miércoles, 30 de abril de 2014
Frases del Santo Padre Pío de Pietrelcina
"Meditad en la palabra de Dios y ella adquirirá el poder de destruir vuestras naturales inclinaciones hacia lo material." (Santo Padre Pio de Pietrelcina)
martes, 29 de abril de 2014
Lectio Divina - Miércoles 30 de Abril 2014 - II Semana de Pascua
Lectio:
Miércoles, 30 Abril, 2014
Tiempo de Pascua
1) Oración inicial
Al revivir nuevamente este año el misterio pascual, en el que la humanidad recobra la dignidad perdida y adquiere la esperanza de la resurrección futura, te pedimos, Señor de clemencia, que el misterio celebrado en la fe se actualice siempre en el amor. Por nuestro Señor.
2) Lectura
Del Evangelio según san Juan 3,16-21
Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo unigénito de Dios. Y el juicio está en que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras. Pero el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios.»
Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo unigénito de Dios. Y el juicio está en que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras. Pero el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios.»
3) Reflexión
• El evangelio de Juan es como un tejido, hecho con tres hilos diferentes pero parecidos. Los tres se combinan tan bien entre sí que, a veces, no da para percibir cuando se pasa de un hilo al otro. (a) El primer hilo son los hechos y las palabras de Jesús de los años treinta, conservados por los testigos oculares que guardaron las cosas que Jesús hizo y enseñó. (b) El segundo hilo son los hechos de la vida de las comunidades. A partir de su fe en Jesús y convencidas de la presencia de Jesús en medio de ellas, las comunidades iluminaban su caminar con las palabras y los gestos de Jesús. Esto ha tenido un impacto sobre la descripción de los hechos. Por ejemplo, el conflicto de las comunidades con los fariseos del final del primer siglo marcó la forma de describir los conflictos de Jesús con los fariseos. (c) El tercer hilo son comentarios hechos por el evangelista. En ciertos pasajes, es difícil percibir cuando Jesús deja de hablar y cuando el evangelista empieza a hacer sus comentarios. El texto del evangelio de hoy, por ejemplo, es una bonita y profunda reflexión del evangelista sobre la acción de Jesús. La gente casi no percibe la diferencia entre las palabras de Jesús y las palabras del evangelista. De cualquier forma, tanto las unas como las otras, son palabras de Dios.
• Juan 3,16: Dios amó el mundo. La palabra mundo es una de las palabras más frecuentes en el Evangelio de Juan: ¡78 veces! Tiene diversos significados. En primer lugar, mundo puede significar la tierra, el espacio habitado por los seres humanos (Jn 11,9; 21,25) o el universo creado (Jn 17,5.24). Mundo puede significar también las personas que habitan esta tierra, la humanidad toda (Jn 1,9; 3,16; 4,42; 6,14; 8,12). Puede significar también un gran grupo, un grupo numeroso de personas, en el sentido de la expresión “todo el mundo” (Jn 12,19; 14,27). Aquí, en nuestro texto, la palabra mundo tiene el sentido de humanidad, de todo ser humano. Dios ama la humanidad de tal modo que llegó a entregar a su hijo único. Quien acepta que Dios llega hasta nosotros en Jesús, éste ya pasó por la muerte y ya tiene vida eterna.
• Juan 3,17-19: El verdadero sentido del juicio. La imagen de Dios que aflora de estos tres versículos es la de un padre lleno de ternura y no la de un juez severo. Dios mandó a su hijo no para juzgar y condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. Quien cree en Jesús y lo acepta como revelación de Dios no es juzgado, pues ya ha sido aceptado por Dios. Y quien no cree en Jesús, ya ha sido juzgado. Se excluye él mismo. Y el evangelista repite lo que ya ha dicho en el prólogo: muchas personas no quieren aceptar a Jesús, porque su luz revela la maldad que en ellas existe (cf. Jn 1,5.10-11).
• Juan 3,20-21: Practicar la verdad. Existe en todo ser humano una semilla divina, un rasgo del Creador. Jesús, como revelación del Padre, es una respuesta a este deseo más profundo del ser humano. Quien quiere ser fiel a lo más profundo de sí mismo, aceptará a Jesús. Es difícil encontrar una visión ecuménica más amplia que lo que el Evangelio de Juan expresa en estos versículos.
• Completando el significado de la palabra mundo en el Cuarto Evangelio. Otras veces, la palabra mundo significa aquella parte de la humanidad que se opone a Jesús y a su mensaje. Allí la palabra mundo toma el sentido de “adversarios” u “opositores” (Jn 7,4.7; 8,23.26; 9,39; 12,25). Este mundo contrario a la práctica libertadora de Jesús está gobernado por el Adversario o Satanás, también llamado “príncipe de este mundo” (Jn 14,30; 16,11). El representa el imperio romano y, al mismo tiempo, los líderes de los judíos que están expulsando a los seguidores de Jesús de las sinagogas. Este mundo persigue y mata las comunidades, trayendo tribulaciones a los fieles (Jn 16,33). Jesús las liberará, venciendo al príncipe de este mundo (Jn 12,31). Así, mundo significa una situación de injusticia, de opresión, que engendra odio y persecución contra las comunidades del Discípulo Amado. Los perseguidores son aquellas personas que están en el poder, los dirigentes, tanto del imperio como de la sinagoga. En fin, todos aquellos que practican la injusticia usando para esto el nombre de Dios (Jn 16,2). La esperanza que el evangelio trae a las comunidades perseguidas es que Jesús es más fuerte que el mundo. Por esto dice: “En el mundo tendréis tribulaciones. Pero ¡ánimo: yo vencí el mundo!” (Jn 16,33).
4) Para la reflexión personal
• Tanto amó Dio al mundo que llegó a entregar a su propio hijo. Esta verdad ¿ha llegado a penetrar en lo más profundo de mi ser, de mi conciencia?
• La realidad más ecuménica que existe es la vida que Dios nos da y por la que entregó a su propio hijo. ¿Cómo vivo el ecumenismo en mi vida de cada día?
5) Oración final
Bendeciré en todo tiempo a Yahvé,
sin cesar en mi boca su alabanza;
en Yahvé se gloría mi ser,
¡que lo oigan los humildes y se alegren! (Sal 34,2-3)
sin cesar en mi boca su alabanza;
en Yahvé se gloría mi ser,
¡que lo oigan los humildes y se alegren! (Sal 34,2-3)
Evangelio - Miércoles 2º Semana de Pascua
† Lectura del santo Evangelio según san Juan 3, 16-21
Gloria a ti, Señor.
Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga la vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por él. El que cree en él no será condenado; pero el que no cree, ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios.
La causa de la condenación es ésta: habiendo venido la luz al mundo los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo aquel que hace el mal aborrece la luz, y no se acerca a la luz, para que sus obras no se descubran. En cambio, el que obra el bien conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por él. El que cree en él no será condenado; pero el que no cree, ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios.
La causa de la condenación es ésta: habiendo venido la luz al mundo los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo aquel que hace el mal aborrece la luz, y no se acerca a la luz, para que sus obras no se descubran. En cambio, el que obra el bien conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
† Meditación diaria
Pascua. 2ª semana. Miércoles
AMOR CON OBRAS
— El Señor nos amó primero. Amor con amor se paga. Santidad en los quehaceres de cada día.
Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que crea en él no perezca sino que tenga la vida eterna1.
Con estas palabras del Evangelio de la Misa se nos muestra cómo la Pasión y Muerte de Jesucristo es la manifestación suprema del amor de Dios por los hombres. Él tomó la iniciativa en el amor entregándonos a quien más quiere, al que es objeto de sus complacencias2: su propio Hijo. Nuestra fe “es una revelación de la bondad, de la misericordia, del amor de Dios por nosotros. Dios es amor (Cfr. 1 Jn 4, 16), es decir, amor que se difunde y se prodiga; y todo se resume en esta gran verdad que todo lo explica y todo lo ilumina. Es necesario ver la historia de Jesús bajo esta luz. Él me ha amado, escribe San Pablo, y cada uno de nosotros puede y debe repetírselo a sí mismo: Él me ha amado y sacrificado por mí (Gal 2, 20)”3.
El amor de Dios por nosotros culmina en el Sacrificio del Calvario. Dios detuvo el brazo de Abraham cuando estaba a punto de sacrificar a su hijo único, pero no detuvo el brazo de quienes clavaron a su Hijo Unigénito en la Cruz. Por eso exclama San Pablo, lleno de esperanza:El que no perdonó a su propio Hijo (...), ¿cómo no nos dará con Él todas las cosas?4.
La entrega de Cristo constituye una llamada apremiante para corresponder a ese amor: amor con amor se paga. El hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios5, y Dios es Amor6. Por eso el corazón del hombre está hecho para amar, y cuanto más ama, más se identifica con Dios; solo cuando ama puede ser feliz. Y Dios nos quiere felices, también aquí en la tierra. El hombre no puede vivir sin amor.
La santificación personal no está centrada en la lucha contra el pecado sino en el amor a Cristo, que se nos muestra profundamente humano, conocedor de todo lo nuestro. El amor de Dios a los hombres y de los hombres a Dios es un amor de mutua amistad. Y una de las características propias de la amistad es el trato. Para amar al Señor es necesario conocerlo, hablarle... Le conocemos meditando su vida en los Santos Evangelios. En ellos se nos muestra entrañablemente humano y muy cercano a la vida nuestra. Le tratamos en la oración y en los sacramentos, especialmente en la Sagrada Eucaristía.
La consideración de la Santísima Humanidad del Señor -especialmente cuando leemos el Evangelio y cuando consideramos los misterios del Rosario- alimenta continuamente nuestro amor a Dios y es enseñanza viva de cómo hemos de santificar nuestros días. En su vida oculta, Jesucristo quiso descender a lo más común de la existencia humana, a la vida cotidiana de un trabajador manual que sustenta a una familia. Y así le vemos durante casi toda su vida trabajando día a día, cuidando los instrumentos del pequeño taller, atendiendo con sencillez y cordialidad a los vecinos que llegaban para encargarle una mesa o una viga para la nueva casa, cuidando con gran cariño de su Madre... Así cumplió la Voluntad de su Padre Dios en esos años de su existencia. Mirando su vida, aprendemos a santificar la nuestra: el trabajo, la familia, la amistad... Todo lo verdaderamente humano puede ser santo, puede ser cauce de nuestro amor a Dios, porque el Señor, al asumirlo, lo santificó.
— Amor efectivo. La voluntad de Dios.
Saber que Dios nos ama, con amor infinito, es la buena nueva que alegra y da sentido a nuestra vida, y es la extraordinaria noticia que Cristo resucitado nos envía a anunciar a todos los hombres. Nosotros también podemos afirmar que hemos conocido y creído el amor que Dios nos tiene7. Y ante este amor nos sentimos incapaces de expresar lo que nuestro corazón tampoco acierta a sentir: “¿Saber que me quieres tanto, Dios mío, y... no me he vuelto loco?”8.
Cuanto el Señor ha hecho y hace por nosotros es un derroche de atenciones y de gracias; su Encarnación, su Pasión y Muerte en la Cruz que hemos contemplado en estos días pasados, el perdón constante de nuestras faltas, su presencia continua en el sagrario, los auxilios que a diario nos envía... Considerando lo que ha hecho y hace por los hombres, nunca nos debe parecer suficiente nuestra correspondencia a tanto amor.
La prueba más grande de esta correspondencia es la fidelidad, la lealtad, la adhesión incondicional a la Voluntad de Dios. En este sentido Jesús nos enseña mostrando sus deseos infinitos de hacer la Voluntad del Padre, y nos dice que su alimento es hacer el querer del que le envió9. Yo he guardado los mandamientos de mi Padre -dice el Señor- y permanezco en su amor10.
La Voluntad de Dios se nos muestra principalmente en el cumplimiento fiel de los Mandamientos y de las demás enseñanzas que nos propone la Iglesia. Ahí encontramos lo que Dios quiere para nosotros. Y en su cumplimiento, realizado con honradez humana y presencia de Dios, encontramos el amor a Dios, la santidad.
El amor a Dios no consiste en sentimientos sensibles, aunque el Señor los pueda dar para ayudarnos a ser más generosos. Consiste esencialmente en la plena identificación de nuestro querer con el de Dios. Por eso debemos preguntarnos con frecuencia: ¿hago en este momento lo que debo hacer?11. ¿Ofrezco mi quehacer a Dios al comenzarlo y durante su realización? ¿Rectifico la intención cuando se intenta introducir la vanidad, “el qué dirán”...? ¿Procuro trabajar con perfección humana? ¿Soy fuente habitual de alegría para quienes viven o trabajan junto a mí? ¿Les acerca a Dios mi presencia diaria en medio de ellos?
