Lectio:
Viernes, 21 Febrero, 2014
Tiempo Ordinario
1) Oración inicial
Señor, tú que te complaces en habitar en los rectos y sencillos de corazón; concédenos vivir por tu gracia de tal manera, que merezcamos tenerte siempre con nosotros. Por nuestro Señor.
2) Lectura
Del santo Evangelio según Marcos 8,34-9,1
Llamando a la gente a la vez que a sus discípulos, les dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida? Pues ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida? Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles.» Les decía también: «Yo os aseguro que entre los aquí presentes hay algunos que no gustarán la muerte hasta que vean venir con poder el Reino de Dios.»
3) Reflexión
• El evangelio de hoy presenta las condiciones para poder seguir a Jesús. Pedro no entendió la propuesta de Jesús cuando éste le habló del sufrimiento y de la cruz. Pedro acepta a Jesús como mesías, pero no como mesías sufriente. Ante la incomprensión de Pedro, Jesús describe el anuncio de la Cruz y explica el significado de la cruz para la vida de los discípulos (Mc 8,27 a 9,1).
• Contexto histórico de Marcos: En los años 70, cuando Marcos escribe, la situación de las comunidades no era fácil. Había mucho sufrimiento, muchas cruces. Seis años antes, en el 64, el imperador Nerón había decretado la primera gran persecución, matando a muchos cristianos. En el 70, en Palestina, Jerusalén estaba siendo destruida por los romanos. En los otros países, estaba empezando una tensión fuerte entre judíos convertidos y judíos no convertidos. La dificultad mayor era la Cruz de Jesús. Los judíos pensaban que un crucificado no podía ser el mesías, pues la ley afirmaba que todo crucificado debía de ser considerado como un maldito de Dios (Dt 21,22-23).
• Marcos 8,34-37. Condiciones para seguir a Jesús. Jesús saca las conclusiones que valían para los discípulos, para los cristianos del tiempo de Marcos y para nosotros que vivimos hoy: Si alguno quiere venir en pos de mi, tome su cruz y sígame. En aquel tiempo, la cruz era la pena de muerte que el imperio imponía a los marginados. Tomar la cruz y cargarla en pos de Jesús era lo mismo que aceptar ser marginado por el sistema injusto que legitimaba la injusticia. La Cruz de Jesús no es fruto del fatalismo de la historia, ni es una exigencia del Padre. La Cruz es la consecuencia del compromiso libremente asumido por Jesús de revelar la Buena Nueva de que Jesús es Padre y que, por consiguiente, todos y todas deben ser aceptados/as y tratados/as como hermanos y hermanas. Por este anuncio, él fue perseguido y no tuvo miedo a dar su vida. No hay prueba de mayor amor que dar la vida por los hermanos. En seguida, Marcos inserta aquí dos frases sueltas.
• Marcos 8,38-9,1: Dos frases sueltas: una exigencia y un aviso. La primera (Mc 8,38), es la exigencia para no avergonzarnos del Evangelio, y tener el valor de profesarlo. La segunda (Mc 9,1), es un aviso sobre la venida o la presencia de Jesús en los hechos de la vida. Algunos pensaban que Jesús vendría luego (1Ts 4,15-18). Jesús, de hecho, ya había venido y estaba presente en las personas, sobretodo en los pobres. Pero ellos no lo percibían. Jesús mismo había dicho: “Cuando ayudasteis al pobre, al enfermo, al sin casa, al preso, al peregrino, ¡era yo!” (Mt 25,34-45)
4) Para la reflexión personal
• ¿Cuál es la cruz que pesa sobre mí y que hace pesada mi vida? ¿Cómo la llevo?
• Ganar la vida o perder la vida; ganar el mundo entero o perder la propia alma; avergonzarse del evangelio o profesarlo públicamente. ¿Cómo acontece esto en mi vida?
5) Oración final
¡Dichoso el hombre que teme a Yahvé,
que encuentra placer en todos sus mandatos!
Su estirpe arraigará con fuerza en el país,
la raza de los rectos será bendita. (Sal 112,1-2)
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