El núcleo central de la predicación de Benedicto XVI en la
festividad de San Pedro y San Pablo ha sido la explicación de los poderes que Jesucristo
concedió al Papa, simbolizados en las llaves y en el poder de
"atar y desatar", y de los peligros que le amenazan: las "puertas
del infierno".
"Las dos imágenes –la de las llaves y la de
atar y desatar– expresan por tanto significados similares y se refuerzan
mutuamente", dice el Papa: "La expresión atar y desatar forma parte del
lenguaje rabínico y alude por un lado a las decisiones doctrinales, por otro al
poder disciplinar, es decir a la facultad de aplicar y de levantar la
excomunión. El paralelismo en la
tierra… en los cielos garantiza que las decisiones de Pedro en el
ejercicio de su función eclesial también son válidas ante Dios".
"Todo lo que atéis en la tierra quedará atado
en los cielos, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en los
cielos", dice el Evangelio de San Mateo (18, 18). Y "a quienes les
perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les
quedan retenidos", dice el Evangelio de San Juan (20, 22-23). "A la
luz de estos paralelismos", concluye Benedicto XVI, "aparece
claramente que la autoridad de atar y desatar consiste en el
poder de perdonar los pecados. Y esta gracia, que debilita la fuerza del caos y
del mal, está en el corazón del misterio y del ministerio de la Iglesia. La Iglesia no es una
comunidad de perfectos, sino de pecadores que se deben reconocer necesitados
del amor de Dios, necesitados de ser purificados por medio de la Cruz de
Jesucristo. Las palabras de Jesús sobre la autoridad de Pedro y de los
Apóstoles revelan que el poder de Dios es el amor, amor que irradia su luz
desde el Calvario".
Asimismo, el Papa comentó la expresión "las
puertas del infierno no prevalecerán contra ella", que le dice Jesucristo
a Pedro cuando le encomienda la misión de dirigir la Iglesia: "La promesa
que Jesús hace a Pedro es ahora mucho más grande que las hechas a los antiguos
profetas: Éstos, en efecto, fueron amenazados sólo por enemigos humanos,
mientras Pedro ha
de ser protegido de las puertas del infierno, del poder destructor del mal. Jeremías recibe
una promesa que tiene que ver con él como persona y con su ministerio
profético; Pedro es confortado con respecto al futuro de la Iglesia, de la
nueva comunidad fundada por Jesucristo y que se extiende a todas las épocas,
más allá de la existencia personal del mismo Pedro".
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