Como todos sabemos…, la mansedumbre es una virtud que se obtiene, como todas las virtudes, por la acción del Espíritu Santo en nuestra alma. Ella es uno de los doce frutos de la acción del Espíritu Santo.
Muy claramente el Padre Royo Marín nos explica que: “En las inspiraciones divinas el Espíritu Santo propone el acto de virtud al entendimiento y excita la voluntad para que lo cumpla; el justo, finalmente lo aprueba y lo cumple, aunque siempre bajo el influjo de la divina gracia…, en la medida que el alma va siendo fiel a este impulso, va adquiriendo facilidad y delectación en el ejercicio de las virtudes y estos actos se llaman entonces frutos del Espíritu Santo”. La mansedumbre pues es una virtud al tiempo que es uno de los doce frutos del Espíritu Santo., cuales son: Caridad; Gozo espiritual; Paz; Paciencia; Benignidad; Bondad; Longanimidad; Fe; Modestia; Continencia, y Castidad. La mártir carmelita descalza, Santa Teresa Benedicta del Cruz nos escribe diciendo que: “Tenemos que vivir en la certeza de fe de que lo que el Espíritu de Dios obra escondidamente en nosotros, produce sus frutos para el Reino de Dios. Nosotros los veremos en la eternidad”. En otras palabras los frutos del Espíritu Santo, son virtudes transformadas en frutos por un continuo ejercicio de la virtud de que se trate.
Cómo todas las virtudes y esta, la mansedumbre no es una excepción, ellas se enraízan en la humildad, que es la mayor de las virtudes, la que más place el Señor, la que se encuentra en la cumbre de la pirámide de las virtudes. Y como se sabe, toda virtud tiene un vicio antitético Las antítesis de la mansedumbre son los vicios de la ira y la violencia. Y así cómo toda virtud se enraíza en la más sublime de las virtudes que es la humildad, todo vicio también se enraíza en el peor de ellos, que es la soberbia. Y tal como se nos dice en los salmos, Dios odia la soberbia.
La mansedumbre, claramente nos fue señalada por el Señor, como un gran virtud, cuando el mismo se puso de ejemplo y nos dijo: “29 Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallareis descanso para vuestras almas, 30 pues mi yugo es blando y mi carga ligera”. (Mt 11,28-29). Ya en el A.T. en el Eclesiástico se nos dice: “Porque el temor del Señor es sabiduría e instrucción: a él le agradan la fidelidad y la mansedumbre”. (Ecl 1,27). El Señor ama la mansedumbre y nos dice que tomemos ejemplo de él, porque durante su Pasión y Muerte de la fortaleza de su espíritu, ya que de esa fortaleza emanaba de la mansedumbre. Solo son los fuertes los que pueden ser mansos, porque es en esta clase de personas, en las que reposa el Espíritu del Señor. Así a este respecto nos dice, Jan Van Ruusbroec, Rubroquio para los españoles: “La mansedumbre desecha el segundo de los pecados capitales, la ira, llamada también berrinche o cólera, porque el espíritu de Dios reposa en el hombre humilde y dulce”. Y reposa el Espíritu divino, en esta clase de personas, porque como dice San Juan Crisóstomo: “Entre todas las virtudes, la mansedumbre es la que más nos hace semejantes a Dios”.
San Juan de la Cruz, con esa inspiración divina que tienen todos sus escritos, nos dejó una frase que expresa una realidad muchas veces no comprendida; la frase dice: Donde no hay amor, pon amor y encontrarás amor. Y extrapolando esta frase a la mansedumbre, nosotros ahora podríamos decir: Donde hay violencia e ira, pon tu mansedumbre y encontraras mansedumbre. San Alfonso María de Ligorio escribía diciéndonos: “Cuando el prójimo está irritado, no hay medio mejor para aplacarlo que responderle mansamente. Una respuesta blanda aplaca el furor
Me viene a la memoria un hecho sucedido, entre un importante industrial y un alto cargo de la administración de la nación, en la España de los duros años cuarenta del siglo pasado. El hecho sucedió en el despacho oficial del Ministerio y es indiferente quien tenía razón en el tema que se trataba, durante la discusión el industrial subió el tono de su voz y entonces todo iracundo el alto funcionario a voz en grito le dijo: Mire Vd. yo no consiento que nadie en mi despacho oficial. o fuera de él, me levante la voz, porque yo no soy sordo. Y entonces el industrial hombre ya entrado en años y con experiencia de vida, humildemente bajo la cabeza y en tono compungido le contestó: Perdóneme Vd. he levantado la voz porque el sordo soy yo.
