La visita, de la Santísima Virgen María, a su prima Santa Isabel
¡DICHOSA TU, QUE HAS CREÍDO ! (Lc 1, 45)
María Santísima, Esposa del Espíritu Santo
Cuando María ha echado raíces en un alma, realiza allí las maravillas de la gracia que sólo Ella puede realizar, porque Ella sola es Virgen fecunda, que no tuvo ni tendrá jamás semejante en pureza y fecundidad.
María ha colaborado con el Espíritu Santo a la mayor obra que ha sido posible, es decir, la Encarnación del Verbo. En consecuencia, Ella realizará también los mayores portentos de los últimos tiempos. La formación y educación de los grandes santos, que vivirán hacia el fin del mundo, están reservadas a Ella, porque sólo esta Virgen singular y milagrosa puede realizar en unión del Espíritu Santo, las cosas singulares y extraordinarias. Cuando el Espíritu Santo, su Esposo, la encuentra en un alma, vuela y entra en esa alma en plenitud y se le comunica tanto más abundantemente cuanto más sitio hace el alma a su Esposa. Una de las razones principales de que el Espíritu Santo no realice maravillas portentosas en las almas, es que no encuentra en ellas una unión suficientemente estrecha con su fiel e indisoluble Esposa. Digo "fiel e indisoluble Esposa", porque desde que este Amor sustancial del Padre y del Hijo, se desposó con María para producir a Jesucristo, Cabeza de los elegidos, y a Jesucristo en los elegidos, jamás la ha repudiado, porque Ella se ha mantenido siempre fiel y fecunda. San Luis-María Grignion de Montfort Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen n°35 y 36 |
Querido/a Suscriptor/a de "El Camino de María"
El 31 mayo celebraremos con toda la Iglesia la Solemnidad que conmemora la Visitación que hizo la Santísima Virgen a su prima Santa Isabel, madre de San Juan Bautista, que residía en Ain-Karim, en las montañas de Judea. Fue después que el ángel Gabriel anunciara a la Santísima Virgen que sería la Madre de Jesús, y le revelara al mismo tiempo que Isabel también sería madre. Es en esta ocasión que Isabel le dice a María: "Bendita Tu eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de Tu vientre".
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En la Plaza de San Pedro, tuvo lugar una celebración al concluir el mes de Mayo 2008. Durante el rezo del Rosario, presidido por el cardenal Angelo Comastri, arcipreste de la Basílica Vaticana, la Estatua de la Virgen fue llevada en procesión por la Plaza. Después de la oración mariana, el Santo Padre Benedicto XVI pronunció un discurso.
El Papa recordó que hoy celebramos la fiesta de la Visitación de la Virgen María y la memoria del Corazón Inmaculado de María. "En muchas comunidades cristianas, durante el mes de mayo -dijo-, existe la bonita costumbre de rezar de manera más solemne el Santo Rosario en familia y en las parroquias".
"Que no cese esta buena costumbre -dijo-, ahora que termina el mes; es más, que siga con mayor empeño para que, aprendiendo de María, la lámpara de la fe brille cada vez más en el corazón de los cristianos y en sus casas".
El Santo Padre señaló que tras la Anunciación del Arcángel, "María se encontró con un gran misterio encerrado en su seno; sabía que había sucedido algo extraordinariamente único; se daba cuenta de que había comenzado el último capítulo de la historia de la salvación del mundo".
Cuando la Virgen llega a casa de Isabel, ésta, "iluminada desde lo Alto, exclama: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!".
El Papa puso de relieve que "las palabras de Isabel encienden en su espíritu un cántico de alabanza que es una auténtica y profunda interpretación "teológica" de su historia: una lectura que tenemos que seguir aprendiendo de quien tiene una fe sin sombras ni grietas. "Engrandece mi alma al Señor". María reconoce la grandeza de Dios. Este es el primer e indispensable sentimiento de la fe: el sentimiento que da seguridad a la criatura humana y que la libera del miedo, a pesar de las tempestades de la historia".
"Su fe -continuó- le ha hecho ver que los tronos de los poderosos de este mundo son provisionales, mientras que el trono de Dios es la única roca que no cambia, que no se derrumba. Su Magnificat, con el pasar de los siglos y milenios, sigue siendo la interpretación más verdadera y profunda de la historia, mientras las interpretaciones de tantos sabios de este mundo han sido desmentidas por los hechos en el transcurso de los siglos".
