martes, 26 de febrero de 2013

Su santa voluntad - Por Juan del Carmelo

                                       



Actualizado 26 febrero 2013

Su santa voluntad

            No, no me voy a referir a la voluntad divina, sino a la nuestra a la humana. Su santa voluntad, es  una frase común, que sobre todo en Andalucía, que cualquiera puede oír, cuando alguien dice: Fulano no hace más que su santa voluntad.  Y dado el gusto que tienen los andaluces por la antítesis, esto quiere decir que fulano, no tiene nada de santo, ni él ni su voluntad y concretamente él, siempre hace lo que le da la gana.
             La voluntad humana es una de las tres potencias de que dispone el alma de las personas, ellas son como sabemos: memoria, inteligencia y voluntad. Para las personas que accedan al cielo y sean glorificadas, tanto su memoria como su voluntad desaparecerán y su inteligencia se verá potenciada por la luz divina, hasta límites que ahora, son insospechados por nosotros. Cuanto mayor sea el grado de gloria que se alcance, lógicamente mayor grado de luz divina penetrará en su ser y más inteligente será, la persona de que se trate, sin que quepa entre los santificados ninguna posibilidad de envidia, de que uno sean más y otros menos, pues cada uno tendremos tan llena y colmada la vasija que ahora estamos aquí abajo fabricando, que no podremos desear más de lo que tendremos porque ya no nos cabe  más y por lo tanto nadie estará descontento ni tendrá envidia; es como uno que se come tres langostas, mientras que otro solo se come una y se encuentra lleno, este no tiene envidia del glotón que se ha comido tres langostas, pues a él no le cabe ya ninguna más. Nos dice San Lucas, que se nos dará: “Una medida buena, apretada, colmada, rebosante, remecida” (Lc 6,38).
          Pero la memoria y la voluntad, nos desaparecerán. No tendremos ya memoria, pues al estar en la eternidad, el concepto tiempo habrá desaparecido, se nos habrá caído el dogal del tiempo, y tanto el pasado como el futuro, será siempre presente para nosotros. Es muy difícil que tomemos conciencia de esta realidad, pues desde que fuimos creados todo lo vemos, lo estimamos y lo medimos en función del tiempo.
          En cuanto a la voluntad, también esta desaparecerá subsumida por la voluntad divina. Más de una vez hemos dicho, que aquí hemos venido para superar una prueba de amor al Señor. Y es precisamente el amor, en su grado de santidad, el que identifica nuestra voluntad con la divina. Por ello el que alcanza la gloria de la santidad en el cielo, habrá identificado ya su voluntad con la divina. Nadie que ame debidamente al Señor, en mayor o menor grado, tendrá una voluntad dispar con la divina. Desearemos lo que el Señor desea, porque comprenderemos consumadamente algo que ahora, si lo sabemos pero no lo ejecutamos, y es que nuestra absoluta perfección, solo se consigue identificando nuestra voluntad con la divina.          Dios sabe mucho mejor que nosotros, lo que más nos conviene, pero nosotros no queremos soltar el timón de nuestras vidas y entregárselo al Señor.
         Dios nos ha creado a todos los seres humanos y solo a ellos, no a los animales, nos ha creado con la libertad de poder actuar de acuerdo con sus deseos o contrariando estos e incluso pisoteándolos, es la facultad que tenemos y que conocemos con el nombre de libre albedrío . Y uno se pregunta: ¿Por qué Dios ha hecho esto? Para obtener la contestación a la pregunta, hay que tener presente que Dios es amor y solo amor (1Jn 4,16). Y el amor en su esencia, necesita expansionarse y compartir. Esta es la razón primaria o inicial que tuvo Dios y que le movió a crearnos. El quiere compartir su amor con nosotros, pero el amor necesita reciprocidad y por ello Dios desea que le amemos, que le correspondamos al menos un poco, al ilimitado amor que Él nos tiene.
