Frutos de la adoración y de la Adoración Perpetua
La adoración aporta ante todo llegar
a la intimidad con el Señor y ahondar tal intimidad. Para ningún adorador Jesús
es un extraño. La adoración permite vivir más intensamente, con mayor
participación, las celebraciones eucarísticas.
Quien adora encuentra paz, una paz desconocida para el mundo.
Son muchísimos los testimonios en ese sentido. Personas que nunca pisaron una
iglesia y que de pronto por alguna circunstancia o porque el Señor las atrajo
entraron a la capilla de adoración y encontraron la paz para ellos desconocida,
la que sólo puede dar el Señor.
La capilla de adoración perpetua ofrece a todos una estación
para detenerse en el camino frenético de la vida. Les ofrece un espacio para
reflexionar y dejarse interpelar por la presencia del Dios que nos ha creado y
que nos salva.
La capilla siempre disponible es espacio de encuentro y de
reposo en el camino, porque allí está Aquél que nos ofrece la paz verdadera, no
como la que nos ofrece el mundo.
Resulta asombroso ver cuántas personas anónimas pasan y se
detienen en la silenciosa capilla en la que el Santísimo está siempre expuesto
y transcurren un tiempo considerable, inmersas en su mundo interior. Muchas
veces se trata de personas que vienen de lugares muy distantes, aún de no
católicos, o invitadas por amigos. Muchas entran “porque sí, por azar” y se ven
atraídas por el poder invisible e irresistible del Señor.
Otro beneficio que se da donde la adoración perpetua es
establecida es el servicio de orientación espiritual y de confesiones.
La adoración eucarística en general, y la perpetua en
particular, favorecen la participación del sacrificio eucarístico en la Misa en
la medida en que la adoración significa permanencia con Aquel a quien se ha
encontrado en la comunión sacramental.
Mediante la adoración perpetua se descubre y promueve la unidad
en torno a Jesucristo Eucaristía al volverse los adoradores conscientes de
formar parte de una fraternidad eucarística, de cada uno ser un eslabón de la
cadena ininterrumpida de adoración.
Los frutos son incontables: de conversión, de salvación, de
sanación de viejas heridas, de perdón, de reconciliación, nacimiento de
vocaciones a la vida religiosa o al matrimonio.
Ya Juan Pablo II en su encíclica Ecclesia de Eucharistia decía: “El culto a la Eucaristía fuera
de la Misa es de inestimable valor en la vida de la Iglesia...Es bello quedarse
con Él e inclinados sobre su pecho, como el discípulo predilecto, ser tocados
por el amor infinito de su corazón... Hay una necesidad renovada de permanecer
largo tiempo, en conversación espiritual, en adoración silenciosa, en actitud
de amor, ante Cristo presente en el Santísimo Sacramento”. Y agregaba:
“¡Cuántas veces, mis queridos hermanos y hermanas, he hecho esta experiencia y
de ella he sacado fuerzas, consuelo, sostén!” (EE n.25).
Hoy, más que nunca, debemos recuperar todo el respeto y el amor
hacia la Eucaristía y para ello empezar con tomar conciencia del infinito bien
que se nos ha dado. El Magisterio de la Iglesia insiste en –como decía el Juan
Pablo II en su Carta apostólica sobre el año eucarístico 2004- recuperar el
“estupor eucarístico”. La rutina de las celebraciones hace que se pierda ese
estupor, ese asombro por el mayor don que Dios nos ha hecho luego de su
Encarnación y consecuenta con ella y con su sacrificio redentor.
1. La adoración del Santísimo es fuente de sanación y
liberación interior. Ya en los primeros siglos del cristianismo, el cuerpo del
Señor se reservaba, después de la celebración, para poder llevarlo a los
enfermos. Podemos decir que son los enfermos los que han motivado la presencia
permanente del Santísimo Sacramento. Y ahí continúa Jesús acogiendo a los
enfermos de alma y de cuerpo.
Permaneciendo largos ratos en silencio sosegado ante el
Santísimo se realiza una terapia de profundidad. Bajo la radiación del cuerpo
resucitado Jesús uno va saliendo de su yo y se va pasando al alma de Cristo;
uno se olvida de sus problemas y preocupaciones, de sus proyectos e intereses
personales, consciente de que Alguien se ocupa de todo ello. La luz, la paz, el
amor de Jesús van penetrando poco a poco el corazón del adorador como bálsamo y
lo sanan; inundan su espíritu y lo liberan. Aquí está el sol que lleva salud en
sus rayos.
