«Oídme todos y entended. Nada hay fuera del hombre que, entrando en
él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina
al hombre. [...] Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las
intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias,
maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez.
Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre».
En el pasaje del Evangelizo de este domingo Jesús corta de
raíz la tendencia a dar más importancia a los gestos y a los ritos exteriores
que a las disposiciones del corazón, el deseo de aparentar que se es -más que
de serlo- bueno. En resumen, la hipocresía y el formalismo.
Pero podemos sacar hoy de esta página del Evangelio una enseñanza
de orden no sólo individual, sino también social y colectivo. La distorsión
que Jesús denunciaba de dar más importancia a la limpieza exterior que a la
pureza del corazón se reproduce hoy a escala mundial. Hay muchísima
preocupación por la contaminación exterior y física de la atmósfera, del
agua, por el agujero en el ozono; en cambio silencio casi absoluto sobre la
contaminación interior y moral. Nos indignamos al ver imágenes de pájaros
marinos que salen de aguas contaminadas por manchas de petróleo, cubiertos de
alquitrán e incapaces de volar, pero no hacemos lo mismo por nuestros niños,
precozmente viciados y apagados a causa del manto de malicia que ya se
extiende sobre cada aspecto de la vida.
Que quede bien claro: no se trata de oponer entre sí los
dos tipos de contaminación. La lucha contra la contaminación física y el
cuidado de la higiene es una señal de progreso y de civilización al que no se
puede renunciar a ningún precio. Jesús no dijo, en aquella ocasión, que no
había que lavarse las manos o los jarros y todo lo demás; dijo que esto, por
sí solo, no basta; no va a la raíz del mal.
Jesús lanza entonces el programa de una ecología del
corazón. Tomemos alguna de las cosas «contaminantes» enumeradas por Jesús, la
calumnia con el vicio a ella emparentado de decir maldades a costa del
prójimo. ¿Queremos hacer de verdad una labor de saneamiento del corazón?
Emprendamos un lucha sin cuartel contra nuestra costumbre de descender a los
chismes, de hacer críticas, de participar en murmuraciones contra personas
ausentes, de lanzar juicios a la ligera. Esto es un veneno dificilísimo de
neutralizar, una vez difundido.
Una vez una mujer fue a confesarse con San Felipe Neri
acusándose de haber hablado mal de algunas personas. El santo la absolvió,
pero le puso una extraña penitencia. Le dijo que fuera a casa, tomara una
gallina y volviera adonde él desplumándola poco a poco a lo largo del camino.
Cuando estuvo de nuevo ante él, le dijo: «Ahora vuelve a casa y recoge una
por una las plumas que has dejado caer cuando venías hacia aquí».
«¡Imposible! -exclamó la mujer- Entretanto el viento las ha dispersado en
todas direcciones». Es ahí donde quería llegar San Felipe. «Ya ves –le dijo-,
como es imposible recoger las plumas una vez que se las ha llevado el viento;
igualmente es imposible retirar las murmuraciones y calumnias una vez que han
salido de la boca».
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