† Lectura del santo Evangelio según san Marcos (4, 35-41)
Gloria a ti, Señor.
Un día, al atardecer, Jesús dijo a sus discípulos:
“Vamos a la otra orilla del lago”. Entonces los discípulos despidieron a la gente y condujeron a Jesús en la misma barca en que estaba. Iban además otras barcas. De pronto se desató un fuerte viento y las olas se estrellaban contra la barca y la iban llenando de agua. Jesús dormía en la popa, reclinado sobre un cojín.
Lo despertaron y le dijeron:
“Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?” El se despertó, reprendió al viento y dijo al mar: “¡Cállate, enmudece!” Entonces el viento cesó y sobrevino una gran calma. Jesús les dijo:
“¿Por qué tenían tanto miedo? ¿Aún no tienen fe?” Todos se quedaron espantados y se decían unos a otros: “¿Quién es éste, a quien hasta el viento y el mar obedecen?”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
† Meditación diaria
3ª semana. Sábado
LA CORRECCIÓN FRATERNA
— El deber de la corrección fraterna. Su eficacia sobrenatural.
Desde el Antiguo Testamento, nos muestra la Sagrada Escritura cómo Dios se vale frecuentemente de hombres llenos de fortaleza y de caridad para advertir a otros de su alejamiento del camino que conduce al Señor. El Libro de Samuelnos presenta al profeta Natán, enviado por Dios al rey David1 para que le hable de los pecados gravísimos que había cometido. A pesar de la evidencia de esos pecados tan graves (adulterio con la mujer de su fiel servidor y el procurar la muerte de este) y de ser el rey un buen conocedor de la Ley, “el deseo se había apoderado de todos sus pensamientos y su alma estaba completamente aletargada, como por un sopor. Necesitó de la luz del profeta, que con sus palabras le hiciera caer en la cuenta de lo que había hecho”2. En aquellas semanas, David vivía con la conciencia adormecida por el pecado.
Natán, para hacerle caer en la cuenta de la gravedad de su delito, le expone una parábola: Había dos hombres en un pueblo: uno rico y pobre el otro. El rico tenía muchos rebaños de ovejas y de bueyes; el pobre solo tenía una corderilla que había comprado; la iba criando, y ella crecía con él y sus hijos, comiendo de su pan, bebiendo de su vaso, durmiendo en su regazo: era como una hija. Llegó una visita a casa del rico; y, no queriendo perder una oveja o un buey para invitar a su huésped, cogió la cordera del pobre y convidó a su huésped. David se puso furioso contra aquel hombre y dijo a Natán: ¡Vive Dios que el que ha hecho eso es reo de muerte!
Natán respondió entonces al rey: ese hombre eres tú. Y David recapacitó sobre sus pecados, se arrepintió y expresó su dolor en un Salmo que la Iglesia nos propone como modelo de contrición. Comienza así: Apiádate de mí, ¡oh Dios!, según tu piedad; según la muchedumbre de tu misericordia, borra mi iniquidad...3. David hizo penitencia y fue grato a Dios. Todo, gracias a una corrección fraterna, a una advertencia, oportuna y llena de fortaleza, como fue la de Natán.
Uno de los mayores bienes que podemos prestar a quienes más queremos, y a todos, es la ayuda, en ocasiones heroica, de la corrección fraterna. En la convivencia diaria podemos observar que nuestros parientes, amigos o conocidos –como nosotros mismos– pueden llegar a formar hábitos que desdicen de un buen cristiano y que les separan de Dios (faltas habituales de laboriosidad, chapuzas, impuntualidades, modos de hablar que rozan la murmuración o la difamación, brusquedades, impaciencias...). Pueden ser también faltas contra la justicia en las relaciones laborales, faltas de ejemplaridad en el modo de vivir la sobriedad o la templanza (gastos ostentosos, faltas de gula o de ebriedad, dilapidación de dinero en el juego o loterías), relaciones que ponen en situación arriesgada la fidelidad conyugal o la castidad... Es fácil comprender que una corrección fraterna a tiempo, oportuna, llena de caridad y de comprensión, a solas con el interesado, puede evitar muchos males: un escándalo, el daño a la familia difícilmente reparable...; o, sencillamente, puede ser un eficaz estímulo para que alguno corrija sus defectos o se acerque más a Dios.
