jueves, 10 de mayo de 2012

Evangelio - Viernes V Semana de Pascua


† Lectura del santo Evangelio según san Juan (15, 12-17)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
“Este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como yo los he amado. Nadie tiene amor más grande a sus amigos que el que da la vida por ellos. Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a ustedes los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que le he oído a mi Padre.
No son ustedes los que me han elegido, soy yo quien los ha elegido y los ha destinado para que vayan y den fruto y su fruto permanezca, de modo que el Padre les conceda cuanto le pidan en mi nombre. Esto es lo que les mando: que se amen los unos a los otros”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

† Meditación diaria

Pascua. 5ª semana. Viernes
EL VALOR DE LA AMISTAD

— Jesús, “el amigo que nunca traiciona”. En Él aprendemos el verdadero sentido de la amistad.

Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos (...). Ya no os llamo siervos (...), a vosotros os llamo amigos1, nos dice el Señor en el Evangelio de la Misa.
Jesús es nuestro Amigo. En Él encontraron los Apóstoles su mejor amistad. Era alguien que les quería, con quien podían comunicar sus penas y alegrías, a quien podían preguntar con entera confianza. Sabían bien lo que deseaba expresar cuando les decía: amaos los unos a los otros... como Yo os he amado2. Las hermanas de Lázaro no encuentran mejor título que el de la amistad para solicitar su presencia: tu amigo está enfermo3, le mandan decir. Es el mayor argumento que tienen a mano.
Jesús buscó y facilitó la amistad a todos aquellos que encontró por los caminos de Palestina. Aprovechaba siempre el diálogo para llegar al fondo de las almas y llenarlas de amor. Y además de su infinito amor por todos los hombres, manifestó su amistad con personas bien determinadas: los Apóstoles, José de Arimatea, Nicodemo, Lázaro y su familia... Al mismo Judas no le negó el honroso título de amigo en el mismo momento en que este le entregaba en manos de sus enemigos. Estimaba mucho la amistad de sus amigos; a Pedro le preguntará después de las negaciones: ¿me amas?4, ¿eres mi amigo?, ¿puedo confiar en ti? Y le entrega su Iglesia:Apacienta mis corderos... apacienta mis ovejas.
“Cristo, Cristo resucitado, es el compañero, el Amigo. Un compañero que se deja ver solo entre sombras, pero cuya realidad llena toda nuestra vida, y que nos hace desear su compañía definitiva”5. Él, que ha compartido nuestra vida, quiere compartir también nuestras cargas: Yo os aliviaré6, nos dice a todos. Es el mismo que desea ardientemente que compartamos su gloria por toda la eternidad.
Jesucristo es el Amigo que nunca traiciona7, que cuando vamos a verle, a hablarle, está siempre disponible, que nos espera con el mismo calor de bienvenida, aunque por nuestra parte haya habido olvido y frialdad. Él ayuda siempre, anima siempre, consuela en toda ocasión.
La amistad con el Señor, que nace y se acrecienta en la oración y en la digna recepción de los sacramentos, nos hace entender mejor el significado de la amistad humana, que la Sagrada Escritura califica como un tesoro: Un amigo fiel –dice el Eclesiastés– es poderoso protector; el que lo encuentra halla un tesoro. Nada vale tanto como un amigo fiel; su precio es incalculable8. Los Apóstoles aprendieron de Cristo el verdadero sentido de la amistad. Y los Hechos de los Apóstoles nos muestran cómo San Pablo tuvo muchos amigos, a quienes quería entrañablemente, los echa de menos cuando están ausentes y se llena de alegría cuando tiene noticias de ellos9. La antigüedad cristiana nos ha dejado testimonios de grandes amistades entre los primeros hermanos en la fe.

— La amistad es un gran bien humano que podemos sobrenaturalizar. Cualidades de la verdadera amistad.

