Comparación de los estigmas del Padre Pío y de San Francisco de Asís
Las llagas tenían mayor actividad en Semana Santa.
El primer estigmatizado con las Llagas de Cristo que parece haber existido, es San Francisco de Asís, y de ellas tenemos conocimiento por San Buenaventura. Pero hay otro estigmatizado’, un hijo espiritual del ‘poverello’ cuyas llagas se estudiaron extensamente.
En este artículo presentamos la narración de san Buenaventura sobre las llagas de San Francisco de Asís y la descripción de los estigmas del padre Pío según la investigación de un Inquisidor del Vaticano.
EL EXAMEN DE LOS ESTIGMAS DEL PADRE PÍO
En el caso del Padre Pío hubo una investigación objetiva de un Inquisidor de Roma, monseñor Raffaello Carlo Rossi, en 1921, que examinó los estigmas e interrogó exhaustivamente al franciscano.
El Padre Pío recibió la orden de dar media docena de “declaraciones” bajo juramento en 1921 – incluso se le pidió que lo hiciera de rodillas, con la mano sobre la Biblia - y en los testimonios se revelan notables detalles sobre sus estigmas.
Durante el examen por parte de Roma (ordenada a raíz de la creciente fama del cura), el obispo Inquisidor, monseñor Raffaello Carlo Rossi, pidió al Padre Pio quitarse los guantes de lana; el inquisidor luego examinó y detalló las heridas místicas.
La “herida” en la palma de la mano derecha, que encontró, era de unos cinco centímetros de diámetro y cubierta de costras pequeñas de materia sangrienta.
Pero no había ningún agujero, descubrió el investigador del Vaticano. Esta es una noticia.
“Es obvio que no hay una lesión de la piel, ningún agujero, ya sea central o lateral”, escribió Monseñor Rossi. “A partir de esto, parece posible inferir que la sangre que es visible en la mano y que se coagula en estas costras sale de la propia piel a través de exudación“.
El santo confirmó esto – y dijo que el dolor era tal que su mano entera le dolía todo durante los estigmas, más aguda en el medio y cuando apretaba la mano.
En la parte posterior había un agujero de unos 1,4 pulgadas de diámetro, también sin lesión y directamente alineado con la palma de la mano herida en el otro lado.
En la mano izquierda era básicamente el mismo – la herida de la palma de alrededor de 1,6 pulgadas, también con la herida en la parte posterior.
En los pies del Padre Pío se vio algo que parecía como una roseta de unos dos pulgadas de diámetro en la parte superior – una “herida” con más blancos, y la piel delicada que en ese momento no estaba sangrando (pero sí de vez en cuando).
En la parte inferior, de su planta, por su parte, la roseta tenía poco más de una pulgada de diámetro.
Además, había una “herida en el costado” de una pulgada en la última costilla del sacerdote estigmatizado que también era de una pulgada de tamaño y – si bien latente, como las heridas del pie – a veces sangraba hasta el punto, dijo el Padre Pío, que la sangre hacía empapar un pañuelo.
La descripción de monseñor Rossi sobre el estigma del costado es decididamente diferente a las de quienes le han precedido y de los que le han seguido. No se le presenta como una cruz inclinada o incluso oblicua, sino como una “mancha triangular”, y por tanto de contornos definidos”.
En el acta del examen, el obispo de Volterra, contrariamente a lo que revelan otros médicos, sostiene que “no hay aperturas, cortes o heridas” y que en tal caso “se puede suponer legítimamente que la sangre salga por exudación”, es decir que se tratara de “material sanguíneo que ha salido afuera por una forma de hiper-permeabilidad de las paredes de los vasos”.
EL INICIO DE LOS ESTIGMAS
El Padre Pío le dijo a Monseñor Rossi que los estigmas, inicialmente “invisibles”, comenzaron alrededor de 1911 cuando el sacerdote sintió dolor en las áreas donde las llagas más tarde se materializaron –comenzando ese año como un punto rojo el 8 de septiembre (el cumpleaños oficial de la Santísima Madre). La herida del costado se formó años más tarde, el 5 de agosto de 1918; curiosamente el 5 de agosto es el día que la Virgen dijo a varios videntes que es su verdadero cumpleaños.
El 15 de junio de 1921, después de las 17 horas, es interrogado por el obispo, y el padre Pío respondió así:
“El 20 de septiembre de 1918, después de la celebración de la Misa, al entretenerme para hacer la acción de gracias en el Coro, en un momento fui asaltado por un gran temblor, después volví a la calma y vi a NS (Nuestro Señor) con la postura de quien está en cruz, lamentándose de la mala correspondencia de los hombres, especialmente de los consagrados a Él y por ello más favorecidos“.
