Día litúrgico: Lunes XIII del tiempo
ordinario
Texto del Evangelio (Mt 8,18-22): En aquel
tiempo, viéndose Jesús rodeado de la muchedumbre, mandó pasar a la otra orilla.
Y un escriba se acercó y le dijo: «Maestro, te seguiré adondequiera que vayas».
Dícele Jesús: «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el
Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza». Otro de los discípulos le
dijo: «Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre». Dícele Jesús: «Sígueme,
y deja que los muertos entierren a sus muertos».
Comentario: Rev. D. Jordi PASCUAL i Bancells
(Salt, Girona, España)
Sígueme
Hoy, el Evangelio nos presenta —a través de dos personajes— una cualidad
del buen discípulo de Jesús: el desprendimiento de los bienes materiales. Pero
antes, el texto de san Mateo nos da un detalle que no querría pasar por alto:
«Viéndose Jesús rodeado de la muchedumbre...» (Mt 8,18). Las multitudes se
reúnen cerca del Señor para escuchar su palabra, ser curados de sus dolencias
materiales y espirituales; buscan la salvación y un aliento de Vida eterna en
medio de los vaivenes de este mundo.
Como entonces, algo parecido pasa en nuestro mundo de hoy día: todos —más o menos conscientemente— tenemos la necesidad de Dios, de saciar el corazón de los bienes verdaderos, como son el conocimiento y el amor a Jesucristo y una vida de amistad con Él. Si no, caemos en la trampa de querer llenar nuestro corazón de otros “dioses” que no pueden dar sentido a nuestra vida: el móvil, Internet, el viaje a las Bahamas, el trabajo desenfrenado para ganar más y más dinero, el coche mejor que el del vecino, o el gimnasio para lucir el mejor cuerpo del país.... Es lo que les pasa a muchos actualmente.
En contraste, resuena el grito lleno de fuerza y de confianza del Papa Juan Pablo II hablando a la juventud: «Se puede ser moderno y profundamente fiel a Jesucristo». Para eso es preciso, como el Señor, el desprendimiento de todo aquello que nos ata a una vida demasiado materializada y que cierra las puertas al Espíritu.
«El Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza (...). Sígueme» (Mt 8,22), nos dice el Evangelio de hoy. Y san Gregorio Magno nos recuerda: «Tengamos las cosas temporales para uso, las eternas en el deseo; sirvámonos de las cosas terrenales para el camino, y deseemos las eternas para el fin de la jornada». Es un buen criterio para examinar nuestro seguimiento de Jesús.
Como entonces, algo parecido pasa en nuestro mundo de hoy día: todos —más o menos conscientemente— tenemos la necesidad de Dios, de saciar el corazón de los bienes verdaderos, como son el conocimiento y el amor a Jesucristo y una vida de amistad con Él. Si no, caemos en la trampa de querer llenar nuestro corazón de otros “dioses” que no pueden dar sentido a nuestra vida: el móvil, Internet, el viaje a las Bahamas, el trabajo desenfrenado para ganar más y más dinero, el coche mejor que el del vecino, o el gimnasio para lucir el mejor cuerpo del país.... Es lo que les pasa a muchos actualmente.
En contraste, resuena el grito lleno de fuerza y de confianza del Papa Juan Pablo II hablando a la juventud: «Se puede ser moderno y profundamente fiel a Jesucristo». Para eso es preciso, como el Señor, el desprendimiento de todo aquello que nos ata a una vida demasiado materializada y que cierra las puertas al Espíritu.
«El Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza (...). Sígueme» (Mt 8,22), nos dice el Evangelio de hoy. Y san Gregorio Magno nos recuerda: «Tengamos las cosas temporales para uso, las eternas en el deseo; sirvámonos de las cosas terrenales para el camino, y deseemos las eternas para el fin de la jornada». Es un buen criterio para examinar nuestro seguimiento de Jesús.
Otro comentario: Fray Josep Mª MASSANA i Mola OFM (Barcelona, España)
Pobreza:
"des-atados" para ser libres
Hoy
un escriba nos sorprende con su deseo de seguir a Jesús. Los escribas suelen
aparecer hostiles al Señor, pero Él no tiene prejuicios y le presenta la
condición esencial del discípulo: pobreza y desprendimiento, de los que Él
mismo es modelo, pues no está atado a nada ni a nadie.
La libertad es la tremenda capacidad de escoger, y requiere una gran madurez personal. Es uno de los derechos humanos más reivindicados, pero quizá el peor comprendido. A menudo se cree que para ser libre hay que poseer riquezas, poder, influencia, autoridad. Pero la propiedad es una trampa: lo que creemos poseer, nos posee y esclaviza. La libertad evangélica es lo contrario: desprenderse, vaciarse, ser pobre. Es cuando somos soberanamente libres.
—Señor, nos has dicho que la Verdad nos hace libres. Danos tu Espíritu para que nada pueda arrebatarnos este tesoro y sólo Tú nos poseas y nosotros te poseamos.
La libertad es la tremenda capacidad de escoger, y requiere una gran madurez personal. Es uno de los derechos humanos más reivindicados, pero quizá el peor comprendido. A menudo se cree que para ser libre hay que poseer riquezas, poder, influencia, autoridad. Pero la propiedad es una trampa: lo que creemos poseer, nos posee y esclaviza. La libertad evangélica es lo contrario: desprenderse, vaciarse, ser pobre. Es cuando somos soberanamente libres.
—Señor, nos has dicho que la Verdad nos hace libres. Danos tu Espíritu para que nada pueda arrebatarnos este tesoro y sólo Tú nos poseas y nosotros te poseamos.
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