Al mismo tiempo, (sin saber cómo) se van gravando en nuestro
interior los pensamientos, proyectos y deseos de Dios; los sentimientos del
corazón de Jesús van reemplazando los nuestros. Nuestra voluntad se va
fusionando con la de Dios. “No perdáis vuestra esperanza cierta que tendrá una
gran recompensa. Es necesario que seáis constantes en el cumplimiento de la
voluntad de Dios para que alcancéis lo que os está prometido” (Hb 10,36). Eso
es lo que realmente necesitamos para ser felices: para vivir en paz con
nosotros mismos y con todos.
Y ¡cómo agradece Jesús nuestras visitas y nuestra compañía
silenciosa. Una señora parisina solía ver cómo un mendigo pasaba largos ratos
en la iglesia. Se le acercó un día para interesarse y el mendigo le dijo:
“Cuando era niño mi madre me enseñó oraciones, pero se me han olvidado todas.
Ahora cuando estoy libre entro en la iglesia y digo: Jesús, soy Paul. Y me quedo un
rato con él”. Pasado algún tiempo el mendigo desapareció de la escena. La
señora hizo pesquisas y lo encontró en un hospital en estado muy crítico. A los
pocos días volvió a visitarlo y lo encontró desayunando, afeitado, sonriente.
Ante su sorpresa le dijo el mendigo: “Ayer me encontraba muy mal, creí iba a
morirme, cuando entró alguien y me dijo: Paul,
soy Jesús. Me tomó de la mano
y desaparecieron todos los males”.
2. La adoración prolongada es un atajo para la contemplación infusa.
En el silencio y la inacción del hombre (a veces demasiado cansado para
pensar), Dios encuentra el espacio necesario para actuar como sólo él sabe.
Todo comienza con una simple mirada a Jesús; una mirada que es fe, amor,
entrega, abandono: uno se comunica más allá de conceptos, palabras,
sentimientos: Está contemplando algo incomprensible, inexpresable, algo, o
alguien adorable.
Canta san Juan de la Cruz:
“¡Qué bien sé yo la fonte que mana y corre:
aunque es de noche!
Aquesta fonte está escondida
en este vivo pan por darnos vida,
aunque es de noche.
Aquesta viva fonte que deseo
en este pan de vida yo la veo,
aunque es de noche”
3. Como bien afirma Juan Pablo II: “En muchos lugares la
adoración del Santísimo Sacramento tiene una importancia destacada y se
convierte en fuente inagotable de santidad” (Ibid n.10). No hay duda, la
adoración silenciosa y prolongada conduce suavemente a la contemplación
silenciosa. Nada tan santificante como la contemplación infusa. Es el taller
donde el Espíritu trabaja con menos obstáculos de nuestra parte y labra la
santidad. Sólo el Espíritu Santo conoce el arte de hacer auténticos santos (2Co
3,17s. La contemplación ante el Santísimo ayuda a reproducir los rasgos del
Santísimo.
4. Por eso es también la mejor intercesión. Jesús en la
Eucaristía es todo oblación a favor de los hombres, es todo intercesión. Para
ser intercesores las 24 horas del día no hace falta complicar la vida; sí,
entregar la vida. La intercesión más completa es una vida entregada a Jesús,
por las mismas intenciones de Jesús: por la salvación del mundo entero. (Rm
12,1s).
La Beata Isabel de la Trinidad: “Todos los domingos tenemos
expuesto el Santísimo Sacramento en el Oratorio. Cuando abro la puerta y
contemplo al divino Prisionero que me ha hecho a mí su prisionera en este
querido Carmelo, me parece que se entreabre la puerta del cielo. Entonces pongo
ante mi Jesús a todos cuantos llevo en mi corazón, y allí, a su lado los vuelvo
a encontrar. Es tan grande mi felicidad que valía la pena de comprarla a gran
precio. ¡Oh, qué bueno es Dios” (Cta 91). Así es la intercesión
contemplativa, tan sencilla y tan profunda.
5. Es fuente de apostolado. La santificación personal a
beneficio de todos es el mejor apostolado. Jesús ora: “Por ellos yo me
santifico, para que también ellos sean santificados en verdad” (Jn 17,19). De
ahí el crecimiento de la Iglesia en santidad. Como todos los bautizados somos
miembros de un solo cuerpo, los intercesores podemos comunicar la vida
divina a la Iglesia en la medida en que nosotros la vivimos. Y la vivimos en la
medida en que nos sumergimos en el misterio de Cristo y de la Trinidad Santa.
Un gran apóstol de nuestro tiempo, Juan Pablo II: “Si el
cristino ha de distinguirse en nuestro tiempo por el arte de la oración, ¿cómo
no sentir una gran necesidad de estar largos ratos en adoración silenciosa, en
actitud de amor ante Cristo en el SS Sacramento? ¡Cuantas veces he encontrado
ahí fuerza, consuelo y apoyo!” (n.25).