“Amor con amor se paga”, pero amor efectivo, que se manifiesta en realizaciones concretas, en cumpIir nuestros deberes para con Dios y para con los demás, aunque esté ausente el sentimiento, y hayamos de ir “cuesta arriba”. “En lo que está la suma perfección claro está que no es en regalos interiores ni en grandes arrobamientos (...) -escribía Santa Teresa-, sino en estar nuestra voluntad tan conforme a la Voluntad de Dios, que ninguna cosa entendamos que quiera, que no la queramos con toda nuestra voluntad”12.
El amor debe subsistir incluso con una aridez total si el Señor permitiera esa situación. Es en estas ocasiones donde, habitualmente, el trato con el Señor se purifica y se hace más firme.
— Amor y sentimiento. Abandono en Dios. Cumplimiento de nuestros deberes.
En el servicio a Dios, el cristiano debe dejarse llevar por la fe, superando así los estados de ánimo. “Guiarme por el sentimiento sería dar la dirección de la casa al criado y hacer abdicar al dueño. Lo malo no es el sentimiento sino la importancia que se le concede (...). Las emociones constituyen en ciertas almas toda la piedad, hasta tal punto que están persuadidas de haberla perdido cuando en ellas desaparece el sentimiento (...). ¡Si esas almas supieran comprender que ese es precisamente el momento de comenzar a tenerla!...”13.
El verdadero amor, sensible o no, incluye todos los aspectos de nuestra existencia, en una verdadera unidad de vida; lleva a “meter a Dios en todas las cosas, que, sin Él, resultan insípidas. Una persona piadosa, con piedad sin beatería, procura cumplir su deber: la devoción sincera lleva al trabajo, al cumplimiento gustoso -aunque cueste- del deber de cada día... hay una íntima unión entre esa realidad sobrenatural interior y las manifestaciones externas del quehacer humano. El trabajo profesional, las relaciones humanas de amistad y de convivencia, los afanes por lograr -codo a codo con nuestros conciudadanos- el bien y el progreso de la sociedad son frutos naturales, consecuencia lógica, de esa savia de Cristo que es la vida de nuestra alma”14. La falsa piedad carece de consecuencias en la vida ordinaria del cristiano. No se traduce en un mejoramiento de la conducta, en una ayuda a los demás.
El cumplimiento de la voluntad de Dios en los deberes -las más de las veces pequeños- de cada jornada es la más segura guía para el cristiano que ha de santificarse en medio de las realidades terrenas. Estos deberes pueden realizarse de modos muy diferentes: con resignación, como quien no tiene más remedio que hacerlos; aceptándolos, lo que supone una adhesión más profunda y meditada; con conformidad, queriendo lo que Dios quiere porque, aunque no se vea en ese momento, el cristiano sabe que Él es nuestro Padre y quiere lo mejor para sus hijos; o bien con pleno abandono, abrazando siempre la Voluntad del Señor, sin poner límite alguno. Esto último es lo que nos pide el Señor: amarle sin condiciones, sin esperar situaciones más favorables, en lo ordinario de cada día y, si Él lo permite, en circunstancias más difíciles y extraordinarias. “Cuando te abandones de verdad en el Señor, aprenderás a contentarte con lo que venga, y a no perder la serenidad, si las tareas -a pesar de haber puesto todo tu empeño y los medios oportunos- no salen a tu gusto... Porque habrán “salido” como le conviene a Dios que salgan”15.
Con palabras de una oración que la Iglesia nos propone para después de la Misa, digámosle al Señor: Volo quidquid vis, volo quia vis, volo quómodo vis, volo quámdiu vis16: quiero lo que quieres, quiero porque lo quieres, quiero como lo quieres, quiero hasta que quieras.
La Santísima Virgen, que pronunció y llevó a la práctica aquel hágase en mí según tu palabra17, nos ayudará a cumplir en todo la Voluntad de Dios.
1 Jn 3, 15. — 2 Cfr. Mt 3, 17. — 3 Pablo VI, Homilía en la fiesta del Corpus Christi, 13-VI-1975. — 4Rom 8, 32. — 5 Cfr. Gen 1, 27. — 6 1 Jn 4, 8. — 7 1 Jn 4, 16. — 8 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 425. — 9 Cfr. Jn 15, 10. — 10 Jn 15, 10. — 11 Cfr. San Josemaría Escrivá, Camino, n. 772. — 12Santa Teresa, Fundaciones, 5, 10. — 13 J. Tissot, La vida interior, Herder, Barcelona 1963, p. 100. — 14 San Josemaría Escrivá, In memoriam, EUNSA, Pamplona 1976, pp. 51-52. — 15 San Josemaría Escrivá, Surco, n. 860. — 16 Misal Romano, Oración del Papa Clemente XI. — 17 Lc 1, 38.
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Otro comentario: Fr. Damien LIN Yuanheng
(Singapore, Singapur)
Vino
la luz al mundo
Hoy, ante la
miríada de opiniones que plantea la vida moderna, puede parecer que la verdad
ya no existe —la verdad acerca de Dios, la verdad sobre los temas relativos al
género humano, la verdad sobre el matrimonio, las verdades morales y, en última
instancia, la verdad sobre mí mismo.
El pasaje del Evangelio de hoy identifica a Jesucristo como «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6). Sin Jesús sólo encontramos desolación, falsedad y muerte. Sólo hay un camino, y sólo uno que lleve al Cielo,que se llama Jesucristo.
Cristo no es una opinión más. Jesucristo es la auténtica Verdad. Negar la verdad es como insistir en cerrar los ojos ante la luz del Sol. Tanto si le gusta como si no, el Sol siempre estará ahí; pero el infeliz ha escogido libremente cerrar sus ojos ante el Sol de la verdad. De igual forma, muchos se consumen en sus carreras con una tremenda fuerza de voluntad y exigen emplear todo su potencial, olvidando que tan solo pueden alcanzar la verdad acerca de sí mismos caminando junto a Jesucristo.
