miércoles, 23 de mayo de 2012

Evangelio - Jueves VII Semana de Pascua


Día litúrgico: Jueves VII de Pascua
Texto del Evangelio (Jn 17,20-26): En aquel tiempo, Jesús, alzando los ojos al cielo, dijo: «Padre santo, no ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí.

»Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo, para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido y éstos han conocido que tú me has enviado. Yo les he dado a conocer tu Nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos».

Comentario: P. Joaquim PETIT Llimona, L.C. (Barcelona, España)

«Padre santo, no ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que (...) creerán en mí»
Hoy, encontramos en el Evangelio un sólido fundamento para la confianza: «Padre santo, no ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que (...) creerán en mí» (Jn 17,20). Es el Corazón de Jesús que, en la intimidad con los suyos, les abre los tesoros inagotables de su Amor. Quiere afianzar sus corazones apesadumbrados por el aire de despedida que tienen las palabras y gestos del Maestro durante la Última Cena. Es la oración indefectible de Jesús que sube al Padre pidiendo por ellos. ¡Cuánta seguridad y fortaleza encontrarán después en esta oración a lo largo de su misión apostólica! En medio de todas las dificultades y peligros que tuvieron que afrontar, esa oración les acompañará y será la fuente en la que encontrarán la fuerza y arrojo para dar testimonio de su fe con la entrega de la propia vida.

La contemplación de esta realidad, de esa oración de Jesús por los suyos, tiene que llegar también a nuestras vidas: «No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que (...) creerán en mí». Esas palabras atraviesan los siglos y llegan, con la misma intensidad con que fueron pronunciadas, hasta el corazón de todos y cada uno de los creyentes.

En el recuerdo de la última visita de Juan Pablo II a España, encontramos en las palabras del Papa el eco de esa oración de Jesús por los suyos: «Con mis brazos abiertos os llevo a todos en mi corazón —dijo el Pontífice ante más de un millón de personas—. El recuerdo de estos días se hará oración pidiendo para vosotros la paz en fraterna convivencia, alentados por la esperanza cristiana que no defrauda». Y ya no tan cercano, otro Papa hacía una exhortación que nos llega al corazón después de muchos siglos: «No hay ningún enfermo a quien le sea negada la victoria de la cruz, ni hay nadie a quien no le ayude la oración de Cristo. Ya que si ésta fue de provecho para los que se ensañaron con Él, ¿cuánto más lo será para los que se convierten a Él?» (San León Magno).



Otro comentario: Rev. D. Antoni ORIOL i Tataret (Vic, Barcelona, España)

Ecumenismo
Hoy, en su oración sacerdotal, Jesucristo reza especialmente por la unidad de sus seguidores. El "ser cristiano" debe conjugarse en un "nosotros", como Dios mismo es un "Nosotros en Uno" (trinidad de Personas en un único Ser-Dios). Son muchas las iniciativas que surgen para que se supere la división entre las distintas confesiones. 

Se trata de aquella unidad que Jesús instituyó, por la cual oró intensamente a Dios Padre y que el Espíritu Santo visibilizó el día de Pentecostés. El esfuerzo de las diversas comunidades cristianas para recuperar la unidad se llama "ecumenismo", palabra derivada del griego que significa “lo que se extiende a todo el mundo” y, por consiguiente, “lo universal”. Precisamente, “universal” es el significado de la palabra “católico”. Se sigue de ello que, por definición, los católicos tenemos la obligación −y el honor− de ser los que más trabajemos y recemos por recuperar la unidad perdida. 

—¡Señor, haz que vivamos esta verdad; concédenos el don de la unidad!



Otro comentario:  Papa Benedicto XVI 
Discurso del 30/06/2005 (trad. © Libreria Editrice Vaticana)


«Que sean uno en nosotros, para que el mundo crea»

        (En las relaciones entre Católicos  y Ortodoxos) la investigación teológica, que debe afrontar cuestiones complejas y encontrar soluciones no restrictivas, es un compromiso serio, al que no podemos renunciar. 

        Si es verdad que el Señor llama con fuerza a sus discípulos a construir la unidad en la caridad y en la verdad; si es verdad que la llamada ecuménica constituye una apremiante invitación a reedificar, en la reconciliación y en la paz, la unidad, gravemente dañada, entre todos los cristianos; si no podemos ignorar que la división hace menos eficaz la santísima causa del anuncio del Evangelio a todas las gentes (Mc 16,15), ¿cómo podemos renunciar a la tarea de examinar con claridad y buena voluntad nuestras diferencias, afrontándolas con la íntima convicción de que hay que resolverlas? 

        La unidad que buscamos no es ni absorción ni fusión, sino respeto de la multiforme plenitud de la Iglesia, la cual, de acuerdo con la voluntad de su fundador, Jesucristo, debe ser siempre una, santa, católica y apostólica. Esta consigna tuvo plena resonancia en la intangible profesión de fe de todos los cristianos, el Símbolo elaborado por los padres de los concilios ecuménicos de Nicea y Constantinopla (cf. Slavorum Apostoli, 15).

        El concilio Vaticano II reconoció con lucidez el tesoro que posee Oriente y del que Occidente "ha tomado muchas cosas"; recordó que los dogmas fundamentales de la fe cristiana fueron definidos por los concilios ecuménicos celebrados en Oriente; exhortó a no olvidar cuántos sufrimientos ha padecido Oriente por conservar su fe. La enseñanza del Concilio ha inspirado el amor y el respeto a la tradición oriental, ha impulsado a considerar al Oriente y al Occidente como teselas que forman juntas el rostro resplandeciente del Pantocrátor, cuya mano bendice toda la oikoumene. El Concilio fue aún más allá, al afirmar: "No hay que admirarse de que a veces unos hayan captado mejor que otros y expongan con mayor claridad algunos aspectos del misterio revelado, de manera que hay que reconocer que con frecuencia las varias fórmulas teológicas, más que oponerse, se complementan entre sí" (Unitatis redintegratio, 17).








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