Contemplando y adorando a Jesús en la Eucaristía el reino de
Dios se va adentrando y profundizando en el orante. “El reino de Dios que es
justicia (santidad) y paz y gozo en el Espíritu Santo (Rm 14,17). Nada más
esencial para el apostolado, pues únicamente desde dentro del reino se puede
trabajar eficazmente por la extensión del reino.
La Universidad Católica en la India solía promover acampadas de
estudiantes universitarios y profesores jóvenes, cada año en uno de los lugares
más pobres del país, de modo que esos jóvenes privilegiados tomasen conciencia
del sufrimiento de sus hermanos. Por varios años me tocó acompañar a esos
grupos. La mañana se dedicaba a la oración y trabajo social: reparando chozas,
abriendo pozos, mejorando caminos... Después de comer nos reuníamos en la
iglesia o capilla local para un buen rato de adoración ante el Santísimo. A
continuación los jóvenes salían a de dos en dos a evangelizar, mientras unos
pocos permanecíamos toda la tarde en adoración e intercesión. Al evaluar los
frutos de la acampada, con frecuencia nos tocó oír: “Los días que prolongábamos
la oración antes de salir, solíamos encontrar a esas gentes más abiertas a la
palabra de Dios. Las veces que por cualquier razón acortábamos el tiempo de
adoración, la gente se mostraba más reacia a nuestra predicación”.
En el Sínodo de Roma (Oct. 2005) se exponía el Santísimo mañana
y tarde por una hora para los obispos participantes. Varios obispos en ese
Sínodo constataron un nuevo interés en la adoración del Santísimo en sus
países, incluida adoración permanente El Cardenal de Bombay declaró: “La
adoración eucarística en mi diócesis se ha convertido en medio para que hindúes
y protestantes se acerquen a la Iglesia”.
El profeta Ezequiel (47,1ss) describe cómo un arroyo mana del
altar del templo, se convierte en un río que crece mientras avanza hacia el
valle Arabá (Iglesia) y al mar Muerto (mundo). Esas aguas del templo son fuente
de fertilidad y de salud. Cuando los intercesores unidos a Cristo actúan como
río o canal, que deja correr el agua, no como pozo que la retiene, ellos son
los primeros en experimentar los beneficios de la gracia liberadora, sanadora,
santificadora, transformadora de Dios.
Hagamos compañía a Jesús sacramentado “Hasta que tenga lugar la
manifestación de Jesucristo, al que amamos y en el que creemos sin haberlo
viso; por el que nos alegramos con un gozo inenarrable, seguros de alcanzar la
salvación, objeto de vuestra fe” (1P 1,7ss).
Sugerencias para pasar la Hora Santa de adoración
Qué se debe hacer mientras se está en adoración Eucarística?
Ser conscientes de quién está delante de nosotros. Esto es lo
esencial. Muchas veces en las capillas hay subsidios,.es decir ayudas para la
meditación, libros de espiritualidad. En esto conviene recordar la
recomendación de san Pedro Julián Eymard: el Señor aprecia mucho más nuestras
pobres palabras y pensamientos que los mejores dichos o escritos por otros. Es
importante acostumbrarse al silencio y establecer un diálogo con el Señor.
Contarle lo que nos aqueja, interceder por las personas que han pedido oración
o que a nosotros nos preocupan, pero, por sobre todo, contarle cuánto lo
amamos. Él sabe de nuestras miserias y se lo podemos decir pero también que,
pese a esas miserias, lo amamos. Pidamos que aumente nuestro amor, nuestra fe,
nuestra esperanza, nuestra adoración. Hagamos luego silencio. Claro, no es
fácil el silencio porque llevamos mucho rumor interior. Pero, a adorar se
aprende adorando y el silencio interior en algún momento se logrará. Hay que
dejarse amar y abrazar por el Señor en cada momento de adoración. Eso es entrar
en su intimidad. Una recomendación también beneficiosa es leer algún pasaje del
Evangelio, siendo conscientes que el Señor del cual habla el Evangelio está
delante de nosotros. Nunca disociar la presencia del Señor en el Santísimo con
la lectura que hagamos ni con el Rosario –que es otra de las cosas que se puede
hacer durante la adoración- que recemos. Que no esté la persona por un lado con
su oración y el Señor allá solo por el otro. Terminemos, recomienda también san
Pedro Julián Eymard, con otro acto de amor.
