sábado, 5 de abril de 2014

Sí a la vida....




Sí a la vida 
Sí a Dios. 
El que dice sí a la vida, dice sí a Dios. El que dice no a la vida, dice no a Dios. Porque Dios es Vida.
Cuando vemos a los propugnadores del aborto, luchar por su despenalización, pensemos que están luchando contra Dios, y no erraremos.
Efectivamente quienes son defensores del aborto, sabiéndolo o sin saberlo, se prestan a un juego de Satanás, que es dador de Muerte, material y espiritual.
Ya ha dicho Jesús que Él es el Camino, la Verdad y la Vida, y quien mata a un hombre injustamente, está atentando contra el mismo Dios.
El demonio no puede crear vida, y sólo puede destruirla, sirviéndose de sus esclavos, que son los hombres malvados.
No nos prestemos al plan del demonio, que es el de aniquilar a la humanidad porque la odia, pues es la predilecta del Señor.
Defendamos la vida de todo ser humano, especialmente de los más inocentes e indefensos que son los niños por nacer, y veremos cómo Dios nos sabrá premiar, ya aquí en la tierra, con toda clase de dones y gracias, incluso materiales, por nuestra valiente defensa de la vida.



Si ya abortaste...
Expiación. 
Los dolores que padecemos por haber hecho lo que hicimos, sea medio de expiación de nuestro pecado, y fuente de méritos para alcanzar el Cielo, que no está cerrado para nosotros, si estamos arrepentidos y aprovechamos el tiempo de vida que nos queda para hacer reparación y ser santos. Sí. Podemos ser santos todavía, porque no hay pecado irreparable. Lo único que es irreparable es estar ya en el Infierno, pero mientras eso no suceda, tenemos tiempo y modo de arrepentirnos, ser perdonados y reparar por el daño causado.
A veces Dios permite los males para que nos hagamos buenos, porque si nuestra vida hubiera sido sin desgracias, quizás no seríamos del todo malos, pero tampoco del todo buenos. Por eso Dios permite a veces las desgracias para hacernos mejores, porque luego del error, recapacitamos y nos hacemos mejores.
No tenemos que dar cabida al demonio que quiere descorazonarnos, poniéndonos constantemente el mal que hemos hecho frente a nosotros. Sea ello más bien motivo de penitencia y no de desesperación, porque Dios nos ama, y nos quiere junto a Él en el Cielo.



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