lunes, 2 de abril de 2012

Por la Fe




POR LA FE

      Ahora bien, la fe es la garantía de lo que se espera, la certeza de lo que no se ve.
Gracias a ella fueron aprobados los antiguos.
Por la fe entendemos que el universo fue formado por la palabra de Dios, de modo que lo visible no provino de lo que se ve.
Por la fe Abel ofreció a Dios un sacrificio más aceptable que el de Caín, por lo cual recibió testimonio de ser justo, pues Dios aceptó su ofrenda. Y por la fe Abel, a pesar de estar muerto, habla todavía.
Por la fe Enoc fue sacado de este mundo sin experimentar la muerte; no fue hallado porque Dios se lo llevó, pero antes de ser llevado recibió testimonio de haber agradado a Dios.
En realidad, sin fe es imposible agradar a Dios, ya que cualquiera que se acerca a Dios tiene que creer que él existe y que recompensa a quienes lo buscan.
Por la fe Noé, advertido sobre cosas que aún no se veían, con temor reverente construyó un arca para salvar a su familia. Por esa fe condenó al mundo y llegó a ser heredero de la justicia que viene por la fe.
Por la fe Abraham, cuando fue llamado para ir a un lugar que más tarde recibiría como herencia, obedeció y salió sin saber a dónde iba.
Por la fe se radicó como extranjero en la tierra prometida, y habitó en tiendas de campaña con Isaac y Jacob, herederos también de la misma promesa, porque esperaba la ciudad de cimientos sólidos, de la cual Dios es arquitecto y constructor.
Por la fe Abraham, a pesar de su avanzada edad y de que Sara misma era estéril, recibió fuerza para tener hijos, porque consideró fiel al que le había hecho la promesa.
Así que de este solo hombre, ya en decadencia, nacieron descendientes numerosos como las estrellas del cielo e incontables como la arena a la orilla del mar.
Todos ellos vivieron por la fe, y murieron sin haber recibido las cosas prometidas; más bien, las reconocieron a lo lejos, y confesaron que eran extranjeros y peregrinos en la tierra.
Al expresarse así, claramente dieron a entender que andaban en busca de una patria.
Si hubieran estado pensando en aquella patria de donde habían emigrado, habrían tenido oportunidad de regresar a ella.
Antes bien, anhelaban una patria mejor, es decir, la celestial. Por lo tanto, Dios no se avergonzó de ser llamado su Dios, y les preparó una ciudad.
Por la fe Abraham, que había recibido las promesas, fue puesto a prueba y ofreció a Isaac, su hijo único, a pesar de que Dios le había dicho: «Tu descendencia se establecerá por medio de Isaac.»
Consideraba Abraham que Dios tiene poder hasta para resucitar a los muertos, y así, en sentido figurado, recobró a Isaac de entre los muertos.
Por la fe Isaac bendijo a Jacob y a Esaú, previendo lo que les esperaba en el futuro.
Por la fe Jacob, cuando estaba a punto de morir, bendijo a cada uno de los hijos de José, y adoró apoyándose en la punta de su bastón.
Por la fe José, al fin de su vida, se refirió a la salida de los israelitas de Egipto y dio instrucciones acerca de sus restos mortales.
Por la fe Moisés, recién nacido, fue escondido por sus padres durante tres meses, porque vieron que era un niño precioso, y no tuvieron miedo del edicto del rey.
Por la fe Moisés, ya adulto, renunció a ser llamado hijo de la hija del faraón.
Prefirió ser maltratado con el pueblo de Dios a disfrutar de los efímeros placeres del pecado.
Consideró que el oprobio por causa del Mesías era una mayor riqueza que los tesoros de Egipto, porque tenía la mirada puesta en la recompensa.
Por la fe salió de Egipto sin tenerle miedo a la ira del rey, pues se mantuvo firme como si estuviera viendo al Invisible.
Por la fe celebró la Pascua y el rociamiento de la sangre, para que el exterminador de los primogénitos no tocara a los de Israel.
Por la fe el pueblo cruzó el Mar Rojo como por tierra seca; pero cuando los egipcios intentaron cruzarlo, se ahogaron.
Por la fe cayeron las murallas de Jericó, después de haber marchado el pueblo siete días a su alrededor.
Por la fe la prostituta Rajab no murió junto con los desobedientes, pues había recibido en paz a los espías.
¿Qué más voy a decir? Me faltaría tiempo para hablar de Gedeón, Barac, Sansón, Jefté, David, Samuel y los profetas, los cuales por la fe conquistaron reinos, hicieron justicia y alcanzaron lo prometido; cerraron bocas de leones, apagaron la furia de las llamas y escaparon del filo de la espada; sacaron fuerzas de flaqueza; se mostraron valientes en la guerra y pusieron en fuga a ejércitos extranjeros.
Hubo mujeres que por la resurrección recobraron a sus muertos. Otros, en cambio, fueron muertos a golpes, pues para alcanzar una mejor resurrección no aceptaron que los pusieran en libertad.
Otros sufrieron la prueba de burlas y azotes, e incluso de cadenas y cárceles.
Fueron apedreados, aserrados por la mitad, asesinados a filo de espada. Anduvieron fugitivos de aquí para allá, cubiertos de pieles de oveja y de cabra, pasando necesidades, afligidos y maltratados.
¡El mundo no merecía gente así! Anduvieron sin rumbo por desiertos y montañas, por cuevas y cavernas.
Aunque todos obtuvieron un testimonio favorable mediante la fe, ninguno de ellos vio el cumplimiento de la promesa.
Esto sucedió para que ellos no llegaran a la meta sin nosotros, pues Dios nos había preparado algo mejor.
Por lo tanto, nosotros, rodeados de una nube tan densa de testigos, desprendámonos de cualquier carga y del pecado que nos acorrala; corramos con constancia la carrera que nos espera, fijos los ojos en el que inicio y consumó la fe, en Jesús. El cual, por la dicha que le esperaba, sufrió la cruz. Desprecio la humillación y se ha sentado a la derecha del trono de Dios. Piensen en aquel que soportó tal oposición por parte de los pecadores, y no se desalentarán. (Hebreos 11,1 – 12,3)