Esta ayuda espiritual nace de la caridad, y es una de las principales manifestaciones de esta virtud. En ocasiones, es también una exigencia de la justicia, cuando existen especiales obligaciones de prestar ayuda a la persona que debe ser corregida. Con frecuencia debemos pensar en cómo ayudamos a los que están más cerca. “¿Por qué no te decides a hacer una corrección fraterna? —Se sufre al recibirla, porque cuesta humillarse, por lo menos al principio. Pero, hacerla, cuesta siempre. Bien lo saben todos.
“El ejercicio de la corrección fraterna es la mejor manera de ayudar, después de la oración y del buen ejemplo”4. ¿La practicamos con frecuencia? ¿Es nuestro amor a los demás un amor con obras?
— La corrección fraterna se practicaba con frecuencia entre los primeros cristianos. Falsas excusas para no hacerla. Ayuda que prestamos.
La corrección fraterna tiene entraña evangélica; los primeros cristianos la llevaban a cabo frecuentemente, tal como había establecido el Señor –Ve y corrígele a solas5–, y ocupaba en sus vidas un lugar muy importante6; sabían bien de su eficacia. San Pablo escribe a los fieles de Tesalónica: si alguno no obedece a lo que decimos en esta carta... no le miréis como enemigo, sino corregidle como a hermano7. En la Epístola a los Gálatas dice el Apóstol que esta corrección ha de hacerse con espíritu de mansedumbre8. Del mismo modo, el Apóstol Santiago alienta también a los primeros cristianos, recordándoles la recompensa que el Señor les dará: si alguno de vosotros se desvía de la verdad y otro hace que vuelva a ella, debe saber que quien hace que el pecador se convierta de su extravío, salvará su alma de la muerte y cubrirá la muchedumbre de sus propios pecados9. No es pequeña recompensa. No podemos excusarnos y repetir otra vez aquellas palabras de Caín: ¿acaso soy yo el guardián de mi hermano?10.
Entre las excusas que pueden instalarse en nuestro ánimo para no hacer o para retrasar la corrección fraterna está el miedo a entristecer a quien hemos de hacer esa advertencia. Resulta paradójico que el médico no deje de decir al paciente que, si quiere curar, debe sufrir una dolorosa operación, y sin embargo los cristianos tengamos a veces reparos en decir a quienes nos rodean que está en juego la salud, ¡cuánto más valiosa!, de su alma. “Por desgracia, es grande el número de los que, por no desagradar o por no impresionar a alguien que está viviendo sus últimos días y los últimos momentos de su existencia terrena, le callan su estado real, haciéndole así un mal de incalculables dimensiones. Pero todavía es más elevado el número de los que ven a sus amigos en el error o en el pecado, o a punto de caer en uno o en otro, y permanecen mudos, y no mueven un dedo para evitarles estos males. ¿Concederíamos, a quienes de tal modo se portasen con nosotros, el título de amigos? Ciertamente, no. Y, sin embargo, suelen hacerlo para no desagradarnos”11.
Con la práctica de la corrección fraterna se cumple verdaderamente lo que nos dice la Sagrada Escritura: el hermano ayudado por su hermano, es como una ciudad amurallada12. Nada ni nadie puede vencer contra la caridad bien vivida. Con esta muestra de amor cristiano no solo mejoran las personas, sino también la misma sociedad. A la vez, se evitan críticas y murmuraciones que quitan la paz del alma y enturbian las relaciones entre los hombres. La amistad, si es verdadera, se hace más profunda y auténtica con la corrección sincera. La amistad con Cristo crece también cuando ayudamos a un amigo, a un familiar, a un colega, con ese remedio eficaz que es la corrección amable, pero clara y valiente.
