DÍA VEINTICINCO (1/DIC)
La Iglesia
CONSIDERACIÓN. –
Nuestro Señor ha descendido a la tierra no solamente para salvar a la humanidad
con sus sufrimientos y muerte, sino también para fundar la Iglesia, esa
sociedad de fieles que hacen profesión de una misma fe. Dio las direcciones a
San Pedro, a los apóstoles y a sus sucesores.
Nosotros tenemos la
felicidad de haber nacido en su seno. Nuestros sacerdotes, nuestros Obispos y
nuestro muy Santo Padre el Papa, son, aquí abajo, los representantes de Jesús y
los continuadores de su obra. Nosotros les debemos un gran respeto y una entera
sumisión.
La Iglesia es una
familia de la cual Jesús es el jefe y nosotros los miembros. El verdadero
cristiano ama a la Iglesia; su corazón se entristece cuando es perseguida por
los malvados y sus sacerdotes calumniados.
El cristiano sabe
que el Sacerdote es amigo del desgraciado, socorro del pecador y lo rodea de
toda clase de respetos.
La Santísima Virgen
amaba a la Iglesia. En los años que siguieron a la Ascensión de su Divino Hijo,
San Pedro y los otros apóstoles, continuamente le pedían consejos y solicitaban
sus plegarias. Pidámosle que sea siempre la protectora de los cristianos y
obtenga de su Divino Hijo, el triunfo de la Iglesia.
EJEMPLOS. – Sobre
todo en las épocas en que la Iglesia es perseguida, la fe de los fieles y su
consagración, deben manifestarse por sus obras.
En los primeros
siglos del cristianismo vemos a hombres venerables como Pudente, príncipe del
senado romano; a mujeres de alta posición como Priscila, su esposa, emplear su
oro y su celo en la propagación de la fe.
Cuando fueron
muertos, dos jóvenes, sus hijas, las jóvenes Pudenciana y Práxedes, vendieron
sus villas y pusieron el importe con todos sus demás bienes a la disposición de
San Pedro, para la propagación de la fe, alivio de los pobres y servicio de la
Iglesia, mientras que ellas se retiraban a una humilde buhardilla, para llevar
una vida toda de caridad y plegarias.
Así, en nuestro
siglo mismo hemos visto a valerosos jóvenes, dejar, al primer llamado, a sus
familias y sus países para ir a derramar su sangre por la defensa de la
Iglesia, alentados en este supremo sacrificio, por madres verdaderamente
cristianas. Una de ellas, al enterarse de la pérdida de su hijo único, muerto
en Monte Libretti, llevó su heroísmo al punto de lamentar no tener un segundo
hijo que pudiera reemplazar, en el ejército de la Santa Sede, a aquel que
acababa de perecer gloriosamente.
Citamos aún la
consagración de esa pobre sirvienta, quien, llevando a un ministro del Señor
sus ganancias de un año, para ser enviadas al Santo Padre, despojado por los
enemigos de la Iglesia, dijo simplemente:
-¿Los hijos no
deben, acaso, ayudar a su Padre?
PLEGARIA DE SAN
GERMÁN. – Acordaos de vuestros servidores, Virgen santa, inspirad sus
plegarias, conservadles la fe, llamad los pueblos a la unidad de la Iglesia;
haced que reine la paz en el mundo, libradnos de los peligros que nos rodean y obtenednos un día la recompensa
eterna. Así sea.
PROPÓSITO. – Rezaré cada día por el triunfo de la
Iglesia.
JACULATORIA. –
María, Torre de David, rogad por nosotros.
PLEGARIA DE SAN
BERNARDO, PARA TODOS LOS DÍAS. – Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María, que
jamás se ha oído decir que ninguno de aquellos que han acudido a vuestra
protección e implorado vuestro socorro, haya sido abandonado. Animado con tal
confianza, acudo a Vos ¡oh dulce Virgen de las vírgenes! me refugio a vuestros
pies, gimiendo bajo el peso de mis pecados. No despreciéis, ¡oh Madre del
Verbo!, mis humildes plegarias; antes bien, oídlas benignamente y cumplidlas.
Así sea.
JACULATORIA. – Oh
María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario