domingo, 18 de marzo de 2012

Carta a un hermano Sacerdote - (10)

                                             
                                                            


                                                                       Transformación
                                                                       Memoria de San Francisco de Asís
                                           4 de octubre de 1993

Querido padre Tomás:

          Una de las personas más respetables y conocidas en las Filipinas es Conchitina Bernardo.  Hace poco se hizo terciaria de la orden de San Francisco.  Cuando Conchitina estudiaba medicina en la Universidad de Madrid en 1963, conoció a un estudiante americano, Jonas Romea, que regresaba a los Estados Unidos para ordenarse de Sacerdote.
          Casi 25 años después estos dos amigos se volvieron a encontrar en Manila cuando él difundía la adoración perpetua durante el Año Eucarístico Nacional de 1987.  A través de los años Conchitina había desarrollado una profunda devoción al Santísimo Sacramento y quería ayudar a promoverla.  Tanto había para hacer que el Sacerdote necesitaba ayuda.  Cuando el padre Jonas Romea estuvo disponible, lo invitó a venir a Manila para que viviera conmigo en San Miguel.  Conchitina financió los gastos de viaje para que este Sacerdote se uniera al apostolado y difundiera la adoración perpetua.
          Al terminar el Año Eucarístico, el padre Jonas regresó a los Estados Unidos donde predicó tan bien que su éxito estimuló a un Sacerdote a fundar una nueva comunidad de sacerdotes dedicados a la difusión de la adoración perpetua por el mundo entero.  La comunidad se llama Misioneros del Santísimo Sacramento y el Sacerdote que la fundó, amigo de Conchitina que la conoció hace muchos años, es el padre Martín Lucia.  Es así que nuevamente tenemos la conexión filipina-americana.
          Conchitina es una de las miles de personas influenciadas por San Francisco.  Pero fue Jesús en el Santísimo Sacramento, el que influyó en San Francisco.  Con frecuencia San Francisco pasaba la noche entera rezando ante el Santísimo Sacramento.  Su único deseo era la transformación de su vida en unión con Cristo.  Una noche de julio de 1216, Cristo se le apareció mientras é1 rezaba ante el Santísimo en la Iglesia de Santa María de los Ángeles.
              Después de la visión, San Francisco exclamó: "Los mandaré a todos al paraíso".  Él estaba más convencido que nunca del poder de la oración para salvar almas.
                   El 14 de septiembre, un serafín con alas de fuego, tal como se describe en Isaías (6, 2), bajó del cielo sobre Francisco mientras hacia contemplación, e imprimió en su carne la marca de los clavos y la llaga de la lanza en su costado.  Todos en la región vieron el monte de La Verna envuelto en una luz, como si el sol ya hubiera salido.  El hermano León vio una bola de fuego descender sobre el rostro de San Francisco cuando recibió los estigmas.
Menciono esto, querido Tomás, porque el Santísimo Sacramento es el fuego del Amor Divino.  Así como el fuego transforma todo en fuego, así, uno es transformado de gloria en gloria y hecho más a la imagen y semejanza de Cristo por cada momento que pasamos en Su Divina Presencia.
¿Recuerdas nuestra conversación sobre la metamorfosis del gusano en una mariposa multicolor?  La diferencia nos asombra.
La diferencia en nuestra alma de una hora santa a otra, asombra a los santos en el cielo y a los ángeles en la tierra.  La transformación que toma lugar en tu alma es mucho más real y dramática que la transformación que tuvo lugar en el cuerpo de Francisco cuando fue estigmatizado.  Por cada momento que pasas en Su Presencia, no solamente tus manos y tu costado, sino todo tu ser se transforma más y más a imagen y semejanza de Cristo.

Debido a esta transformación, cada momento que pasas con Jesús en la tierra hará que tu alma sea más gloriosa y más bella en el cielo por toda la eternidad.  Por esto, querido Tomás, San Pablo exclamó: "Mas todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez mis gloriosos" (2 Co 3,18).

Fraternalmente tuyo en
Su Amor Eucarístico,


 Mons. Pepe

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