VATICANO,
27 Jun. 12 / 10:12 am (ACI/EWTN Noticias).- Esta mañana, durante
la Audiencia general de los miércoles, el Papa Benedicto XVI lamentó que en ocasiones el hombre
crea tener el poder de Dios, pero recordó que la plena realización está en
hacer la voluntad del Padre sirviendo con caridad a los demás.
El Santo
Padre subrayó que a menudo la lógica humana "intenta la realización de sí
mismo en el poder, en el dominio, en los medios poderosos. El hombre sigue
queriendo construir con sus propias fuerzas la torre de Babel para llegar a la
altura de Dios, para ser como Dios. La Encarnación y la Cruz nos
recuerdan que la realización plena está en conformar la voluntad humana a la
del Padre, en el desapego total de uno mismo, del propio egoísmo, para llenarse
del amor y de la caridad de Dios y, así, llegar a ser verdaderamente capaces de
amar a los demás".
"Adán
quería imitar a Dios, pero tenía una idea equivocada de Dios. Dios no quiere
sólo la grandeza, Dios es amor que da, ya desde la Trinidad y luego en la
Creación. Imitar a Dios significa salir de sí mismo y entregarse en el
amor", "sólo si logramos salir de nosotros, nos encontramos",
agregó.
En este
sentido, explicó que en la oración, en la relación con Dios, debemos
abrir "la mente, el corazón y la voluntad a la acción del Espíritu Santo,
para entrar en esta misma dinámica de vida".
"Nuestra
oración está hecha, como hemos visto en los pasados miércoles, de silencio y de
palabras, de canto y de gestos que implican a toda la persona: desde la boca
hasta la mente, del corazón a todo el cuerpo. Es una característica que
encontramos en la oración judía, especialmente en los Salmos", dijo el
Santo Padre al referirse a "uno de los cantos o himnos más antiguos de la
tradición cristiana, que San Pablo nos presenta en lo que, en cierto sentido,
es su testamento espiritual: la Carta a los Filipenses".
Benedicto XVI recordó que San Pablo escribe esta carta
mientras está en la cárcel condenado a muerte, y "expresa la alegría de
ser discípulo de Cristo, de poder ir a su encuentro, hasta el punto de ver la
muerte no como una pérdida, sino como una ganancia".
San
Pablo, a través de su carta invita a la alegría, "una característica
fundamental –recordó-, de nuestro ser cristianos y de nuestra orar".
"’Estad
siempre alegres en el Señor, lo repito de nuevo: ¡Alegraos!’. Pero, ¿cómo puede
regocijarme frente a una sentencia de muerte ya inminente? ¿De dónde, o mejor
dicho, de quién San Pablo recoge la serenidad, la fuerza, el coraje de ir hacia
su martirio y al derramamiento de sangre?".
El Papa
explicó que la respuesta está en el canto para Cristo, más conocido como el
himno cristológico, "un canto que centra toda la atención en los
sentimientos de Cristo, es decir, en su modo de pensar y su actitud concreta
vivida".
Benedicto
XVI dijo que estos sentimientos son el amor, la generosidad, la humildad, la
obediencia a Dios, y el darse a uno mismo, "no se trata simplemente de
seguir el ejemplo de Jesús como algo moral,
sino de volcar toda la existencia en su propia manera de pensar y actuar".
Dentro de
este marco, el Papa recordó a los fieles que la oración "debe llevar hacia
un conocimiento y una unión en el amor cada vez más profunda con el Señor, para
poder pensar, actuar y amar como Él, en Él y por Él".
"Ejercitarse
en eso, aprender los sentimientos de Jesús es el camino de la vida
cristiana", subrayó.
Además,
Benedicto XVI indicó que este canto condensa todo "el itinerario divino y
humano del Hijo de Dios, que abarca toda la historia humana: del ser en la
condición de Dios, a la encarnación, a la muerte en una cruz y a la exaltación
en la gloria del Padre, y en parte también el comportamiento de Adán, del
hombre desde el principio".
"El
verdadero Dios y verdadero hombre, no vive su ‘ser como Dios’ para triunfar o
para imponer su supremacía, no lo considera como una posesión, un privilegio,
un tesoro al qué aferrarse. Sino que ‘se desnudó’, se vació de sí mismo tomando
–como dice el texto griego, la ‘morphe Doulos’, la ‘forma de siervo, de
esclavo’, una realidad humana marcada por el sufrimiento, la pobreza, y la
muerte".
El Papa
explicó que Cristo "se asemejó en todo a los hombres excepto en el pecado,
comportándose como un servidor dedicado completamente al servicio de los
demás", y en este sentido "tomó sobre sí las fatigas junto a los
miembros que sufren. Hizo suyas nuestras humildes enfermedades, y sufrió
tormentos por amor a nosotros: esto en conformidad con su gran amor por la
humanidad".
El Hijo
de Dios "se hizo verdaderamente hombre y cumplió un camino en completa
obediencia y fidelidad a la voluntad del Padre, hasta el supremo sacrificio de
su vida", y "se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y la
muerte de cruz", dijo al recordar las palabras del Apóstol.
"En
la cruz Jesucristo alcanzó el mayor grado de humillación, ya que la crucifixión
era el castigo reservado a los esclavos y no a las personas libres",
recordó.
"En
la cruz de Cristo, el hombre es redimido, y la experiencia de Adán se modifica,
dándose la vuelta completamente: Adán, creado a imagen y semejanza de Dios,
pretendía ser como Dios, con sus propias fuerzas, ocupar el lugar de Dios, y
así perdió la dignidad original que se le había dado. Jesús, sin embargo, aun
estando en la condición divina, se rebajó, se sumergió en la condición humana,
en total fidelidad al Padre, para redimir al Adán que llevamos dentro para
volverle a dar al hombre la dignidad que había perdido", afirmó.
De este
modo, el Santo Padre reiteró su llamado a imitar a Jesús, que volvió "a
dar a la naturaleza humana a través de su humanidad y obediencia, lo que se
había perdido por la desobediencia de Adán".
Finalmente,
en su saludo a los peregrinos de lengua española, el Santo Padre los invitó a
"fijar durante la oración la mirada en el Crucifijo, a detenerse más a
menudo para la adoración Eucarística y así entrar en el amor de Dios, que se ha
rebajado con humildad para elevarnos hacia Él".
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