Existe una sordera del alma peor que la del
cuerpo, pues no hay peor sordo que el que no quiere oír. Son muchos los que
tienen los oídos cerrados a la Palabra de Dios, y muchos también quienes se van
endureciendo más y más ante las innumerables llamadas de la gracia. El
apostolado paciente, tenaz, lleno de comprensión, acompañado de la oración,
hará que muchos amigos nuestros oigan la voz de Dios y se conviertan en nuevos
apóstoles que la pregonen por todas partes. Esta es una de las misiones que
recibimos en el Bautismo.
No debemos los cristianos permanecer mudos cuando debemos
hablar de Dios y de su mensaje sin trabas de ninguna clase: los padres a sus
hijos, enseñándoles desde pequeños las oraciones y los primeros fundamentos de
la fe; el amigo al amigo, cuando se presenta la ocasión oportuna, y
provocándola cuando es necesario; el compañero de oficina a quienes le rodean
en medio de su trabajo, con la palabra y con su comportamiento ejemplar y
alegre; el estudiante en la Universidad, con quienes tantas horas ha pasado
juntos... No podemos permanecer callados ante las muchas oportunidades que el
Señor nos pone delante para que mostremos a todos el camino de la santidad en
medio del mundo. Hay momentos en los que incluso resultaría poco natural para
un buen cristiano el no hacer una referencia sobrenatural: en la muerte de un
ser querido, en la visita a un enfermo (¡qué horizontes podemos abrir a quien
sufre al pedirle, como un tesoro, que ofrezca su dolor por una intención, por
la Iglesia, por el Papa!) cuando se comenta una noticia calumniosa... ¡Qué
ocasiones para dar buena doctrina! Los demás la esperan, y les defraudamos si
permanecemos callados.
Muchos son los motivos para hablar de la belleza de la fe,
de la alegría incomparable de tener a Cristo. Y, entre otros, la
responsabilidad recibida en el Bautismo de no dejar que nadie pierda la fe ante
la avalancha de ideas y de errores doctrinales y morales ante los cuales muchos
se sienten como indefensos. «Los enemigos de Dios y de su Iglesia, manejados
por el odio imperecedero de satanás, se mueven y se organizan sin tregua.
»Con una constancia “ejemplar”, preparan sus jefes,
mantienen escuelas, directivos y agitadores y, con una acción disimulada –pero
eficaz–, propagan sus ideas, y llevan –a los hogares y a los lugares de
trabajo– su semilla destructora de toda ideología religiosa.
»—¿Qué no habremos de hacer los cristianos por servir al
Dios nuestro, siempre con la verdad?». ¿Acaso vamos a permanecer impasibles? La misión que
recibimos un día en el Bautismo hemos de ponerla en práctica durante toda la
vida, en toda circunstancia.
En
la Santísima Virgen tenemos el modelo acabado de ese escuchar con oído atento
lo que Dios nos pide, para ponerlo por obra con una disponibilidad total. «En
efecto, en la Anunciación María se ha abandonado en Dios completamente,
manifestando “la obediencia de la fe” a aquel que le hablaba a través de su
mensajero y prestando “el homenaje del entendimiento y de la voluntad” (Const. Dei Verbum, 5)». A Ella acudimos, al terminar nuestra oración, pidiéndole que nos
enseñe a oír atentamente todo lo que se nos dice de parte de Dios, y a ponerlo
en práctica.
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