El trato diario y la amistad con Jesucristo nos llevan a una actitud abierta, comprensiva, que aumenta la capacidad de tener amigos. La oración afina el alma y la hace especialmente apta para comprender a los demás, aumenta la generosidad, el optimismo, la cordialidad en la convivencia, la gratitud..., virtudes que facilitan al cristiano el camino de la amistad.
La amistad verdadera es desinteresada, pues más consiste en dar que en recibir; no busca el provecho propio, sino el del amigo: “El amigo verdadero no puede tener, para su amigo, dos caras: la amistad, si ha de ser leal y sincera, exige renuncias, rectitud, intercambio de favores, de servicios nobles y lícitos. El amigo es fuerte y sincero en la medida en que, de acuerdo con la prudencia sobrenatural, piensa generosamente en los demás, con personal sacrificio. Del amigo se espera la correspondencia al clima de confianza, que se establece con la verdadera amistad; se espera el reconocimiento de lo que somos y, cuando sea necesaria, también la defensa clara y sin paliativos”10.
Para que haya verdadera amistad es necesario que exista correspondencia, es preciso que el afecto y la benevolencia sean mutuos11. Si es verdadera, la amistad tiende siempre a hacerse más fuerte: no se deja corromper por la envidia, no se enfría por las sospechas, crece en la dificultad12, “hasta sentir al amigo como otro yo, por lo que dice San Agustín: Bien dijo de su amigo el que le llamó la mitad de su alma”13. Entonces se comparten con naturalidad las alegrías y las penas.
La amistad es un bien humano y, a su vez, ocasión para desarrollar muchas virtudes humanas, porque crea “una armonía de sentimientos y gustos que prescinde del amor de los sentidos, pero, en cambio, desarrolla hasta grados muy elevados, e incluso hasta el heroísmo, la dedicación del amigo al amigo. Creemos –enseñaba Pablo VI– que los encuentros (...) dan ocasión a almas nobles y virtuosas para gozar de esta relación humana y cristiana que se llama amistad. Lo cual supone y desarrolla la generosidad, el desinterés, la simpatía, la solidaridad y, especialmente, la posibilidad de mutuos sacrificios”14.
El buen amigo no abandona en las dificultades, no traiciona; nunca habla mal del amigo, ni permite que, ausente, sea criticado, porque sale en su defensa. Amistad es sinceridad, confianza, compartir penas y alegrías, animar, consolar, ayudar con el ejemplo.

— Apostolado con los amigos.