Volviendo al Evangelio, es muy recomendable la Lectio Divina, que es orar con
la Palabra de Dios. Para entender y de modo muy resumido, qué es, es tomar un
pasaje, por ejemplo del Evangelio, que pueda ser escogido de antemano o bien el
que salga, y ver qué dice ese pasaje usando inclusive la imaginación para situarse
en el contexto del relato. Luego, ver qué me dice, qué resonancia hay en mí,
qué eco tiene esa Palabra, qué me ha tocado del pasaje, en qué me siento
interpelado, y, finalmente luego de rumiarlo viene lo que brota desde mi
interior, es decir qué respondo yo en oración.
Por último, hay veces que nos sentimos muy cansados o muy
contrariados por lo que nos ha tocado vivir, o que estamos particularmente
probados. En esos casos o no se hace nada, simplemente se deja uno estar y que
la presencia del Señor lo toque o bien se puede rezar con los salmos apropiados
a la situación que se está viviendo.
Consejos espirituales
Actitudes
corporales
– La acción del Espíritu Santo en el orante no ignora que en la
naturaleza de éste hay profundos vínculos entre lo psíquico y lo corporal.
Sabemos, de hecho, que Jesucristo adoptaba al orar las posturas de la tradición
judía, muy semejantes, por lo demás, a las de otras religiones. Y la tradición
cristiana ha usado –eso sí, con flexibilidad, y sin darles demasiada
importancia– ciertas actitudes físicas de oración.
San Juan Clímaco, monje en el Sinaí, gran maestro de
espiritualidad (+649) decía: «Impongámonos en el exterior la actitud de la
oración, pues en los imperfectos con frecuencia el espíritu se conforma al
cuerpo». Y San Ignacio de Loyola proponía que el orante se colocara «de
rodillas o sentado, según la mayor disposición en que se halla y más devoción
le acompañe, teniendo los ojos cerrados o fijos en un lugar, sin andar con
ellos variando» (Ejercicios 252).
No dan estos maestros normas fijas, como si tuvieran ellas una eficacia mágica,
pero sí recomiendan que se cuide la actitud corporal al orar.
En el Nuevo Testamento las posturas orantes más frecuentes son
orar de
pie (Mc
11,25; Lc 18,11) o de
rodillas (Mc
29,36; Hch 7,60; 9,40; 20,36; 21,5; Ef 3,14; Flp 2,10), alzando las manos (1 Tim 2,8: alzar las manos es en el
Antiguo Testamento sinónimo de orar: Sal 27,2; 76,3; 133,2; 140,2; 142,6) o sentados en asamblea litúrgica (Hch 20,9; 1
Cor 14,30). También es costumbre golpear
el pecho (Lc
18,13), velar la cabeza femenina (1
Cor 11,4-5), los ojos
al cielo (Mt
14,19; Mc 7,34; Lc 9,16; Jn 11,41; 17,1), los ojos bajos (Lc 18,13), hacia el oriente (Lc 1,78; 2 Pe 1,19).
Hacer la señal
de la cruz sobre
cabeza y pecho es uno de los gestos oracionales más antiguos (Tertuliano +220).
Los monjes sirios, como San Simeón Estilita, oraban con continuas y profundas inclinaciones,
vigentes hoy también en la liturgia oriental. Los Apotegmas nos cuentan que el monje Arsenio,
«al atardecer del sábado, próximo ya el resplandor del domingo, volvía la
espalda al sol y alzaba sus manos hacia el cielo, orando hasta que de nuevo el
sol iluminaba su cara. Entonces se sentaba». Santo Domingo, de noche, adoptaba
a solas en la iglesia ciertas actitudes orantes, que fueron espiadas y
referidas por un discípulo suyo.
Hoy los cristianos de Asia y Africa siguen adoptando con
frecuencia posturas de oración. En Occidente oscilan entre dos tendencias. Unos menosprecian las actitudes corporales de oración,
incluso en la liturgia –por secularismo, por valoración de lo espontáneo y
rechazo de lo formal, por ignorar la realidad natural del vínculo
psico-somático, por contra-ley-. Otros han redescubierto las actitudes orantes –por
acercamiento a la Biblia y a la tradición, por aprecio del yoga, zen y
sabidurías orientales, por conocimientos de psicología moderna–. En todo caso,
aun reconociendo este valor, parece inconveniente que el orante se empeñe en
adoptar ciertas posturas si, por ser extrañas quizá a su costumbre, le crean
una cierta tensión o resultan chocantes a la comunidad.
Consejos en la
oración dolorosa
La oración es la causa primera de la alegría cristiana, pues, acercando a Dios, da luz y
fuerza, confianza y paz. Sin
embargo, puede ser dolorosa, incluso muy dolorosa, muy penosa.
¿Qué hacer entonces?
No nos extrañe que la oración duela.
