Día litúrgico: Domingo XVI (C) del
tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Lc 10,38-42): En
aquel tiempo, Jesús entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió
en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del
Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos
quehaceres. Acercándose, pues, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me
deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude». Le respondió el Señor:
«Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de
pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será
quitada».
† Meditación diaria
Décimo
sexto Domingo ciclo c
EL
TRABAJO DE MARTA
—
En Betania recibían y atendían bien al Señor. Amistad con Jesús.
I.
Señor, si he hallado gracia a tus ojos, no pases de largo junto a tu siervo;
traeré un poco de agua, y lavaréis vuestros pies, y reposaréis debajo del
árbol; después seguiréis adelante, pues habéis pasado junto a vuestro siervo(1).
Son las palabras que Abrahán dirigió a Yahvé cuando se le apareció, como
peregrino, en el encinar de Mambré, a la hora del calor. Abrahán le dio de
comer y le dispensó una buena acogida. Nunca olvidó Dios estas muestras de
hospitalidad de Abrahán.
El
Evangelio de la Misa narra la llegada de Jesús con sus discípulos a casa de
unos amigos en Betania(2): Marta, María y Lázaro. Por este lloró un día el
Señor(3) al enterarse de su muerte, y luego lo resucitó. Jesús va de paso hacia
Jerusalén y se detiene en Betania, que está a unos tres kilómetros antes de
llegar a la ciudad. En casa de aquellos hermanos, a quienes Jesús ama
entrañablemente, recaló con sus discípulos para descansar después de una larga
jornada; allí, entre aquellos amigos, se encuentra el Señor a gusto. Le tratan
bien, y siempre es recibido con alegría y afecto. Así hemos de tratar y de
acoger nosotros a Jesús, que está en el Sagrario de las iglesias. No tenemos
otro amigo mejor ni más fiel. No existe persona alguna a la que debamos tratar
con mayor delicadeza y confianza.
En
este clima de amistad, las hermanas se desenvuelven con naturalidad y
sencillez, y muestran actitudes diversas. Marta andaba afanada con los
múltiples quehaceres de la casa; parece la mayor (San Lucas dice: una mujer
llamada Marta le recibió en su casa), y es la que se ocupa con todo esmero de
atender al Señor y a los que le acompañan; el trabajo debía de ser abundante.
Atender a un grupo tan numeroso, sobre todo si se presentaron de improviso, no
era tarea fácil. Y Marta deseaba hacer un recibimiento adecuado al Señor, y se
ocupaba con eficacia en preparar lo conveniente. Sabemos que, en un momento
determinado, pierde la paz y se agobia, porque le falta la inicial rectitud de
intención. María, en cambio, estaba sentada a los pies del Señor escuchando su palabra,
desentendida de los preparativos de la comida. “Marta, en su empeño por
prepararle al Señor de comer, andaba ocupada en multitud de quehaceres. María,
su hermana, prefirió que le diese de comer a ella el Señor. Se olvidó de su
hermana y se sentó a los pies del Señor, donde, sin hacer nada, escuchaba su
palabra”(4). Nosotros, con la ayuda de la gracia, tenemos que aprender la
armonía de la vida cristiana, que se manifiesta en la unidad de vida –unir
Marta y María– de forma que el amor a Dios, la santidad personal, sea
inseparable del afán apostólico y se manifieste en la rectitud de nuestro
trabajo.
— Trabajar
sabiendo que el Señor está junto a nosotros. Presencia de Dios en el trabajo.
La hermana
mayor se dirige a Jesús con gran confianza y cierto tono de queja: Señor, ¿nada
te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo de la casa? Dile, pues,
que me ayude.
