Sobre
la oración de San Patricio
Corremos la página de la
revista que está en nuestras manos y surge algo que conmueve nuestra alma, algo
que no debiéramos mirar. Por un lado, sentimos un cosquilleo en varias partes
de nuestro cuerpo, nuestros ojos bambolean dubitativamente pero no pueden
apartarse de lo que se ve allí. No hay dudas, algo ocurre en nuestro interior,
y sin embargo eso que se manifiesta ante nuestra alma es dulce y atractivo,
como un suave y letal veneno. De inmediato nos imaginamos que Jesús está sobre
nuestro hombro mirando la misma página de la revista y con una mueca violenta
aparta la mirada. Demasiado tarde, pero finalmente corremos la página y
distraídamente pretendemos que nada ha ocurrido, pero la verdad es que esa
imagen quedo retratada en nuestras retinas, en nuestra alma, y volverá una y
otra vez a reclamar su presa: nosotros.
Escuchamos como la conversación
se va acalorando, se pone intensa y toca cada vez zonas más prohibidas. De
repente no resistimos e intervenimos con una expresión que contiene palabras
que no son exactamente dignas de un hijo de Dios. En el momento de
pronunciarlas sentimos la conmoción que provocan en la audiencia, el efecto
buscado. ¡Ahora me prestarán atención! Sin embargo, algo más ocurre en nuestro
interior: nos sentimos avergonzados de hablar de esa manera, de ensuciar con
barro pestilente nuestra boca, y nos imaginamos a la Virgen viéndonos en ese
momento y emitiendo una exclamación de espanto ante la vista del hijo envuelto
en un fango verbal inesperado.
La experiencia de caer en el pecado
nos pone, en el momento de ocurrir, sujetos a dos sensaciones totalmente
opuestas: por una parte el dulzor perfumado, inconfundible, turbador y seductor
del pecado mismo. Surge esa clara sensación de haber tenido el valor de cruzar
una frontera más, de haber podido transgredir, de ser rebelde, desobediente. El
pecado tiene la misma efectiva publicidad que vemos en la televisión para
convencernos de comprar su producto, a veces con un mensaje vulgar y ruidoso,
pero muchas otras con sutiles y sensuales llamados a las partes donde se
esconden nuestras más profundas miserias: nuestra vanidad y sensualidad.
Pero, en esa batalla espiritual
que vivimos en cada acto de nuestra vida, también experimentamos el sacudón,
ese calor que sube por nuestro cuerpo y se instala en nuestro rostro y orejas,
indicando a las claras que algo hicimos mal. Es claramente vergüenza, culpa,
remordimiento, y un bombardeo de pensamientos que nos gritan ¿por qué hiciste
eso? Y la respuesta no viene clara, porque nuestra alma está aún embotada del
perfume del pecado, y no sabe si darle cabida al perfume o al calor en el
rostro que nos indica que algo hicimos mal,
Vivimos inmersos en el mundo,
por lo que estas pequeñas o grandes experiencias de tentación seguida de pecado
ocurren a diario, demasiado a menudo. Me sucede a veces el ver adolescentes que
en pocos meses cambian totalmente su modo de hablar, y no se dan cuenta
que eso ocurre porque se han metido en un circulo donde se habla de ese modo.
El alma queda entonces manchada de tal forma que los demás vemos luego esas
manchas de modo ostensible. “De la boca sale lo que en el alma habita”. A veces
los veo relatar programas de televisión con gran interés y risotadas, mientras
ellos no comprenden que están manchando su alma con cosas que no son buenas.
Baste pensar en Jesús mirando ese programa sentado junto a nosotros en nuestro
sillón preferido, compartiendo la diversión y risotadas. Imposible, ¿verdad?
¿Son estas, acaso cosas menores
a las que no debemos prestar atención? Yo creo que si debemos prestar atención,
si es que no queremos ir a la batalla espiritual desarmados y faltos de
entrenamiento. Nuestra capacidad de construirnos una coraza que nos proteja de
las tentaciones y provocaciones del mundo configura probablemente la principal
arma que debemos tener como soldados de Jesús.