Por otra parte, según Benedicto XVI, «cada uno encuentra su propio bien asumiendo el proyecto que Dios tiene sobre él, para realizarlo plenamente: en efecto, encuentra en dicho proyecto su verdad y, aceptando esta verdad, se hace libre (cf. Jn 8,32)» (Encíclica "Caritas in Veritate"). La verdad de cada uno es una llamada a convertirse en el hijo o la hija de Dios en la Casa Celestial: «Porque ésta es la voluntad de Dios: tu santificación» (1Tes 4,3). Dios quiere hijos e hijas libres, no esclavos.
En realidad, el “yo” perfecto es un proyecto común entre Dios y yo. Cuando buscamos la santidad, empezamos a reflejar la verdad de Dios en nuestras vidas. El Papa lo dijo de una forma hermosísima: «Cada santo es como un rayo de luz que sale de la Palabra de Dios» (Exhortación apostólica "Verbum Domini").
El pasaje del Evangelio de hoy identifica a Jesucristo como «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6). Sin Jesús sólo encontramos desolación, falsedad y muerte. Sólo hay un camino, y sólo uno que lleve al Cielo,que se llama Jesucristo.
Cristo no es una opinión más. Jesucristo es la auténtica Verdad. Negar la verdad es como insistir en cerrar los ojos ante la luz del Sol. Tanto si le gusta como si no, el Sol siempre estará ahí; pero el infeliz ha escogido libremente cerrar sus ojos ante el Sol de la verdad. De igual forma, muchos se consumen en sus carreras con una tremenda fuerza de voluntad y exigen emplear todo su potencial, olvidando que tan solo pueden alcanzar la verdad acerca de sí mismos caminando junto a Jesucristo.
Por otra parte, según Benedicto XVI, «cada uno encuentra su propio bien asumiendo el proyecto que Dios tiene sobre él, para realizarlo plenamente: en efecto, encuentra en dicho proyecto su verdad y, aceptando esta verdad, se hace libre (cf. Jn 8,32)» (Encíclica "Caritas in Veritate"). La verdad de cada uno es una llamada a convertirse en el hijo o la hija de Dios en la Casa Celestial: «Porque ésta es la voluntad de Dios: tu santificación» (1Tes 4,3). Dios quiere hijos e hijas libres, no esclavos.
En realidad, el “yo” perfecto es un proyecto común entre Dios y yo. Cuando buscamos la santidad, empezamos a reflejar la verdad de Dios en nuestras vidas. El Papa lo dijo de una forma hermosísima: «Cada santo es como un rayo de luz que sale de la Palabra de Dios» (Exhortación apostólica "Verbum Domini").
Otro comentario: REDACCIÓN evangeli.net
(elaborado a partir de textos de Benedicto XVI) (Città del Vaticano, Vaticano)
Jesucristo,
único salvador, es el Mesías, el mismísimo Hijo de Dios, dispuesto a sufrir con
nosotros
Hoy seguimos escuchando la
conversación que —de noche— tuvo aquel maestro judío, Nicodemo, doctor de la
Ley, con Jesucristo. Una conversación íntima y profunda. Nicodemo siente
sinceramente la atracción de Jesús: Él es "algo" nuevo que irrumpe en
nuestra historia; sólo alguien que viniera de parte de Dios podría realizar
aquellos milagros.
Nicodemo, como judío convencido, confía en la Ley de Moisés. Sin embargo, como el resto del pueblo de Israel, espera el Mesías-Salvador. Jesús le descubre verdades insospechadas. Entre ellas que el Mesías es el mismísimo Hijo de Dios, del cual proviene la salvación del mundo. Sólo un Dios que estuviera dispuesto a sufrir con nosotros —haciéndose uno de nosotros— podía ofrecer de parte nuestra un sacrificio realmente agradable a Dios para nuestra salvación. Sabemos que este Hijo de Dios existe y que es Jesucristo. No se nos ha dado ningún otro nombre por el cual vayamos a ser salvados.
—Jesús, confieso que eres Dios y, porque realmente eres Dios, te confío mi eterna salvación.
Nicodemo, como judío convencido, confía en la Ley de Moisés. Sin embargo, como el resto del pueblo de Israel, espera el Mesías-Salvador. Jesús le descubre verdades insospechadas. Entre ellas que el Mesías es el mismísimo Hijo de Dios, del cual proviene la salvación del mundo. Sólo un Dios que estuviera dispuesto a sufrir con nosotros —haciéndose uno de nosotros— podía ofrecer de parte nuestra un sacrificio realmente agradable a Dios para nuestra salvación. Sabemos que este Hijo de Dios existe y que es Jesucristo. No se nos ha dado ningún otro nombre por el cual vayamos a ser salvados.
—Jesús, confieso que eres Dios y, porque realmente eres Dios, te confío mi eterna salvación.
Otro comentario: Dios dio al mundo a su Hijo Jesús
¿Quién te juzgará?
Jesús, Dios.
Él, Dios, Jesús, que
es hombre y Dios verdadero, que conoce bien el Cielo y la tierra, que sabe lo
que siente el ser humano; este Dios que es Dios y hombre verdadero, el que te
Ama y te lo demostró muriendo por ti, este Dios de Amor, es quien te juzgará.
Mientras no mueras, mientras vivas, puedes hacer méritos para ir al Cielo.
Dios perdona
siempre. Siempre que te vayas a confesar ante un sacerdote católico, con dolor
de tus pecados y con propósito firme de no volver a pecar, y cumpliendo con la
penitencia que el sacerdote te impone. ¡Así de fácil! Es cambiar de vida, es
mejorar de vida, es vivir la vida de la gracia. ¡Anímate y ocúpate de tus cosas
de hoy para tener una eternidad feliz!
Hay quien dice, ¿y
cómo sé que hay una eternidad después de la muerte física?, y yo te digo, ¿cómo
sabes si habrá un mañana para ti, o si el próximo año vas a vivir?, y sin
saberlo, vives y haces planes para mañana, para el próximo año, entonces, haz
planes también para tu eternidad; no me seas limitado, piensa en la
posibilidad, que es la realidad cristiana, de que hay vida después de morir.
Piénsalo y decide qué harás con toda tu vida, no sólo con la de hoy, sino
también con la de mañana y del año que viene y la de después de la muerte.
¡Cristo vive! Tú,
serás, como todos, juzgado por Él, por Jesús de Nazaret, Dios y hombre
verdadero, ese Dios que te creó y que te salvó y que te Ama hasta la muerte. Lo
dio todo por ti. Acéptalo, y dile que sí a su Amor, haciéndote discípulo suyo y
uniéndote a la Santa Madre Iglesia Católica.