Durante
muchos siglos se ha querido presentar a estas dos hermanas como dos modelos de
vida contrapuestos: en María se ha querido representar la contemplación, la
vida de unión con Dios; en Marta, la vida activa de trabajo, “pero la vida
contemplativa no consiste en estar a los pies de Jesús sin hacer nada: esto
sería un desorden, si no pura y simple poltronería”(5). En el trabajo, en el
quehacer de cada uno, es precisamente el lugar donde encontramos a Dios, “el
quicio sobre el que se fundamenta y gira nuestra llamada a la santidad”(6),
donde amamos a Dios mediante el ejercicio de las virtudes humanas y de las
sobrenaturales. Sin un trabajo serio, hecho a conciencia, con prestigio, sería
muy difícil –quizá imposible– que pudiéramos tener una vida interior honda y
ejercer un apostolado eficaz en medio del mundo.
Durante
mucho tiempo y con demasiado énfasis se ha insistido en las dificultades que
las ocupaciones terrenas, seculares, pueden representar para la vida de
oración. Sin embargo, es ahí, en medio de esos trabajos y a través de ellos, no
a pesar de ellos, donde Dios nos llama a la mayoría de los cristianos para
santificar el mundo y santificarnos nosotros en él, con una vida llena de
oración que vivifique y dé sentido a esas tareas(7). Fue esta una predicación
continua del Fundador del Opus que enseñó a miles de personas a encontrar a
Dios a través de su quehacer diario. En cierta ocasión, dirigiéndose a un
numeroso grupo de personas, les decía: “Debéis comprender ahora –con una nueva
claridad– que Dios os llama a servirle en y desde las tareas civiles,
materiales, seculares de la vida humana: en un laboratorio, en el quirófano de
un hospital, en el cuartel, en la cátedra universitaria, en la fábrica, en el
taller, en el campo, en el hogar de familia y en todo el inmenso panorama del
trabajo, Dios nos espera cada día. Sabedlo bien: hay un algo santo, divino,
escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros
descubrir (...).
“No
hay otro camino (...): o sabemos encontrar en nuestra vida ordinaria al Señor,
o no lo encontraremos nunca. Por eso puedo deciros que necesita nuestra época
devolver –a la materia y a las situaciones que parecen más vulgares– su noble y
original sentido, ponerlas al servicio del Reino de Dios, espiritualizarlas,
haciendo de ellas medio y ocasión de nuestro encuentro continuo con Jesucristo”(8).
Poner el amor de María mientras se lleva a cabo el trabajo de Marta.
Jesús
responde a esta mujer en tono familiar: Marta, Marta, tú te preocupas y te
inquietas por muchas cosas. En verdad una sola cosa es necesaria. Así, pues,
María ha escogido la mejor parte, que no le será arrebatada.
Es
como si le dijera: Marta, estás ocupada en muchos menesteres, pero te estás
olvidando de Mí; estás desbordada por muchas tareas necesarias, pero estás
descuidando lo esencial: la unión con Dios, la santidad personal. Esa
inquietud, ese ajetreo, no pueden ser buenos cuando te hacen perder la
presencia de Dios mientras trabajas; aunque el trabajo en sí es bueno y necesario.
Jesús
no hace una valoración de toda la actitud de Marta, ni tampoco de todo el
comportamiento de María. Cambia con hondura la cuestión y apunta a algo más
esencial: a la actitud interna de Marta; tan metida está en el trabajo y anda
tan preocupada por él, que se llega casi a olvidar de lo más importante: la
presencia de Cristo en aquella casa. ¡Cuántas veces nos podría hacer el Señor
el mismo cariñoso reproche! Afanes, trabajos necesarios, que no pueden
justificar nunca el olvido de Jesús presente en nuestras tareas, aun las más
santas, pues, como se ha dicho, no podemos dejar a un lado al “Señor de las
cosas” por “las cosas del Señor”; no se puede relativizar la importancia de la
oración con la excusa de que quizá estemos trabajando en tareas apostólicas, de
formación, de caridad, etc.(9).
— Trabajo
y oración.