Benedicto XVI concluyó invitando a los fieles "volver a casa con el Magnificat en el corazón. Alberguemos en nosotros los mismos sentimientos de alabanza y de acción de gracias de María hacia el Señor, su fe y su esperanza, su abandono dócil en las manos de la Providencia divina. Imitemos su ejemplo de disponibilidad y generosidad en el servicio a los hermanos. De hecho, sólo acogiendo el amor de Dios y haciendo de nuestra existencia un servicio desinteresado y generoso al prójimo, podremos elevar con alegría un canto de alabanza al Señor. Que nos alcance esta gracia la Virgen, quien esta noche nos invita a encontrar refugio en su Corazón inmaculado".
"Que no cese esta buena costumbre -dijo-, ahora que termina el mes; es más, que siga con mayor empeño para que, aprendiendo de María, la lámpara de la fe brille cada vez más en el corazón de los cristianos y en sus casas".
El Santo Padre señaló que tras la Anunciación del Arcángel, "María se encontró con un gran misterio encerrado en su seno; sabía que había sucedido algo extraordinariamente único; se daba cuenta de que había comenzado el último capítulo de la historia de la salvación del mundo".
Cuando la Virgen llega a casa de Isabel, ésta, "iluminada desde lo Alto, exclama: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!".
El Papa puso de relieve que "las palabras de Isabel encienden en su espíritu un cántico de alabanza que es una auténtica y profunda interpretación "teológica" de su historia: una lectura que tenemos que seguir aprendiendo de quien tiene una fe sin sombras ni grietas. "Engrandece mi alma al Señor". María reconoce la grandeza de Dios. Este es el primer e indispensable sentimiento de la fe: el sentimiento que da seguridad a la criatura humana y que la libera del miedo, a pesar de las tempestades de la historia".
"Su fe -continuó- le ha hecho ver que los tronos de los poderosos de este mundo son provisionales, mientras que el trono de Dios es la única roca que no cambia, que no se derrumba. Su Magnificat, con el pasar de los siglos y milenios, sigue siendo la interpretación más verdadera y profunda de la historia, mientras las interpretaciones de tantos sabios de este mundo han sido desmentidas por los hechos en el transcurso de los siglos".
Benedicto XVI concluyó invitando a los fieles "volver a casa con el Magnificat en el corazón. Alberguemos en nosotros los mismos sentimientos de alabanza y de acción de gracias de María hacia el Señor, su fe y su esperanza, su abandono dócil en las manos de la Providencia divina. Imitemos su ejemplo de disponibilidad y generosidad en el servicio a los hermanos. De hecho, sólo acogiendo el amor de Dios y haciendo de nuestra existencia un servicio desinteresado y generoso al prójimo, podremos elevar con alegría un canto de alabanza al Señor. Que nos alcance esta gracia la Virgen, quien esta noche nos invita a encontrar refugio en su Corazón inmaculado".
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San Ambrosio, en su Tratado sobre el Evangelio de San Lucas, II, 25-26, refiriéndose al saludo de Santa Isabel, escribió:
"...Y de dónde a mí que la Madre de mi Señor venga a mí? No habla como una ignorante -ella sabía que existía la gracia y la operación del Espíritu Santo, para que la madre del profeta fuese saludada por la Madre del Señor para provecho de su hijo-, sino que ella reconocía que esto es el resultado, no de un mérito humano, sino de la gracia divina. Dice así: ¿De dónde a mí?, es decir, ¿qué felicidad me llega que la Madre de mi Señor viene a mí? Yo reconozco que no tengo nada que esto exija. ¿De dónde a mí? ¿Por qué justicia, por qué acciones, por qué méritos? No son diligencias acostumbradas entre mujeres que la Madre de mi Señor venga a mí. Yo presiento el milagro, reconozco el misterio: la Madre del Señor está fecundada del Verbo, llena de Dios.
Porque he aquí que, como sonó la voz de tu salutación en mis oídos, dio saltos de alborozo el niño en mi seno. Y dichosa Tú que has creído.
María no dudó, sino que creyó, y por eso ha conseguido el fruto de la fe. Bienaventurada Tú, dice, que has creído. ¡Mas también sois bienaventurados vosotros que habéis oído y creído!, pues toda alma que cree, concibe y engendra la palabra de Dios y reconoce sus obras. Que en todos resida el alma de María para glorificar al Señor; que en todos resida el espíritu de María para exultar en Dios. Si corporalmente no hay más que una Madre de Cristo, por la fe Cristo es fruto de todos..."
