Si, hoy pude ver mi error, error de muchos años, casi una vida. El evento que me obligó a reflexionar ocurrió durante una jornada en que participé, donde algo así como 150 jóvenes se unieron para compartir un día escuchando y aprendiendo las cosas del Señor. Sin embargo, lo que tocó mi alma fue ver a un grupo de unos veinte adultos sirviendo y asistiendo la jornada de modo totalmente desinteresado y con una notable dedicación y esfuerzo.
En realidad, yo era uno más de esos veinte adultos, y feliz corría de un lado para el otro apoyando, cuidando, moviendo cosas. En un momento estaba almorzando con un grupo de sacerdotes y seminaristas que nos vinieron a acompañar y ser parte de la jornada, y una señora muy conocida por mi vino a la mesa a limpiar los restos, a servir bebidas, a traer mas comida. Ella lo hizo una y otra vez con una sonrisa que era notable, reflejando una alegría inocultable.
¿Qué tenía de raro eso? Pues que la señora tiene una muy buena posición económica y social y pudiendo estar siendo servida ella misma en su casa o en cualquier otro lugar, eligió estar allí, sirviendo. Empecé a mirar a mi alrededor y vi que había muchas personas con distintos roles en el mundo, pero todos tenían la misma actitud. ¿Por qué ellos estaban tan felices allí en lugar de estar en sus cosas, su vida, sus distracciones, sus familias? Evidentemente esta gente había descubierto un tesoro y lo disfrutaban a sonrisa abierta. De hecho, yo mismo estaba en ese grupo, gozando a cada instante también.
Me senté a reflexionar y a poco de ello caí en la cuenta de mi error, un gran error. Dios me ha llamado varios años atrás, y desde entonces me he preguntado una y otra vez por qué. Por qué teniendo tantas otras personas me había buscado de modo tan ostensible a mí para que trabaje para él. Esta se ha transformado a lo largo de los años en la más fundamental pregunta de mi vida.
He pensado qué talento ha puesto El en mí que sea necesario para el bien de Su Obra. Que elemento de mi vida es parte de Su Plan para esta humanidad, en particular para estos tiempos de oscuridad en que vivimos. Una y otra vez he tratado de comprender cual es el rol de este engranaje que soy yo, en el diseño que es el plan que Dios ha trazado alrededor de mi vida. Convencido de que algo misterioso se esconde detrás de esta pregunta, me he puesto a orar una y otra vez pidiéndole al Señor me ayude a discernir cual es el propósito de mi existencia, a la luz de lo que El espera de mi.
Y ayer pude ver cual ha sido y es mi error. Dios no me necesita, no a mi en particular, para llevar adelante Sus propósitos. Ese pensamiento ha sido una muestra más de mi egocentrismo y soberbia. No. El me ha llamado porque quiere salvarme, a mi, en modo personal. El vio que estaba perdido en las aguas del mundo, sumergido en vanidades y regodeos de poder y dinero, que son los engranajes con que se mueve esa horrenda maquinaria que es el mundo. El vio claramente que estaba a riesgo de perderme, de condenarme, por toda la eternidad.
Así, Dios quiso llamarme para tenderme una Mano Salvadora, Su Mano. Todas estas cosas que El me permite hacer como miembro de Su Obra, son nada más que las formas, los vehículos que El me entrega amorosamente para que evite mi propia condenación, para que me salve. Cuanta vanidad y soberbia la de pensar que El me llamó porque necesita usar mis talentos, porque necesita mi ayuda. Inflado como un sapo, me he pasado años tratando de dilucidar la pregunta correcta, pero planteada del modo equivocado.
En esa gente que entregaba su día, su sonrisa, su esfuerzo, para mezclarse más allá de edades, clases sociales o educación, trabajando humildemente en lavar vasos, armar mesas, mover equipos y pegar carteles, en esa gente he comprendido el tesoro escondido en el llamado que Dios me hizo. Es un llamado personal, puedo contestar si o no, en mi está la respuesta. Pero en cualquier caso, lo que está en juego no es cuanto se beneficia Dios de mi cooperación, sino si salvo mi alma, o me condeno eternamente en medio del egocentrismo y vanidad que me amenazan a cada momento. Esas personas me dieron una lección, en nombre de Dios, que fue el que las utilizó para que comprenda.
Y a ti, mi amigo, mi amiga, que estás leyendo este texto, espero estas palabras lleguen a tu corazón también, para que empieces a luchar contra tu egocentrismo, tu vanidad, tu ambición, tu envidia, tus anhelos de mundo que sobrepasan de modo gigantesco tus anhelos de Cielo. No eres más que nadie, ninguno de nosotros es más que ningún otro. Si no nos vemos reflejados en la humildad del Maestro que lavó los pies de Sus discípulos, ¿por qué creemos que podríamos llegar a salvarnos?
He vivido en el error. Perdón Señor por ser tan ciego. Extiende por favor Tu Mano una vez más, y ayúdame a matar mi vanidad. Ayúdame a ser sencillo como vos, para poder disfrutar así de la verdadera pobreza de corazón, como es que Tú la predicas en Tu Palabra. Pobreza que está más allá de nuestra cultura, dinero, o inteligencia, que son todos dones que Tú nos das. Tu pobreza de Corazón tiene en realidad mucho que ver con lo que hacemos con Tus Dones, si es que los usamos para nuestra condenación, o para nuestra salvación.
El Señor le dijo hace muchísimo tiempo al Profeta Isaías: “Tus caminos no son Mis Caminos”. Ahora comprendo cabalmente por qué se lo dijo…
No hay comentarios:
Publicar un comentario