Debemos
tener tal unidad de vida que el mismo trabajo nos lleve a estar en presencia de
Dios y, a la vez, los ratos expresamente dedicados a hablar con el Señor nos
ayuden a trabajar mejor, pues “entre las ocupaciones temporales y la vida
espiritual, entre el trabajo y la oración, no puede existir solo un
“armisticio” más o menos conseguido; tiene que darse plena unión, fusión sin
residuo. El trabajo alimenta a la oración y la oración “embebe” el trabajo. Y
esto hasta el punto de que el trabajo en sí mismo, en cuanto servicio hecho al
hombre y a la sociedad –y, por tanto, con las más claras exigencias de
profesionalidad– , se convierte en oración agradable a Dios”(10).
Para
lograr la presencia del Señor mientras trabajamos tendremos que recurrir a
industrias humanas, cosas que nos recuerden que nuestro trabajo es para Dios y
que Él está cerca de nosotros, contemplando nuestras obras; es un testigo de
excepción de nuestra actividad. Muchas veces nos ayudará la consideración de
que está muy cerca, quizá a pocas decenas o a unos centenares de metros, en un
oratorio o en la iglesia más cercana. “Ahí, desde ese lugar de trabajo, haz que
tu corazón se escape al Señor, junto al Sagrario, para decirle, sin hacer cosas
raras: Jesús mío, te amo.
“—No
tengas miedo a llamarle así –Jesús mío– y de repetírselo a menudo”(11).
Todas
las ocupaciones, hechas con rectitud de intención, pueden ser el lugar donde
cada día vivamos la caridad, la mortificación, el espíritu de servicio a los demás,
la alegría y el optimismo, la comprensión, la cordialidad, el apostolado de
amistad... Es el medio, en definitiva, con el que nos santificamos. Y esto es
verdaderamente lo que importa: encontrar a Jesús en medio de esos diarios
quehaceres, no olvidar en momento alguno “al Señor de las cosas”; menos aún
cuando esos quehaceres hacen referencia más directa a Él, pues, de lo
contrario, quizá terminaríamos llevándolos a cabo por nosotros mismos, buscando
en ellos solamente la realización personal o la mera satisfacción de un deber
cumplido, dejando a un lado la rectitud de intención, olvidando al Maestro.
Le
pedimos a la Virgen, al terminar la oración, tener el espíritu de trabajo de
Marta y la presencia de Dios de María mientras, sentada a los pies de Jesús,
escuchaba embebida sus palabras.
1 Primera lectura. Gen 18, 1-5. — 2 Lc
10, 38-42. — 3 Jn 11, 35. — 4 San Agustín, Sermón 103, 3. — 5 A. del Portillo,
Homilía 20-VII-1986, en Romana, Año II, n. 3, p. 268. — 6 San Josemaría
Escrivá, Amigos de Dios, 62. — 7 Cfr. J. L. Illanes, La santificación del
trabajo, Palabra, 9ª ed, Madrid 1981, p.106 ss. — 8 Conversaciones con Monseñor
Escrivá de Balaguer, Rialp, 14ª ed., Madrid 1985, n. 114. — 9 Cfr. Juan Pablo
II, Alocución 20-Vl-l986. — 10 A. del Portillo, Trabajo y oración, en Revista
Palabra, mayo 1986, p. 30. — 11 San Josemaría Escrivá, Forja, n. 746.
_________________________________________
Comentario: Rev. D. Bernat GIMENO i
Capín (Barcelona, España)
Hay
necesidad (...) de una sola [cosa]
Hoy vemos a un
Jesús tan divino como humano: está cansado del viaje y se deja acoger por esta
familia que tanto ama, en Betania. Aprovechará la ocasión para hacernos saber
qué es “lo más importante”.