— Virtudes que han de vivirse al hacer la corrección. Modo de recibirla.
Al hacer la corrección fraterna se han de vivir una serie de virtudes, sin las cuales no sería una verdadera manifestación de caridad. “Cuando hayas de corregir, hazlo con caridad, en el momento oportuno, sin humillar..., y con ánimo de aprender y de mejorar tú mismo en lo que corrijas”13. Como Cristo la practicaría si estuviera ocupando nuestro lugar, con la misma delicadeza, con la misma fortaleza.
A veces, una cierta animosidad y falta de paz interior nos puede llevar a ver, en otros, defectos que en realidad son nuestros. “Debemos corregir, pues, por amor; no con deseos de hacer daño, sino con la cariñosa intención de lograr su enmienda (...). ¿Por qué le corriges? ¿Porque te apena haber sido ofendido por él? No lo quiera Dios. Si lo haces por amor propio, nada haces. Si es el amor lo que te mueve, obras bien”14.
La humildad nos enseña, quizá más que cualquier otra virtud, a encontrar las palabras justas y el modo que no ofende, al recordarnos que también nosotros necesitamos muchas ayudas parecidas. La prudencia nos lleva a hacer la advertencia con prontitud y en el momento más oportuno; nos es necesaria esta virtud para tener en cuenta el modo de ser de la persona y las circunstancias por las que pasa, “como los buenos médicos, que no curan de un solo modo”15, no dan la misma receta a todos los pacientes.
Después de avisar a alguien con la corrección, si parece que no reacciona, es preciso ayudarle todavía un poco más con el ejemplo, con la oración y mortificación por él, con una mayor comprensión.
Por nuestra parte, hemos de recibirla con humildad y silencio, sin excusarnos, conociendo la mano del Señor en ese buen amigo, que al menos lo es desde aquel momento; con un sentimiento de viva gratitud, porque alguien se interesa de verdad por nosotros; con la alegría de pensar que no estamos solos para enderezar nuestros caminos, que deben conducir siempre al Señor. “Después que hayas recibido con muestras de alegría y de reconocimiento sus advertencias, imponte como un deber el seguirlas, no solo por el beneficio que reporta el corregirse, sino también para hacerle ver que no han sido vanos sus desvelos y que tienes en mucho su benevolencia. El soberbio, aunque se corrija, no quiere aparentar que ha seguido los consejos que le han dado, antes bien los desprecia; quien es verdaderamente humilde tiene a honra someterse a todos por amor a Dios, y observa los sabios consejos que recibe como venidos de Dios mismo, cualquiera que sea el instrumento de que Él se haya servido”16.
Acudamos, al terminar nuestra oración, a la Santísima Virgen, Mater boni consilii, para que nos ayude a vivir siempre que sea necesaria esta muestra de caridad fraterna, de amistad verdadera, de aprecio sincero por aquellos con quienes nos relacionamos más frecuentemente.
1 Cfr. 1 Sam 12, 1-17. — 2 San Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo, 60, 1. — 3 Sal 50. — 4 San Josemaría Escrivá, Forja, n. 641. — 5 Cfr. Mt 18, 15. — 6 Cfr. Doctrina de los Apóstoles, 15, 13. — 7 2 Tes 3, 14-15. — 8Gal 6, 1. — 9 Sant 5, 19-20. — 10 Gen 4, 9. — 11 S. Canals, Ascética meditada, p. 170. — 12 Prov 18, 19. — 13San Josemaría Escrivá, Forja, n. 455. — 14 San Agustín, loc. cit. — 15 San Juan Crisóstomo, o. c., 29. — 16 J. Pecci -León XIII-, Práctica de la humildad, 41. ________________________________________________________________________________
Otro comentario: REDACCIÓN evangeli.net
(elaborado a partir de textos de Benedicto XVI) (Città del Vaticano, Vaticano)
La
Iglesia pronto fue una "Iglesia perseguida", incluso "a causa de
la justicia"
Hoy contemplamos la "barca" con los Apóstoles, símbolo
de la Iglesia, zarandeada por el "mar", símbolo del
"mundo". Los Apóstoles no deben temer las amenazas: Cristo —aunque
silencioso— está en la barca y, por eso mismo, nunca se ha hundido.