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"...Es siempre sugestivo este momento de fe y devoto homenaje a María Santísima con que concluye el mes de mayo, mes mariano -expresó Juan Pablo II en la Audiencia General del 31 de mayo de 2000-.Habéis rezado el Santo Rosario caminando hacia esta gruta de Lourdes, que se encuentra en el centro de los jardines vaticanos. Aquí, ante la imagen de la Virgen Inmaculada, habéis depositado en sus manos vuestras intenciones de oración, meditando en el misterio que se celebra hoy: la Visitación de María Santísima a Santa Isabel.
En este acontecimiento -continuó Juan Pablo II-, se refleja una "visitación" más profunda: la de Dios a su pueblo, saludada por el júbilo del pequeño Juan, el mayor entre los nacidos de mujer (cf. Mt 11, 11), ya desde el seno materno. Así, el mes mariano concluye bajo el signo del "gaudium", segundo misterio "gozoso", es decir, de la alegría, del júbilo..."
Ella ha captado, mejor que todas las demás criaturas, que Dios hace maravillas: Su Nombre es santo, muestra Su Misericordia, enaltece a los humildes, es fiel a sus promesas. No es que para María el desarrollo aparente de su vida salga de la trama ordinaria, sino que medita los más mínimos signos de Dios, repasándolos en su corazón (Lc 2, 19.25). No es que los sufrimientos le sean ahorrados, en absoluto: permanece de pie junto a la Cruz, asociada eminentemente al sacrificio del Servidor inocente, Madre de dolores. Pero está también abierta al gozo sin medida de la Resurrección; también ha sido asunta en cuerpo y alma hasta la gloria del cielo. Primera rescatada, Inmaculada desde el momento de su concepción, incomparable Morada del Espíritu, Habitáculo purísimo del Redentor de los hombres, es al mismo tiempo la Hija muy amada de Dios y, en Cristo, la Madre universal. Es el símbolo perfecto de la Iglesia terrestre y glorificada.
Qué resonancia tan maravillosa adquieren, en su existencia singular de Virgen de Israel, las palabras proféticas que ser refieren a la nueva Jerusalén: «Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios, porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como un novio que se pone la corona, o novia que se adorna con sus joyas» (Is 61,10)..." (Pablo VI. Exhortación Apostólica «Gaudete in Domino»)
En este acontecimiento -continuó Juan Pablo II-, se refleja una "visitación" más profunda: la de Dios a su pueblo, saludada por el júbilo del pequeño Juan, el mayor entre los nacidos de mujer (cf. Mt 11, 11), ya desde el seno materno. Así, el mes mariano concluye bajo el signo del "gaudium", segundo misterio "gozoso", es decir, de la alegría, del júbilo..."
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"...Después de veinte siglos, la fuente del gozo cristiano no ha cesado de brotar en la Iglesia, y especialmente en el corazón de los santos... En primera fila está la Virgen María, llena de gracia, la Madre del Salvador. Acogiendo el anuncio de lo alto, Esclava del Señor, Esposa del Espíritu Santo, Madre del Hijo Eterno, deja estallar su gozo ante su prima Isabel que celebra su fe: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, mi espíritu se goza en Dios mi Salvador... Desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada».Ella ha captado, mejor que todas las demás criaturas, que Dios hace maravillas: Su Nombre es santo, muestra Su Misericordia, enaltece a los humildes, es fiel a sus promesas. No es que para María el desarrollo aparente de su vida salga de la trama ordinaria, sino que medita los más mínimos signos de Dios, repasándolos en su corazón (Lc 2, 19.25). No es que los sufrimientos le sean ahorrados, en absoluto: permanece de pie junto a la Cruz, asociada eminentemente al sacrificio del Servidor inocente, Madre de dolores. Pero está también abierta al gozo sin medida de la Resurrección; también ha sido asunta en cuerpo y alma hasta la gloria del cielo. Primera rescatada, Inmaculada desde el momento de su concepción, incomparable Morada del Espíritu, Habitáculo purísimo del Redentor de los hombres, es al mismo tiempo la Hija muy amada de Dios y, en Cristo, la Madre universal. Es el símbolo perfecto de la Iglesia terrestre y glorificada.
Qué resonancia tan maravillosa adquieren, en su existencia singular de Virgen de Israel, las palabras proféticas que ser refieren a la nueva Jerusalén: «Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios, porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como un novio que se pone la corona, o novia que se adorna con sus joyas» (Is 61,10)..." (Pablo VI. Exhortación Apostólica «Gaudete in Domino»)
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