“De aquí -continúa su relato- se manifestaba que él sufría y que deseaba asociar a las almas a su Pasión. Me invitaba a compenetrarme con sus dolores y a meditarlos: al mismo tiempo, a ocuparme en la salud de los hermanos. Seguidamente me sentí lleno de compasión por los dolores del Señor y le preguntaba qué podía hacer. Oí esta voz: ‘Te asocio a mi Pasión’. Y acto seguido, desaparecida la visión, volví en mí, recobré la razón y ví estos signos aquí, de los que goteaba sangre. Antes no tenía nada“.
El padre Pío revela por tanto que la estigmatización no fue el resultado de una petición suya sino una invitación del Señor por las “almas más favortecidas”.
De hecho, el padre Pío relató que en una aparición, sucedida el 7 de abril de 1913, Jesús, con “una gran expresión de disgusto en el rostro” mirando a una multitud de sacerdotes, le dijo:
“Yo estaré por causa de las almas más beneficiadas por mí, en agonía hasta el fin del mundo”.
Francesco Castelli, el autor del libro “Padre Pio sotto inchiesta. L’autobiografia segreta”, afirma que:
“hay un aspecto decisivo en el hecho de que no hubiera una petición de los estigmas por parte del padre Pío. Esto nos da a entender la libertad y la humildad del Capuchino, que no mostraba absolutamente ningún interés en mostrar las heridas“. “La humildad del padre Pío se trasluce también en su reacción, al recobrar los sentidos. Los signos de la Pasión marcados en su carne -subraya el historiador-. Una vez concluida la escena mística, no habla de ella. No hace ningún comentario“.
De las conversaciones, de su correspondencia, de los testigos interrogados por monseñor Rossi e incluso de su informe se desprende el hecho de que el padre Pío sentía disgusto por los signos de la Pasión, que intentaba esconderlos y que sufría por tener que mostrarlos por las continuas peticiones del visitador apostólico.
CONCLUSIONES DEL INQUISIDOR
Tras el examen, el Obispo escribiría:
“los estigmas en cuestión no son ni obra del demonio ni un grueso engaño, ni un fraude, ni un arte malicioso o malvado; menos producto de la sugestión externa, ni tampoco las considero efecto de sugestión“.
Otros detalles como las fiebres altísimas y el perfume a andanadas que percibió él mismo, reconfirmaban el hecho como cierto.
Para Francesco Castelli lo primero que emerge de estas investigaciones es que:
el “temido dicasterio romano no fue, en estas circunstancias, un enemigo del Padre Pío sino ¡todo lo contrario! Mons. Rossi se reveló como un inquisidor preciso hasta la desesperación, pero también un hombre maduro de auténtico valor, desprovisto de durezas injustificadas hacia quien cuestionaba”.
LAS SAGRADAS LLAGAS DE SAN FRANCISCO DE ASÍS
La información que manejamos aparecen en la Leyenda Menor de San Buenaventura.
Una mañana próxima a la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, mientras oraba en uno de los flancos del monte, vio bajar de lo más alto del cielo así como la figura de un serafín, que tenía seis alas tan ígneas como resplandecientes. En vuelo rapidísimo avanzó hacia el lugar donde se hallaba el varón de Dios, deteniéndose en el aire. Y apareció no solo alado, sino también crucificado: tenía las manos y los pies extendidos y clavados a la cruz, y las alas dispuestas, de una parte a otra en forma tan maravillosa, que dos de ellas se alzaban sobre su cabeza; las otras dos estaban extendidas para volar, y las dos restantes rodeaban y cubrían todo el cuerpo.
Fue cuando comprendió entonces – instruido interiormente por aquel que se le aparecía al exterior – …debía ser del todo transformado en una clara imagen de Cristo Jesús crucificado no por el martirio de la carne, sino mediante el incendio de Su espíritu. Y así sucedió, porque, al desaparecer la visión después de un arcano y familiar coloquio, quedó su alma interiormente inflamada en ardores seráficos y exteriormente sellada en su carne la efigie conforme al Crucificado.
Al instante comenzaron a aparecer en sus manos y pies las señales de los clavos, viéndose las cabezas de los mismos en la parte interior de las manos y en la superior de los pies, mientras que sus puntas se hallaban al lado contrario.