Recordemos, cuando esto suceda, lo que dice Sta. Teresa, explicando la comparación
que pone sobre los diversos modos de «regar» en la oración el campo del alma
(1-pozales, 2-noria, 3-canales y 4-lluvia):
«De los que comienzan a tener oración, podemos decir que son los
que sacan agua del pozo, que es muy a su trabajo, que han de cansarse en
recoger los sentidos, que, como están acostumbrados a andar dispersos, es harto
trabajo. Han menester irse acostumbrando a que no se les dé nada de ver ni de
oír. Han de procurar tratar de la vida de Cristo, y se cansa el entendimiento
en esto. Su precio tienen estos trabajos, ya sé que son grandísimos, y me
parece que es menester más ánimo que para otros muchos trabajos del mundo. Son
de tan gran dignidad las gracias de después, que quiere [Dios que] por
experiencia veamos antes nuestra miseria» (Vida 11,9.11-12). Y
Busquemos sólamente a Dios en la oración,
y todo lo demás, ideas, soluciones, gustos sensibles, tengámoslo como añadiduras,
que sólo interesan si Dios nos las da; y si no nos las concede en la oración,
no deseemos encontrarlas en ella. No es cosa en la oración de «contentarse a
sí, sino a El» (Vida 11,11).
Y añade la Santa:
Estamos aún llenos de mil trampas y pecados, «¿y no tenemos
vergüenza de querer gustos en la oración y quejarnos de sequedades?» (2Moradas 7). Suframos al Señor en la oración,
pues él nos sufre (Vida 8,6).
«No hacer mucho caso, ni consolarse ni desconsolarse mucho, porque falten estos
gustos y ternura... Importa mucho que de sequedades, ni de inquietudes y
distraimiento en los pensamientos, nadie se apriete ni aflija. Ya se ve que si
el pozo no mana, nosotros no podemos poner el agua» (11,14.18).
Entreguemos a Dios nuestro tiempo de oración con fidelidad
perseverante, por muchas trampas e impedimentos que ponga el Demonio,
sin que nada nos quite llegar a beber de esa fuente de agua viva. La verdad es
ésta: para llegar a esta fuente sagrada y vivificante es necesaria
«una grande
y muy determinada determinación de
no parar hasta llegar a ella, venga lo que viniere, suceda lo que sucediere,
trabaje lo que se trabajare, murmure quien mur-murare, siquiere llegue yo allá,
siquiera me muera en el camino o no tenga corazón para los trabajos que hay en
él, siquiera se hunda el mundo» (Camino perfecc. 35,2).
«Este poco de tiempo que nos determinamos a darle a El,
ya que aquel rato le queremos dar libre el pensamiento y desocuparle de otras
cosas, que sea
dado con toda determinación de nunca jamás tornárselo a tomar,
por trabajos que por ellos nos vengan, ni por contradicciones y sequedades; sin
que ya, como cosa no mía, tenga aquel tiempo y piense me lo pueden pedir por
justicia cuando del todo no se lo quisiere dar» (39,2).
Bendición + José María Iraburu
Enero 2008
Dificultades en
la oración (I)
Queridos adoradores:
La vida de oración, sobre todo en el cristiano poco espiritual,
se ve dificultada por no pocas causas.
– Dificultades procedentes del mundo actual. Las rasgos peculiares
del mundo moderno –ávido consumismo de objetos, noticias, televisión, viajes,
diversiones, aturdimiento y desconcierto, aceleración histórica sin
precedentes, velocidad, inestabilidad, violencia, prisa, culto a la eficacia
inmediata– es muy opuesto a la oración.
El pueblo cristiano, incluso, que desde el
principio (Hch 2,42) –como Israel, como el Islam—, fue sociológicamente un pueblo orante,
hoy, al menos en los países ricos descris-tianizados, ha perdido a veces en
individuos, familias y parroquias el hábito de la oración.
– Dificultades aparentes.
- Algunos cristianos atribuyen su falta de oración a las obligaciones y trabajos de su vida. Si esa situación viene
de haber organizado la vida centrándola en el dinero, las diversiones y otros
valores creados, pero no en Dios, ciertamente que esas dificultades son reales:
hay que cambiar entonces horarios y modos de vida. Pero si esas obligaciones y
trabajos vienen de la Providencia divina, entonces no pueden ser dificultades
reales para la oración, sino estímulos para ella. Quizá dificulten tiempos
largos de oración, pero no la misma vida de oración.
