Día litúrgico: Jueves XIII del tiempo
ordinario
Texto del Evangelio (Mt 9,1-8): En aquel
tiempo, subiendo a la barca, Jesús pasó a la otra orilla y vino a su ciudad. En
esto le trajeron un paralítico postrado en una camilla. Viendo Jesús la fe de
ellos, dijo al paralítico: «¡Animo!, hijo, tus pecados te son perdonados». Pero
he aquí que algunos escribas dijeron para sí: «Éste está blasfemando». Jesús,
conociendo sus pensamientos, dijo: «¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones?
¿Qué es más fácil, decir: ‘Tus pecados te son perdonados’, o decir: ‘Levántate
y anda’? Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder
de perdonar pecados —dice entonces al paralítico—: ‘Levántate, toma tu camilla
y vete a tu casa’». Él se levantó y se fue a su casa. Y al ver esto, la gente
temió y glorificó a Dios, que había dado tal poder a los hombres.
Comentario: Rev. D. Francesc NICOLAU i Pous
(Barcelona, España)
Levántate, toma tu camilla y vete a tu
casa
Hoy encontramos una de las muchas
manifestaciones evangélicas de la bondad misericordiosa del Señor. Todas ellas
nos muestran aspectos ricos en detalles. La compasión de Jesús
misericordiosamente ejercida va desde la resurrección de un muerto o la curación
de la lepra, hasta perdonar a una mujer pecadora pública, pasando por muchas
otras curaciones de enfermedades y la aceptación de pecadores arrepentidos.
Esto último lo expresa también en parábolas, como la de la oveja descarriada,
la didracma perdida y el hijo pródigo.
El Evangelio de hoy es una muestra de la misericordia del Salvador en dos aspectos al mismo tiempo: ante la enfermedad del cuerpo y ante la del alma. Y puesto que el alma es más importante, Jesús comienza por ella. Sabe que el enfermo está arrepentido de sus culpas, ve su fe y la de quienes le llevan, y dice: «¡Animo!, hijo, tus pecados te son perdonados» (Mt 9,2).
¿Por qué comienza por ahí sin que se lo pidan? Está claro que lee sus pensamientos y sabe que es precisamente esto lo que más agradecerá aquel paralítico, que, probablemente, al verse ante la santidad de Jesucristo, experimentaría confusión y vergüenza por las propias culpas, con un cierto temor a que fueran impedimento para la concesión de la salud. El Señor quiere tranquilizarlo. No le importa que los maestros de la Ley murmuren en sus corazones. Más aun, forma parte de su mensaje mostrar que ha venido a ejercer la misericordia con los pecadores, y ahora lo quiere proclamar.
Y es que quienes, cegados por el orgullo se tienen por justos, no aceptan la llamada de Jesús; en cambio, le acogen los que sinceramente se consideran pecadores. Ante ellos Dios se abaja perdonándolos. Como dice san Agustín, «es una gran miseria el hombre orgulloso, pero más grande es la misericordia de Dios humilde». Y en este caso, la misericordia divina todavía va más allá: como complemento del perdón le devuelve la salud: «Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa» (Mt 9,6). Jesús quiere que el gozo del pecador convertido sea completo.
Nuestra confianza en Él se ha de afianzar. Pero sintámonos pecadores a fin de no cerrarnos a la gracia.
El Evangelio de hoy es una muestra de la misericordia del Salvador en dos aspectos al mismo tiempo: ante la enfermedad del cuerpo y ante la del alma. Y puesto que el alma es más importante, Jesús comienza por ella. Sabe que el enfermo está arrepentido de sus culpas, ve su fe y la de quienes le llevan, y dice: «¡Animo!, hijo, tus pecados te son perdonados» (Mt 9,2).
¿Por qué comienza por ahí sin que se lo pidan? Está claro que lee sus pensamientos y sabe que es precisamente esto lo que más agradecerá aquel paralítico, que, probablemente, al verse ante la santidad de Jesucristo, experimentaría confusión y vergüenza por las propias culpas, con un cierto temor a que fueran impedimento para la concesión de la salud. El Señor quiere tranquilizarlo. No le importa que los maestros de la Ley murmuren en sus corazones. Más aun, forma parte de su mensaje mostrar que ha venido a ejercer la misericordia con los pecadores, y ahora lo quiere proclamar.
Y es que quienes, cegados por el orgullo se tienen por justos, no aceptan la llamada de Jesús; en cambio, le acogen los que sinceramente se consideran pecadores. Ante ellos Dios se abaja perdonándolos. Como dice san Agustín, «es una gran miseria el hombre orgulloso, pero más grande es la misericordia de Dios humilde». Y en este caso, la misericordia divina todavía va más allá: como complemento del perdón le devuelve la salud: «Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa» (Mt 9,6). Jesús quiere que el gozo del pecador convertido sea completo.
Nuestra confianza en Él se ha de afianzar. Pero sintámonos pecadores a fin de no cerrarnos a la gracia.
Otro comentario: Rev. D. Antoni CAROL i Hostench
(Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
El poder más grande de Dios: perdonar
los pecados
Hoy, viendo la fe de quienes ayudaban al paralítico, Jesús reacciona
curándole la parálisis (¡milagro!) y perdonándole los pecados (¡más milagro!).
Los escribas apenas quedan afectados por la extraordinaria "sanación
médica", pero se sorprenden —se indignan— con el acto de "sanación
moral". Nos llama la atención la reacción de estos escribas, porque
nosotros admiraríamos lo primero, pero no lo segundo.
Dicha reacción, aun siendo equivocada, es una lección. La mentalidad creyente de aquellos judíos les permite entender que perdonar los pecados —en cuanto ofensa a la divinidad— es algo grande, tan grande que sólo es propio de Dios. Si Jesús perdona los pecados significa que Él mismo es Dios. Para ayudarnos a aceptarlo Él curó también la parálisis física. Con todo, lo más misterioso es que el hombre pueda resistirse ante Dios y que Él siga esperándonos con tanta paciencia.
—Señor, Tú manifiestas tu omnipotencia mostrándote como nuestro Padre misericordioso, siempre pronto a perdonar libremente —nadie podría obligarte a hacerlo— nuestros "des-amores".
Dicha reacción, aun siendo equivocada, es una lección. La mentalidad creyente de aquellos judíos les permite entender que perdonar los pecados —en cuanto ofensa a la divinidad— es algo grande, tan grande que sólo es propio de Dios. Si Jesús perdona los pecados significa que Él mismo es Dios. Para ayudarnos a aceptarlo Él curó también la parálisis física. Con todo, lo más misterioso es que el hombre pueda resistirse ante Dios y que Él siga esperándonos con tanta paciencia.
—Señor, Tú manifiestas tu omnipotencia mostrándote como nuestro Padre misericordioso, siempre pronto a perdonar libremente —nadie podría obligarte a hacerlo— nuestros "des-amores".
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