P. Jesús
Frases del Santo Padre Pío de Pietrelcina
"Los corazones fuertes y generosos no se afligen mas que por graves motivos, e incluso estos motivos no logran penetrar en lo intimo de su ser." (Santo Padre Pio de Pietrelcina) |
Lectio Divina - Martes 29 de Abril 2014 - II Semana de Pascua
Lectio:
Martes, 29 Abril, 2014
Tiempo de Pascua
1) Oración inicial
Te pedimos, Señor, que nos hagas capaces de anunciar la victoria de Cristo resucitado; y pues en ella nos has dado la prenda de los dones futuros, haz que un día los poseamos en plenitud. Por nuestro Señor.
2) Lectura
Del Evangelio según san Juan 3,7b-15
«Tenéis que nacer de nuevo. El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu.» Respondió Nicodemo: «¿Cómo puede ser eso?» Jesús le respondió: «Tú eres maestro en Israel y ¿no sabes estas cosas? «En verdad, en verdad te digo: nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero vosotros no aceptáis nuestro testimonio.
Si al deciros cosas de la tierra, no creéis, ¿cómo vais a creer si os digo cosas del cielo?
Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Y como Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga en él la vida eterna, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios.»
«Tenéis que nacer de nuevo. El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu.» Respondió Nicodemo: «¿Cómo puede ser eso?» Jesús le respondió: «Tú eres maestro en Israel y ¿no sabes estas cosas? «En verdad, en verdad te digo: nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero vosotros no aceptáis nuestro testimonio.
Si al deciros cosas de la tierra, no creéis, ¿cómo vais a creer si os digo cosas del cielo?
Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Y como Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga en él la vida eterna, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios.»
3) Reflexión
• El evangelio de hoy nos trae la conversación de Jesús con Nicodemo. Nicodemo había oído hablar de las cosas que Jesús hacía, se había quedado impresionado y quería hablar con Jesús para poder entender mejor. Pensaba saber las cosas de Dios. Vivía con la libreta del pasado en la mano para ver si la novedad que Jesús anunciaba era conforme con lo antiguo. En la conversación, Jesús dice a Nicodemo que la única manera que él, Nicodemo, tiene de entender las cosas de Dios es ¡nacer de nuevo! Hay veces que somos como Nicodemo: aceptamos solamente aquello que concuerda con nuestras viejas ideas. Otras veces, nos dejamos sorprender por los hechos y no tenemos miedo a decir: "¡Nací de nuevo!"
• Cuando los evangelistas recuerdan las palabras de Jesús, tienen bien presentes los problemas de las comunidades para quienes escriben. Las preguntas de Nicodemo a Jesús son un espejo de las preguntas de las comunidades de Asia Menor del final del siglo primero. Por esto, las respuestas de Jesús a Nicodemo son, al mismo tiempo, una respuesta para los problemas de aquellas comunidades. Así los cristianos hacían la catequesis en aquel tiempo. Muy probablemente, el relato de la conversación entre Jesús y Nicodemo formaba parte de la catequesis bautismal, pues allí se dice que las personas han de renacer del agua y del espíritu (Jn 3,6).
• Juan 3,7b-8: Nacer de lo alto, nacer de nuevo, nacer del Espíritu. En griego, la misma palabra significa de nuevo y de lo alto. Jesús había dicho: “Quien no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios” (Jn 3,5). Y añadió: "Lo que nace de la carne es carne. Lo que nace del Espíritu es Espíritu" (Jn 3,6). Aquí, carne significa aquello que nace solamente de nuestras ideas. Lo que nace de nosotros tiene nuestro tamaño. Nacer del Espíritu es ¡otra cosa! Y Jesús vuelve a afirmar otra vez lo que había dicho antes: “Tenéis que nacer de lo alto (de nuevo)”. Osea, debéis renacer del Espíritu que viene de lo alto. Y explica que el Espíritu es como el viento. Tanto en hebraico como en griego, se usa la misma palabra para decir espíritu y viento. Jesús dice: "El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu.” El viento tiene, dentro de sí, un rumbo, una dirección. Nosotros percibimos la dirección del viento, por ejemplo, el viento del Norte o el viento del Sur, pero no conocemos ni controlamos la causa a partir de la cual el viento se mueve en una u otra dirección. Así es el Espíritu. "Nadie es seño del Espíritu" (Ecl 8,8). Lo que más caracteriza el viento, el Espíritu, es la libertad. El viento, el Espíritu, es libre, no puede ser controlado. Actúa sobre los otros y nadie consigue actuar sobre él. Su origen es misterio, su destino es misterio. El barquero tiene que descubrir, primero, el rumbo del viento, luego debe poner las velas según ese rumbo. Es lo que Nicodemo y todos nosotros debemos hacer.
• Juan 3,9: Pregunta de Nicodemo: Cómo puede ocurrir esto? Jesús no hace nada más que resumir lo que enseñaba el Antiguo Testamento sobre la acción del Espíritu, del viento santo, en la vida del pueblo de Dios y que Nicodemo, como maestro y doctor, debía de saber. Pero a pesar de ello, Nicodemo queda espantado antes la respuesta de Jesús y se deja pasar por ignorante:"¿Cómo puede ocurrir esto?"
• Juan 3,10-15: Respuesta de Jesús: la fe nace del testimonio y no del milagro. Jesús da vuelta a la pregunta: "Tú eres maestro en Israel ¿y no sabes esto?" Pues para Jesús, si una persona cree sólo cuando las cosas concuerdan con sus propios argumentos e ideales, su fe todavía no es perfecta. Perfecta es sí la fe de la persona que cree por el testimonio. Deja de lado sus propios argumentos y se entrega, porque cree en aquel que dio testimonio.
4) Para la reflexión personal
• ¿Has tenido alguna vez una experiencia que te dio la sensación de nacer de nuevo? ¿Como fue?
• Jesús compara la acción del Espíritu Santo con el viento. ¿Qué nos revela esta comparación de cara a la acción del Espíritu de Dios en nuestra vida? ¿Pusiste ya las velas del barco de tu vida según la dirección del viento, del Espíritu?
5) Oración final
Yahvé está cerca de los desanimados,
él salva a los espíritus hundidos.
Muchas son las desgracias del justo,
pero de todas le libra Yahvé. (Sal 34,19-20)
él salva a los espíritus hundidos.