San Patricio construyó en
Irlanda hace siglos esa coraza con oración, y aun hoy la rezamos. Los invito a
conocerla, a rezarla, a meditarla, porque fue hecha hace más de 1500 años y sin
embargo no ha perdido vitalidad en lo más mínimo. Es que el misterio de la
iniquidad (el mal) no ha cambiado mucho. Sigue usando las mismas estratagemas
para tentarnos y arrastrarnos a nuestra propia perdición.
La
Coraza de San Patricio nos llene de rechazo por las cosas malas que nos ofrece
el mundo. Por las habladurías, las imágenes de impureza, las palabras que no
debieran salir de nuestra boca, los dichos o miradas hirientes. En fin, que la
Coraza de San Patricio nos enseñe a tenerle verdadero asco al pecado, para que
nos revuelva el estomago la sola idea de pecar, y nos de paz y consuelo la idea
de callar, mirar mansamente lo que ocurre, dar vuelta la cabeza cuando es
necesario hacerlo para evitar ver u oír lo que no nos hace bien, y evitar la
curiosidad y habladurías malsanas.
Coraza de San
Patricio
Me envuelvo hoy
día y ato a mí una fuerza poderosa;
La invocación de
la Trinidad, la fe en las Tres Personas, la confesión de
La unidad del
Creador del universo.
Me envuelvo hoy
día y ato a mí:
La fuerza de
Cristo con Su Bautismo,
La fuerza de Su
Crucifixión y Entierro,
La fuerza de Su
Resurrección y Ascensión,
La fuerza de Su
Vuelta para el juicio de la eternidad.
Me envuelvo hoy
día y ato a mí:
La fuerza del
amor de los querubines,
La obediencia de
los ángeles,
El servicio de
los arcángeles,
La esperanza de
la resurrección para el premio,
La oración de los
patriarcas,
La visión de los
profetas,
Las palabras de
los apóstoles,
La fe de los
mártires,
La inocencia de
las santas vírgenes y
Las buenas obras
de los confesores.
Me envuelvo hoy
día y ato a mí el poder del Cielo,
La luz del sol,
el brillo de la luna,
El resplandor del
fuego, la velocidad del rayo,
La rapidez del
viento, la profundidad del mar,
La firmeza de la
tierra, la solidez de la roca.
Me envuelvo hoy
día y ato a mí:
La Fuerza de Dios
para orientarme,
El Poder de Dios
para sostenerme,
La Sabiduría de
Dios para guiarme,
El Ojo de Dios
para prevenirme,
El Oído de Dios
para escucharme,
La Palabra de
Dios para apoyarme,
La Mano de Dios
para defenderme,
El Camino de Dios
para recibir mis pasos,
El Escudo de Dios
para protegerme,
Los Ejércitos de
Dios para darme seguridad
Contra las
trampas de los demonios,
Contra las
tentaciones de los vicios,
Contra las
inclinaciones de la naturaleza,
Contra todos los
que desean el mal de lejos y de cerca
Estando yo solo
en la multitud
Convoco hoy día
todas esas fuerzas poderosas que están entre mí y esos males
Contra las
encantaciones de los falsos profetas,
Contra las leyes
negras del paganismo,
Contra las leyes
falsas de los herejes,
Contra la astucia
de la idolatría,
Contra los
conjuros de las brujas, brujos y magos,
Contra las
curiosidades que dañan el cuerpo y el alma del hombre.
Invoco a Cristo
que me proteja hoy día:
Contra el veneno,
el incendio, el ahogo, las heridas,
Para que pueda yo
alcanzar abundancia de premio.
Cristo conmigo,
Cristo delante de mí, Cristo detrás de mí,
Cristo en mí,
Cristo bajo mí, Cristo sobre mí,
Cristo a mi
derecha, Cristo a mi izquierda,
Cristo en la
anchura, Cristo en la longitud, Cristo en la altura,
Cristo en el
corazón de todo hombre que piensa en mí,
Cristo en la boca
de todos los que hablan de mí,
Cristo en todo
ojo que me ve, Cristo en todo oído que me escucha
Me envuelvo hoy
día y ato a mí una fuerza poderosa;
La invocación de
la Trinidad, la fe en las Tres Personas,
La
confesión de la unidad del Creador del universo.
Del Señor es la
salvación. Del Señor es la salvación. De Cristo es la salvación
Tu salvación,
Señor, está siempre con nosotros.
Amén
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