- Las distracciones pueden tener también
origen culpable: la vana curiosidad, el uso excesivo de la TV, etc. Pero otras
veces no. Se equivocan quienes estiman que la oración está sobre todo en el
pensamiento, en tenerlo fijo en Dios. Santa Teresa les dirá:
Ignoran que «no todas las imaginaciones son hábiles de su
natural para esto, mas todas las almas lo son para amar. Y el aprovechamiento
del alma no está enpensar mucho,
sino en amar mucho» (Fundaciones 5,2). Ignoran que en la oración, en
medio de «esta baraúnda del pensamiento», la voluntad puede estarse recogida
amando, haciendo verdadera y preciosa oración (4 Moradas 1,8-14). No se olvide
–añade S.Juan de la Cruz– que «puede muy bien amar la voluntad sin entender el
entendimiento» (2 Noche 12,7).
Por eso, aunque es evidente que las distracciones voluntarias suspenden la oración y
ofenden a Dios, es preciso recordar que las involuntarias no ofenden a Dios ni
cortan la oración, si la voluntad permanece amando. En fin, «no penséis que
está la cosa en no pensar otra cosa, y que si os distraéis un poco, va todo
perdido» (4 Moradas 1,7).
Como se ve, no pocas veces los cristianos que sinceramente
quieren llevar, con la ayuda de la gracia, una vida de oración fiel y asidua,
ven dificultades que no siempre son reales. Pero eso conviene conocer bien la doctrina
espiritual verdadera sobre esta cuestión. Seguiremos considerándola.
Bendición + José María Iraburu
Febrero 2008
Dificultades en
la oración (II)
- Las obligaciones personales son
entendidas también a veces como impedimentos para la oración difícilmente
superables. Pero también esto requiere una clarificación. Las obligaciones honestas, las únicas reales, no
tienen por qué ser impedimento para la vida de oración, sino que son ocasión y
estímulo.
En cuanto a las deshonestas, son obligaciones falsas,
yugos más o menos culpable-mente formados, que deben ser echados fuera. No es
posible que una obligación verdadera, procedente de Dios, sea
un impedimento para orar. Es la obligación falsa, la procedente del
hombre, de uno mismo o de los otros, lo que puede impedir.
Las obligaciones
verdaderas sólamente
pueden impedir a veces las oraciones
largas, pero
éstas, con ser tan deseables, no son esenciales para el crecimiento en la
oración, cuando la caridad o la obediencia no las permiten, al menos de modo habitual.
«No haya, pues, desconsuelo; cuando la obediencia [o la caridad]
os trajera empleadas en cosas exteriores, entended que, si es en la cocina,
entre los pucheros anda el Señor, ayudándoos en lo interior y en lo exterior» (Fundaciones 5,6-8). «El verdadero amante en
todas partes ama y siempre se acuerda del amado. ¡Recia cosa sería que sólo en
los rincones se pudiese tener oración! Ya sé yo que a veces no puede haber
muchas horas de oración; pero, oh Señor mío, qué fuerza tiene ante Vos un
suspiro salido de las entrañas, de pena por ver que podríamos estar a solas
gozando de Vos» (5,16).
En resumen: Procure el cristiano, en principio, tener habitualmente largos ratos de
oración, y
no crea demasiado fácilmente que el Señor, que tanto le ama como amigo, no
quiere dárselos; o no se engañe pensando que «todo es oración», así, sin más.
Al leer los anteriores textos de Santa Teresa, adviértase que están escritos a
religiosas, quizá más inclinadas a la oración que a las obras; pero hoy la
mayoría de los cristianos tiende más a la acción que a la oración.
Procúrese, pues, oración
larga, «pero, entiéndase bien, siempre que no haya de por medio cosas
que toquen a la obediencia y al aprovechamiento de los
prójimos. Cualquiera
de estas dos cosas que se ofrezcan, exigen tiempo para dejar el que nosotros
tanto desearíamos dar a Dios» (Fundaciones 5,3).
Y, eso sí, busque siempre el cristiano la oración continua, pues «aun en las mismas
ocupaciones debemos retirarnos a nosotros mismos; aunque sólo sea por un
momento, aquel recuerdo de que tengo compañía dentro de mí es de gran provecho»
(Camino de Perfección 29,5).
Es el mismo consejo que da San Juan de la Cruz: «Procure ser
continuo en la oración, y en medio de los ejercicios corporales no la deje.
Ahora coma, ahora beba, o hable o trate con seglares, o haga cualquiera otra
cosa, siempre ande deseando a Dios y aficionando a él su corazón» (Cuatro
avisos para alcanzar la perfección9).
Bendición + José María Iraburu
Marzo 2008
Dificultades en
la oración (III)
– Dificultades reales.
Las dificultades
verdaderas para la oración no están tanto en el mundo y el ambiente, ni en las
obligaciones particulares, sino en la propia persona: en su mente y en su
corazón.