Muchas son las desgracias del justo,
pero de todas le libra Yahvé. (Sal 34,19-20)
Evangelio - Martes II Semana de Pascua
Texto del
Evangelio (Jn 3,7-15):
En aquel
tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: «No te asombres de que te haya dicho: ‘Tenéis
que nacer de lo alto’. El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no
sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu».
Respondió Nicodemo: «¿Cómo puede ser eso?». Jesús le respondió: «Tú eres
maestro en Israel y ¿no sabes estas cosas? En verdad, en verdad te digo:
nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto,
pero vosotros no aceptáis nuestro testimonio. Si al deciros cosas de la tierra,
no creéis, ¿cómo vais a creer si os digo cosas del cielo? Nadie ha subido al
cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Y como Moisés levantó la
serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para
que todo el que crea tenga por él vida eterna».
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Gloria a ti, Señor Jesús.
† Meditación diaria
Pascua. 2ª semana. Martes
PRIMEROS CRISTIANOS. UNIDAD
— La unidad entre los cristianos, querida por Cristo, es un don de Dios. Pedirla.
La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma1. Estas palabras de los Hechos de los Apóstoles son como un resumen de la profunda unidad y del amor fraterno de los primeros cristianos, que tanto llamó la atención de sus conciudadanos. «Los discípulos daban testimonio de la Resurrección no solo con la palabra sino también con sus virtudes»2. Brilla entre ellos la actitud –nacida de la caridad– que busca siempre la concordia.
La unidad de la Iglesia, manifestada desde sus mismos comienzos, es voluntad expresa de Cristo. Él nos habla de un solo pastor3, pone de relieve la unidad de un reino que no puede estar dividido4, de un edificio que tiene un único cimiento5... Esta unidad se fundamentó siempre en la profesión de una sola fe, en la práctica de un mismo culto y en la adhesión profunda a la única autoridad jerárquica, constituida por el mismo Jesucristo. «No hay más que una Iglesia de Jesucristo -enseñaba Juan Pablo II en su catequesis por España-, la cual es como un gran árbol en el que estamos injertados. Se trata de una unidad profunda, vital, que es un don de Dios. No es solamente ni sobre todo unidad exterior, es un misterio y un don (...).
»La unidad se manifiesta, pues, en torno a aquel que, en cada diócesis, ha sido constituido pastor, el obispo. Y en el conjunto de la Iglesia se manifiesta en torno al Papa, sucesor de Pedro»6.
La unidad de fe era entre los primeros cristianos el soporte de la fortaleza y de la vida que se desbordaba hacia afuera. La misma vida cristiana es vivida desde entonces por gentes muy diferentes, cada una con sus peculiares características individuales y sociales, raciales y lingüísticas. Allí donde hubiese cristianos, «participaban, expresaban y transmitían una sola doctrina con la misma alma, con el mismo corazón y con idéntica voz»7.
Los primeros fieles defendieron esta unidad llegando a afrontar persecuciones y el mismo martirio. La Iglesia ha impulsado constantemente a sus hijos a que velen y rueguen por ella. El Señor la pidió en la Última Cena para toda la Iglesia: Ut omnes unum sint... que todos sean uno; como Tú, Padre, en mí y yo en Ti, que así ellos estén en nosotros8.
La unidad es un inmenso bien que debemos implorar cada día, puestodo reino dividido contra sí no permanecerá y toda ciudad o casa dividida contra sí no se mantendrá9. Y comenta San Juan Crisóstomo: «La casa y la ciudad, una vez divididas, se destruyen prontamente; y lo mismo un reino, que es lo más fuerte que existe, siendo la unión de los súbditos la que afirma los reinos y las casas»10. Unidad con el Papa, unidad con los obispos, unidad con nuestros hermanos en la fe y con todos los hombres para atraerlos a la fe de Cristo.
— Lo que rompe la unidad fraterna.
«Lo uno –enseña Santo Tomás– no se opone a lo múltiple, sino a la división, y la multitud tampoco excluye la unidad; lo que excluye es la división de cada cosa en sus componentes»11. Divide lo que separa de Cristo: cualquier pecado, aunque esa separación sea más tangible en las faltas de caridad que aíslan de los demás y en las faltas de obediencia a los pastores que Cristo ha constituido para regir la Iglesia. A la unidad no se opone la variedad de caracteres, de razas, de modos de ser... Por eso la Iglesia puede ser católica, universal, y ser una y la misma en cualquier tiempo y lugar. Es «esa unidad interior –afirmaba Pablo VI– (...) lo que le confiere la sorprendente capacidad de reunir a los hombres más diversos respetando, aún más, revalorizando, sus características específicas, con tal de que sean positivas, es decir, verdaderamente humanas; lo que le confiere la capacidad de ser católica, de ser universal»12.
Los Apóstoles y sus sucesores hubieron de sufrir el dolor que provocaban quienes difundían errores y divisiones. «Hablan de paz y hacen la guerra -se dolía San Ireneo-, se tragan el camello y cuelan el mosquito. Las reformas que predican jamás podrán curar los destrozos de la desunión»13.
Los primeros cristianos estaban persuadidos de que si su fe «gozaba de buena salud, no tenían nada que temer»14. Debemos pedir mucho la unidad para toda la Iglesia: que todos seamos uno, que seamos fieles a la fe recibida, que sepamos obedecer prontamente los mandatos y las indicaciones del Romano Pontífice y de los obispos en unión con él.
La unidad está estrechamente ligada a la lucha ascética personal por ser mejores, por estar más unidos a Cristo. «Muy poco podremos hacer en el trabajo por toda la Iglesia (...), si no hemos logrado esta intimidad estrecha con el Señor Jesús: si realmente no estamos con Él y como Él santificados en la verdad; si no guardamos su palabra en nosotros, tratando de descubrir cada día su riqueza escondida»15.
La unidad de la Iglesia, cuyo principio vital es el Espíritu Santo, tiene como punto central a la Sagrada Eucaristía, que es «signo de unidad y vínculo de amor»16. El alejar las discordias y pedir por la unidad «nunca se hace más oportunamente que cuando el cuerpo de Cristo que es la Iglesia, ofrece el mismo Cuerpo y la misma Sangre de Cristo en el sacramento del pan y del vino»17.
— La caridad une, la soberbia separa. La fraternidad de los primeros cristianos. Evitar lo que pueda dañar la unidad.