El funcionario era un hombre educado y lamentó el incidente , pues como se dice hoy en día, se había pasado y el industrial salió del despacho consiguiendo lo que pretendía.
En el Libro de los Proverbios se puede leer: “1 Una respuesta suave aplaca la ira, una palabra hiriente exacerba el furor”. (Prov 15,1). Hay dos refranes que refuerzan el empleo de la mansedumbre en la conducta humana, como medio efectivo para alcanzar un fin determinado. Uno de los refranes, nos dice que: “Mas moscas se cazan con miel que con hiel”. El otro es un anónimo sefardí que dice: “Boca dulce abre puertas de hierro”. Pero de todas formas, hay en nosotros una innata tendencia a lo contrario y todos creemos que el hablar fuertemente y en tonos enérgicos, es necesario para ser obedecidos. El ejército de cualquier país, es un ejemplo de esta creencia.
La mansedumbre tiene siempre que formar parte de nuestra conducta humana. Si solo nos mostramos mansos, humildes y apacibles, cuando vemos que la culpa fue nuestra, ¿cuál es entonces nuestro mérito? La virtud de la mansedumbre deber de ser constante, no solo en reprimir nuestros movimientos de ira o cólera aunque estén justificados, por los daños que se nos han producido, sino también en soportar las injurias y menos precios que nos puedan ocasionar con razón o sin ella. Desde luego que es muy duro a nuestra soberbia verse calumniado e injuriado y no resentirse ni responder; pero aquí está el mérito, en la violencia que se haga uno mismo para ser manso.
Puede ser que en una conversación, tengamos toda la razón del mundo, acerca de la solidez y realidad de nuestro criterio, pero la pasión o la cólera debilita inmediatamente nuestros argumentos más sólidos; por el contrario la calma, aliada a la bondad proporciona a nuestras afirmaciones un prejuicio favorable. El dominio de sí mismo es el arma de los fuertes. Esto es una realidad que diariamente podemos apreciar en el sin fin de programas de tertulias que ofrecen los canales de T.V.
La mansedumbre no solo la hemos de practicar frente a los demás, como norma general de conducta humana, sino también frente a nosotros mismos. El demonio nos hace ver muy laudable el airarse uno contra sí mismo, cuando se comete un defecto; más no es así, sino ardid del enemigo que pretende inquietarnos. Porque hay un bien privado muy importante, que siempre hemos de cuidar. Es la paz interior de uno, la pérdida de la paz siempre arrastra y aplasta nuestra mansedumbre y la pérdida de ella también trae siempre consigo la pérdida de la humildad, pues tal como hemos escrito al principio, la mansedumbre y la humildad son dos virtudes, que deben de permanecer unidas en nuestra alma.
Nuestra mansedumbre interior si existe es la que aflora a nuestro exterior, y ella es más importante que la que manifestemos exteriormente, pues la exterior ha de ser solida asentada en el interior y si no lo está es una mansedumbre fingida y posiblemente farisaica. Esto se manifiesta en nuestras tendencias hacia la animosidad que puede degenerar en agresividad y llegar hasta el odio. Aquel que en una conversación se atreve a negar la evidencia de algo que explicamos, inmediatamente nuestra soberbia si nos domina decreta una animosidad hacia esa persona que ha tenido la desfachatez de creerse que es más listo que uno. Es aquí donde debe a aflorar nuestra mansedumbre interior y aceptar la humillación a la que con razón a sin ella, nos están sometiendo.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
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