 A lo largo de los siglos, la amistad ha sido un camino por el que muchos hombres y mujeres se han acercado –se están acercando– a Dios y han alcanzado el Cielo. Es un sendero natural y sencillo, que elimina muchos obstáculos y dificultades. El Señor tiene en cuenta con frecuencia este medio para darse a conocer. Los primeros que le conocieron fueron a comunicar esta buena nueva a quienes amaban. Andrés trajo a Pedro, su hermano; Felipe, a su amigo Natanael; Juan seguramente llevó al Señor a su hermano Santiago...
Así se difundió la fe en Cristo en la primera cristiandad: a través de los hermanos, de padres a hijos, de los hijos a los padres, del siervo a su señor y a la inversa, del amigo al amigo. La amistad es una base excepcional para dar a conocer a Cristo, porque es el medio natural para comunicar sentimientos, compartir penas y alegrías de quienes están junto a nosotros por razones de familia, de trabajo, de aficiones...
Es propio de la amistad dar al amigo lo mejor que se posee. Nuestro más alto valor, sin comparación posible, es el haber encontrado a Cristo. No tendríamos verdadera amistad si no comunicáramos el inmenso don de nuestra fe cristiana. Nuestros amigos deben encontrar en nosotros, los cristianos que quieren seguir de cerca a Jesús, apoyo y fortaleza y un sentido sobrenatural para su vida. La seguridad de encontrar comprensión, interés, atención les moverá a abrir su corazón confiadamente, con la seguridad de que se les quiere, de que se está dispuesto a ayudarles. Y esto, mientras realizamos nuestras tareas normales de todos los días, procurando ser ejemplares en la profesión o en el estudio, fomentando siempre la amistad, estando abiertos al trato y al afecto con todos, impulsados por la caridad.
La amistad nos lleva a iniciar a nuestros amigos en una verdadera vida cristiana si están lejos de la Iglesia, o a que reemprendan el camino que un mal día abandonaron, si dejaron de practicar la fe que recibieron. Con paciencia y constancia, sin prisa, sin pausa, se irán acercando al Señor, que les espera. En ocasiones podremos hacer junto con ellos un rato de oración, una obra de misericordia visitando a un enfermo o a una persona necesitada, les pediremos que nos acompañen a hacer una visita a Jesús sacramentado... Cuando sea oportuno les hablaremos del sacramento de la misericordia divina, la Confesión, y les ayudaremos a prepararse para recibirlo. ¡Cuántas confidencias al abrigo de la amistad son caminos abiertos al apostolado por el Espíritu Santo! “Esas palabras, deslizadas tan a tiempo en el oído del amigo que vacila; aquella conversación orientadora, que supiste provocar oportunamente; y el consejo profesional, que mejora su labor universitaria; y la discreta indiscreción, que te hace sugerirle insospechados horizontes de celo... Todo eso es “apostolado de la confidencia”“15.
La amistad todo lo puede con la ayuda de la gracia; ayuda que debemos implorar del Señor con oración y mortificación. Como nunca les hemos ocultado nuestra fe en Cristo, les parecerá natural que les hablemos con frecuencia de lo más esencial de nuestra vida, lo mismo que ellos nos hablan de los asuntos que consideran de más importancia.
El Señor desea que tengamos muchos amigos porque es infinito su amor por los hombres y nuestra amistad es un instrumento para llegar a ellos. ¡Cuántas personas con las que cada día nos relacionamos están esperando, aun sin saberlo, que les llegue la luz de Cristo! ¡Qué alegría la nuestra cada vez que un amigo nuestro se hace amigo del Amigo!
Jesús, que pasó haciendo el bien16, y que se ganó el corazón de tantas personas, es nuestro Modelo. Así hemos de pasar nosotros por la familia, el trabajo, los vecinos, los amigos. Hoy es un día oportuno para que nos preguntemos si las personas que habitualmente se relacionan con nosotros se sienten movidas por nuestro ejemplo y nuestra palabra a estar más cerca del Señor, si nos preocupa su alma, si se puede decir con verdad que, como Jesús, estamos pasando por su vida haciendo el bien.
1 Jn 15, 13-15. — 2 Jn 13, 34; 15, 12. — 3 Jn 11, 3. — 4 Jn 21, 16. — 5 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 116. — 6 Mt 11, 28. — 7 Cfr. San Josemaría Escrivá, Camino, n. 88. — 8 Ecl 6, 14. — 9 Cfr. 2 Cor 2, 13. — 10 San Josemaría Escrivá, Carta, 11-III-1940, citado por J. Cardona en Gran Enciclopedia Rialp, voz Amistad II. — 11 Cfr. Santo Tomás, Suma Teológica, 2-2 q. 23, a. 1. — 12 Cfr. Beato Elredo, Trat. sobre la amistad espiritual, 3. — 13 Santo Tomás, Suma Teológica, 2-2, q. 28, a. 1. — 14 Pablo VI, Alocución, 26-VII-1978. — 15 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 973. — 16 Hech 10, 38.
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Comentario: Rev. D. Carles ELÍAS i Cao (Barcelona, España)
«Éste es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado»
Hoy, el Señor nos invita al amor fraterno: «Que os améis los unos a los otros como yo os he amado» (Jn 15,12), es decir, como me habéis visto hacer a mí y como todavía me veréis hacer. Jesús te habla como a un amigo, pues te ha dicho que el Padre te llama, que quiere que seas apóstol, y que te destina a dar fruto, un fruto que se manifiesta en el amor. San Juan Crisóstomo afirma: «Si el amor estuviera esparcido por todas partes, nacería de él una infinidad de bienes».

