más a Jesús Eucaristía! ¡Cuántas misas y
comuniones y visitas perdidas para siempre por no haber puesto un poquito más
esfuerzo de nuestra parte! Jesús es nuestro amigo, nuestro vecino, nuestro
Dios, que nos espera pacientemente en el sagrario para enriquecernos con sus
dones. Y pasamos de largo... ¡Cuántas bendiciones nos perdemos! ¡Cuán solo se siente
Jesús en el sagrario! ¡Cuántas iglesias cerradas durante el día y Él esperando!
¡Qué pocos van a visitarlo y a recibirlo en la comunión con verdadera fe y
amor! ¡Vayamos nosotros a visitarlo y hacerle compañía, porque Él no se dejará
ganar en generosidad!
Haste un tiempo y visítalo y veraz como cambia tu vida.
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martes, 21 de febrero de 2012
La Adoración - 4° Parte
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