martes, 24 de abril de 2012

Devocionario Eucarístico - 6° Parte


II. MILAGROS EUCARÍSTICOS

Los cristianos sabemos que en el Pan y el Vino consagrados están el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesucristo, y tenemos certeza absoluta porque Jesús -que es Dios- así nos lo dijo. Los sentidos sólo captan los aspectos sensibles, pero nuestra inteligencia no tiene como única fuente de conocimientos lo que se capta por los ojos o por el tacto: hay cosas que sabemos y de las cuales tenemos certeza absoluta que son así en la realidad porque nos las han dicho.
La fe es una fuente de conocimiento muy común en las personas; de hecho casi todo lo que sabemos lo conocemos porque nos lo han contado. Y si el que nos habla es Dios, no hay mayor seguridad de que las cosas son tal y como Él nos las dice, pues la realidad es como Dios la ha pensado y la ha hecho y la verdad tal como Él la dice.
A los discípulos de Jesucristo les parecía increíble que pudieran comer su Cuerpo y beber su Sangre, y por eso, cuando en Cafarnaún les prometió la Eucaristía muchos le abandonaron. Pedro, sin embargo, dijo: ¿A quien iremos? Sólo tú tienes palabras de vida eterna. Aunque nos parezca insólito, sabemos que es así porque Tú lo dices.
La Eucaristía es un premio para los humildes que se fían de lo que Dios dice. Pero además, Dios ha querido hacer algunos milagros a lo largo de los siglos para mostrar que Él puede haberse quedado escondido y vivo en las especies sacramentales. Anotaremos brevemente algunos milagros eucarísticos, pero que quede bien claro que los cristianos creemos no por ellos, pues aunque no se hubieran realizado, creeríamos igualmente.






1. Los corporal Clara y los sarracenos


Corría el año 1240 cuando las tropas del emperador Federico asolaban las tierras de Italia, destruyendo fortalezas y cometiendo toda clase de desmanes. Un viernes de septiembre de aquel año las tropas sarracenas y tártaras rodearon Asís y, una vez en la ciudad, entraron en San Damián hasta el claustro de las religiosas. Éstas, presa de espanto, acudieron entre lágrimas al dormitorio de Clara de Asís, que se encontraba tendida en su pobre lecho gravemente enferma.
Ella les dijo que tuvieran seguridad porque si Dios estaba con ellas los enemigos no las podrían ofender. Pese a estar enferma, pidió a sus hijas que la condujeran al refectorio. Ante la puerta que los enemigos golpeaban con furia desde el otro lado, mandó colocar la cápsula de plata, encerrada en una caja de marfil, donde se guardaba con suma devoción la Sagrada Forma. Y, postrada en tierra, rezó entre lágrimas así: "Señor, guarda Tú a estas siervas tuyas, pues yo no las puedo guardar".
Y he aquí que del relicario que contenía las sagradas Especies salió una voz como la de un niño que pudieron oír con distinción: "Yo siempre os defenderé". Clara añadió: "Mi Señor, protege también, si te place, a esta ciudad que nos sustenta por tu amor". Y la misma voz respondió: "La ciudad sufrirá, mas será defendida por mi poder". Entonces, la virgen Clara, levantando el rostro bañado en lágrimas, confortó a las que lloraban diciéndoles: "Hijas, yo salgo fiadora de que no sufriréis nada malo; basta que confiéis en Cristo". De inmediato, la audacia de los sarracenos, sedientos de sangre cristiana y capaz de los peores crímenes, se convierte en pánico por una fuerza misteriosa, y escapándose de prisa por los muros que habían escalado, huyeron de la ciudad. A continuación Clara conminó a las que habían oído la referida voz, prohibiéndoles con seriedad que, mientras ella viviera, se guardaran absolutamente de revelar el suceso a nadie (cf. I. Ormaechevarría, Escritos de Santa Clara y documentos contemporáneos. BAC).


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