Transformación
4 de
octubre de 1993
Querido
padre Tomás:
Una de las personas más respetables y
conocidas en las Filipinas es Conchitina Bernardo. Hace poco se hizo terciaria de la orden de
San Francisco. Cuando Conchitina
estudiaba medicina en la
Universidad de Madrid en 1963, conoció a un estudiante
americano, Jonas Romea, que regresaba a los Estados Unidos para ordenarse de
Sacerdote.
Casi 25 años después estos dos amigos
se volvieron a encontrar en Manila cuando él difundía la adoración perpetua
durante el Año Eucarístico Nacional de 1987.
A través de los años Conchitina había desarrollado una profunda devoción
al Santísimo Sacramento y quería ayudar a promoverla. Tanto había para hacer que el Sacerdote
necesitaba ayuda. Cuando el padre Jonas
Romea estuvo disponible, lo invitó a venir a Manila para que viviera conmigo en
San Miguel. Conchitina financió los
gastos de viaje para que este Sacerdote se uniera al apostolado y difundiera la
adoración perpetua.
Al terminar el Año Eucarístico, el
padre Jonas regresó a los Estados Unidos donde predicó tan bien que su éxito
estimuló a un Sacerdote a fundar una nueva comunidad de sacerdotes dedicados a
la difusión de la adoración perpetua por el mundo entero. La comunidad se llama Misioneros del Santísimo
Sacramento y el Sacerdote que la fundó, amigo de Conchitina que la conoció hace
muchos años, es el padre Martín Lucia.
Es así que nuevamente tenemos la conexión filipina-americana.
Conchitina es una de las miles de personas influenciadas
por San Francisco. Pero fue Jesús en el
Santísimo Sacramento, el que influyó en San Francisco. Con frecuencia San Francisco pasaba la noche
entera rezando ante el Santísimo Sacramento.
Su único deseo era la transformación de su vida en unión con
Cristo. Una noche de julio de 1216,
Cristo se le apareció mientras é1 rezaba ante el Santísimo en la Iglesia de Santa María de
los Ángeles.
Después
de la visión, San Francisco exclamó: "Los mandaré a todos al paraíso". Él estaba más convencido que nunca del poder
de la oración para salvar almas.
El 14 de septiembre, un serafín con alas de fuego,
tal como se describe en Isaías (6, 2), bajó del cielo sobre Francisco mientras
hacia contemplación, e imprimió en su carne la marca de los clavos y la llaga
de la lanza en su costado. Todos en la
región vieron el monte de La
Verna envuelto en una luz, como si el sol ya hubiera
salido. El hermano León vio una bola de
fuego descender sobre el rostro de San Francisco cuando recibió los estigmas.
Menciono esto, querido Tomás, porque
el Santísimo Sacramento es el fuego del Amor Divino. Así como el fuego transforma todo en fuego,
así, uno es transformado de gloria en gloria y hecho más a la imagen y
semejanza de Cristo por cada momento que pasamos en Su Divina Presencia.
¿Recuerdas nuestra conversación sobre
la metamorfosis del gusano en una mariposa multicolor? La diferencia nos asombra.
La diferencia en nuestra alma de una
hora santa a otra, asombra a los santos en el cielo y a los ángeles en la tierra. La transformación que toma lugar en tu alma
es mucho más real y dramática que la transformación que tuvo lugar en el cuerpo
de Francisco cuando fue estigmatizado.
Por cada momento que pasas en Su Presencia, no solamente tus manos y tu
costado, sino todo tu ser se transforma más y más a imagen y semejanza de
Cristo.
Debido a esta transformación, cada
momento que pasas con Jesús en la tierra hará que tu alma sea más gloriosa y más
bella en el cielo por toda la eternidad.
Por esto, querido Tomás, San Pablo exclamó: "Mas todos nosotros,
que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor,
nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez mis gloriosos" (2 Co
3,18).
Fraternalmente tuyo en
Su Amor Eucarístico,
Mons. Pepe
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