DÍA VEINTISIETE (3/DIC)
Reforma de sí mismo
CONSIDERACIÓN. – La
Santísima Virgen hacía cada día, grandes progresos en su virtud, de suerte que,
cuando llegó al término de su existencia aquí abajo, era rica en méritos para
el cielo.
Así debemos
nosotros proceder.
Todos tenemos
defectos que corregir, venimos al mundo con malas inclinaciones consecuencias
del pecado original.
Alguno, es
naturalmente vivo y colérico; otro, inclinado al descuido y pereza; aquél, se
somete difícilmente a sus superiores; aquel otro, se siente inclinado a la malevolencia
y envidia. Es necesario combatir resueltamente estos defectos y esforzarnos en
reemplazar cada uno de ellos por la virtud opuesta. Hay algunos que se asustan,
viéndose malos y que dicen: “Jamás podré corregirme y hacerme bueno”. Esto es
un error enojoso, puesto que no estamos abandonados a nosotros mismos; Dios nos
ha prometido su gracia para ayudarnos a conseguir nuestra salvación. Su gracia
es todopoderosa y con su auxilio, los santos han llegado a tan grande
perfección; ellos no valían más que nosotros, tenían sus defectos y a fuerza de
luchar contra ellos mismos, se han hecho imitadores de Nuestro Señor
Jesucristo.
EJEMPLO. – San
Francisco de Sales, por naturaleza violento e irritable, llegó, a fuerza de
combates, de esfuerzos perseverantes, a una dulzura inalterable. Sentía algunas
veces las primeras efervescencias de la cólera, pero ni el menor signo aparecía
al exterior. A las palabras desagradables, hasta injuriosas, que se le
dirigían, respondía con caridad y afabilidad, dándonos así un gran ejemplo de
lo que puede una voluntad enérgica, ayudada por la gracia todopoderosa del
Señor.
PLEGARIA DE SAN
EPIFANIO. – Socorredme, oh Madre de Dios, oh Madre de Misericordia, durante el
curso de mi vida, alejad de mí los ataques de mis enemigos; en el momento de mi
muerte, ponedme en el número de los santos y hacedme entrar en la gloria de
vuestro Hijo. Así sea.
PROPÓSITO. – Combatiré el defecto por el cual estoy más
dominado.
JACULATORIA. –
Madre amable, rogad por nosotros.
PLEGARIA DE SAN
BERNARDO, PARA TODOS LOS DÍAS. – Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María, que
jamás se ha oído decir que ninguno de aquellos que han acudido a vuestra
protección e implorado vuestro socorro, haya sido abandonado. Animado con tal
confianza, acudo a Vos ¡oh dulce Virgen de las vírgenes! me refugio a vuestros
pies, gimiendo bajo el peso de mis pecados. No despreciéis, ¡oh Madre del
Verbo!, mis humildes plegarias; antes bien, oídlas benignamente y cumplidlas.
Así sea.
JACULATORIA. – Oh
María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos.
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