La fe nos mantiene firmes en la espera de lo que todavía “no se ve”, aludiendo a esa segunda y definitiva venida del Señor.
El texto nos exhorta a la fe y a la esperanza, mirando fijamente a Cristo, como cuando uno pone su confianza en otra persona, como cuando se espera la respuesta de alguien porque uno sabe que el otro comprende toda la angustia y todo el sufrimiento que expresa la mirada. De esta manera, el autor de la carta a los Hebreos, nos anima a mirar contemplativamente al Crucificado para recibir de Él una respuesta y así no desalentarnos, pues todavía nos queda mucho camino por andar y mucho sufrimiento por padecer, pero sin constancia no podremos llegar al final de la carrera, que es que seamos santos y podamos vivir eternamente en la Gloria de Dios Padre.

Me despido con un comentario de los Padres de la Iglesia


La amorosa entrega de Cristo es para nosotros motivo de seguridad y confianza:

Pero quizá sea la inmensidad de mi pasión, cuyos responsables fuisteis vosotros, lo que os confunde. No temáis.
Esta cruz no es mi aguijón, sino el aguijón de la muerte. Estos clavos no me inflingen dolor, lo que hacen es acrecentar en mí el amor por vosotros. Estas llagas no provocan mis gemidos, lo que hacen es introduciros más en mis entrañas. Mi cuerpo al ser extendido en la cruz os acoge con un seno más dilatado, pero no aumenta mi sufrimiento. Mi sangre no es para mi una pérdida, sino el pago de vuestro precio.
Venid pues, retornad, y comprobaréis que soy un padre, que devuelvo bien por mal, amor por injurias, inmensa caridad como paga de las muchas heridas.

Pedro Crisólogo
Sermón 108: PL 52, 499-500
   

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