San Pablo hace frecuentes llamamientos a la unidad: Os ruego –pide a los cristianos de Éfeso– (...) que viváis una vida digna de la vocación a la que habéis sido llamados, con toda humildad y mansedumbre, con longanimidad, sobrellevándoos unos a otros con caridad, solícitos por conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz.
A continuación hace referencia a una antigua aclamación, posiblemente usada en la liturgia primitiva durante las ceremonias bautismales. En ella se pone de relieve la unidad de la Iglesia, como fruto de la unicidad de la esencia divina. A su vez, las tres personas de la Santísima Trinidad, que actúan en la Iglesia y son causa de su unidad, quedan reflejadas en el texto sagrado18. Siendo un solo Cuerpo y un solo Espíritu, así como habéis sido llamados a una sola esperanza, la de vuestra vocación. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos: el que es sobre todos los seres, por todos y en todos19.
San Pablo enumera diversas virtudes: humildad, mansedumbre, longanimidad..., manifestaciones diversas de la caridad, que es el vínculo de la unidad en la Iglesia. «El templo del Rey no está arruinado, ni agrietado, ni dividido; el cemento de las piedras vivas es la caridad»20. La caridad une, la soberbia separa.
Los primeros cristianos pusieron de manifiesto su amor a la Iglesia mediante la caridad, que superó todas las barreras sociales, económicas, de raza o cultura. El que tenía bienes materiales los compartía con quienes carecían de ellos21, y todos rezaban unos por otros, animándose a perseverar en la fe de Cristo. Uno de los primeros apologistas, en el siglo ii, describía así el proceder de los primeros cristianos: «se aman unos a otros, no desprecian a las viudas y libran al huérfano de quien le trata con violencia; y el que tiene, da sin envidia al que no tiene...»22.
Sin embargo, la mejor caridad se dirigía a fortalecer en la fe a los hermanos. Las Actas de los Mártires recogen casi en cada página detalles concretos de esta preocupación por la fidelidad de los demás. Verdaderamente «fue con amor como se abrieron paso en aquel mundo pagano y corrompido»23. Amor a los hermanos en la fe y amor a los paganos. También nosotros llevaremos nuestro mundo a Dios, si sabemos imitar a los primeros cristianos en nuestra comprensión y cariño por todos, aunque en ocasiones no sean correspondidos nuestros desvelos y nuestras atenciones por los demás. Y fortaleceremos en la fe a quienes flaquean, con el ejemplo, con la palabra y con nuestro trato siempre amable y acogedor: El hermano ayudado por su hermano es como una ciudad amurallada, enseña la Sagrada Escritura24.
Por amor a la Iglesia, pondremos los medios para no dañar, ni de lejos, la unidad de los cristianos: «Evita siempre la queja, la crítica, las murmuraciones...: evita a rajatabla todo lo que pueda introducir discordia entre hermanos»25. Por el contrario, fomentaremos siempre todo aquello que es ocasión de entendimiento mutuo y de concordia. Si alguna vez no podemos alabar, callaremos26. Y la liturgia pide al Señor: Que sepamos rechazar hoy el pecado de discordia y de envidia27.
Para aprender a vivir bien la unidad dentro de la Iglesia acudimos a nuestra Madre Santa María. «Ella, Madre del Amor y de la unidad, nos une profundamente para que, como la primera comunidad nacida del Cenáculo, seamos un solo corazón y una sola alma. Ella, “Madre de la unidad”, en cuyo seno el Hijo de Dios se unió a la humanidad, inaugurando místicamente la unión esponsalicia del Señor con todos los hombres, nos ayude para ser “uno” y para convertirnos en instrumentos de unidad entre los cristianos y entre todos los hombres»28.
1 Primera lectura de la Misa. Hech 4, 32. — 2 San Juan Crisóstomo, Homilías sobre los Hechos de los Apóstoles, 11. — 3 Cfr. Jn 10, 16. — 4 Cfr. Mt 12, 25. — 5 Cfr. Mt16, 18. — 6 Juan Pablo II, Homilía en la parroquia de Orcasitas. Madrid, 3-XI-1982. — 7 San Ireneo, Contra las herejías, 1, 10, 2. — 8 Jn 17, 21. — 9 Mt 12, 25. — 10 San Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo, 48. — 11 Santo Tomás, Suma Teológica, 1, q. 30, a. 3. — 12 Pablo VI, Alocución, 30-III-1965. — 13 San Ireneo, Contra las herejías, 4, 33, 7. — 14 Tertuliano, De praescr. haert., 2. — 15 Juan Pablo II,Mensaje para la Unión de los Cristianos, 23-I-1981. — 16 San Agustín, Trat. sobre el Evangelio de San Juan, 26. — 17 San Fulgencio de Ruspe, Liturgia de las Horas, Martes 2ª Semana de Pascua. Segunda lectura. — 18 Cfr. Sagrada Biblia, Epístolas de la cautividad, EUNSA, Pamplona 1986, p. 100. — 19 Ef 4, 1-6. — 20 San Agustín,Comentario sobre el salmo 44. — 21 Cfr. Hech 4, 32 ss. — 22 Arístides, Apología XV, 5-7. — 23 San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 172. — 24 Prov 18, 19. — 25San Josemaría Escrivá, Surco, n. 918. — 26 ídem, Cfr. Camino, n. 443. — 27 Preces de laudes. Martes 2ª Semana de Pascua. — 28 Juan Pablo II, Homilía, 24-III-1980.
_______________________________________________________________________________
Otro comentario: San Hilario (c. 315-367), obispo de Poitiers
y doctor de la Iglesia - La
Trinidad, 12,55s; PL 10, 472
“No sabes de dónde viene ni a dónde
va”
Dios todopoderoso, según el apóstol Pablo, tu
Espíritu “escruta y conoce las profundidades de tu ser” (1C 2, 10-11), e
intercede por mi, te habla en mi lugar con “gemidos inenarrables” (Rm 8,26)…
Fuera de ti nadie escruta tu misterio; nada que sea extraño a ti no es
suficientemente poderoso para medir la profundidad de tu majestad infinita.
Todo lo que penetra en ti procede de ti; nada de lo que es exterior a ti tiene
el poder de sondearte…
Creo firmemente que tu Espíritu viene de ti por tu Hijo único; aunque yo no comprendo este misterio, tengo, respecto a él, una profunda convicción. Porque en las realidades espirituales que son dominio tuyo, mi espíritu es limitado, tal como lo dice tu Hijo único: “No te extrañes de que te haya dicho: ‘Tenéis que nacer de nuevo’. Porque el Espíritu sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que ha nacido del agua y del Espíritu”.
