martes, 25 de febrero de 2014

Evangelio - Miércoles VII Semana del Tiempo Ordinario

† Lectura del santo Evangelio según san Marcos 9, 38-40
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, le dijo Juan a Jesús:
"Hemos visto a uno que expulsaba a los demonios en tu nombre, y como no es de los nuestros, se lo prohibimos".
Pero Jesús le respondió:
"No se lo prohiban, porque no hay ninguno que haga milagros en mi nombre que luego sea capaz de hablar mal de mí. Todo aquél que no está contra nosotros está a nuestro favor".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

† Meditación diaria
7ª SEMANA. MIÉRCOLES
UNIDAD Y DIVERSIDAD EN EL APOSTOLADO

- No es cristiana la mentalidad estrecha y exclusivista en las tareas apostólicas. El apostolado en la Iglesia es muy variado y distinto.

Los discípulos vieron a uno que echaba demonios en el nombre del Señor. No sabemos si se trataba de alguien que había conocido antes a Jesús, o bien alguno que fue curado por Él y se había constituido por su cuenta en un seguidor más del Maestro. San Marcos (1) nos ha dejado la reacción de San Juan, quien, acercándose a Jesús, le dijo: Maestro, hemos visto a uno lanzar demonios en tu nombre, pero se lo hemos prohibido, porque no anda con nosotros. El Señor aprovechó esta ocasión para dejar una enseñanza valedera para todos los tiempos: No se lo prohibáis -dijo Jesús-, pues no hay nadie que haga un milagro en mi nombre y pueda luego hablar mal de mí: el que no está contra nosotros, está con nosotros. Este exorcista manifestaba una fe honda y operativa en Jesús; lo expresaba a través de las obras. Jesús lo acepta como seguidor suyo y reprueba la mentalidad estrecha y exclusivista en las tareas apostólicas; nos enseña que el apostolado es muy variado y distinto.
“Muchas son las formas de apostolado -proclama el Concilio Vaticano II- con que los seglares edifican a la Iglesia y santifican al mundo, animándolo en Cristo” (2). La única condición es “estar con Cristo”, con su Iglesia, enseñar su doctrina, amarle con obras. El espíritu cristiano ha de llevarnos a fomentar una actitud abierta ante formas apostólicas diversas, a poner empeño en comprenderlas, aunque sean muy distintas de nuestro modo de ser o de pensar, y alegrarnos sinceramente de su existencia, entre otras razones porque la viña es inmensa y los obreros, pocos (3). “Alégrate, si ves que otros trabajan en buenos apostolados. -Y pide, para ellos, gracia de Dios abundante y correspondencia a esa gracia.
“Después, tú, a tu camino: persuádete de que no tienes otro” (4). Porque no sería posible para un cristiano vivir la fe y tener al mismo tiempo una mentalidad como de partido único, de tal manera que quien no adoptara unas determinadas formas, métodos o modos de hacer, o campos de apostolado, estaría en contra. Nadie que trabaje con rectitud de intención estorba en el campo del Señor. Todos somos necesarios. Importa mucho que, entendiendo bien la unidad en la Iglesia, Cristo sea anunciado de modos bien diversos. Unidad “en la fe y en la moral, en los sacramentos, en la obediencia a la jerarquía, en los medios comunes de santidad y en las grandes normas de disciplina, según el conocido principio agustiniano: in necessariis unitas, in dubiis libertas, in omnibus caritas (en los asuntos necesarios unidad, en los opinables libertad, en todos caridad)” (5). Y esa unidad necesaria no será nunca uniformidad que empobrece a las almas y a los apostolados: “en el jardín de la Iglesia hubo, hay y habrá una variedad admirable de hermosas flores, distintas por el aroma, por el tamaño, por el dibujo y por el color” (6). Y esta diversidad es riqueza para gloria de Dios.
Al esforzarnos en una tarea apostólica hemos de evitar una tentación que podría acechar: la de “entretenerse” inútilmente en evaluar las iniciativas apostólicas de los demás. Más que estar pendientes de la actuación de otros, debemos sondear nuestro corazón y ver si ponemos todo el empeño, si procuramos hacer rendir los talentos que hemos recibido de Dios en favor de las almas: “...tú, a tu camino: persuádete de que no tienes otro”.
“La maravilla de la Pentecostés es la consagración de todos los caminos: nunca puede entenderse como monopolio ni como estimación de uno solo en detrimento de otros.
“Pentecostés es indefinida variedad de lenguas, de métodos, de formas de encuentro con Dios: no uniformidad violenta” (7). De ahí nuestro gozo y alegría al ver que muchos trabajan con ahínco por dar a conocer el Reino de Dios, en formas de apostolado a las que el Señor no nos llama a nosotros.