En la actitud de estas dos hermanas se acostumbra a ver reflejadas dos maneras de vivir la vocación cristiana: la vida activa y la vida contemplativa. María, «sentada a los pies del Señor»; Marta, atareada por muchas cosas y ocupaciones, siempre sirviendo y contenta, pero cansada (cf. Lc 10,39-40.42). —«Calma», le dice Jesús, «es importante lo que haces, pero es necesario que descanses, y más importante aun, que descanses estando conmigo, mirándome y escuchándome». Dos modelos de vida cristiana que hemos de coordinar y de integrar: vivir tanto la vida de Marta como la de María. Hemos de estar atentos a la Palabra del Señor, y vigilantes, ya que el ruido y el tráfico del día a día —frecuentemente— esconde la presencia de Dios. Porque la vida y la fuerza de un cristiano solamente se mantienen firmes y crecen si él permanece unido a la verdadera vid, de donde le viene la vida, el amor, las ganas de continuar adelante... y de no mirar atrás.
A la mayoría, Dios nos ha llamado a ser como “Marta”. Pero no hemos de olvidar que el Señor quiere que seamos cada vez más como “María”: Jesucristo también nos ha llamado a “escoger la mejor parte” y a no dejar que nadie nos la quite.
Él nos recuerda que lo más importante no es lo que podamos hacer, sino la Palabra de Dios que ilumina nuestras vidas, y, así por el Espíritu Santo nuestras obras quedan impregnadas de su amor.
Descansar en el Señor solamente es posible si gozamos de su presencia real ante la Eucaristía. ¡Oración ante el sagrario!: es el tesoro más grande que tenemos los cristianos. Recordemos el título de la última encíclica de Juan Pablo II: La Iglesia vive de la Eucaristía. El Señor tiene muchas cosas que decirnos, más de las que nos pensamos. Busquemos, pues, momentos de silencio y de paz para encontrar a Jesús y, en Él, reencontrarnos a nosotros mismos. Jesucristo nos invita hoy a hacer una opción: escoger «la parte buena» (Lc 10,42).
En la actitud de estas dos hermanas se acostumbra a ver reflejadas dos maneras de vivir la vocación cristiana: la vida activa y la vida contemplativa. María, «sentada a los pies del Señor»; Marta, atareada por muchas cosas y ocupaciones, siempre sirviendo y contenta, pero cansada (cf. Lc 10,39-40.42). —«Calma», le dice Jesús, «es importante lo que haces, pero es necesario que descanses, y más importante aun, que descanses estando conmigo, mirándome y escuchándome». Dos modelos de vida cristiana que hemos de coordinar y de integrar: vivir tanto la vida de Marta como la de María. Hemos de estar atentos a la Palabra del Señor, y vigilantes, ya que el ruido y el tráfico del día a día —frecuentemente— esconde la presencia de Dios. Porque la vida y la fuerza de un cristiano solamente se mantienen firmes y crecen si él permanece unido a la verdadera vid, de donde le viene la vida, el amor, las ganas de continuar adelante... y de no mirar atrás.
A la mayoría, Dios nos ha llamado a ser como “Marta”. Pero no hemos de olvidar que el Señor quiere que seamos cada vez más como “María”: Jesucristo también nos ha llamado a “escoger la mejor parte” y a no dejar que nadie nos la quite.
Él nos recuerda que lo más importante no es lo que podamos hacer, sino la Palabra de Dios que ilumina nuestras vidas, y, así por el Espíritu Santo nuestras obras quedan impregnadas de su amor.
Descansar en el Señor solamente es posible si gozamos de su presencia real ante la Eucaristía. ¡Oración ante el sagrario!: es el tesoro más grande que tenemos los cristianos. Recordemos el título de la última encíclica de Juan Pablo II: La Iglesia vive de la Eucaristía. El Señor tiene muchas cosas que decirnos, más de las que nos pensamos. Busquemos, pues, momentos de silencio y de paz para encontrar a Jesús y, en Él, reencontrarnos a nosotros mismos. Jesucristo nos invita hoy a hacer una opción: escoger «la parte buena» (Lc 10,42).
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