viernes, 21 de febrero de 2014

Evangelio - Sábado VI Semana del Tiempo Ordinario

† Lectura del santo Evangelio según san Mateo (16, 13-19)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, cuando llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?” Ellos le respondieron: “Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o alguno de los profetas”.
Luego les preguntó:
“Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” Simón Pedro tomó la palabra y le dijo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.
Jesús le dijo entonces: “¡Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre que está en los cielos! Y yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.
Los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella. Yo te daré las llaves del Reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

† Meditación diaria
22 de febrero
LA CÁTEDRA DEL APÓSTOL SAN PEDRO*
Fiesta
* Se celebraba esta fiesta, ya antes del siglo IV, para señalar que Pedro había establecido su sede en Roma. Se encuentra en los calendarios más antiguos bajo el título de Natale Petri de Cathedra, y con la indicación de que se celebrara el 22 de febrero. Con la festividad de hoy se quiso expresar, desde los comienzos, la unidad de toda la Iglesia, que tiene su fundamento en Pedro y en sus sucesores en la sede romana.

— Sentido de la fiesta.
El Señor dice a Simón Pedro: Yo he pedido por ti, para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te recobres, da firmeza a tus hermanos1.
La voz cátedra significa materialmente la silla desde donde enseña el maestro, en este caso el Obispo, pero ya los Santos Padres la utilizaban como símbolo de la autoridad que tenían los Obispos, y especialmente la sede de Pedro, la de Roma. San Cipriano, en el siglo iii, decía: “Se da a Pedro el primado para mostrar que es una la Iglesia de Cristo y una la Cátedra”, es decir, el magisterio y el gobierno. Y para recalcar aún más la unidad, añadía: “Dios es uno, uno el Señor, una la Iglesia y una la Cátedra fundada por Cristo”2.
Como símbolo de que Pedro había establecido su sede en Roma, el pueblo romano tenía un gran aprecio a una verdadera cátedra de madera, en la que, según una tradición inmemorial, se habría sentado el Príncipe de los Apóstoles. San Dámaso, en el siglo iv, la trasladó al baptisterio del Vaticano, construido por él. Durante muchos siglos estuvo bien visible y fue muy venerada por los peregrinos de toda la Cristiandad llegados a Roma. Al levantarse la actual Basílica de San Pedro, se creyó conveniente guardar como una reliquia la venerada cátedra. Al fondo del ábside se encuentra, a manera de imagen principal, la llamada “gloria de Bernini”, un gran relicario en el que se conserva la silla del Apóstol cubierta de bronce y oro, sobre la que el Espíritu Santo irradia su asistencia.
Entre las fiestas que se encuentran en los calendarios anteriores al siglo iv, las primeras de la Iglesia, se cuenta la de hoy, con el título de Natale Petri de Cathedra, es decir, el día de la institución del Pontificado de Pedro. Con esta fiesta se quiso realzar y señalar el episcopado del Príncipe de los Apóstoles, su potestad jerárquica y magisterio en la urbe de Roma y en todo el orbe. Era costumbre antigua conmemorar la consagración de los Obispos y la toma de posesión de sus respectivas sedes. Pero estas conmemoraciones se extendían solo a la propia diócesis. Solo a la de Pedro se le dio el nombre de Cátedra, y fue la única que se celebró, desde los primeros siglos, en toda la Cristiandad. San Agustín, en un sermón para la fiesta del día, señala: “La festividad que hoy celebramos recibió de nuestros antepasados el nombre deCátedra, con el que se recuerda que al primero de los Apóstoles le fue entregada hoy la Cátedra del episcopado”3. A nosotros nos recuerda, una vez más, la obediencia y el amor al que hace las veces de Cristo en la tierra.