- Difundir la doctrina entre todos.

La doctrina de Jesucristo debe llegar a todas las gentes, y muchos lugares que fueron cristianos necesitan ser evangelizados de nuevo. La misión de la Iglesia es universal y se dirige a personas de toda condición: de culturas y formas de ser diferentes, de edades bien dispares... Desde el comienzo de la Iglesia, la fe caló en jóvenes y ancianos, en gentes pudientes y en esclavos, en cultos e incultos... Los Apóstoles y quienes les sucedieron mantuvieron una firme unidad en lo necesario, y no se empeñó la Iglesia en uniformar a todos los que se convertían. Y los modos de evangelizar fueron muy diferentes también: unos cumplieron una misión importantísima con sus escritos en defensa del Cristianismo y de su derecho a existir, otros predicaron por las plazas, y la mayoría realizó un apostolado discreto en su propia familia, con sus vecinos y compañeros de oficio o de aficiones. Todos los bautizados tenían en común la caridad fraterna, la unidad en la doctrina que habían recibido, los sacramentos, la obediencia a los legítimos pastores...
En todos podemos sembrar la doctrina de Cristo, separando con delicadeza extrema los espinos que harían infructuosa la semilla. Los cristianos, en la tarea apostólica que nos ha encomendado el Señor, “no excluimos a nadie, no apartamos ningún alma de nuestro amor a Jesucristo. Por eso -aconseja Mons. Escrivá de Balaguer- habéis de cultivar una amistad firme, leal, sincera -es decir, cristiana-, con todos vuestros compañeros de profesión; más aún, con todos los hombres, cualesquiera que sean sus circunstancias personales” (8). El cristiano es, por vocación, un hombre abierto a los demás, con capacidad para entenderse con personas bien diferentes por su cultura, edad o carácter.
El trato con Jesús en la oración nos lleva a tener un corazón grande en el que caben las gentes próximas y las más lejanas, sin mentalidades estrechas y cortas, que no son de Cristo. Examinemos en la oración si respetamos y amamos la diversidad de formas de ser que encontramos todos los días con quienes convivimos, si vemos como riqueza de la Iglesia el que realmente sean diferentes a nosotros en sus gustos, modos de ser o de pensar.

- Unidad y pluriformidad en la Iglesia. Fidelidad a la vocación recibida.

La Iglesia se asemeja a un cuerpo humano, que está compuesto por miembros bien diferenciados y bien unidos a la vez (9). La diversidad, lejos de quebrantar su unidad, representa su condición fundamental.
Hemos de pedir al Señor advertir y saber armonizar de modo práctico estas realidades sobrenaturales presentes en la edificación del Cuerpo Místico de Cristo: unidad en la verdad y en la caridad; y, simultáneamente, reconocer para todos en la Iglesia la variedad pluriforme, la pluriformidad de espiritualidades, de enfoques teológicos, de acción pastoral, de iniciativas apostólicas, porque esa pluriformidad “es una verdadera riqueza y lleva consigo la plenitud, es la verdadera catolicidad” (10), bien lejana del falso pluralismo, entendido como “yuxtaposición de posiciones radicalmente opuestas” (11).
En la unidad y en la caridad, el Espíritu Santo actúa, suscitando pluralidad de caminos de santificación. Y quienes reciben un carisma determinado, una vocación específica, contribuyen a la edificación de la Iglesia con la fidelidad a su peculiar llamada, siguiendo el camino señalado por Dios: ahí les espera, y no en otro lugar, no en otra parcela, no con otros modos.
La unidad deseada por el Señor -ut omnes unum sint (12), que todos sean uno- no restringe sino que promueve la peculiar personalidad y forma de ser de cada uno, la variedad de espiritualidades distintas, de pensamiento teológico bien diferente en aquellas materias que la Iglesia deja a la libre discusión de los hombres... “Te pasmaba que aprobara la falta de "uniformidad" en ese apostolado donde tú trabajas. Y te dije:
“Unidad y variedad. -Habéis de ser tan varios, como variados son los santos del cielo, que cada uno tiene sus notas personales especialísimas. -Y también, tan conformes unos con otros como los santos, que no serían santos si cada uno de ellos no se hubiera identificado con Cristo” (13).
La doctrina del Señor nos mueve no sólo a respetar la legítima variedad de caracteres, de gustos, de enfoques en lo opinable, en lo temporal, sino a fomentarla de modo activo. En todo aquello que no se opone ni dificulta la doctrina del Señor y, dentro de ella, la llamada recibida, debe ser total la libertad en aficiones, trabajos, ideas particulares sobre la sociedad, la ciencia o la política. Así, los cristianos de nuestro siglo y de todas las épocas debemos estar unidos en Cristo, en su amor y en su doctrina, fieles cada uno a la vocación recibida; debemos ser distintos y varios en todo lo demás, cada uno con su propia personalidad, esforzándonos en ser sal y luz, brasa encendida, verdaderos discípulos de Cristo.

