sábado, 13 de julio de 2013

La Virgen María, modelo de todo adorador

La Virgen María adorando la Eucaristía en la Encarnación es el modelo para todo adorador

                                                        

            Existen en la Iglesia multitud de santos que se han destacado por su amor a la Eucaristía. Sólo por nombrar algunos, se encuentran, entre muchos otros, el obispo González, el adorador de los sagrarios abandonados, fundador de la Unión Eucarística Reparadora; San Pascual Baylón, Santo Tomás de Aquino, … etc. Los santos que se han destacado por su devoción a la Eucaristía son innumerables, y mucho más, desde el momento en que no existe santo de la Iglesia Católica que no haya sido devoto de la Eucaristía. De todos estos santos, puede el adorador tomar ejemplo.
            Sin embargo, existe un modelo insuperable, ante el cual el amor eucarístico de los santos más piadosos y fervorosos es casi como una pequeñísima chispa comparada con una inmensa hoguera, y este modelo de adoración eucarística insuperable, es la Virgen María. Todo en la Virgen se origina en la Eucaristía y se orienta hacia la Eucaristía. Fue creada para la Eucaristía, porque solo Ella, Inmaculada y Llena de gracia, Toda Pureza y Hermosura, podía ser el receptáculo digno, de dignidad acorde a la majestad del Verbo de Dios que por amor a los hombres se habría de encarnar. La Virgen fue pensada y creada por la Trinidad, no solo sin mancha de pecado original,  es decir, sin la más pequeñísima mancha no de malicia, sino siquiera de imperfección, para alojar en su seno virginal al Dios Perfecto, la Perfección Increada fuente de toda perfección creada; la Virgen fue pensada y creada por la Trinidad, además de sin mancha de pecado original, Toda Llena de gracia, Inhabitada por el Espíritu Santo, lo cual quiere decir que fue creada enamorada de Dios y para enamorar al mismísimo Dios Uno y Trino; fue creada Llena del Amor hermoso, con su cuerpo y su alma, su mente y su corazón, ardientes en el Amor divino, desde el instante mismo de la Concepción Inmaculada, lo cual quiere decir que la Virgen no podía amar otra cosa que no sea Dios, ni amar nada que no sea en Dios, ni amar nada que no sea para Dios. Sólo su mente perfectísima, llena de la Sabiduría divina, podía recibir y aceptar sin dudar ni un instante, a la Sabiduría encarnada, Jesucristo; solo su Corazón Inmaculado, Purísimo y exultante con el más puro Amor, podía recibir y amar a la Bondad infinita de Dios que por Amor se encarnaba; sólo su seno virginal, sólo su útero humano, jardín del Paraíso en la tierra, podía alojar al diminuto Cuerpo creado del Redentor, que en el momento de la Encarnación tenía, como todo hombre, un cuerpo del tamaño de una célula, pues era un cigoto, pero a diferencia de todo hombre, cuyo cigoto está animado por su alma humana, unida indisolublemente al cuerpo, que tiene el tamaño de un cigoto, el Hombre-Dios tenía, además de su alma humana, su Divinidad, porque era Dios Hijo en Persona.
La Virgen adoró, desde el primer instante de su Concepción, a Dios Trino, y adoró, desde el primer instante de la Encarnación, a Dios Hijo humanado en su seno. La Virgen fue creada para ser sagrario viviente, custodia viva y ardiente de amor, para alojar al Hijo de Dios encarnado, que se alojaría en su seno virginal durante nueve meses, y en esos nueve meses, el Hijo de Dios fue adorado por la Virgen en su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad.
La Virgen adoró al Hijo de Dios desde el primer instante de la Encarnación, y lo adoró en su seno virginal, convertido en sagrario viviente más precioso que el oro; cuando el Hijo de Dios se encarnó, la Virgen lo adoró en la Encarnación a Aquel que era en sí mismo la Eucaristía. La Virgen no solo cuidó con amor maternal a su Hijo Jesús, desde que se encarnó, sino que lo adoró durante todo el período de gestación, a Jesús, cuyo Cuerpo fue primero un cigoto, luego un embrión, luego un bebé; Cuerpo en el que luego comenzó a circular su Sangre Preciocísima, a medida que se formaban las células de la sangre, las venas, y el corazón comenzaba a latir; la Virgen adoró a Jesús, cuyo cuerpo que estaba animado por su Alma santísima, Alma unida a la Divinidad, Divinidad que el Hijo de Dios poseía desde la eternidad, dada por el Padre desde siempre. La Virgen adoró la Eucaristía, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de su Hijo Jesús, con su mente, colmada con la Sabiduría divina, anonada en la Inteligencia infinita de Dios, sumisa en el Amor al Pensamiento divino que pensaba de esta manera el mejor camino para salvar a los hombres, y la adoración se tradujo en la más absoluta sumisión a la Verdad divina; la Virgen adoró la Eucaristía, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de su Hijo Jesús, con su Corazón Inmaculado, Corazón sin mancha, brillantísimo, limpidísimo, purísimo, Lleno del Amor divino, que no podía ni sabía ni quería amar otra cosa que no sea a su Hijo Jesús en su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad; la Virgen no podía ni quería amar otra cosa que no sea la Eucaristía, su Hijo Jesús, y la adoración se tradujo en amor puro y exclusivo a la Eucaristía; la Virgen adoró la Eucaristía, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad, con su cuerpo, porque la Eucaristía, su Hijo Jesús, se alojó en su cuerpo, en su seno virginal, convertido en sagrario viviente y en custodia viva, ardiente en Amor divino, y la adoración la llevó a consagrar su cuerpo inmaculado, para dar de su cuerpo y de su sangre, de su vida y de su amor, a su Hijo Jesús, que era ya Eucaristía en su seno virginal.
La Virgen en la Encarnación adoró a su Hijo Jesús en su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, con su mente, su corazón y su cuerpo, y por eso es modelo de adoración para todo adorador de la Eucaristía.


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