Creo en mi nuevo nacimiento sin comprenderlo, y en mi fe guardo lo que escapa a mi comprensión. Sé que tengo el poder de renacer, pero no sé cómo esto se realiza. El Espíritu no tiene ningún límite; habla cuando quiere, y dice lo que él quiere y donde quiere. La razón de de su partida y de su venida permanecen desconocidas para mi, pero tengo la profunda convicción de su presencia.
Creo firmemente que tu Espíritu viene de ti por tu Hijo único; aunque yo no comprendo este misterio, tengo, respecto a él, una profunda convicción. Porque en las realidades espirituales que son dominio tuyo, mi espíritu es limitado, tal como lo dice tu Hijo único: “No te extrañes de que te haya dicho: ‘Tenéis que nacer de nuevo’. Porque el Espíritu sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que ha nacido del agua y del Espíritu”.
Creo en mi nuevo nacimiento sin comprenderlo, y en mi fe guardo lo que escapa a mi comprensión. Sé que tengo el poder de renacer, pero no sé cómo esto se realiza. El Espíritu no tiene ningún límite; habla cuando quiere, y dice lo que él quiere y donde quiere. La razón de de su partida y de su venida permanecen desconocidas para mi, pero tengo la profunda convicción de su presencia.
Otro comentario: REDACCIÓN evangeli.net
(elaborado a partir de textos de Benedicto XVI) (Città del Vaticano, Vaticano)
El
"mandamiento nuevo": "don" y "tarea"
Hoy, la mención
del "nuevo nacimiento" describe la nueva condición del hombre después
del Bautismo: su humanidad es transformada en un ser según el Espíritu de Dios.
Cristo —siendo "levantado" en la Cruz— se nos entrega
("don") y, precisamente porque este don nos renueva desde dentro, se
convierte también en una nueva existencia.
La inserción de nuestro yo en el suyo —"Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí" (Gal 2,20)— es lo que verdaderamente cuenta. El "mandamiento nuevo" está unido a la novedad de Jesucristo, al sumergirnos progresivamente en Él. "La nueva ley es la misma gracia del Espíritu Santo" (Santo Tomás de Aquino), no una norma nueva, sino la nueva interioridad dada por el mismo Espíritu de Dios. San Agustín sintetiza la verdadera novedad en el cristianismo mediante la fórmula: "Dame lo que mandas y manda lo que quieras".
—Ser cristiano es ante todo un don, que luego se desarrolla en la dinámica del vivir y poner en práctica este don ("tarea").
La inserción de nuestro yo en el suyo —"Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí" (Gal 2,20)— es lo que verdaderamente cuenta. El "mandamiento nuevo" está unido a la novedad de Jesucristo, al sumergirnos progresivamente en Él. "La nueva ley es la misma gracia del Espíritu Santo" (Santo Tomás de Aquino), no una norma nueva, sino la nueva interioridad dada por el mismo Espíritu de Dios. San Agustín sintetiza la verdadera novedad en el cristianismo mediante la fórmula: "Dame lo que mandas y manda lo que quieras".
—Ser cristiano es ante todo un don, que luego se desarrolla en la dinámica del vivir y poner en práctica este don ("tarea").
Otro comentario: Rev. D. Xavier SOBREVÍA
i Vidal (Castelldefels, España)
Tenéis
que nacer de lo alto
Hoy, Jesús nos expone la dificultad
de prevenir y conocer la acción del Espíritu Santo: de hecho, «sopla donde
quiere» (Jn 3,8). Esto lo relaciona con el testimonio que Él mismo está dando y
con la necesidad de nacer de lo alto. «Tenéis que nacer de lo alto» (Jn 3,7),
dice el Señor con claridad; es necesaria una nueva vida para poder entrar en la
vida eterna. No es suficiente con un ir tirando para llegar al Reino del Cielo,
se necesita una vida nueva regenerada por la acción del Espíritu de Dios.
Nuestra vida profesional, familiar, deportiva, cultural, lúdica y, sobre todo,
de piedad tiene que ser transformada por el sentido cristiano y por la acción
de Dios. Todo, transversalmente, ha de ser impregnado por su Espíritu. Nada,
absolutamente nada, debiera quedar fuera de la renovación que Dios realiza en
nosotros con su Espíritu.
Una transformación que tiene a Jesucristo como catalizador. Él, que antes había de ser elevado en la Cruz y que también tenía que resucitar, es quien puede hacer que el Espíritu de Dios nos sea enviado. Él que ha venido de lo alto. Él que ha mostrado con muchos milagros su poder y su bondad. Él que en todo hace la voluntad del Padre. Él que ha sufrido hasta derramar la última gota de sangre por nosotros. Gracias al Espíritu que nos enviará, nosotros «podemos subir al Reino de los Cielos, por Él obtenemos la adopción filial, por Él se nos da la confianza de nombrar a Dios con el nombre de “Padre”, la participación de la gracia de Cristo y el derecho a participar de la gloria eterna» (San Basilio el Grande).
Hagamos que la acción del Espíritu tenga acogida en nosotros, escuchémosle, y apliquemos sus inspiraciones para que cada uno sea —en su lugar habitual— un buen ejemplo elevado que irradie la luz de Cristo.
Una transformación que tiene a Jesucristo como catalizador. Él, que antes había de ser elevado en la Cruz y que también tenía que resucitar, es quien puede hacer que el Espíritu de Dios nos sea enviado. Él que ha venido de lo alto. Él que ha mostrado con muchos milagros su poder y su bondad. Él que en todo hace la voluntad del Padre. Él que ha sufrido hasta derramar la última gota de sangre por nosotros. Gracias al Espíritu que nos enviará, nosotros «podemos subir al Reino de los Cielos, por Él obtenemos la adopción filial, por Él se nos da la confianza de nombrar a Dios con el nombre de “Padre”, la participación de la gracia de Cristo y el derecho a participar de la gloria eterna» (San Basilio el Grande).
Hagamos que la acción del Espíritu tenga acogida en nosotros, escuchémosle, y apliquemos sus inspiraciones para que cada uno sea —en su lugar habitual— un buen ejemplo elevado que irradie la luz de Cristo.
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