— San Pedro en Roma.
Sabemos por la tradición de la Iglesia4 que Pedro residió durante algún tiempo en Antioquía, la ciudad donde los discípulos empezaron a llamarse cristianos5. Allí predicó el Evangelio, y volvió después a Jerusalén, donde se desató una sangrienta persecución: el rey Herodes, después de haber hecho degollar a Santiago, viendo que esto complacía a los judíos, determinó también prender a Pedro6. Liberado por el ministerio de un ángel, abandonó Palestina y se retiró a otro lugar7. Los Hechos de los Apóstoles no nos dicen a dónde marchó, pero por la tradición sabemos que se dirigió a la Ciudad Eterna. San Jerónimo afirma que Pedro llegó a Roma en el año segundo del principado de Claudio -que corresponde al año 43 después de Cristo y permaneció allí por espacio de veinticinco años, hasta su muerte8. Algunos suponen un doble viaje a Roma: uno, después de marcharse de Jerusalén; habría regresado a Palestina hacia el año 49, fecha del Concilio de Jerusalén, y poco después habría vuelto, realizando luego algunos viajes misioneros.
San Pedro llegó a esta ciudad, centro del mundo en aquel tiempo, “para que la luz de la verdad, revelada para la salvación de todas las naciones, se derramase más eficazmente desde la misma cabeza por todo el cuerpo del mundo -afirma San León Magno Pues, ¿de qué raza no había entonces hombres en aquella ciudad? ¿O qué pueblos podían ignorar lo que Roma enseñase? Este era el lugar apropiado para refutar las teorías de la falsa filosofía, para deshacer las necedades de la sabiduría terrena, para destruir la impiedad de los sacrificios; allí con suma diligencia se había ido reuniendo todo cuanto habían inventado los diferentes errores”9.
El pescador de Galilea se convirtió así en fundamento y roca de la Iglesia, y estableció su sede en la Ciudad Eterna. Desde allí predicó a su Maestro, como lo había hecho en Judea y en Samaria, en Galilea y en Antioquía. Desde esta cátedra de Roma gobernó a toda la Iglesia, adoctrinó a todos los cristianos y derramó su sangre confirmando su predicación, a ejemplo de su Maestro.
La tumba del Príncipe de los Apóstoles, situada debajo del altar de la Confesión de la Basílica vaticana –según afirma de manera unánime la tradición, ratificada por los hallazgos arqueológicos–, da a entender, también de un modo material y visible, que Simón Pedro es, por expresa voluntad divina, la roca fuerte, segura e inconmovible que soporta el edificio de la Iglesia entera a través de los siglos. En su magisterio y en el de sus sucesores resuena infalible la voz de Cristo y, por eso, está cimentada firmemente nuestra fe.