(1) Mc 9, 37-39.- (2) CONC. VAT. II, Decr. Apostolicam actuositatem, 16.- (3) Cfr. Mt 9, 37.- (4) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Camino, n. 965.- (5) JUAN PABLO II, Discurso a la Conferencia Episcopal Española, Madrid 31-X-1982.- (6) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Carta 9-I-1935.- (7) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Surco, n. 226.- (8) IDEM, Carta 9-I-1951.- (9) Cfr. 1 Cor 12, 13-27.- (10) SINODO EXTRAORDINARIO 1985, Relatio finalis II, C, 2.- (11) Ibídem.- (12) Jn 17, 22.- (13) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Camino, n. 947.                                                             ________________________________________________________________________________________________________________________

Otro comentario: Rev. D. David CODINA i Pérez (Puigcerdà, Gerona, España)
El que no está contra nosotros, está por nosotros
Hoy escuchamos una recriminación al apóstol Juan, que ve a gente obrar el bien en el nombre de Cristo sin formar parte del grupo de sus discípulos: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y tratamos de impedírselo porque no viene con nosotros» (Mc 9,38). Jesús nos da la mirada adecuada que hemos de tener ante estas personas: acogerlas y ensanchar nuestras miras, con humildad respecto a nosotros mismos, compartiendo siempre un mismo nexo de comunión, una misma fe, una misma orientación, es decir, caminar juntos hacia la perfección del amor a Dios y al prójimo. 

Esta manera de vivir nuestra vocación de “Iglesia” nos invita a revisar con paz y seriedad la coherencia con que vivimos esta apertura de Jesucristo. Mientras haya “otros” que nos “molesten” porque hacen lo mismo que nosotros, esto es un claro indicio de que todavía el amor de Cristo no nos impregna en toda su profundidad, y nos pedirá la “humildad” de aceptar que no agotamos “toda la sabiduría y el amor de Dios”. En definitiva, aceptar que somos aquellos que Cristo escoge para anunciar a todos cómo la humildad es el camino para acercarnos a Dios.

Jesús obró así desde su Encarnación, cuando nos acerca al máximo la majestad de Dios en la pequeñez de los pobres. Dice san Juan Crisóstomo: «Cristo no se contentó con padecer la cruz y la muerte, sino que quiso también hacerse pobre y peregrino, ir errante y desnudo, quiso ser arrojado en la cárcel y sufrir las debilidades, para lograr de ti la conversión». Si Cristo no dejó pasar oportunidad alguna para que vivamos el amor con los demás, tampoco dejemos pasar la ocasión de aceptar al que es diferente a nosotros en la manera de vivir su vocación a formar parte de la Iglesia, porque «el que no está contra nosotros, está por nosotros» (Mc 9,40).

Otro comentario:  Los buenos de todos los tiempos

Hay gente buena que cree en que Jesús es Dios, y, de momento, no son de la Iglesia Católica. Esos podrán ser católicos, si no los asustas con aires de prepotencia y de santidad.
Dios toca los corazones, uno a uno, y hay gente que aún no es católica y tiene fe, y vive la fe y practica la doctrina, haciendo el bien y propagando la verdad de que Dios Hijo es Jesús de Nazaret.
La gente buena que tiene fe, es muy valiosa; Dios los quiere en su Iglesia, la Católica, y deja que practiquen su fe, que hablen de Cristo, de Jesús, de Dios.
P. Jesús


No hay comentarios:

Publicar un comentario