Amar es dar la vida. Lo saben los esposos que, porque se aman, hacen una donación recíproca de su vida y asumen la responsabilidad de ser padres, aceptando también la abnegación y el sacrificio de su tiempo y de su ser a favor de aquellos que han de cuidar, proteger, educar y formar como personas. Lo saben los misioneros que dan su vida por el Evangelio, con un mismo espíritu cristiano de sacrificio y de abnegación. Y lo saben religiosos, sacerdotes y obispos, lo sabe todo discípulo de Jesús que se compromete con el Salvador.

Jesús te ha dicho un poco antes cuál es el requisito del amor, de dar fruto: «si el grano de trigo no cae en tierra y muere queda él solo; pero si muere da mucho fruto» (Jn 12,24). Jesús te invita a perder tu vida, a que se la entregues a Él sin miedo, a morir a ti mismo para poder amar a tu hermano con el amor de Cristo, con amor sobrenatural. Jesús te invita a llegar a un amor operante, bienhechor y concreto; así lo entendió el apóstol Santiago cuando dijo: «Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento diario, y alguno de vosotros les dice: ‘Id en paz, calentaos y hartaos’, pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así también la fe, si no tiene obras, está realmente muerta» (2,15-17).



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Comentario: Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
La caridad: la "ética de Dios"
Hoy contemplamos a Jesucristo dando las últimas "instrucciones" a los Apóstoles, poco antes de su "partida". La enseñanza y el mandato son claros: debemos amarnos como Él mismo nos amó. ¿Hasta qué punto? Hasta la muerte, entregándolo todo por los hermanos: así es el amor de caridad.

La caridad sería como la "ética divina", el amor al estilo divino. Para nosotros es una "novedad". Antes de Cristo ya existían diversos sistemas éticos (la ética aristotélica…) y jurídicos (el Derecho Romano…). Pero Dios va más allá: nos destina a amar tal como las Personas Divinas —Padre, Hijo y Espíritu Santo— se aman y nos aman. Un amor que —sin anularlos— apunta mucho más allá de lo útil y de lo placentero: es la búsqueda del bien y de la perfección del otro.

—Jesús, tú eres Dios y te has hecho Hombre "para mí". Enséñame a amar hasta "existir para los otros", hasta poder decir al hermano: soy feliz porque te hago feliz.

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Otro comentario: 

Que os améis
Claro lo dejó dicho Jesús, Dios; Él quiere que os améis los unos a los otros como Él amó a cada uno mientras vivía, y amó de tal forma a cada uno que resistió el dolor hasta la muerte, y pasó haciendo siempre el bien; a sus discípulos les lavó los pies, pidiendo que cada uno, que tú, hicieras lo mismo que Él, que sirvieras a los de tu casa con tal humildad que te arrodillaras delante de tu hermano y le aliviaras el cansancio de sus pies. Y eso debes hacer, hermano, debes seguir siendo católico y comprender que hay muchos hermanos tuyos que están cansados, que son tentados y necesitan que tú te arrodilles ante ellos y los alivies de sus dolores de esta vida. Comprende a todos y mantenlos en Casa, en la Iglesia Católica, porque muchos se hacen protestantes, porque pocos se arrodillan a aliviar a los hermanos en la fe; más bien los critican, buscan su perfección y señalan sus defectos, sus caídas; ¡sus pecados son propagados!, calumniando, ¡tantas veces!, que no le queda otra al hermano que irse de la Casa del Padre, y se hace protestante o acude a otra religión, porque no ha encontrado la ayuda del hermano, ¡la tuya!
Recapacita y arrodíllate ante tu hermano en la fe y límpiale los pies, como hizo Jesús, amándole como Dios Ama, ¡hasta que duela!
P. Jesús







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