— Amor y veneración al Romano Pontífice.
El Evangelio de la Misa recoge las palabras de Jesús en Cesarea de Filipo, en las que promete a Pedro y a sus sucesores el Primado de la Iglesia: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del Reino de los Cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el Cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el Cielo10. Y exclama San Agustín: “Bendito sea Dios, que ordenó exaltar al Apóstol Pedro sobre la Iglesia. Es digno honrar a este fundamento, por medio del cual es posible escalar el Cielo”11.
Desde Roma, unas veces a través de escritos, otras personalmente o por enviados suyos, consuela, reprende o fortalece en la fe a los cristianos que crecen ya por todas las regiones del Imperio Romano. En la Primera lectura de la Misa se dirige con cierta solemnidad a los pastores de diversas Iglesias locales del Asia Menor, exhortándolos a cuidar amorosamente de quienes les están encomendados: Sed pastores del rebaño de Dios que tenéis a vuestro cargo, gobernándolo, no a la fuerza, sino de buena gana, como Dios quiere; no por sórdida ganancia12. Estas exhortaciones nos recuerdan las de Jesús hablando del Buen Pastor13 y las que le dirigió después de su Resurrección: Apacienta mis corderos... Apacienta mis ovejas14.
Esta es la misión encomendada por el Señor a Pedro y a sus sucesores: dirigir y cuidar de los demás pastores que rigen la grey del Señor, confirmar en la fe al Pueblo de Dios, velar por la pureza de la doctrina y de las costumbres, interpretar –con la asistencia del Espíritu Santo– las verdades contenidas en el depósito de la Revelación. Por lo cual -escribe en su segundaCarta- no cesaré jamás de recordaros estas cosas, por más que las sepáis y estéis firmes en la verdad que ya poseéis. Pues considero que es mi deber –mientras permanezca en esta tienda– estimularos con mis exhortaciones, pues sé que pronto tendré que abandonarla, según me lo ha manifestado nuestro Señor Jesucristo. Y procuraré que aun después de mi partida podáis recordar estas cosas en todo momento15.
La fiesta de hoy nos ofrece una oportunidad más para manifestar nuestra filial adhesión a las enseñanzas del Santo Padre, a su magisterio, y para examinar el interés que ponemos en conocerlas y llevarlas a la práctica.
El amor al Papa es señal de nuestro amor a Cristo. Y este amor y veneración se han de poner de manifiesto en la petición diaria por su persona y por sus intenciones: Dominus conservet eum et vivificet eum et beatum faciat eum in terra... El Señor lo conserve y lo vivifique y le haga feliz en la tierra, y no permita que caiga en manos de sus enemigos. Este amor se ha de señalar aún más en determinados momentos: cuando realiza un viaje apostólico, en la enfermedad, cuando arrecian los ataques de los enemigos de la Iglesia, cuando por cualquier circunstancia nos encontramos más próximos a su persona... “Católico, Apostólico, ¡Romano! -Me gusta que seas muy romano. Y que tengas deseos de hacer tu “romería”, “videre Petrum”, para ver a Pedro”16.
1 Antífona de entrada. Lc 22, 32. — 2 San Cipriano, Epístola 43, 5. — 3 San Agustín,Sermón 15, sobre los santos. — 4 Cfr. San León Magno, En la fiesta de los Apóstoles Pedro y Pablo. Homilía 82, 5. — 5 Hech 11, 26. — 6 Hech 12, 3. — 7 Hech 12, 17. — 8San Jerónimo, De viris illustribus, 1. — 9 San León Magno, loc. cit., 3-4. — 10 Mt 16, 13-19. — 11 San Agustín, loc. cit. — 12 1 Pdr 5, 2. — 13 Jn 10, 1 ss. — 14 Jn 21, 15-17. — 15 2 Pdr 1, 12-15. — 16 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 520.                                                                                                                                                              _______________________________________________________________________________
Otro comentario: Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia
Hoy celebramos la Cátedra de san Pedro. Desde el siglo IV, con esta celebración se quiere destacar el hecho de que —como un don de Jesucristo para nosotros— el edificio de su Iglesia se apoya sobre el Príncipe de los Apóstoles, quien goza de una ayuda divina peculiar para realizar esa misión. Así lo manifestó el Señor en Cesarea de Filipo: «Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mt 16,18). En efecto, «es escogido sólo Pedro para ser antepuesto a la vocación de todas las naciones, a todos los Apóstoles y a todos los padres de la Iglesia» (San León Magno).

Desde su inicio, la Iglesia se ha beneficiado del ministerio petrino de manera que san Pedro y sus sucesores han presidido la caridad, han sido fuente de unidad y, muy especialmente, han tenido la misión de confirmar en la verdad a sus hermanos.

Jesús, una vez resucitado, confirmó esta misión a Simón Pedro. Él, que profundamente arrepentido ya había llorado su triple negación ante Jesús, ahora hace una triple manifestación de amor: «Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo» (Jn 21,17). Entonces, el Apóstol vio con consuelo cómo Jesucristo no se desdijo de él y, por tres veces, lo confirmó en el ministerio que antes le había sido anunciado: «Apacienta mis ovejas» (Jn 21,16.17).

Esta potestad no es por mérito propio, como tampoco lo fue la declaración de fe de Simón en Cesarea: «No te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos» (Mt 16,17). Sí, se trata de una autoridad con potestad suprema recibida para servir. Es por esto que el Romano Pontífice, cuando firma sus escritos, lo hace con el siguiente título honorífico: Servus servorum Dei.

Se trata, por tanto, de un poder para servir la causa de la unidad fundamentada sobre la verdad. Hagamos el propósito de rezar por el Sucesor de Pedro, de prestar atento obsequio a sus palabras y de agradecer a Dios este gran regalo.



No hay comentarios:

Publicar un comentario