        Y el amor para manifestarse necesita libertad, ya se trate del amor sobrenatural o del amor puramente humano. A nadie podemos obligarle a que nos quiera, ni nadie puede obligarnos a que amemos a otra persona. Sí desde luego, que Dios quiere que genéricamente amemos a todos nuestros semejantes, pero no nos obliga a que  contraigamos matrimonio con alguien que no amamos. Esta es la razón por la que Dios nos ha creado libres para poder amarle u ofenderle, porque si no nos hubiese creados libres, nunca habríamos tenido la oportunidad de demostrarle que le amamos y en la cuantía en que le amamos.
         Los ángeles caídos, es decir los demonios, son para nosotros con sus tentaciones para que ofendamos al Señor, los elementos que necesitamos, la piedra de toque que usa el Señor para probar nuestro amor a Él. Los demonios están a la espera de su condena definitiva. El Apocalipsis nos dice que los demonios fueron precipitados sobre la tierra: su condena definitiva aún no se ha producido, si bien es irreversible la selección efectuada en su momento que distinguió a los ángeles de los demonios. Todavía conservan por tanto un poder permitido por Dios, aunque, por poco tiempo. Por eso apostrofaban en Gerasa al Señor diciéndole: “¿Has venido aquí a atormentarnos antes de tiempo?”. (Mt 8, 29). Dios no permite que ningún demonio nos tiente con fuerza superior a nuestra voluntad de resistencia. Lorenzo Scupoli, escribe: “Dios ha dotado a nuestra voluntad de tal fuerza y libertad, que aunque todos los sentidos, con todos los demonios y el mundo entero se armasen y conjurasen contra ella, atacándola y acosándola con todas sus fuerzas, ella puede, a pesar de todo, y a despecho de todos querer o no querer, con absoluta libertad, todo lo que quiere o no quiere, y todas las veces y todo el tiempo y en el modo y para el fin que ella quiere”. En definitiva, los demonios nos hacen un gran favor, pues ellos con sus tentaciones, nos permiten acumular méritos, cuando estas son vencidas, aunque desgraciadamente para los hombres y afortunadamente para los demonios, las tentaciones de estos no siempre son resistidas, por los hombres. Nosotros sin demonios no tendríamos escalera para subir al cielo.
      Pero volviendo a la voluntad humana, esta nos desaparecerá, como antes decíamos, cuando seamos integrados en la voluntad divina. Y es por ello, que muy buena cosa es, que ya en esta vida nos esforcemos en identificar nuestra voluntad con los deseos del Señor, Él mismo nos dio ejemplo cuando nos dijo: “Les dice Jesús: Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra”, (Jn 4,34). Pero nosotros para tomar este alimento hemos de ver que como nos dice San Antonio Abad:“Somos el campo de acción de tres voluntades que actúan en el hombre: la primera es la voluntad de Dios, perfectísima y salutífera para todos; la segunda es nuestra propia voluntad humana, la cual, si bien en sí misma no es mala, no es salutífera; y la tercera es la del diablo, que nos conduce absolutamente a la perdición”.
         Para San Juan de la Cruz: “La fuerza del alma está en sus potencias, pasiones y apetitos, dirigido todo por la voluntad. Cuando la voluntad dirige todas las potencias pasiones y apetitos a Dios y las desvía de todo lo que no es Dios, es cuando guarda la fuerza del alma para Dios y entonces ama a Dios con todas sus fuerzas”. El hombre ha de crucificar su voluntad y ante esta anulación de sus propios deseos él se defiende de manera consciente, negando a Dios tal sumisión de su voluntad, o bien inconscientemente mediante un mecanismo de defensa racional, que crea una teoría para su auto justificación”. Pero si queremos ser glorificados después de nuestra muerte, no hay otro camino, solo uniendo nuestra voluntad a la divina podremos transitar por el camino de la gloria.
         Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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