Las cabezas de los clavos eran redondas y negras en las manos y en los pies; las puntas aparecían alargadas, retorcidas y remachadas, y, sobresaliendo de la misma carne, rebasaban el resto de ella. Y, en verdad, las puntas de los clavos remachadas debajo de los pies, eran tan destacadas y prominentes hacia el exterior, que no solo no le permitían fijar libremente las plantas en el suelo, sino que – según me informaron los que lo vieron con sus propios ojos – se podían introducir fácilmente un dedo a través de la curva que formaban las dichas puntas.
Asimismo, el costado derecho – como si hubiera sido traspasado por una lanza – llevaba una roja cicatriz, que, derramando con frecuencia sangre sagrada, empapaba tan copiosamente la túnica y los calzones, que, al lavarlos luego a su tiempo los compañeros del Santo, advertían sin duda que así como en las manos u en los pies, también en el costado tenía el siervo del Señor impresa la semejanza con el Crucificado.
LOS MILAGROS A TRAVÉS DE LAS LLAGAS
Como quiera que el varón santo y humilde se esforzaba por encubrir con toda diligencia aquellas sagradas señales, plugo al Señor realizar para su gloria, mediante las mismas, algunos patentes prodigios, para que, poniendo en evidencia por estos claros signos el poder oculto de dichas llagas, resplandeciese como astro brillantísimo en medio de las densas oscuridades de este siglo tenebroso. Sirva como prueba de ello el siguiente hecho.
Antes de la permanencia del Santo en el mencionado monte Alvernia, se solía formar en el mismo monte una oscura nube, que desencadenaba en las cercanías una violenta tempestad, devastando periódicamente los frutos de la tierra. Pero a partir de aquella dichosa aparición cesó el acostumbrado granizo, no sin admiración y gozo de los habitantes del lugar, de modo que el mismo aspecto del cielo, serenado fuera de costumbre, ponía de manifiesto la excelencia de aquella visión celeste y el poder de las llagas que allí fueron impresas.
En aquel mismo tiempo se había propagado en la provincia de Rieti una grave peste, que en tal grado comenzó a infestar todo ganado lanar y vacuno, que casi todo él parecía estar atacado de una enfermedad sin remedio. Pero un hombre temeroso de Dios que advertido en una visión nocturna que se acercara apresuradamente al eremitorio de los hermanos donde a la sazón moraba el bienaventurado Padre y que, consiguiendo de sus compañeros el agua en que el Santo se había lavado las manos y los pies, rociara con ella los animales enfermos; de este modo desaparecería toda aquella peste. Habiendo cumplido diligentemente dicho encargo aquel hombre, Dios infundió tal poder al agua que había tocado las sagradas llagas, que por poco que alcanzase su aspersión a los animales enfermos, se alejaba al punto la plaga pestilencial y,recuperando los animales su primitivo vigor, salían corriendo a pastar, como si antes no hubieran padecido mal alguno.
Aquellas manos consiguieron desde entonces un poder tan maravilloso, que a su contacto salutífero devolvían a los enfermos una sólida fortaleza, y a los paralíticos la recuperación del sentido y movimiento en sus miembros ya áridos, y lo que es mucho más prodigioso que todo esto: otorgaban a los mortalmente heridos la reintegración a una vida totalmente sana. De entre sus muchos prodigios voy a adelantar dos en forma resumida.
En Lérida, un hombre llamado Juan, devoto del bienaventurado Francisco, una tarde fue tan atrozmente cosido de heridas, que se creía difícil pudiera sobrevivir hasta el día siguiente. Entonces se le apareció de modo admirable el santísimo Padre, y, tocándole en las heridas con sus sagradas manos, en el mismo momento recuperó tan por completo su salud, que toda aquella región proclamaba al prodigioso portaestandarte de la cruz como dignísimo de toda veneración.
En Potenza, ciudad de la Pulla, un clérigo llamado Rogerio, mientras pensaba con ligereza acerca de los sagrados estigmas del bienaventurado Padre, de improviso fue herido en su mano izquierda debajo del guante que llevaba puesto, como si le hubiera alcanzado una saeta despedida por una ballesta; el guante, empero, permaneció intacto.Atormentado durante tres días por agudísimos dolores y sinceramente arrepentido ya de su comportamiento, invocó al bienaventurado Francisco y le conjuró por sus gloriosas llagas que viniera en su auxilio; y obtuvo una curación tan cabal, que desapareció todo dolor y no le quedó la más leve huella de la lesión. De lo cual se deduce claramente que aquellas sagradas señales fueron grabadas con el poder y dotadas de la virtud de Aquel de quien es propio infringir heridas y proporcionar su curación, vulnerar a los obstinados y sanar a los contritos de corazón.
Fuentes: Spirit Daily, Info Católica, Leyenda Menos de san Buenaventura,Signos de estos Tiempos
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