El cristiano espiritual, libre de todo apego, se
adhiere con amor al Señor, haciéndose con facilidad un solo espíritu con él (1
Cor 6,17). No experimenta el ejercicio de la oración como algo arduo, difícil,
problemático, sino como un sencillo estar con el Señor, unas veces con más
palabras, otras con menos, unas veces con gran consolación, otras en
desolación, pero siempre con inmenso amor.
El cristiano todavía carnal, atado aún por mil lazos,
lleno de apegos, vanos temores y vanas esperanzas, inquieto y constantemente
perturbado por ruidos y tensiones interiores, se une al Señor difícilmente,
laboriosamente, tanto en la oración como en la vida ordinaria. Por eso dice San
Juan de la Cruz:
«Al desasido no le molestan cuidados
ni en la oración ni fuera de ella, y así, sin perder tiempo, con facilidad,
hace mucha hacienda espiritual; pero para ese otro [que está asido] todo se le suele ir [al
orar y al trabajar] en dar vueltas y revueltas sobre el lazo a que está asido y
apropiado su corazón, y con diligencia aun apenas se puede libertar por poco
tiempo de este lazo del pensamiento y gozo de lo que está asido el corazón» (3
Subida 20,3).
Uno estará apegado a su salud, otro al dinero, otro al prestigio, a personas, a
ciertas actividades y proyectos. Es igual. Está apegado a criaturas con un
apego desordenado. Es como un globo aerostático atado en tierra, que no podrá
alzar el vuelo hasta que no suelte las amarras.
Si piensa el principiante que sus dificultades en la oración van
a ser superadas cuando cambien las circunstancias exteriores, cuando mejore su
salud o disminuyan las ocupaciones, o gracias al aprendizaje de ciertas
técnicas oracionales –antiguas o modernas, occidentales u orientales,
individuales o comunitarias–, está muy equivocado. Para ir adelante en la
oración lo que se necesita ante todo es perseverancia en ella, conciencia limpia y buen ejercitarse en
las virtudes, todo lo cual es siempre
posible, con la ayuda del Señor. Y sobre todo, mucho amor al Señor. Dice Santa
Teresa:
«Toda la pretensión de quien comienza oración –y no se os olvide
esto, que importa mucho– ha de ser trabajar y determinarse y disponerse en
cuantas diligencias pueda a hacer
que su voluntad se conforme con la de Dios; en esto consiste toda la
mayor perfección que se puede alcanzar en el camino espiritual» (2 Moradas8).
Pero no espere el principiante, por supuesto, a tener virtudes
para ir a la oración, pues la oración, precisamente, es «principio para
alcanzar todas las virtudes», y hay que ir a ella «aunque no se tengan» (Camino
de perfección 24,3).
San Pedro
Julián Eymard y sus consejos espirituales sobre la adoración
“La adoración eucarística tiene como fin la persona divina de
nuestro Señor Jesucristo presente en el Santísimo Sacramento. Él está vivo,
quiere que le hablemos, Él nos hablará. Y este coloquio que se establece entre
el alma y el Señor es la verdadera meditación eucarística, es-precisamente- la
adoración. Dichosa el alma que sabe encontrar a Jesús en la Eucaristía y en la
Eucaristía todas las cosas...
“Que la confianza, la simplicidad y el amor os lleven a la
adoración”.
“Comenzad vuestras adoraciones con un acto de amor y abriréis
vuestras almas deliciosamente a su acción divina. Es por el hecho que comenzáis
por vosotros mismos que os detenéis en el camino. Pero, si comenzáis por otra virtud
y no por el amor vais por un falso camino…..El amor es la única puerta del
corazón”.
“Ved la hora de adoración que habéis escogido como una hora del
paraíso: id como se fuerais al cielo, al banquete divino, y esta hora será
deseada, saludada con felicidad. Retened dulcemente el deseo en vuestro
corazón. Decid: “Dentro de cuatro horas, dentro de dos horas, dentro de una
hora iré a la audiencia de gracia y de amor de Nuestro Señor. Él me ha
invitado, me espera, me desea”
“Id a Nuestro Señor como sois, id a Él con una meditación
natural. Usad vuestra propia piedad y vuestro amor antes de serviros de libros.
Buscad la humildad del amor. Que un libro pío os acompañe para encauzaros en el
buen camino cuando el espíritu se vuelve pesado o cuando vuestros sentidos se
embotan, eso está bien; pero, recordaos, nuestro buen Maestro prefiere la
pobreza de nuestros corazones a los más sublimes pensamientos y afecciones que
pertenecen a otros”.
“El verdadero secreto del amor es olvidarse de sí mismo, como el
Bautista, para exaltar y glorificar al Señor Jesús. El verdadero amor no mira
lo que él da sino aquello que merece el Bienamado”.