La Iglesia pronto fue una "Iglesia perseguida", incluso "a causa de la justicia": por los judíos, que la perseguían por "fidelidad a la Ley"; por el Imperio, pues consideraba a los "cristianos" como seguidores de un criminal; por los que han perseguido a Dios... Además, puesto que la aspiración del hombre tiende siempre a emanciparse de la voluntad de Dios, la fe aparecerá como algo que se contrapone al "mundo", y por eso habrá persecución a causa de la justicia en todos los períodos de la historia.
—Cristo crucificado es el justo perseguido del que hablan las profecías del Antiguo Testamento. Él mismo es la llegada del Reino de Dios: "Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque suyo es el Reino de los Cielos".
La Iglesia pronto fue una "Iglesia perseguida", incluso "a causa de la justicia": por los judíos, que la perseguían por "fidelidad a la Ley"; por el Imperio, pues consideraba a los "cristianos" como seguidores de un criminal; por los que han perseguido a Dios... Además, puesto que la aspiración del hombre tiende siempre a emanciparse de la voluntad de Dios, la fe aparecerá como algo que se contrapone al "mundo", y por eso habrá persecución a causa de la justicia en todos los períodos de la historia.
—Cristo crucificado es el justo perseguido del que hablan las profecías del Antiguo Testamento. Él mismo es la llegada del Reino de Dios: "Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque suyo es el Reino de los Cielos".
Otro comentario: Rev. D. Joaquim FLURIACH
i Domínguez (St. Esteve de P., Barcelona, España)
¿Por
qué estáis con tanto miedo? ¿Cómo no tenéis fe?
Hoy, el Señor riñe a los discípulos por su falta de fe: «¿Cómo no
tenéis fe?» (Mc 4,40). Jesucristo ya había dado suficientes muestras de ser el
Enviado y todavía no creen. No se dan cuenta de que, teniendo con ellos al
mismo Señor, nada han de temer. Jesús hace un paralelismo claro entre “fe” y
“valentía”.
En otro lugar del Evangelio, ante una situación en la que los Apóstoles dudan, se dice que todavía no podían creer porque no habían recibido el Espíritu Santo. Mucha paciencia le será necesaria al Señor para continuar enseñando a los primeros aquello que ellos mismos nos mostrarán después, y de lo que serán firmes y valientes testigos.
Estaría muy bien que nosotros también nos sintiéramos “reñidos”. ¡Con más motivo aun!: hemos recibido el Espíritu Santo que nos hace capaces de entender cómo realmente el Señor está con nosotros en el camino de la vida, si de verdad buscamos hacer siempre la voluntad del Padre. Objetivamente, no tenemos ningún motivo para la cobardía. Él es el único Señor del Universo, porque «hasta el viento y el mar le obedecen» (Mc 4,41), como afirman admirados los discípulos.
Entonces, ¿qué es lo que me da miedo? ¿Son motivos tan graves como para poner en entredicho el poder infinitamente grande como es el del Amor que el Señor nos tiene? Ésta es la pregunta que nuestros hermanos mártires supieron responder, no ya con palabras, sino con su propia vida. Como tantos hermanos nuestros que, con la gracia de Dios, cada día hacen de cada contradicción un paso más en el crecimiento de la fe y de la esperanza. Nosotros, ¿por qué no? ¿Es que no sentimos dentro de nosotros el deseo de amar al Señor con todo el pensamiento, con todas las fuerzas, con toda el alma?
Uno de los grandes ejemplos de valentía y de fe, lo tenemos en María, Auxilio de los cristianos, Reina de los confesores. Al pie de la Cruz supo mantener en pie la luz de la fe... ¡que se hizo resplandeciente en el día de la Resurrección!
En otro lugar del Evangelio, ante una situación en la que los Apóstoles dudan, se dice que todavía no podían creer porque no habían recibido el Espíritu Santo. Mucha paciencia le será necesaria al Señor para continuar enseñando a los primeros aquello que ellos mismos nos mostrarán después, y de lo que serán firmes y valientes testigos.
Estaría muy bien que nosotros también nos sintiéramos “reñidos”. ¡Con más motivo aun!: hemos recibido el Espíritu Santo que nos hace capaces de entender cómo realmente el Señor está con nosotros en el camino de la vida, si de verdad buscamos hacer siempre la voluntad del Padre. Objetivamente, no tenemos ningún motivo para la cobardía. Él es el único Señor del Universo, porque «hasta el viento y el mar le obedecen» (Mc 4,41), como afirman admirados los discípulos.
Entonces, ¿qué es lo que me da miedo? ¿Son motivos tan graves como para poner en entredicho el poder infinitamente grande como es el del Amor que el Señor nos tiene? Ésta es la pregunta que nuestros hermanos mártires supieron responder, no ya con palabras, sino con su propia vida. Como tantos hermanos nuestros que, con la gracia de Dios, cada día hacen de cada contradicción un paso más en el crecimiento de la fe y de la esperanza. Nosotros, ¿por qué no? ¿Es que no sentimos dentro de nosotros el deseo de amar al Señor con todo el pensamiento, con todas las fuerzas, con toda el alma?
Uno de los grandes ejemplos de valentía y de fe, lo tenemos en María, Auxilio de los cristianos, Reina de los confesores. Al pie de la Cruz supo mantener en pie la luz de la fe... ¡que se hizo resplandeciente en el día de la Resurrección!
Otro comentario: Santa Faustina Kowalska (1905-1938), religiosa
Diario, 1322
“¿Por qué tener miedo?”
Diario, 1322
“¿Por qué tener miedo?”
Navega
la barca de mi vida
Entre las oscuridades y las sombras de la noche,
Y no veo ningún puerto,
Estoy a la merced del mar profundo.
La más pequeña tempestad podría hundirme,
Sumergiendo mi barca en el torbellino de las olas,
Si no vigilaras sobre mi Tu Mismo, oh Dios,
En cada momento de mi vida, en cada instante.
En medio del estruendo de las olas
Navego tranquilamente con confianza
Y, como una niña, miro adelante sin temor,
Porque Tu, oh Jesús, eres mi luz.
Todo alrededor es horror y espanto,
Pero mi paz es más profunda que las profundidades del mar
Porque quien está Contigo, Señor, no perecerá
Me lo asegura Tu amor divino.
Aunque alrededor hay muchos peligros,
No los temo, porque miro el cielo estrellado.
Y navego con denuedo y alegría,
Como corresponde a un corazón puro.
Pero sobre todo, únicamente
Por ser Tu mi timonero, oh Dios,
La barca de mi vida navega tan serenamente
Lo reconozco en la más profunda humildad.
Entre las oscuridades y las sombras de la noche,
Y no veo ningún puerto,
Estoy a la merced del mar profundo.
La más pequeña tempestad podría hundirme,
Sumergiendo mi barca en el torbellino de las olas,
Si no vigilaras sobre mi Tu Mismo, oh Dios,
En cada momento de mi vida, en cada instante.
En medio del estruendo de las olas
Navego tranquilamente con confianza
Y, como una niña, miro adelante sin temor,
Porque Tu, oh Jesús, eres mi luz.
Todo alrededor es horror y espanto,
Pero mi paz es más profunda que las profundidades del mar
Porque quien está Contigo, Señor, no perecerá
Me lo asegura Tu amor divino.
Aunque alrededor hay muchos peligros,
No los temo, porque miro el cielo estrellado.
Y navego con denuedo y alegría,
Como corresponde a un corazón puro.
Pero sobre todo, únicamente
Por ser Tu mi timonero, oh Dios,
La barca de mi vida navega tan serenamente
Lo reconozco en la más profunda humildad.
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