“No querer llegarse a Nuestro Señor con la propia miseria o con
la pobreza humillada es, muy a menudo, el fruto sutil del orgullo o de la
impaciencia; y sin embargo, es esto que el Señor más prefiere, lo que Él ama,
lo que Él bendice”.
“Como vuestras adoraciones son bastante imperfectas, unidlas a
las adoraciones de la Santísima Virgen”.
“Se estáis con aridez, glorificad la gracia de Dios, sin la cual
no podéis hacer nada; abrid vuestras almas hacia el cielo como la flor abre su
cáliz cuando se alza el sol para recibir el rocío benefactor. Y si ocurre que
estáis en estado de tentación y de tristeza y todo os lleva a dejar la
adoración bajo el pretexto que ofendéis a Dios, que lo deshonráis más que lo
servís, no escuchéis a esas tentaciones. En estos casos se trata de adorar con
la adoración de combate, de fidelidad a Jesús contra vosotros mismos. No, de
ninguna manera le disgustáis. Vosotros alegráis a Vuestro Maestro que os
contempla. Él espera nuestro homenaje de la perseverancia hasta el último
minuto del tiempo que debemos consagrarle”.
“Orad en cuatro tiempos: Adoración, acción de gracias,
reparación, súplicas”.
“El santo Sacrificio de la Misa es la más sublime de las
oraciones. Jesucristo se ofrece a su Padre, lo adora, le da gracias, lo honra y
le suplica a favor de su Iglesia, de los hombres, sus hermanos y de los pobres
pecadores. Esta augusta oración Jesús la continúa por su estado de víctima en
la Eucaristía. Unámonos entonces a la oración de Nuestro Señor; oremos como Él
por los cuatro fines del sacrificio de la Misa: esta oración reasume toda la
religión y encierra los actos de todas las virtudes...”
“1. Adoración: Se comenzáis por el amor termineréis por el amor.
Ofreced vuestra persona a Cristo, vuestras acciones, vuestra vida. Adorad al
Padre por medio del Corazón eucarístico de Jesús. Él es Dios y hombre, vuestro
Salvador, vuestro hermano, todo junto. Adorad al Padre Celestial por su Hijo,
objeto de todas sus complacencias, y vuestra adoración tendrá el valor de la de
Jesús: será la suya.
2. Acción de gracias: Es el acto de amor más dulce del alma, el
más agradable a Dios; y el perfecto homenaje a su bondad infinita. La Eucaristía
es, ella misma, el perfecto reconocimiento. Eucaristía quiere decir acción de
gracias: Jesús da gracias al Padre por nosotros. Él es nuestro propio
agradecimiento. Dad gracias al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo...
3. Reparación: por todos los pecados cometidos contra su
presencia eucarística. Cuánta tristeza es para Jesús la de permanecer ignorado,
abandonado, menospreciado en los sagrarios. Son pocos los cristianos que creen
en su presencia real, muchos son los que lo olvidan, y todo porque Él se hizo
demasiado pequeño, demasiado humilde, para ofrecernos el testimonio de su amor.
Pedid perdón, haced descender la misericordia de Dios sobre el mundo por todos
los crímenes...
4. Intercesión, súplicas: Orad para que venga su Reino, para que
todos los hombres crean en su presencia eucarística. Orad por las intenciones
del mundo, por vuestras propias intenciones. Y concluid vuestra adoración con
actos de amor y de adoración. El Señor en su presencia eucarística oculta su
gloria, divina y corporal, para no encandilarnos y enceguecernos. Él vela su
majestad para que oséis ir a Él y hablarle como lo hace un amigo con su amigo;
mitiga también el ardor de su Corazón y su amor por vosotros, porque sino no
podríais soportar la fuerza y la ternura. No os deja ver más que su bondad, que
filtra y sustrae por medio de las santas especies, como los rayos del sol a
través de una ligera nube.
El amor del Corazón se concentra; se lo encierra para hacerlo
más fuerte, como el óptico que trabaja su cristal para reunir en un solo punto
todo el calor y toda la luz de los rayos solare. Nuestro Señor, entonces, se
comprime en el más pequeño espacio de la hostia, y como se enciende un gran
incendio aplicando el fuego brillante de una lente sobre el material
inflamable, así la Eucaristía hace brotar sus llamas sobre aquellos que
participan en ella y los inflama de un fuego divino... Jesús dijo: « he
vendio a traer fuego sobre la tierra y cómo querría que este fuego inflamase el
universo. » « Y bien, este fuego divino es la Eucaristía », dice san Juan
Crisóstomo. Los incendiarios de este fuego eucarístico son todos aquellos que
aman a Jesús, porque el amor verdadero quiere el reino y la gloria de su
Bienamado”.
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